domingo, 31 de enero de 2010

Cáncer vencido

Mateo en el capítulo 1 de la Biblia nos dice que Jesús nació del vientre virginal de María por obra y gracia del Espíritu Santo. Este 24 de diciembre, Jesús, que significa "Yahvéh Salva", además se le conoce con mil nombres: El Buen Pastor, el Hijo de Dios, el Mesías, Médico de médicos, Rey de reyes, el Ungido, El Salvador, el Hijo del Hombre, Heredero Universal, Luz del Mundo, Sacerdote, Verbo, Principio y Fin, Alfa y Omega, Cabeza del Cuerpo de la Iglesia, Cetro de la Majestad de Dios, y de tantas formas que la Iglesia nos lo presenta, quiere el día de hoy nacer en tu corazón. No basta que hayas oído hablar de las maravillas que él hace, es necesario que seas testigo de las obras de él en ti, quiere Jesús que seas testigo de su misericordia. Nuestra hermana Rosalinda nos relata como fue su enfermedad y su recuperación: En el año 1993 empecé con mucha fiebre, dolor de cabeza y estómago. Al visitar al médico y después de una serie de análisis me dijo que era fiebre tifoidea. Con la medicina me sentí un poco mejor pero el mes siguiente estaba peor. Entonces siguieron los análisis de una manera más profunda.
El médico me dio la mala noticia que tenía un tumor maligno. En esos momentos no lo podía creer. Cuando se lo comuniqué a mi esposo se resistió a creerlo, lo mismo pasó con mis familiares. Después de reponernos de la mala noticia, mi esposo y yo platicamos que deberíamos ver otras opiniones médicas. Todos mis familiares me apoyaron sin condiciones y me decían que todo iba a salir bien. Yo solo pensaba que iba a pasar pues tenemos una niñita de tan solo cuatro años de edad.
Todas las opiniones de los médicos era la misma, tenía cáncer. Además dijeron que era necesaria una operación y la programaron. Nunca pensé en que tenía que ponerme a orar y pedir al Señor por mi salud. Solo pensaba en lo que podría suceder. Antes de la operación un grupo de hermanos que hacen oración de sanación por los enfermos en el templo de Nuestra Señora de El Carmen y en la Plaza de Armas, fue a casa a orar por mi salud y allí me di cuenta de la realidad de mi enfermedad.
Me operaron de mi tumor y después de la operación pasé a terapia intensiva. Cuando me dijeron lo que era "terapia intensiva" di gracias a Dios por tenerme con vida.
Los hermanos siguieron orando por mí en el Seguro Social y en casa me llevaban la sagrada Comunión pues yo sentía una gran necesidad de comulgar.
Los resultados de la operación fueron negativos. Un médico le dijo a mi esposo en privado que ese cáncer era el más agresivo y me dio tres semanas de vida. Lloramos mi esposo y yo. Además dijeron que era necesaria la quimioterapia. Yo no sabía que era eso y al explicármelo el doctor se me volvió a caer el mundo. Pero mi esposo me ayudó en todo, lo mismo que mis familiares y el grupo de oración. El hermano en oración nos dijo que iba a suceder lo que Dios quisiera y que para Él no hay imposibles.
El hermano Aurelio me dijo que el tratamiento que me estaban dando no iba a ser necesario pues Jesús ya me había sanado espiritual y físicamente. Le contesté que lo tenía que tomar pues los médicos decían que era necesario e indispensable. Cuando iba a empezar el tratamiento y me inyectaron en la vena tuve reacciones muy fuertes y me suspendieron el tratamiento. Ordenaron nuevos análisis para ver que era lo que sucedía y yo recordaba las palabras del hermano: "El Señor Jesús ya te sanó, declárate sana en su nombre poderoso".
Los resultados de los análisis fueron maravillosos para la gloria de Dios. Estaba sana. Cuando el hermano lo supo nos dijo a Francisco y a mi que siguiéramos haciendo oración. Que cuando el Señor sana, el espíritu de enfermedad sale, es expulsado y anda vagando. Y si no oramos regresa al lugar de donde salió pero con otros siete espíritus peores que él. Pero que si oramos ese espíritu de enfermedad nunca podrá entrar en una familia que permanece en oración.
Yo pensaba que con ir a misa cada ocho días era suficiente. Ahora vamos a misa pero la vivimos de una manera diferente. Asisto a una oración de adoración al Santísimo cada ocho días. Además rezamos el santo Rosario. La oración hace que estemos bien espiritualmente en familia.
Conforme pasa el tiempo me doy cuenta que volví a nacer y he tomado conciencia de muchas cosas. Ahora me doy cuenta que para Dios no hay imposibles, basta pedirle con la seguridad que nos da lo que le pedimos en el nombre poderoso de su hijo Jesucristo, nuestro hermano mayor. ¡Esa es la condición!
Antes de terminar quiero orar a Papá Dios, mi Padre Bueno que me dio una segunda oportunidad de estar en esta vida. Dios mío, te doy un millón de gracias porque me dejaste es este mundo para seguir viviendo no mal sino bien. Ahora que me das la "segunda oportunidad" de vivir, aprecio más el valor de la vida y te pido me des una nueva unción de tu Santo Espíritu para proclamar a los cuatro vientos que Tú me sanaste.
El Señor me sanó y doy mi testimonio de que tuve mi encuentro personal con Jesús que está vivo y resucitado. ¡Gloria a Dios!
Nuestra hermana Rosalinda dio su testimonio y también su número de teléfono: 326 79 69. Ella es de las pocas personas que pueden decir: "Tenía cáncer y ahora no tengo esa enfermedad porque Jesús me sanó". Jesús fue a verme hasta mi cama de dolor, yo no lo busqué, él fue quien lo hizo. Dejó 99 ovejas buenas y fue a ver a oveja que estaba herida, dañada, enferma. Me puso sobre sus hombros y me regresó a su redil.
¡Gloria a Dios!
A partir de mañana estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. ¡Te invitamos! Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tiene esclerosis múltiple y por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu petición de oración de sanación a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio, que se escucha en todo el mundo y en la oración por los enfermos del templo de El Carmen. Así como Jesús sanó a Rosalinda de cáncer hace tiempo, ahora sigue sanando porque Él tiene el mismo poder que tenía : TODO... Recuerda, la cita es con el Doctor de doctores en el templo de El Carmen, el consultorio de sanación más grande de Morelia...
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¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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Cómo Sansón perdió con un enemigo más débil

