Los evangelios no están de acuerdo sobre si eran los hijos del Zebedeo o si era la madre de éstos quien deseaba que sus descendientes estuvieran en los primeros puestos. Pero en todo caso, Mateo y Marcos nos relatan que se le pidió a Jesús que esos dos pescadores pudiesen sentarse a la dereecha ya la izquierda del Maestro, cuando llegara el Reino. A pesar de su debilidad querían sobresalir, ser reconoocidos y triunfar. ¡Qué seres tan humanos! ¡Qué cosa tan actual!
La respuesta de Jesús fue desconcertante. Él formuló una pregunta, que tarde o temprano escucha todo cristiano: ¿Pueden ustedes beber el cáliz que yo beberé? ¿Me puedes acompañar hasta la cruz? ¿Eres capaz de dar la vida? ¿Eres capaz del martirio?
La pregunta es dura y parece quitarle poesía al Evangelio. No es extraño que nosotros tratemos, por todos los medios, de esquivar esa ruta escabrosa para alcanzar la Vida.
Qué fácil es seguir al Señor en momentos de victoria, en épocas de triunfo, pero qué difícil es aceptar la derrota, beber el fracaso, subir con él a la cruz. El cristianismo nunca ha sido un camino ancho. Servir con toda el alma, dejar que los otros sean más importantes que uno, que los otros sean felices, siempre será muy duro.
El mismo Jesús sintió angustia de muerte ante ese cáliz y hubiese deseado evitado. «Aparta de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú» (Mc 14,36). En él firmó la fidelidad a su Padre para salvar al hombre.
El Evangelio fue, es y seguirá siendo siempre un escándalo en el mundo. Querer adaptado a las últimas modas será siempre una tentación. Es cierto que estamos llamados a inculturarlo, a encarnarlo en cada tiempo y cada circunstancia, pero eso no significa empequeñecer sus exigencias, ablandar la llamada, o vaciar el cáliz. Un cristianismo a medias no vale la pena. Él debe responder a las necesidades de este tiempo y ser sensible a las búsquedas más hondas del hombre, pero esa sensibilidad no consiste en adaptarlo al mundo. Se trata de proponer un nuevo camino.
¿Cómo entender el Evangelio frente al mercado y su competencia; frente a la doctrina de la seguridad nacional; frente al desarrollo, al bienestar material, al estudio especializado y a tantos desafíos de la vida moderna? El mensaje no nos aparta del verdadero progreso humano, pero nos invita a situamos de tal manera que jamás ese progreso nos encierre en nosotros. El desarrollo no debiera apartarrnos del hermano o de Dios.
La radicalidad no consiste en la rigidez ni en la dureza de las reglas, sino en una invitación a darlo todo. Precisamente porque el cristiano debe estar dispuesto a morir y a dar la vida, ha de ser capaz de ser comprensivo, cercano, indulgente y humano. Así fue Jesús. Porque hay que dado todo, no es posible ser mezquinos ante nadie. El verdadero profeta no es un ser amargado que encuentra todo malo o que lanza siempre amenazas y reprensiones... Es el profeta el que revela en cada momento el querer de Dios; el que vive para los demás y para el Señor.
Qué fácil es que con el tiempo el cristianismo se connvierta en religión de los que piensan bien, de los bien adaptados. Nos las hemos arreglado para convertir la cruz en un signo de buena crianza. Pocos recuerdan lo que realmente significa y lo que ella fue para Jesús. No podemos ocultar que es un escándalo al que Pablo llamó locura y necedad... pero que, a la vez, es fuerza de salvación y sabiduuría de Dios. ¿Puedes beber ese cáliz?
Por una extraña paradoja, ese cáliz es también signo de alegría y fraternidad. Con el salmista «levantamos el cáliz de nuestra salvación e invocamos el nombre de Yahveh» (Salmo 116, 13).
Sentarse a compartir el cáliz es imagen del Reino, es signo de la verdadera hermandad y será memorial del misterio de nuestra fe para siempre. El cáliz alegra el corazón del hombre. Aquí está el misterio del cristianismo: el que da la vida la gana. El que recibe al Señor da su vida con él. El que muere por los demás resucita a la vida eterna. El que llora tiene una risa más limpia y más profunda.
Sólo el grano de trigo que se deshace es fecundo en espigas y gavillas. Por eso la fe cristiana es fuente de muchas esperanzas y da una paz que el mundo no puede dar. Uno entiende estas dos dimensiones del cáliz, recordando una frase de san Ignacio que decía a un novicio que «para ser siempre feliz, hay que ser siempre humilde».
¿