Analicemos cómo podemos ser derrotados por enemigos más débiles. Curiosamente la víctima de este descalabro fue Sansón, el hombre más fuerte del mundo (Jue 13-16).
Cuando el pueblo de Dios estaba oprimido, Dios respondió suscitando un libertador de la tribu de Dan. El ángel se apareció a la esposa de Menóaj y le dijo: Bien sabes que eres estéril y que no has tenido hijos, pero darás a luz un hijo... No pasará la navaja sobre su cabeza, porque el niño será consagrado a Dios desde el seno de su madre: Jue 13,3-5.
Dios hace nacer al hombre más fuerte de la humanidad de una mujer que no tiene la capacidad de concebir en sus entrañas. La vida de Sansón comenzó con un milagro. Su vida estaba destinada para grandes cosas: Él salvará a Israel de la mano de los enemigos: Jue 13,5.
Menóaj, padre de Sansón, podría argumentar: “Con mi esposa es imposible tener hijos, ya no vale la pena intentarlo, pues es inútil esperar cosa alguna”. También hay gente que se desanima: “Ya nada puede hacer cambiar a mi esposo, esta situación es irremediable; mi problema no tiene solución”, o “Mi hijo ya se perdió”.
Sansón estaba consagrado a Dios desde el seno materno y sellado por un voto: no cortarse jamás el cabello. Como signo de su consagración: No comerá nada impuro y observará todo lo que Yo le he mandado: Jue 13,14.
En el cumplimiento de su compromiso radicaba su fortaleza. Los filisteos volvieron a oprimir otra vez al pueblo de Israel. Los ojos del pueblo de Dios estaban en la fuerza milagrosa de aquel joven llamado Sansón. Tanto sus padres, como él mismo, así como Israel, esperaban que “él salvaría a Israel de la mano de los filisteos”. Por todas partes brillaba la esperanza de su imagen como la del futuro libertador del pueblo. Las jóvenes lo admiraban, los jóvenes lo imitaban. Los ancianos no querían morir sin ver la liberación. Sansón mismo sabía que había nacido para una gran misión, y sólo esperaba que sonara la campana de la libertad. Desde el vientre de su madre había sido escogido para ser libertador. Estaba llamado y capacitado para una gran misión. Tenía todo para triunfar.
Victorias parciales de Sansón. Su fuerza era tan sorprendente, que salió victorioso en todas las luchas.
Venció al león en el desierto (Jue 14,5-6). En una ocasión fue atacado por un leoncito en medio del desierto, pero Sansón lo despedazó fácilmente y estampó su cadáver en las piedras de la montaña. Mató a mil filisteos con una quijada de burro (Jue 15,4-16). Cuando su propio pueblo lo entregó en las manos de sus enemigos, Sansón se desató y con una quijada de burro mató a mil filisteos. Arrancó las puertas de Gaza (Jue 16,1-3). Una vez sus enemigos lo tenían sitiado en la ciudad de Gaza, para matarlo. Sin embargo, a media noche Sansón desprendió las puertas de la ciudad y las cargó en sus espaldas hasta la cumbre de un monte. Sus adversarios, amedrentados por su poder, desistieron de sus propósitos. Quemó los sembradíos de los opresores (Jue 15,1-8). Para vengarse de los filisteos amarró 300 zorras e incendió sus cultivos para que no tuvieran alimento.
Sansón era invencible. Todos lo sabían y él mismo así lo proclamaba. La derrota definitiva de Sansón. El hombre más fuerte se dejó llevar por sus debilidades, y cometió varios errores que le costaron su vocación, su misión y hasta la vida. Tuvo muchas victorias parciales, pero desgraciadamente perdió el combate definitivo. Veamos cómo se fue precipitando en el desfiladero de la derrota.
Se casa por gusto, no por amor (Jue 14,1-4) Cuando sus padres le recriminaron por qué no se casaba con una hija de su pueblo, sino con una filistea, el orgulloso Sansón respondió: “Porque ésa es la que me gusta, y basta”. Sansón se unió con ella no por amor, sino por gusto... más tarde sufrirá las consecuencias de su decisión.
Se va con una prostituta. (Jue 16,1) El corazón de Sansón estaba insatisfecho. Entonces quiso engañarlo con el goce pasajero de una prostituta, a la cual tampoco amaba ni era amado por ella. Sansón seguía buscando lo que le gustaba en el momento, o simplemente intentaba llenar el vacío de su existencia, y no aquello que lo podía hacer trascender la historia.
Se desvía del camino (Jue 14,8-9) El error más grave de Sansón es que se apartó del camino: Sansón dio un rodeo para ver el cadáver del león y he aquí que en el cuerpo del león, había un enjambre de abejas con miel. La recogió en su mano y según caminaba la iba comiendo: Jue 14,8-9.
Después de haber vencido al león del desierto, volvió a pasar por allí, y se preguntó si todavía estaría aquel león despedazado en las rocas del monte. Entonces dejó el sendero para ir a buscar al león que ya había vencido. No tenía por qué salirse del camino que representaba su consagración a Dios. Ese fue su problema y la raíz de su perdición, pues al tener contacto con un cadáver se volvía impuro... y lo peor es que comenzó a degustar la miel que lo contaminaba. Cuando hasta gustamos lo que nos hace impuros y nos aparta del camino del Señor, entonces estamos atrapados en las redes del enemigo.
El éxito no radica en obtener el triunfo en una batalla, sino en ganar la guerra, y ésta “no acaba hasta que se acaba”. La perseverancia es la clave de la completa victoria. No nos podemos confiar por haber anotado un gol en un partido de fútbol. Se deben luchar los 90 minutos, para ganarlo hasta el silbatazo final. Quien no persevera hasta el fin, corre el peligro de perder todo lo que había obtenido.
Se enamora de Dalila, la filistea (Jue 14,3) Sus sentimientos lo dominaron. Se dejó cautivar por los encantos de Dalila, mujer filistea. Ella trató de descubrir dónde radicaba su fuerza. Sansón supuestamente la engañó tres veces, pero no aprendió la lección. El fuerte Sansón era de lento aprendizaje.
Sin embargo, se trataba de un juego de mutuo acuerdo, pues ella también sabía que Sansón la engañaba (Jue 16,15) y que ni la amaba, pues se guardaba secretos que no compartía. Entonces ella siguió el esquema. Acordaron una tácita complicidad: ambos se mentirían sin reclamos. No era la armonía que nace del amor sino la concertación que es consecuencia de la confabulación. Guardar secretos no es infidelidad, pero es el campo propicio donde tarde o temprano va a brotar esta hierba maléfica. Quien se reserva un área de su ser, está propiciando que su pareja haga lo mismo. Dalila no amó a Sansón porque ella nunca se sintió amada por él. Es más, podríamos suponer que ella le dio varias oportunidades para que él abriera los secretos del corazón, pero cuando se sintió engañada, entonces lo entregó en manos de sus enemigos, tal vez por un resentimiento, tal vez motivada por una decepción o hasta por venganza.
Viéndolo desde el ángulo de Sansón, él bien sabía que era traicionado una y otra vez, pero consintió con el juego, porque algún beneficio le habría de reportar... tal vez así justificaba continuar engañando. Dalila, para conseguir su objetivo, entonces cambia de táctica y lo chantajea aprovechando la situación de Sansón.
Sansón, aburrido de la vida, le abrió todo su corazón: Jue 16,16-17. El problema de Sansón es que vivía hastiado de su existencia. Nadie lo llenaba. Nada lo motivaba. Todo le molestaba. Estaba deprimido. Había perdido el objetivo de su vida, pues se le habían derrumbado los castillos de su misión. En esas circunstancias abrió su corazón al enemigo y se puso en manos de Dalila. Le reveló no sólo dónde estaba su fuerza, sino cómo podía perderla. En otras palabras, descubrió su debilidad.
Sansón no se supo defender de sus propias debilidades. Compartir la intimidad no es malo ni bueno; sólo depende ante quién se abran las velas de la intimidad y la motivación por la cual se hace. Si se entrega la llave del corazón a un amigo, es como mostrarse ante el espejo de sí mismo, pues “un amigo es otro yo” (Dt 13,7b) y un tesoro invaluable (Eclo 6,14). Se trata de una gracia sin igual. Sin embargo, Sansón no lo hizo con el afán de compartir ni menos compartirse, sino sólo para distraerse de su aburrimiento. Así, estaba indefenso y a expensas de Dalila, quién se aprovechó de ello para volverlo a traicionar.
Sansón tuvo tres oportunidades para recapacitar y reaccionar. Pero no quiso entender ni aprender. Estaba encaprichado con Dalila y de alguna forma sabía que estaba cavando su propia tumba con sus propias manos.
En la exposición de Rembrandt en The Art Institute of Chicago, donde se encontraba la impactante pintura de Sansón dormido en las piernas de la seductora Dalila. La obra de arte es tan impresionante por el juego de luces y sombras, que muestra de manera contrastante, tanto la fuerza de Sansón como su debilidad.
El problema de fondo consistió en abrir su corazón con tres características: Abrió su corazón motivado por un aburrimiento, no por amor, ni pensando en la otra persona, sino sólo por una cuestión egoísta. Abrió su corazón a quien no le abrió el suyo. Mientras Sansón mostró su interior, Dalila continuaba guardando cartas debajo de la mesa, que nunca reveló. Abrió su corazón al enemigo. El corazón sólo se comparte a los amigos, pero Sansón lo hizo con quien ya lo había traicionado tres veces. La tumba de su desgracia estaba abierta.
Los filisteos encontraron a Sansón dormido en las rodillas de Dalila, que cortaba sus siete trenzas. Entonces fue fácil presa de sus enemigos. Los filisteos le echaron mano, le sacaron los ojos y lo bajaron a Gaza. Allí lo ataron con una doble cadena de bronce y daba vueltas a la muela en la cárcel... Jue 16,21.
Le sacaron los ojos para que no pudiera moverse por sí mismo. Fue encarcelado y atado con dos cadenas. Sufría doble esclavitud, precisamente en Gaza, que fue escenario de sus antiguas hazañas. Lo obligaron entonces a girar la rueda de molino, tarea reservada a animales de carga. Sansón, la esperanza liberadora de Israel, era comparado con un simple asno. Sus enemigos, ebrios, también lo ridiculizaban: Llamen a Sansón para que nos divierta. Trajeron, pues, a Sansón de la cárcel, y él les estuvo divirtiendo: Jue 16,25.
Lo usaban como motivo de sátira, haciéndolo marioneta de sus gustos o deseos. Se burlaban de él e ironizaban su antigua fuerza. Cuando no desempeñaba el papel de animal en la rueda del molino, era una marioneta para hacer reír a los demás.
Pero el pelo de su cabeza empezó a crecer: Jue 16,22. Cuando la Biblia nos notifica que otra vez le creció el cabello, significa que volvió a ser fiel a las promesas y los compromisos con su Dios. Pero antes tuvo que tocar fondo, para reaccionar. A veces el único camino para regresar a Dios, es perder todo cuanto teníamos. Como el profeta Jonás, sólo clamó a Dios desde el fondo de la ballena. En ciertas ocasiones debemos ser sometidos a servidumbre y vivir dentro de una situación de la que no podemos salir por nosotros mismos, para levantar los ojos a los montes, de donde nos viene el auxilio.
Sansón recupera su relación con Dios en el silencio y el trabajo manual. Mientras se esforzaba por girar aquella pesada piedra, le regresaban las fuerzas. Se colocó en medio de las columnas que sostenían el templo de Dagón y las derribó, matando a todos los que allí se encontraban, pero muriendo también él mismo, víctima de su propia fuerza.
El hombre más fuerte de este mundo ganó muchos combates, pero perdió la guerra. Su derrota final se debió a dos factores: no ser fiel a su consagración a Dios, y abrir todo su corazón al enemigo, y no por amor, sino por aburrimiento.
Nadie está inmune de perder la guerra, porque no basta la fuerza humana: hay que saber cómo defenderse de las argucias del enemigo. No es suficiente atacar: hay que saber defenderse, sobre todo en los momentos en que estamos aburridos, tristes o deprimidos.
Sansón no perdió la batalla de la vida porque le faltaran fuerzas para luchar, sino porque no se supo defender. La victoria no depende sólo de nuestra fuerza, sino igualmente de nuestra capacidad de defendernos de los enemigos, donde muchas veces el peor de todos ellos está dentro de nosotros mismos.
A partir de mañana estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tienen esclerosis múltiple y por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos.
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Cáncer destruido por el Artista por excelencia

El domingo pasado, antes de la oración por la salud de los enfermos nuestra hermana Susy nos pidió oración por ella pues padece una enfermedad incurable para el hombre. Hace dos meses su papá fue sanado de cáncer por Jesús Eucaristía en el templo de Nuestra Señora de El Carmen aquí en Morelia. Al ver los prodigios que está haciendo Jesús hoy día también ella se quiere abandonar en las manos de Jesús que está vivo en y con nosotros. Esto fue lo que dijo: Quiero compartir mi experiencia de la presencia viva del Santísimo Sacramento del altar. A mi papá le habían hecho una operación del corazón muy riesgosa y además los doctores le confirmaron cáncer en la próstata. La noche que operaron a mi papá estuvo en estado de coma y lleno de sondas y aparatos, nos pasamos toda la noche en oración en el oratorio del sanatorio.
Después nos invitaron a la oración por los enfermos del domingo en El Carmen y antes de la Misa de Sanación de los domingos le hicieron una oración de sanación pues su estado era sumamente grave. Un hermano le impuso las manos a mi papá y nos pidió que nosotros hiciéramos lo mismo. Mi papá dijo que sintió un calor muy grande dentro de él, el hermano respondió que era el poder del Espíritu Santo que ya lo había sanado. A partir de ese día mi papá mejoró considerablemente y en estos momentos está completamente sano. Los médicos no saben que le pasó a su cáncer. Yo creo que realmente Jesús está presente en la Hostia consagrada pues escuchó nuestras oraciones y mi papá está completamente sanó, ya no tiene cáncer. Les invitó a creer que Jesús está vivo en el Santísimo Sacramento del altar. El poder y la misericordia de Dios son mucho más grandes de lo que nos podamos imaginar. Le doy gracias a Dios aquí en El Carmen por lo que hizo en mi familia. ¡Bendito y alabado seas Señor!
¡Gloria a Dios!
Todos los artistas tienen obras que los identifican y algunas de ellas tienen un sello particular de sus habilidades y dones. Algunos pintan la bravura o calma del mar y de verdad se ven reales. Otros pintan el rostro o cuerpo de una mujer y hacen de esto una verdadera obra de arte. Finalmente la sociedad las hace obras maestras.
Dios Padre también es artista pero el no pintó el mar, no pintó a la mujer, ¡El hizo el mar!, ¡El hizo a la mujer! Es un verdadero y real artista y como tal también tiene su Obra Maestra.
¿Sabes tú cuál es la Obra Maestra de Dios Padre?... MARIA, la Madre de su Hijo, es la obra maestra de Dios, el fruto más espléndido de la Redención.
María es lo que más parecido que existe a Jesús, nadie conoce tanto a Jesús como María. Los apóstoles anduvieron con él tres años, María vivió treinta y tres años con su Hijo, más nueve meses que lo tuvo en ese pequeño cielo que es su vientre.
María tiene los tres títulos más grandes que existen en la tierra: es hija de Dios, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo. Hija, madre y esposa y además la Iglesia la ha llamado Madre de la Iglesia y para terminar, también es tu madre pues Jesús cuando estaba en la cruz te la dejó para que las manos que lo abrazaron y acariciaron también te abracen y te acaricien cuando invoques su preciosos nombre: María...
Nosotros tenemos un dicho que dice: "Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer". Si Jesús es el hombre más grande de toda la humanidad, imagínate como debe ser la mujer que está detrás de él. Jesús partió la historia de la humanidad en dos: antes de Cristo y después de Cristo; Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. Si lo hizo con toda la humanidad ¿cómo no lo va a poder hacer contigo? Ahora tienes que ser "después de Cristo" porque él quiere llegar a ti y ser el Señor de tu vida y María te lo quiere mostrar cada día. Aprovecha este día de salud en que María intercede por tus enfermedades ante Jesús que te quiere sanar.
En todo en Evangelio María habla seis veces. Permanece en la mayoría de las circunstancias como una mujer callada que guarda todo en su corazón. Después de resucitar Jesús cuando fue llevado a los cielos, los apóstoles corrieron a buscar a María pues era lo que más se parecía a Jesús y se quedaron a vivir con ella para que les contara todo lo que había guardado en su corazón de madre. Este día María te quiere contar cuanto te ama Jesús, déjate amar por quien lo ha hecho desde antes que nacieras, te ama desde antes que hiciera el mar y las estrellas. ¡Atrévete a recibir el amor de Jesús!, esto ya lo sabes en tu cabeza pero ahora siéntelo en tu corazón.
¿Te haz imaginado a Papá Dios que le sonríe a María y ella encuentra gracia a sus ojos? María fue la llena de gracia, no la tuvo al 50 o al 75, ni siquiera al 99, fue llena de gracia, plena, total, al 100%.
Lucas nos relata que en una ocasión Jesús cuando era niño fue con María y José al Templo y él se quedó allí sin que lo supieran sus padres. Al caminar y no encontrarlo regresaron a buscarlo. Un solo día no lo vieron y tardaron tres días en encontrarlo, estaba en el Templo con los doctores de la ley. María nos enseña que hay que salir a buscar a Jesús hasta encontrarlo. No importa el tiempo que tardes en encontrarlo, tienes que hacerlo.
¿Ya encontraste a Jesús? o solo lo ves un día si y otro día no. Jesús está en la Eucaristía, en la Palabra de Dios que leemos a diario, en el hermano pobre, en el prójimo, en el marido, en la esposa, en el hijo que trae problemas. María es el camino más corto y eficaz para encontrar a Cristo.
Si se te a acabado la salud pídele a María que interceda por ti para que Jesús te la de en abundancia igual que cuando hizo tanto vino que sobró como para hacer otra boda. María sabe donde buscar y va precisamente con quien todo lo puede, con su amadísimo Jesús y le pide el vino de su Espíritu Santo. Desde que nació la Iglesia en Pentecostés, María ora, pide, intercede por nosotros para que Jesús nos mande su Santo Espíritu.
A partir de mañana estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tienen esclerosis múltiple y por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu intención por la salud de tus enfermos a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos de El Carmen a donde te invitamos a recibir lo que Jesús tiene para ti desde toda la eternidad.
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¿Pueden ustedes beber el cáliz que yo beberé?

Los evangelios no están de acuerdo sobre si eran los hijos del Zebedeo o si era la madre de éstos quien deseaba que sus descendientes estuvieran en los primeros puestos. Pero en todo caso, Mateo y Marcos nos relatan que se le pidió a Jesús que esos dos pescadores pudiesen sentarse a la dereecha ya la izquierda del Maestro, cuando llegara el Reino. A pesar de su debilidad querían sobresalir, ser reconoocidos y triunfar. ¡Qué seres tan humanos! ¡Qué cosa tan actual!
La respuesta de Jesús fue desconcertante. Él formuló una pregunta, que tarde o temprano escucha todo cristiano: ¿Pueden ustedes beber el cáliz que yo beberé? ¿Me puedes acompañar hasta la cruz? ¿Eres capaz de dar la vida? ¿Eres capaz del martirio?
La pregunta es dura y parece quitarle poesía al Evangelio. No es extraño que nosotros tratemos, por todos los medios, de esquivar esa ruta escabrosa para alcanzar la Vida.
Qué fácil es seguir al Señor en momentos de victoria, en épocas de triunfo, pero qué difícil es aceptar la derrota, beber el fracaso, subir con él a la cruz. El cristianismo nunca ha sido un camino ancho. Servir con toda el alma, dejar que los otros sean más importantes que uno, que los otros sean felices, siempre será muy duro.
El mismo Jesús sintió angustia de muerte ante ese cáliz y hubiese deseado evitado. «Aparta de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (Mc 14,36). En él firmó la fidelidad a su Padre para salvar al hombre.
El Evangelio fue, es y seguirá siendo siempre un escándalo en el mundo. Querer adaptado a las últimas modas será siempre una tentación. Es cierto que estamos llamados a inculturarlo, a encarnarlo en cada tiempo y cada circunstancia, pero eso no significa empequeñecer sus exigencias, ablandar la llamada, o vaciar el cáliz. Un cristianismo a medias no vale la pena. Él debe responder a las necesidades de este tiempo y ser sensible a las búsquedas más hondas del hombre, pero esa sensibilidad no consiste en adaptarlo al mundo. Se trata de proponer un nuevo camino.
¿Cómo entender el Evangelio frente al mercado y su competencia; frente a la doctrina de la seguridad nacional; frente al desarrollo, al bienestar material, al estudio especializado y a tantos desafíos de la vida moderna? El mensaje no nos aparta del verdadero progreso humano, pero nos invita a situamos de tal manera que jamás ese progreso nos encierre en nosotros. El desarrollo no debiera apartarrnos del hermano o de Dios.
La radicalidad no consiste en la rigidez ni en la dureza de las reglas, sino en una invitación a darlo todo. Precisamente porque el cristiano debe estar dispuesto a morir y a dar la vida, ha de ser capaz de ser comprensivo, cercano, indulgente y humano. Así fue Jesús. Porque hay que dado todo, no es posible ser mezquinos ante nadie. El verdadero profeta no es un ser amargado que encuentra todo malo o que lanza siempre amenazas y reprensiones... Es el profeta el que revela en cada momento el querer de Dios; el que vive para los demás y para el Señor.
Qué fácil es que con el tiempo el cristianismo se connvierta en religión de los que piensan bien, de los bien adaptados. Nos las hemos arreglado para convertir la cruz en un signo de buena crianza. Pocos recuerdan lo que realmente significa y lo que ella fue para Jesús. No podemos ocultar que es un escándalo al que Pablo llamó locura y necedad... pero que, a la vez, es fuerza de salvación y sabiduuría de Dios. ¿Puedes beber ese cáliz?
Por una extraña paradoja, ese cáliz es también signo de alegría y fraternidad. Con el salmista «levantamos el cáliz de nuestra salvación e invocamos el nombre de Yahveh» (Salmo 116, 13).
Sentarse a compartir el cáliz es imagen del Reino, es signo de la verdadera hermandad y será memorial del misterio de nuestra fe para siempre. El cáliz alegra el corazón del hombre. Aquí está el misterio del cristianismo: el que da la vida la gana. El que recibe al Señor da su vida con él. El que muere por los demás resucita a la vida eterna. El que llora tiene una risa más limpia y más profunda.
Sólo el grano de trigo que se deshace es fecundo en espigas y gavillas. Por eso la fe cristiana es fuente de muchas esperanzas y da una paz que el mundo no puede dar. Uno entiende estas dos dimensiones del cáliz, recordando una frase de san Ignacio que decía a un novicio que «para ser siempre feliz, hay que ser siempre humilde».
¿Somos capaces de vivir a fondo la humildad y el camino que siguen los humildes? Es bueno que hoy tratemos de responder con nuestra vida al Señor que vuelve a preguntamos: ¿Son capaces de beber el cáliz que yo beberé?
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¿Por qué existen ganadores y perdedores?

Existen dos estrategias: una para ganar un combate y otra para perderlo. Cada uno puede escoger la que le convenga, con la seguridad de que ambas funcionan perfectamente; tanto, que podemos vencer enemigos más poderosos o perder frente a contrincantes más débiles.
Nosotros vamos a conocer ambas técnicas: La de David, para aprender a atacar (1Sam 17) y ganar a enemigos más poderosos. La de Sansón, para saber defendernos (Jue 13-16) y no caer derrotados ante enemigos más débiles.
Luego viajaremos hasta Jericó para descubrir a qué se debe que en la misma batalla unos ganan y otros pierden (Jos 6). Cómo David Venció un ENEMIGO más poderoso
Goliat era un gigante, quien con su armadura parecía un poderoso e invencible carro blindado, que hasta la tierra temblaba a sus pies. Por cuarenta días el orgulloso filisteo desafió al ejército del rey Saúl (1Sam 17): Escojan un hombre y que baje contra mí: 1Sam 17,8.
Más tarde el orgulloso filisteo insiste en que sea un hombre quien luche contra él (Jue 17,10). Nadie osaba enfrentarlo, pues todos le tenían miedo y huían despavoridos de su presencia. El joven David reacciona ante la humillación de su pueblo y asegura al rey Saúl: Que nadie se acobarde por ése. Tu siervo irá a combatir con ese filisteo: 1Sam 17,32.
La victoria de David no radica en su fuerza, ni siquiera en su honda de pastor, sino en la táctica que usa para derrotar al poderoso enemigo. La Palabra de Dios precisa la estrategia: David escogió cinco piedras lisas del torrente, y las puso en su zurrón de pastor y con su honda en la mano se acercó al filisteo: 1Sam 17,40.
Aquí están esas cinco piedras con las que podemos emprender la batalla y que pueden darnos la victoria:
Primera piedra: seguridad en sí mismo y toma la iniciativa. YHWH que me ha librado de las garras del león y del oso, me librará de la mano de ese filisteo: 1Sam 17,37.
Tiene la experiencia de haber derrotado al leoncillo y al oso del desierto. En otras palabras, se siente vencedor. Por tanto, sabe que puede batir a cualquier enemigo. Ni se acobarda ni tiene miedo ante el poderoso. Decide enfrentar al enemigo, pues mientras se huya de él, seguirá asolando las tropas de su pueblo. David está seguro de sí mismo. Su estatura, edad o armas son secundarias. Cuenta con lo esencial para el combate.
Por tener seguridad en sí mismo toma la iniciativa. No espera que Goliat salga al campo de batalla. Enfrenta al enemigo, pues sabe que va a ganar. Él es el primero: Se acercó al filisteo: 1Sam 17,40.
Segunda piedra: luchó con las propias. El rey Saúl comprende que se trata de una lucha desigual, pues David es apenas un muchacho. Mandó Saúl que vistieran a David con sus propios vestidos, y le puso un casco de bronce en la cabeza y le cubrió con una coraza. Ciñó a David su espada sobre su vestido. Intentó David caminar, pues aún no estaba acostumbrado, y dijo a Saúl: “No puedo caminar con esto, pues nunca lo he hecho”. Entonces se lo quitaron: 1Sam 17,38-39.
Saúl dispuso que armaran a David, pero el joven pastor no podía ni caminar con tanto peso. No quiere luchar con armas ajenas, sino con las suyas propias, que no son armas sofisticadas ni superiores a las de su enemigo. Eran las más sencillas de su propio ambiente normal.
Nadie puede vencer en el campo de la vida con los carismas, temperamento o cualidades de otro. Cada uno debe identificar cuáles son las cinco mejores fuerzas que tiene para luchar.
Tercera piedra: no se deja intimidar. Cuando los dos contendientes estuvieron frente a frente, se libró la primera batalla: la guerra sicológica. El gigante presumía con soberbia su superioridad, mientras que David proclamaba ya su victoria.
Goliat se sintió defraudado cuando vio a su contrincante. No era un hombre fuerte y armado como él lo esperaba, sino apenas un muchacho. Entonces reclamó: ¿Acaso soy un perro, pues vienes contra mí con palos? Y maldijo a David: 1Sam 17,43.
Goliat lo despreció, pero David no se dejó despreciar. El gigante quiso devaluar su autoestima, pero el pastor de Efratá no lo consintió. Lo maldice, pero el joven rubio y apuesto sabe dónde radica su fuerza y no se deja intimidar por las palabras del enemigo. Al contrario, cobra más valor y proclama su victoria desde antes de entrar en batalla: ¡Hoy mismo te entrega YHWH en mis manos. Te mataré y te cortaré la cabeza, y entregaré hoy mismo tu cadáver y los cadáveres del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra, y sabrá toda la tierra que hay Dios para Israel… porque de YHWH es el combate y los entrega en nuestras manos!: 1Sam 17,46-47.
David está seguro que ese preciso día, no otro posterior, derrotará al enemigo, y hasta vislumbra con toda claridad lo que va a hacer con él. Pinta y dibuja con detalles concretos la victoria que va a obtener. Además es curioso que afirma que le cortará la cabeza cuando ni espada tiene. Este punto es muy importante: ver en nuestra imaginación el final de la batalla que ya ha sido ganada, y no como algo que va a suceder en el futuro. Dos veces repite, “Hoy mismo”.
Cuarta piedra: una motivación poderosa. Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en nombre de YHWH Sebaot, Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado: 1Sam 17,45.
David no busca ningún prestigio personal. No pretende ser reconocido ni famoso. Su única motivación es el Nombre mismo de Dios. Sabe que el combate es de YHWH. Cuando se tiene motivación suficiente se es capaz de enfrentar lo inaudito.
Quinta piedra: hacerlo bien a la primera vez. Se levantó el filisteo y fue acercándose al encuentro de David; se apresuró David, salió de las filas y corrió al encuentro del filisteo: 1Sam 17,48.
David escogió entonces la primera piedra, la apretó en su mano, la colocó luego en su honda y con puntería magistral la asestó en medio de la frente del filisteo, que cayó de bruces al suelo; sin siquiera tener tiempo para sacar su terrible espada y defenderse, ni menos de atacar.
Lo hizo perfecto a la primera vez. Es más fácil hacer las cosas bien desde el inicio, que enmendar los errores después. El tiempo es un factor determinante en toda batalla, por lo que es imperativo aprovechar la primera oportunidad, porque puede ser la decisiva.
La torre Eiffel de París está construida con 18,038 piezas de hierro forjado. Después de 100 años apuntando hacia el cielo, ninguna parte ha sido cambiada ni jamás ha sido reforzado ninguno de sus 2,500,000 remaches... La hicieron bien a la primera vez.
Cuando se relata que atestó el golpe en la cabeza. Allí es donde primeramente hay que debilitar al enemigo; sus pensamientos para horadar su confianza.
Entonces David sacó la espada del filisteo y con ella le cortó la cabeza, tal y como lo había predicho. Realizó aquello que había previsto en la fe.
David nos ha mostrado la estrategia para vencer adversarios más fuertes y grandes que nosotros. Si usamos las cinco piedras del pastor de Belén, nosotros podremos vencer a cualquier enemigo que se nos presente, por más poderoso que sea.
David ganó a un adversario más poderoso porque supo escoger sus propias armas. Con nuestras propias armas y no con las ajenas podemos vencer enemigos más poderosos que nosotros mismos. Sólo tenemos que usar nuestras cinco piedras que nos dan la victoria.
Tal vez lo más humillante para Goliat no fue la derrota, sino quién lo venció: aquél a quien nunca valoró; aquél a quien hasta despreció, que nunca creyó que pudiera enfrentarlo.
Meditación de Goliat. Era invencible. Yo lo sabía. Los demás me temían. Nadie osaba enfrentarme. En aquella ocasión que desafié al ejército de Israel y pedí que si entre ellos había un hombre fuerte y valiente, armado y decidido, se enfrentara conmigo al día siguiente. En el fondo de mí mismo sabia que nadie aceptaría el reto.
Al salir con mi gruesa armadura. A mi paso temblaba la tierra. Tenía un yelmo de bronce y una coraza de escamas de acero. Mis piernas estaban protegidas con hojas de metal. Levanté mi jabalina y grité para acobardar al posible contrincante. Yo imaginaba un gran hombre blindado para defenderse. Sin embargo, era apenas un muchacho, un pastor con un zurrón, una honda y mucha decisión en su mirada.
Yo me decepcioné. Yo esperaba a alguno de mi estatura, que estuviera armado con espada forjada y escudo para defenderse de mi certera jabalina, pero venia vestido de pastor... En ese momento me desmoralicé, pues no era necesario usar todas mis fuerzas. Ganar a un niño no era una victoria que valiera la pena. Entonces lo desprecié y lo maldije.
El joven me miraba con decisión, metió su mano en el zurrón, acarició una de las piedras. Yo me le seguí acercando, pero él no retrocedía. La honda zumbaba con el viento y cada vez la agitaba con más fuerza. Yo me reía de su ingenuidad, pues yo estaba blindado por entero, sólo mi frente descubierta, mirando al sol.
Y mientras me burlaba de sus armas, una piedra se hendió en mi frente y caí de bruces, soltando mi espada. Caí humillado a sus pies, ante el alboroto de los hebreos y el asombro de los filisteos. Me quise levantar, pero me desangraba profusamente por la herida y mi armadura me pesaba más que nunca.
Lo que más me dolió fue perder contra un joven que no llevaba ni armadura, ni espada, ni escudo ni yelmo; alguien a quien desprecié, que jamás pensé pudiera hacer cosa alguna.
El joven tiró al suelo su honda con cuatro piedrecillas que no fueron necesarias; tomó mi propia espada, se acercó con decisión, la levantó con sus dos manos y de lo demás ya no supe.
Mi problema fue que menosprecié al enemigo pequeño. No valoré su poder por mi presunción, y me dejé llevar por las apariencias. Me creí invencible delante de alguien que su espada era el honor de su pueblo y su escudo la protección de su Dios.
A partir de mañana estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tienen esclerosis múltiple y por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos.
Si deseas las seis columnas semanales diferentes que se publican los domingos en los tres principales diarios de Morelia, localízalas en Blogger: jesusestavivoenmorelia.blogspot.com y en Twitter: twitter.com/jesusestavivo Si quieres recibirlas cada ocho días en tu correo, haz click en el cuadro naranja y automáticamente las tendrás. Hoy y todos los domingos en la Z radio, 96.3 FM y 1340 AM, “La Palabra” cuarenta y cinco minutos en comunicación con Jesús vivo que sigue sanando a los más necesitados que creen que él tiene todo el poder en los cielos y en la tierra. Visita nuestra página web: www.jesusestavivo.org.mx y vive los 203 videos de misas, evangelización y testimonios de sanación de lo que Jesús hace hoy en su Morelia.
¡Alabado sea Jesucristo!
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miércoles, 20 de enero de 2010

Cáncer destruido por el Artista por excelencia

El domingo pasado, antes de la oración por la salud de los enfermos nuestra hermana Susy nos pidió oración por ella pues padece una enfermedad incurable para el hombre. Hace dos meses su papá fue sanado de cáncer por Jesús Eucaristía en el templo de Nuestra Señora de El Carmen aquí en Morelia. Al ver los prodigios que está haciendo Jesús hoy día también ella se quiere abandonar en las manos de Jesús que está vivo en y con nosotros. Esto fue lo que dijo: Quiero compartir mi experiencia de la presencia viva del Santísimo Sacramento del altar. A mi papá le habían hecho una operación del corazón muy riesgosa y además los doctores le confirmaron cáncer en la próstata. La noche que operaron a mi papá estuvo en estado de coma y lleno de sondas y aparatos, nos pasamos toda la noche en oración en el oratorio del sanatorio.
Después nos invitaron a la oración por los enfermos del domingo en El Carmen y antes de la Misa de Sanación de los domingos le hicieron una oración de sanación pues su estado era sumamente grave. Un hermano le impuso las manos a mi papá y nos pidió que nosotros hiciéramos lo mismo. Mi papá dijo que sintió un calor muy grande dentro de él, el hermano respondió que era el poder del Espíritu Santo que ya lo había sanado. A partir de ese día mi papá mejoró considerablemente y en estos momentos está completamente sano. Los médicos no saben que le pasó a su cáncer. Yo creo que realmente Jesús está presente en la Hostia consagrada pues escuchó nuestras oraciones y mi papá está completamente sanó, ya no tiene cáncer. Les invitó a creer que Jesús está vivo en el Santísimo Sacramento del altar. El poder y la misericordia de Dios son mucho más grandes de lo que nos podamos imaginar. Le doy gracias a Dios aquí en El Carmen por lo que hizo en mi familia. ¡Bendito y alabado seas Señor!
¡Gloria a Dios!
Todos los artistas tienen obras que los identifican y algunas de ellas tienen un sello particular de sus habilidades y dones. Algunos pintan la bravura o calma del mar y de verdad se ven reales. Otros pintan el rostro o cuerpo de una mujer y hacen de esto una verdadera obra de arte. Finalmente la sociedad las hace obras maestras.
Dios Padre también es artista pero el no pintó el mar, no pintó a la mujer, ¡El hizo el mar!, ¡El hizo a la mujer! Es un verdadero y real artista y como tal también tiene su Obra Maestra.
¿Sabes tú cuál es la Obra Maestra de Dios Padre?... MARIA, la Madre de su Hijo, es la obra maestra de Dios, el fruto más espléndido de la Redención.
María es lo que más parecido que existe a Jesús, nadie conoce tanto a Jesús como María. Los apóstoles anduvieron con él tres años, María vivió treinta y tres años con su Hijo, más nueve meses que lo tuvo en ese pequeño cielo que es su vientre.
María tiene los tres títulos más grandes que existen en la tierra: es hija de Dios, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo. Hija, madre y esposa y además la Iglesia la ha llamado Madre de la Iglesia y para terminar, también es tu madre pues Jesús cuando estaba en la cruz te la dejó para que las manos que lo abrazaron y acariciaron también te abracen y te acaricien cuando invoques su preciosos nombre: María...
Nosotros tenemos un dicho que dice: "Detrás de cada gran hombre hay una gran mujer". Si Jesús es el hombre más grande de toda la humanidad, imagínate como debe ser la mujer que está detrás de él. Jesús partió la historia de la humanidad en dos: antes de Cristo y después de Cristo; Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. Si lo hizo con toda la humanidad ¿cómo no lo va a poder hacer contigo? Ahora tienes que ser "después de Cristo" porque él quiere llegar a ti y ser el Señor de tu vida y María te lo quiere mostrar cada día. Aprovecha este día de salud en que María intercede por tus enfermedades ante Jesús que te quiere sanar.
En todo en Evangelio María habla seis veces. Permanece en la mayoría de las circunstancias como una mujer callada que guarda todo en su corazón. Después de resucitar Jesús cuando fue llevado a los cielos, los apóstoles corrieron a buscar a María pues era lo que más se parecía a Jesús y se quedaron a vivir con ella para que les contara todo lo que había guardado en su corazón de madre. Este día María te quiere contar cuanto te ama Jesús, déjate amar por quien lo ha hecho desde antes que nacieras, te ama desde antes que hiciera el mar y las estrellas. ¡Atrévete a recibir el amor de Jesús!, esto ya lo sabes en tu cabeza pero ahora siéntelo en tu corazón.
¿Te haz imaginado a Papá Dios que le sonríe a María y ella encuentra gracia a sus ojos? María fue la llena de gracia, no la tuvo al 50 o al 75, ni siquiera al 99, fue llena de gracia, plena, total, al 100%.
Lucas nos relata que en una ocasión Jesús cuando era niño fue con María y José al Templo y él se quedó allí sin que lo supieran sus padres. Al caminar y no encontrarlo regresaron a buscarlo. Un solo día no lo vieron y tardaron tres días en encontrarlo, estaba en el Templo con los doctores de la ley. María nos enseña que hay que salir a buscar a Jesús hasta encontrarlo. No importa el tiempo que tardes en encontrarlo, tienes que hacerlo.
¿Ya encontraste a Jesús? o solo lo ves un día si y otro día no. Jesús está en la Eucaristía, en la Palabra de Dios que leemos a diario, en el hermano pobre, en el prójimo, en el marido, en la esposa, en el hijo que trae problemas. María es el camino más corto y eficaz para encontrar a Cristo.
Si se te a acabado la salud pídele a María que interceda por ti para que Jesús te la de en abundancia igual que cuando hizo tanto vino que sobró como para hacer otra boda. María sabe donde buscar y va precisamente con quien todo lo puede, con su amadísimo Jesús y le pide el vino de su Espíritu Santo. Desde que nació la Iglesia en Pentecostés, María ora, pide, intercede por nosotros para que Jesús nos mande su Santo Espíritu.
A partir del próximo lunes, 1 de febrero, estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tienen esclerosis múltiple y por ti que está leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos.
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Sanando cáncer

El Evangelio es la persona de Jesucristo. La Buena Noticia es que "tanto te amó Dios a ti, que estás leyendo este mensaje, que te envió a su Hijo Único, no para condenarte sino para salvarte por él". La Buena Noticia no es algo, sino Alguien: Jesús, que dio su vida por ti, pero al tercer día resucitó de entre los muertos y está vivo para nunca más morir. Así pues, su persona misma es el mensaje del gran amor de Dios para contigo, que aun siendo pecador, entregó a su Hijo a la muerte, para que si crees en él tengas vida. La Buena Noticia que da esperanza a cualquier situación o circunstancia, es que la muerte ha sido vencida por la resurrección de Jesús.
Si Jesús no hubiera pronunciado ningún discurso, o los evangelistas no hubieran grabado ninguna de sus enseñanzas, no por eso se devaluaría el mensaje central: él es la Palabra y su estilo de vida misma es el mensaje más grande y fundamental.
El Evangelio sigue siendo el mismo y lo será siempre. Aunque viniera un ángel del cielo y anunciara un Evangelio distinto a éste, sería falso y anatema, según la fuerte expresión de Pablo. (Gal 1,7-9) Así pues necesitamos de una Nueva Evangelización que debe ser nueva en su ardor.
Nadie puede tener ardor por la evangelización, si antes no ha tenido su encuentro cara a cara con Jesús resucitado. La razón es muy sencilla: la palabra ardor viene de arder y sólo podemos arder si estamos frente al fuego del Espíritu de Cristo resucitado. Los corazones de los discípulos de Emaús ardían cuando Jesús mismo les explicaba las Escrituras, y por eso regresaron a toda prisa a Jerusalén a dar testimonio de lo que les había sucedido por el camino.
Para renovar el ardor se necesita volver al primer amor, aquel que nos sedujo y nos hizo entregarnos sin condiciones a Jesús. Sólo de esta manera estaremos dispuestos a cumplir nuestra misión profética, por más amarga o difícil que parezca. Si nuestro corazón está ardiendo de amor por Jesucristo, nuestra boca proclamará necesariamente su mensaje de salvación y nuestra vida será un reflejo de la suya. El predicador, más que tener teorías y doctrinas sobre Jesús, debe tenerlo a él en su corazón. Por esta razón el Papa Pablo VI decía que el mundo de hoy necesita más de testigos que de maestros. Nuevos evangelizadores, incendiados por el fuego del Espíritu; testigos que no repitan lo que leyeron o estudiaron, sino que no puedan dejar de hablar de lo que han visto y oído. Que se les note que están llenos del Espíritu. Que el siguiente testimonio haga que ardas del deseo de tener a Jesús cara a cara y frente a frente.
Hace tres años nuestra hermana Laura pidió oración para que su hija Claudia que tenía una lesión cancerosa en el cuelo de su matriz sanara, además pidió que si Dios quería, le regalara un niño.
Esto fue lo que nos dijo Laura en la oración del pasado domingo: hace tres años vine exactamente a esta reunión de oración, venía muy necesitada de hablarle al Señor Jesús que está presente aquí. En ese tiempo mi hija estaba recién casada y no se podía embarazar porque tenía una lesión cancerosa en el cuello de su matriz. La persona que dirigía la oración nos pidió a todos que subiéramos e hiciéramos un círculo en el lugar donde estaba Jesús Eucaristía. Además nos dijo que pusiéramos en las llagas de Jesús todo aquello que nos preocupa, todo aquello que quisiéramos que Cristo nos remediara. Yo empecé a pensar en mi hija y en su esposo. Nunca había tenido a Jesús tan cerca de mí mirándolo en la sagrada Eucaristía. En ese momento el Señor me regaló ver un aro de luz, más bien de fuego que no me lastimaba los ojos. Así seguía viendo la Hostia consagrada y a mi hija en el centro tomada de la mano de su esposo. Ese día experimenté un agradable calor en todo mi cuerpo. Cuando salíamos de la iglesia una persona tocándome el hombro me dijo: “un día regresarás con tu hija y van a traer dos niños de ella y su marido”. Llegué a pensar que mi hija tendría gemelos, pero no fue así, aunque se llevan poco tiempo uno del otro. Aquí están los dos niños, Víctor de dos años y Juan Pablo de uno. La abuelita nos mostró a los dos pequeños y toda la comunidad en una sola alabanza dijo: ¡Gloria a Dios!
También, Claudia que es la mamá de los dos niños, agradeció a Jesús que está vivo en la Eucaristía y dijo: en ese entonces me iban a hacer una intervención para poder tener hijos pero gracias a Dios no me la hicieron y hasta la fecha me siento perfectamente bien. Aquí estamos ¡dándole gracias a Jesús!, a la mejor un poco lentos, pero con los dos pequeños. De nuevo la comunidad explotó en otro: ¡Gloria a Dios! Pasaron tres años para que Claudia diera testimonio de su sanación, pero valió la pena porque ahora la familia entera arde de amor y asiste y da gloria a Dios por lo que hizo en ellos.
A partir del próximo lunes, 1 de febrero, estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tienen esclerosis múltiple y por ti que está leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos.
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Yo soy Jesús a quien persigues

Jesús perseguido quiere perdonar, viene al que ha pecado y se arrepiente de sus culpas, para enseñarle a amar y a acoger su salvación.
"Yo soy Jesús a quien tú persigues", contesté a Pablo cuando, cegado por el resplandor del cielo, al ir a Damasco, cayó en tierra; y asombrado al oír su nombre, me preguntó: ...¿Quién eres tú, Señor?" En el instante que escuchó quién era Yo, replicó: «¿Qué quieres que haga?", qué bello ejemplo de correspondencia inmediata te señalo hoy.
A ti te he circundado de resplandores del cielo, al hacerte contemplar mi doctrina. También muchas veces has caído a mis pies contrito y humillado al ver tus pecados e ingratitudes. Has escuchado en el fondo de tu ser mi voz que te ha dicho: Mira, tú me persigues siendo soberbio, sensual, envidioso, murmurador, avariento, perezoso, colérico, etc.
Esas actitudes hieren al prójimo, te lastiman a ti y a mi Corazón, cuya esencia es la caridad.
¿Por qué me persigues en tus hermanos? ¿Por qué me persigues rechazando el mandamiento del amor? ¿Qué te he hecho, sino beneficios? ¿Por qué me desprecias y te avergüenzas ante los hombres de pertenecerme? ¿Por qué la ambición, el odio y la venganza, la indiferencia y tantas cosas, que sólo tú y Yo sabemos, lastiman mi Corazón, cuyo único crimen es el de amarte?
¿Por qué me espinas con tus tibiezas; por qué me desechas con tus respetos humanos; por qué prefieres la tentación a mi gracia; por qué te buscas a ti mismo, te detienes en propias complacencias, empañas tu ser con la vanagloria y me crucificas con tus malos ejemplos? ¿Por qué me persigues? ¿Por qué?
¿Qué he podido hacer por ti que no lo haya hecho? ¿No te he dado el ser, el alimento, la alegría, la salud, los dones naturales, los dones de la gracia, los de la gloria, la Redención, los Sacramentos y mi Sangre y mi Cuerpo en la Eucaristía para que borren todos tus pecados? ¿Por qué, entonces, ese lujo de ingratitudes para con este Corazón amante que se dejó traspasar por ti?
Mi vida, mis méritos y mi muerte fueron por ti; y mi gloria, mis eternos premios serán para ti. ¿Verdad que ya no me perseguirás en adelante?
Así lo deseo, hijito, a quien cubro de perdones y misericordias. Basta un acto, por breve que sea, de sincero arrepentimiento, para que Yo olvide cien años de persecución y de horrendos crímenes. Soy el Dios de amor y estoy más pronto a perdonarte que una madre a librar del fuego a su hijo. No temas, y acércate con entera confianza. Si te he enumerado tus pecados, ha sido para cubrirlos después con las misericordias mías y lavarlos con mi Sangre.
Ven, pues, oveja descarriada, que soy tu Padre, que soy tu Pastor, que soy tu Jesús a quien has perseguido, pero a quien amarás de hoy en adelante con todas tus fuerzas. Ven arrepentido a mí.
Jesús, abre mis ojos como los de Saulo y dame una guía que dirija mi vida. Enséñame la ley del amor; desde el fondo de mi miseria, te digo, lleno de confianza en ti: ¿Señor, qué quieres que haga?
Maestro bueno, enséñame tus caminos. "Crea en mí un corazón puro, y renueva cada día en mis entrañas un espíritu que me lleve a ti". Me pongo en tus manos, como pobre instrumento, lleno de celo y ardor para extender tu Nombre, para hacer que el mundo te conozca, para anunciarte a todos los corazones, para dar mi sangre y mi vida por ti.
¡Alabado sea Jesucristo!
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A ejemplo de Jesús

En cuatro momentos brilló con esplendor el perdón otorgado por Jesús. El primero fue con ocasión de un viaje desde Galilea hacia Judea. Entre ambas regiones quedaba Samaria, cuya población no era afecta a los judíos. Los discípulos entraron en una aldea samaritana para prepararle al Señor el hospedaje necesario, pero cuando los pobladores se dieron cuenta de que eran peregrinos judíos no los quisieron recibir.
Entonces dos de los discípulos, Santiago y Juan, quisieron vengar el agravio y le preguntaron a Jesús si debían ordenar que con fuego del cielo quedara reducida a cenizas esa aldea. Pero Jesús les reprochó su actitud y les recordó que él no había venido a condenar sino a salvar a la gente.
Eso nos lo cuenta el evangelista Lucas en el capítulo noveno de su evangelio, (51-56) y como para demostrar que el perdón era total, en el capítulo siguiente transcribe la parábola del Buen Samaritano (10,25-37) y más adelante habla de un leproso samaritano que reconoció a Jesús como Señor y lo adoró. (17,11-19) Juan reproduce el diálogo de Jesús con una mujer samaritana, a la que perdona su actitud insolente que rehúsa darle de beber y la convierte en mensajera de su evangelio, (4,3-43) y también nos dice que los judíos insultaban a Cristo diciendo que era samaritano. (8,48)
El segundo episodio del perdón que otorgó el Señor sucedió al principiar la pasión. Cristo había recomendado a sus discípulos que estuviesen preparados para la prueba. Entre las comparaciones que había usado estaba esta: "el que no tiene espada, que venda su capa y compre una". Los discípulos, tomando a la letra la Palabra del Señor, le respondieron: "aquí hay dos espadas", pero El cortó la conversación. (Lc 22, 36-38)
Cuando llegó el momento en que los soldados iban a aprehender a Jesús, preguntaron los discípulos: "¿heriremos a espada?", y Pedro agrediendo a uno de los siervos del Sumo Sacerdote le cortó la oreja derecha. El herido se llamaba Malco, (Jn 18,10) y era pariente del criado de Anás, que reconoció a Pedro la noche de la prisión de Cristo. Al ver herido a Malco, Jesús, en vez de vengarse, le toco la oreja y lo sanó. (Lc 22,51)
El tercero fue con motivo de la negación de Pedro. Esta negación había sido prevista por el Maestro, y vaticinada al apóstol a pesar de sus vehemencias protestas. Llegado el momento anunciado el apóstol se empeñó en decir: "No conozco a ese hombre, nada tengo que ver con él". Era como si dijese: ese hombre murió para mí, su amistad me deshonra, preferiría no haberlo encontrado en el camino de mi vida.
Jesús, que estaba preso, debió sentirse abandonado, despreciado por aquél hombre a quien había dicho un día: "Sobre ti edificaré mi Iglesia". Sin embargo nada le dijo. Solamente lo miró. Pero esa mirada debió ir cargada de tanto amor y de tanto perdón, que provocó una respuesta de lágrimas. Eran los ojos de Cristo hablando con los ojos de Pedro.
Después de la resurrección Jesús no hizo reproches a Pedro. Sólo le preguntó por tres veces si lo amaba. Era un baño de amor para curar las heridas de la traición. De seguro que si hubiera encontrado amor y no desesperó, también a Judas lo hubiera sanado Cristo con su perdón.
El cuarto episodio en donde Jesús perdonó a quienes lo ultrajaron fue durante la agonía en la cruz, cuando exclamó: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen". (Lc 23,24)
Cuando Jesús estuvo ante Pilato había dicho que quienes lo habían entregado a las autoridades romanas tenían peor pecado que éstas, (Jn 19,11) pero ya en la cruz quiere exonerar a sus acusadores y a sus verdugos de toda culpa; casi que los declara inocentes.
Esta oración perdonadora de Jesús es tan maravillosa que, varios siglos antes de que se profiriera, ya Dios la había revelado en uno de los poemas del profeta Isaías, que dice: "Indefenso se entregó a la muerte y con rebeldes fue contado. Llevó el pecado de muchos e intercedió por los rebeldes". (53,12) La tradición cristiana recordó siempre con admiración esas palabras del Maestro.
Pedro, al predicar en Jerusalén, dijo "ya se yo, hermanos, que obrasteis por ignorancia". (Hech 3,17) Pablo, anunciando el Evangelio en Antioquía de Prisidia, exclamó: "Los habitantes de Jerusalén y sus jefes cumplieron, sin saberlo, las Escrituras... y sin hallar en Él ningún motivo de muerte pidieron a Pilato que lo hiciera morir" (Hech 13,27-28) y el mismo apóstol escribió a sus discípulos de Corinto estas palabras: "de haber conocido la sabiduría de Dios, no hubieran crucificado al Señor de la Gloria". (1Cor 2,8)
Esa declaración de inocencia para quienes atentaron contra la vida de Jesús y el perdón que éste dio sólo se explican por el amor grande de Cristo por los hombres.
Romano Guardini decía que "el perdón es el amor cuando se encuentra con la culpa". En realidad, para poder perdonar se necesita saber amar.
Una vez a una mujer rencorosa que afirmaba, para justificar sus resentimientos: "yo no puedo perdonar sino a los que amo", alguien le respondió: "entonces ame a todo el mundo, como manda Jesús". En realidad, los cristianos debemos amar a todos los hombres, y si excluimos a uno solo de nuestro amor, es señal de que no tenemos el Espíritu Santo. Debemos amar a todos sin excepción, porque todos los hombres son hermanos nuestros, hijos del mismo Padre, llamados al mismo destino y escogidos, como nosotros, para ser sacramento de la presencia de Jesús. Si aprendemos a amar, aprendemos a perdonar, porque "el amor no toma en cuenta el mal". (1Cor 13,5)
A veces costará tanto dar el perdón que quien lo otorga creerá quebrantar algo íntimo de su ser. Eso es cierto. El que ama debe morir a sí mismo, para que vivan los demás. El que perdona debe también morir a su orgullo, a su rencor, a su obstinación, lo que no siempre será fácil, por el contrario, con frecuencia será un morir en el dolor. Será como el morir de Cristo que parecía querer atarse de sufrimiento, pero que lograba perdonar. Será como el morir de Esteban, que se doblegaba bajo los golpes de las piedras mientras decía: Señor, no les tengas en cuenta este pecado". (Hech 7,60)
Esa es la oración que puede decir todo cristiano, diariamente, al morir a su orgullo, a su ira, a su egoísmo, y también la que puede decir al pasar de este mundo al Padre: Señor, me entrego a ti, me pongo en tus manos. Me duele tanto superar mis puntos de vista y mi orgullo; me lastiman los actos y palabras de quienes han sido injustos conmigo, pero quiero asemejarme a ti, y hacer morir en mí los vicios y concupicencias, quiero participar de tu pasión y de tu muerte. Quienes me han hecho sufrir no sabían lo que hacían. No los culpo, los declaro inocentes de cuanto hicieron, los perdono de todo corazón; quiero olvidar cuanto a causa de ellos he vivido, no porque ellos así lo merezcan, sino porque tú, Cristo crucificado, lo mereciste para ellos y para mí. Amén.
Esteban fue un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, de gracia y de poder, y realizador de signos y señales. (Hech 5,5-8) Como sus enemigos, que eran los de Cristo, no podían resistir a su sabiduría y al Espíritu con que hablaba sobornaron acusadores que le hicieron apresar. Esteban se defendió ampliamente ante el Sanedrín, pero al oírlo los sanedritas se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él. Y luego, cuando le escucharon proclamar que Jesús estaba a la derecha de Dios, le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. (Hech 7,54,58)
Para lanzar las piedras con mayor vigor los verdugos se despojaron de sus vestidos y los colocaron a los pies de un joven llamado Saulo, que aprobaba esa muerte. (Hech 7,58; 8,1)
Esteban, con una muerte parecida a la de Cristo, puesto de rodillas, oraba diciendo: "Señor, no les tengan en cuenta este pecado". (Hech 7,60)
San Agustín comenta así ese martirio: "¿Por qué se puso de rodillas? Porque sabía que estaba orando por criminales y cuanto peores eran ellos, tanto más difícil de ser escuchado. El Señor dijo, cuando pendía de la cruz: Padre, perdónalos; Esteban, de rodillas bajo la lluvia de piedras: Señor, no les imputes este pecado. Como buena oveja siguió las huellas de su pastor; como buen cordero siguió al Cordero, cuya sangre quitó el pecado del mundo"... "Decía: Señor no les imputes este pecado. ¿Crees que Saulo escuchó estas palabras? Las escuchó pero se rió de ellas; y, sin embargo, caía dentro de la oración de Esteban. Todavía caminaba él a la muerte, pero ya estaba siendo escuchada la oración de Esteban por él"... "Saulo iba lleno de furor, como lobo al redil, a los rebaños del Señor, pero el Señor le dijo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Lobo, Lobo, ¿por qué me persigues al cordero? Despójate de tu ser de lobo, conviértete en oveja y luego en pastor".
Saulo fue el apóstol Pablo. La oración de Esteban le obtuvo perdón y que no se le imputaran sus pecados. Esteban perdonando de rodillas logró que el perseguidor se hiciera predicador. Como Esteban había aprendido la lección que dio Jesús desde su cátedra del Calvario, nos pudo enseñar que todo cristiano debe morir perdonando, que eso es posible, que no sólo lo hizo el Hijo de Dios sino un servidor de las mesas y de la Palabra.
¡Alabado sea Jesucristo!
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¿Me amas?

No hay pregunta más simple y tal vez ninguna más hondamente humana y más fundamental que la pregunta con que Jesús se despidió de Pedro: ¿Tú me amas? Es una pregunta que va al fondo y exige la verdad.
Todo hombre ha hecho esta pregunta a la persona con la que quiere compartir la vida sabiendo que de la respuesta depende el curso de su existencia. ¿Me amas?. Ahí no hay lugar para la táctica o la estrategia.
Jesús no preguntó a su apóstol cuánto había entendido, ni cuál era su capacidad de trabajo, sino cuál era la hondura de su amor. Sólo cuando estuvo seguro de que ese amor era sólido, pudo confiar definitivamente su obra a la debilidad humana. «Apacienta mis corderos».
Porque Jesús reconoció que Pedro de verdad lo amaba, confió en él; le dio la misión de confirmar a sus hermanos. Sobre sus débiles fuerzas de hombre, convertidas en roca, el Maestro edificó su Iglesia; y simbólicamente a él, como cabeza, le entregó las llaves que abren y cierran las puertas de la vida.
La prudencia, sin embargo, hubiese aconsejado desconfiar. Pedro había conocido la traición. El temor pudo paralizar en un momento todos sus sueños; había negado a quien amaba. Todo pareció entonces terminado.
En esa circunstancia Jesús quiso ir al fondo de las cosas. Hizo la pregunta decisiva, la única que en definitiva interesa: ¿Me amas?
Jesús esperó la respuesta de Pedro, como Dios aguardó expectante el «sí» de María del cual dependía el plan de salvación. El futuro de la fe dependía de ese amor. Y Pedro no falló: «Señor, tú sabes que te amo».
Jesús también nos ha buscado a nosotros. Con el tiempo, sin embargo, hemos desencantado ese primer encuentro. Por la necesidad de adaptamos a los tiempos, por el imperativo de dar razón de nuestra fe hemos ido cargando el cristianismo de «teologías». Fácilmente nuestra fe se ha convertido en doctrina, en afirmación de valores morales, en pensamiento social, en acción. Todo eso es realmente fundamental y necesario, pero no puede sustituir una relación gratuita de elección, amor, ternura y fidelidad entre el hombre y Jesús. Ahí se encuentra el alma del cristianismo. Pocos cristianos pueden decir que aman al Señor con toda su alma, con todas sus fuerzas y con todo su corazón. Por eso resulta fundamental preguntamos también hoy: ¿Tú, en verdad le amas? Es la pregunta suprema del Evangelio.
Han pasado los años. Pocos pasajes tienen para nosotros más actualidad. La Iglesia nos invita ahora a una nueva evangelización; a un reencuentro con Cristo que renueve a fondo nuestro ardor.
En estas circunstancias el Señor repite su pregunta final que está en el origen de la Iglesia y de todo proyecto evangelizador: ¿Tú me amas?
Él espera la respuesta. No podemos engañarnos ni engaañarlo. Él desea que, como Pedro y con Pedro, podamos contestarle: «Señor, tú sabes todas las cosas. Tú sabes que te amo».
A partir del próximo lunes, 1 de febrero, estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tienen esclerosis múltiple y por ti que está leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos.
Si deseas las seis columnas semanales diferentes que se publican los domingos en los tres principales diarios de Morelia, localízalas en Blogger: jesusestavivoenmorelia.blogspot.com y en Twitter: twitter.com/jesusestavivo Si quieres recibirlas cada ocho días en tu correo, haz click en el cuadro naranja y automáticamente las tendrás. Hoy y todos los domingos en la Z radio, 96.3 FM y 1340 AM, “La Palabra” cuarenta y cinco minutos en comunicación con Jesús vivo que sigue sanando a los más necesitados que creen que él tiene todo el poder en los cielos y en la tierra. Visita nuestra página web: www.jesusestavivo.org.mx y vive los 197 videos de misas, evangelización y testimonios de sanación de lo que Jesús hace en su Morelia.
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Jesús contesta

Durante el Congreso de Quebec en 1974 le pidieron al P. Emiliano un taller sobre los signos que acompañan la evangelización. La sala de las conferencias estaba llena con unas 2,000 personas. Como había mucho ruido en el pasillo exterior, dejó su folder sobre el escritorio y él mismo salió discretamente a cerrar la puerta para estar más recogidos.
En el pasillo estaba una señora en silla de ruedas que tenía cinco años y medio sin poder caminar. La invitó a entrar pero ella respondió: Yo quería entrar pero no me dejan, pues la sala está llena y no puedo caminar. Venga -le dijo el padre- y empujó la silla. Cerró la puerta y comenzó la conferencia, insistiendo en la importancia de anunciar a Jesús resucitado que sana y salva a todo el hombre y a todos los hombres.
Di el testimonio de mi curación -dijo el padre- y cómo el Señor nos cura con su amor. Subrayé la importancia de testificar las maravillas del Señor en nuestra vida. Una persona se puso de pie y argumentó: Yo soy cristiano y creo en Dios. Pero también soy médico y creo que antes de afirmar que estamos curados deberíamos de tener un examen médico que certificara la curación; como lo hacen en Lourdes por ejemplo. Usted, como médico, tiene derecho a hacerlo, pero cuando uno siente la sanación como fue mi caso, no se puede esperar lo que digan los médicos para dar gracias a Dios...
El replicó diciendo que deberíamos ser prudentes y mil cosas más, argumentando con palabras que yo ni entendía. Sus razones eran como hielo que caía sobre la asamblea, pues yo no sabía qué contestarle.
Cuando todo se estaba viniendo abajo por la prudencia y sabiduría de ese médico, la señora de silla de ruedas que yo había introducido en la sala sintió una fuerza, se levantó y comenzó a caminar sola por el pasillo de la sala.
Por un accidente de automóvil cinco años y medio antes, había tenido una delicada operación y le habían quitado las rótulas. Por tanto, médicamente ella no podría volver a caminar. Pero el Señor la levantó ante los aplausos y admiración de todo mundo. Unos lloraban y otros la felicitaban. Su nombre era Elena Lacroix.
Al llegar al micrófono nos dio su testimonio. Cuando terminó de hablar, y la gente aplaudía, me dirigí al médico y le pregunté si creía que deberíamos esperar un examen médico o si ya podíamos dar gracias a Dios.
El médico se tiró de rodillas al suelo. Era el más conmovido de todos. Se sentía apenado y avergonzado de haber hecho el ridículo. Yo le dije: No se preocupe. Dios quería hacer un gran milagro hoy y lo usó a usted para manifestar su gloria, diciendo: "Como el padre Emiliano no te puede contestar, Yo si lo haré". Esta fue la primera sanación física que vi con mis ojos, precisamente al evangelizar.
¡Gloria a Dios!
La fe es un ancho canal que favorece que al agua viva de la salvación se manifieste en nuestra vida. La fe nos hace entrar en comunión con Dios mismo y participar su salvación integral, incluyendo la sanación, sea física, sea interior.
La fe es confiar, depender y entregarse sin condiciones a Dios y su designo sobre nuestra vida, renunciando a nuestros planes y medios de salvación. Es decir, nos hace tener los ojos fijos en el Señor Jesús que murió por nosotros y ya resucitó. Hay personas que tienen los ojos en ellas mismas y no en el Señor. Están pensando más en su sanación que en el Sanador.
Se trata de tener fe en Jesús; no fe en nuestra fe. Esto último no sirve de nada. El mejor acto de fe es cuando creemos que Dios es más grande que nuestra poca fe y que no puede depender de nosotros.
Llamamos fe expectante a aquella que espera con certeza y confianza que Dios actúe de acuerdo a sus promesas, sabiendo que El quiere sanarnos. Cuando creemos de esta manera es como si en vez de tener unos cables delgados extendemos unos gruesos para que la acción de Dios sea de alto voltaje.
Yo generalmente no acepto orar por los enfermos sin antes edificar su fe con algunos testimonios para que esperen y confíen en que el Señor quiere sanarlos.
Un día concelebraba la Eucaristía con un Obispo. Su homilía fue una joya que mostraba elocuentemente el valor de la cruz y del sufrimiento. Después de la comunión me sorprendió al pedirme que orara por los enfermos. Yo le repliqué: Monseñor, su homilía sobre la cruz fue tan bella que nadie quiere ya sanarse... pero si me permite hablar antes sobre el poder de la cruz y cómo la sanación es un signo del amor de Dios...
Jesús nos ha prometido que obtendremos aquello que creemos que ya hemos recibido. (Mc 11,24) El Evangelio está lleno de personas que piden y reciben, buscan y encuentran, llaman y se les abre la puerta. Dios nos pide ser sencillos en nuestra fe. Sin embargo, hay gente que ora así: Señor, si es tu voluntad, si me conviene, si va a servir para mi santificación y salvación eterna... entonces, ¡cúrame!
Ponen tantas condiciones que más bien parecen excusas a su falta de fe. Debemos ser pobres que dependen totalmente de su Padre. Un niño nunca dice a su mamá: Mamá, si me conviene y no me hace daño el colesterol, dame un huevo.
El niño simplemente pide y la mamá sabe si le conviene o no. A nosotros nos corresponde ser pobres y humildes y pedir con la confianza de recibir.
Otros limitan el poder de Dios y dicen así: Señor yo estoy enfermo del corazón, la garganta y mi rodilla. Pero con tal que me sanes el corazón, me consuelo.
Estos también están orando mal. Hay que pedir el paquete completo, sin ponerle límites a la acción de Dios. El es magnánimo y da abundantemente. Si tiene y da el Espíritu Santo sin medida, de igual manera concede sus dones.
Cuando el Papa León XIII cumplía 50 años de Obispo, un cardenal quiso alagarlo diciéndole: Le pedimos a Dios que llegue a cumplir otros cincuenta años. El Papa replicó con sagacidad: No le pongamos límites a la providencia de Dios...
El 13 de junio de 1975 fui a un campo para celebrar la fiesta de San Antonio. Confesé, prediqué, celebré la Eucaristía y oré por los enfermos. Salí rápido de la sacristía pues todavía me faltaba hacer unos bautizos y otras muchas cosas. Una joven me salió al paso llevando de la mano a su mamá. Sin introducciones me dijo muy decidida: Padre, ore por mi mamá para que se sane. Yo le contesté un poco enfadado: Pero si acabamos de hacer la oración por todos los enfermos… Ella, con la fe de la mujer sirofenicia del Evangelio, argumentó: Es que mi mamá está sorda y no se dio cuenta cuando usted oró.
Sentí compasión de esa gente tan pobre y sencilla. Le hice la seña que se sentara rápido y toda mi oración fue ésta: Señor, sánala; pero aprisa, porque tengo mucho trabajo.
Inmediatamente me agaché y pregunté a la señora: ¿Hace mucho que usted está sorda? Desde hace ocho años. Me sorprendí que me respondiera, pues se suponía que no debería haber escuchado mi pregunta. Entonces le hablé en voz más baja y le dije: Usted parece ser una buena mamá... Ella se sonrió. ¡Me había escuchado! Pero, más bien, fue el Señor quien nos escuchó en esa oración tan original. Ella sintió como un viento rápido que entro en sus oídos y los destapó.
Yo puedo comprobar que es verdad aquella Palabra del Señor: Antes de que me llamen yo responderé, aún estarán hablando y yo les escucharé. Is 65,24 Y la convicción del creyente que afirma: No está aún en mi lengua la palabra y ya tú, Yahvéh, la conoces entera. Sal 139,4
Que la fe y la curación van íntimamente unidas lo expresa de una manera muy bella María Teresa G. de Báez a quien Dios sanó de artritis rumatoide a raíz de lo cual toda su familia se acercó al Señor:
"Me faltan palabras, pues hoy no sólo le debo agradecer a Dios mi curación física sino algo mucho más grande y maravilloso que es la "Fe", por la cual Dios es la letra de mis canciones, la imagen de mis ilusiones y la luz de mis ojos".
Asunción, Paraguay 25 de agosto de 1981.
El arrepentimiento favorece la sanación física e interior. La enfermedad en sí (no ésta o aquella enfermedad) es producto del pecado. Si nos arrepentimos del pecado y nos convertimos a Dios, necesariamente van a cesar las consecuencias del pecado. Para esto conviene leer 1Cor 11,30.
Confieso que hay personas que viven en pecado y que son sanadas por el Señor, pero también soy testigo que la mayor parte de las que reciben curación son llevadas a un arrepentimiento. Sin embargo el camino más normal es el que encontramos en el Evangelio. Primero, la sanación del pecado: "tus pecados te son perdonados". Después, la sanación física: "levántate, toma tu camilla y anda". Mc 2,5.11
A partir del próximo lunes, 1 de febrero, estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tienen esclerosis múltiple y por ti que está leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos.
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miércoles, 13 de enero de 2010

Mujer, ¿por qué lloras?

Esta pregunta tiene dos enseñanzas importantes que aportamos. Ella nos revela el corazón consolador de Cristo y nos invita a no estancar la vida en su sepulcro.
Pocas personas sintieron más la muerte de Jesús que María de Magdala. Tal vez pocos, en verdad, lo amaban con más fuerza. De ella había expulsado el Señor siete demonios, renovando en su corazón la tierna capacidad de amar con dignidad. Con la cruz se quebraron sus sueños e ideales y un hombre sin soñar se muere. Todo parecía haber llegado a su fin. Esa mujer apasionada y fiel sintió que lo puro, lo espiritual ya no tenía lugar en esta tierra.
El dolor rompió sus esperanzas y la ancló en el pasado. A pesar de las palabras del Maestro, quiso poner su último consuelo en un cadáver. Mientras quedara algo del Señor podría seguir viviendo al menos del recuerdo. Pero eso no es vivir. Rompiendo toda lógica quiso aferrarse a un muerto, y como hija de Israel pensó empaparlo con óleos y resinas. Corrió al sepulcro cuando era muy temprano. Quería estar allí, detener la vida y sepultarla junto con su Señor.
El desconcierto fue para ella inmenso al descubrir que la gran piedra estaba puesta al lado y que el cuerpo del Señor no se encontraba allí. Ya no tenía rumbo en esta vida, su mundo se acababa para siempre. Desesperada acudió a Pedro. No podría ni siquiera conservar escondido en una roca al que la hizo vivir. La muerte del Señor le había arrebatado el sentido de su vida, pero este robo del cuerpo inanimado rompía la última atadura. N o le quedaba nada. «Se han robado de la tumba a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Ella lloraba y en eso seguía siendo humana. Como a muchos hombres y mujeres, las lágrimas le hicieron ver la luz.
¿Por qué lloras?. Alguien a sus espaldas se preocuupaba de ella. ¿Por qué tu fe no traspasa las rocas, no llena los vacíos? ¿Por qué me quieres muerto? ¿Por qué tu amor es incapaz de transformar esta partida en fuente de esperanza? ¿Por qué no haces fecundo tu dolor?
Mujer, ¿por qué lloras?, le preguntó Jesús. Pero ella no pudo reconocerlo. El sufrimiento hacía inalcanzable la presencia. Ella no era capaz de razonar. Ella no podía hacer resonar nuevamente los anuncios que el Señor había hecho. Ella leía los acontecimientos con la peor de todas las lecturas, y no le dejaba ningún espacio a la Resurrección: «Se han robado a mi Señor» En esto, ¡qué humana era María!
Todos tenemos algo de esta pobre mujer. .. A menudo nos aferramos al dolor; parece más seguro poseer un cadáver que permitirle a Dios entrar y salir por nuestras vidas con la fuerza radiante del Espíritu. La enfermedad, la soledad, la pena, muchas veces nos nublan la mirada y el Señor se nos va. El llanto pierde todo sentido y se hace pura vaciedad. ¿Por qué lloras?
Pero en ese momento se produjo el segundo gran milagro en la vida de la Magdalena, ciertamente más importante que el salir de demonios. Sintió su nombre, sintió la palabra creadora de Dios que la hacía de nuevo, sintió que la querían: ¡¡María!! ¡Eso bastó!
El Evangelio nos cuenta que las ovejas reconocen la voz de su Pastor. Esa mañana la mujer de Magdala experimentó toda la capacidad de consuelo de la voz de Jesús. Ella se supo conocida por dentro, acompañada, comprendida e invitada a volver a vivir.
«Rabbuni» fue la respuesta. Esta vez el don era total y definitivo. Rabbuni en hebreo quiere decir maestro y para una persona de Oriente eso lo implica todo. Detrás de tal palabra, María le dijo a su Señor: «No importa que no estés. Yo me alimentaré de tu Palabra y viviré de ella y la anunciaré a mis hermanos. La fe ya no necesitará tu presencia en un sepulcro. Tampoco será necesaria tu visión. Tu Espíritu, la realidad de tu Iglesia, hecha visible en Pedro y los discípulos, la Eucaristía, serán para mí tu nueva cercanía». Y María fue cerrando sus heridas con la fe en el Resucitado y entonces se secó su llanto.
Cuando un cristiano sufre, tiene que ser capaz de reconocer la presencia extraña del Jardinero que vuelve a hacerle la pregunta de la resurrección: ¿Por qué lloras?
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Conozco a Cristo Pobre y Crucificado

Un día en la vida del Hermano de Asís arreciaron las enfermedades. Francisco parecía un saco de arena. Ni siquiera se podía mover. Los hermanos lo tomaron y lo condujeron a la choza de la Porciúncula. Estuvo el día enntero sentado y acurrucado en un rincón de la choza, rodeado de León, Maseo, Ángel y Rufino. Parecían viejos combatientes cuidando a un herido de guerra. Lo querían más que a una madre. Francisco se dejaba querer. Era una escena de gran belleza y ternura. Durante todo el día no se separaron de su lado. A veces, los dolores superaban su capacidad de resistencia, y se le escapaban algunos gemidos.
En un momento dado, el dolor alcanzó alturas tan insoportaables que Francisco se encorvó completamente sobre sí mismo hasta tocar la frente con las rodillas. Fray León no pudo conntener las lágrimas. Fray Maseo, desesperado, le dijo: Hermano Francisco, no hay medicina humana que pueda aliviarte. Sabemos, sin embargo, cuánta consolación te causa la palabra evangélica. ¿Quieres que llamemos a fray Cesáreo de Spira, especialista en la santa Escritura, para que te haga algunos comentarios y así se alivien tus dolores?
Maseo calló. El Hermano continuó encorvado sobre sí missmo sin decir nada. Los cuatro hermanos lo miraban expectanntes aguardando la respuesta. Después de un rato, que a los hermanos les pareció una eternidad, el Hermano levantó la caabeza y, con los ojos cerrados, respondió en tono humilde y sin impostar la voz: «No; no hace falta. Conozco a Cristo Pobre y Crucificado, y eso me basta».
Al pronunciar estas palabras, los músculos de su rostro, contraídos por el dolor, se relajaron casi al instante, y una profunda serenidad cubrió todo su ser. Estas palabras eran la síntesis de su ideal y una declaración de principios.
Pensando darle más alivio, fray León agregó: Hermano Francisco, piensa también en Cristo Resucitado; ese recuerdo consolará, sin duda, tu alma. El Hermano respondió: Los que no saben del Crucificado, nada saben del Resuciitado. Los que no hablan del Crucificado, tampoco pueden haablar del Resucitado. Los que no pasan por el Viernes Santo, nunca llegarán al Domingo de Resurrección. Y en esto, Francisco se incorporó casi sin esfuerzo como un hombre rejuvenecido. Los hermanos se miraron asustados. El Hermano levantó los brazos y habló vigorosamente: Hermano León, escribe: No hay altura más alta que la cumbre del Calvario. Ni siquiera le supera la cumbre de la Resurrección. Mejor, las dos son una misma cumbre.
Luego continuó: -Hermano León, ya celebré la noche de Getsemani. Pase también por los escenarios de Anás, Caifás y de Herodes. He recorrido toda la Vía Dolorosa. Para la consumación completa, sólo me resta escalar la pendiente del Calvario. Después del Calvario ya no queda nada. Ahí mismo nace la Resurrección. Vámonos, pues, a esa solitaria, inhumana y sacrosanta montaaña que me regaló el conde Orlando. Algo me dice que allí pueeden suceder cosas importantes.
Tomó, pues, a León, Ángel, Rufino y Maseo y, en pleno veraano, a mediados de julio, salieron de la Porciúncula en dirección del Alvernia. Hermano Maseo -le dijo Francisco-, tú serás nuestro guardián y te obedeceremos como al mismo Cristo. Donde disspongas, dormiremos. Preocúpate del sustento de cada día, de tal manera que nosotros no tengamos otra preocupación sino la de dedicamos al trato con el Señor.
Con su figura apuesta y modales distinguidos, no tuvo fray Maseo mayores dificultades para conseguir comida y alojaamiento en el transcurso del viaje. Después de dos días de camino, ya no le respondían las fuerzas al Hermano. Su organismo estaba agotado, pero su allma se mantenía animosa. En vista de su decisión de llegar a toda costa al Alvernia, fray Maseo entró en una aldea para connseguir un asno con su arriero. Golpeó la primera puerta. Salió el dueño de casa, un hommbre entrado ya en edad. Mi Señor -le dijo fray Maseo-, somos cinco hermanos que caminamos al encuentro con Dios. Cuatro de nosotros soomos capaces de caminar centenares de leguas. Pero con nosotros va uno que no puede dar un solo paso. Lo grave es que ese uno es el más importante de todos.
¿Quién es y como se llama? Preguntó el arriero. Francisco, el de Asís ¿Ese que le llaman el Santo? El mismo -respondió Maseo. Será para mí un honor transportar una carga tan sagrada -añadióel arriero- ¡Vámonos!
Reemprendieron la marcha. Era un asno pequeño, mansito y dócil a las órdenes del arriero. Francisco iba sentado cómodamente. Por lo general los cinco hermanos caminaban en silencio y oración. El Hermano iba, además con los ojos cerrados, y con frecuencia, en los momentos de más intensa consolación, se cubría la cabeza con el manto. El arriero estaba profundamente edificado de la compostura de los hermanos. Después de caminar muchas leguas, no pudo aguantar más el campesino y soltó aquello que tenía pensado decir desde el primer momento:
-Padre Francisco, es difícil que puedas calcular la altura en que te ha colocado la opinión pública. Dicen que quien te ve, ve a Cristo; que quien te mira, queda inundado de paz, y que quien te toca, es sanado al momento de la enfermedad y del pecado. Padre venerado -concluyó el arriero- permíteme expresarte un deseo: ojalá seas tan santo como la gente cree, y ojalá nunca defraudes la buena opinión que de ti se ha formado el pueblo de Dios.
Al escuchar tales palabras, Francisco vaciló un instante con los ojos bien abiertos y la boca también semiabierta, como no dando crédito a lo que oía. Al recuperar la presencia de ánimo, dijo al arriero: Hermano carísimo, detén al hermano asno.
Todos se detuvieron. Manifestó Francisco el deseo de bajar del asno y los hermanos le ayudaron a apearse. Sin decir palabra se fue el Hermano junto al arriero, se arrodilló dificultosamente a sus pies, se los besó reverentemente, y le dijo: El cielo y la tierra me ayuden a darte gracias, hermano arriero. Nunca salieron de boca humana palabras tan sabias. Bendita sea tu boca. Y de nuevo le beso los pies. El arriero no sabía adónde miirar, edificado y confuso.
Descansaron unas horas bajo la sombra de una tupida hiiguera, a la vera del camino. Francisco sintió ganas de comer unos higos, y fray Maseo se los alcanzó.
Al entrar en la región del Casentino, a los hermanos se les dilató el corazón: a muchas leguas de distancia se erguía, solitaria y orgullosa, recortada contra el azul del firmamento, la indomaable montaña del Alvernia. Desde lejos tenía rostro de amenaza para los enemigos y de protección para los amigos.
Al verla, Francisco se estremeció. No era la primera vez que visitaba la santa montaña, sino la quinta; pero no supo exactaamente por que razón su corazón comenzó a palpitar. Se diría que era de alegría y terror, deseo y miedo, todo a un mismo tiempo.
Pidió que lo bajaran del asno. Se arrodilló. Lo mismo hicieron los hermanos y también el arriero. Francisco se mantuvo varios minutos con la cabeza profundamente inclinada, los ojos cerrados, las manos juntas y los dedos entrecruzados.
De pronto, abrió los ojos, levantó la cabeza, extendió los brazos y, con tono de ansiedad, dijo: Oh Alvernia, Alvernia, Calvario, Alvernia. Benditos los ojos que te contemplan y los pies que pisan tus cumbres. Saludo desde aquí tus rocas de fuego y tus abetos seculares. Saludo también a los hermanos halcones, mirlos y ruiseñores, así como a las hermanas perdices. Un saludo especial a los santos ángeles que habitan en tu soledad. Cúbreme con tu sombra, montaña sagrada, porque se avecinan días de tempestad.
Siguieron caminando. Mientras los trigales y viñedos enrareecían, iban abundando los encinas y castaños. Más tarde éstas disminuían mientras hacían su aparición los pinos y alerces hasta que, al fin, no quedaba otra corona sino las soberbias rocas.
Hermano León -preguntó Francisco-, ¿cuál es el emblema que corona las cumbres de nuestras montañas? La Cruz, Hermano Francisco. Eso es. Falta una Cruz sobre la cabeza de nuestra bienamada Alvernia. Nosotros la plantaremos, dijo fray León. Quizá no haga falta. ¡Quién sabe si el Señor mismo no se encargará de plantarla!
Llegaron por fin al pie de la montaña. Antes de emprender la escalada, descansaron unas horas bajo una frondosa encina. Lo que allí sucedió no entra en las explicaciones humanas. En cosa de minutos hicieron su aparición decenas y centenas de mirlos, alondras, petirrojos, ruiseñores, gorriones, zorzales, pinzones y hasta perdices. Abrumado y agradecido, el Hermano repetía: ¡Gracias, Señor, gracias!
Fue una fiesta nunca vista. Las aves silbaban, chirriaban, cantaban, revoloteaban en torno de Francisco en una desordenada algarabía. Unas hacían piruetas audaces y zambullidas acrobáticas, mientras otras se posaban ora encima de la cabeeza, ora sobre los hombros, los brazos o las rodilias de Francissco. Fue un festival de canto y danza.
Hermano León, ¡qué maravilla, qué prodigio! ¡Qué grande es Dios!, exclamó Francisco completamente abrumado por el espectáculo. Y añadió: Sólo faltan las golondrinas para que reviente una primavera sobre la cumbre del Alvernia.
Subieron por la escarpada pendiente. Francisco abía desmesuradamente los ojos. Se diría que contemplaba aquella ladera por primera vez. Y le parecía estar al principio del mundo: todo le resultaba nuevo. Enraizados firmemente en el suelo roqueño, altísimos abetos escalaban el cielo. Parecían tocar el firmamento, y eran de tal diámetro, que cuatro hombres juntos no alcanzaban a abrazarlos.
Francisco suplicó al arriero que detuviera el jumento. Colocado al pie de uno de los abetos, echada la cabeza hacia atrás, poniendo la mano sobre los ojos para que la luz solar no lo lastimara, el Hermano lo contemplaba de abajo arriba. Después de admirarlo largo rato, exclamó: ¡Señor, Señor, qué grande eres!
En la medida en que ascendían, el espacio se dilataba a la vista. Corpulentas hayas, poderosas encinas y altísimos pinos de raro espécimen proyectaban una sombra profunda y fresca. Francisco se sintió en el paraíso.
Hermano León, exclamó, ¡qué paz!, ¡qué libertad!, ¡qué felicidad! Somos los hombres más dichosos de la tierra.
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¡Alabado sea Jesucristo!
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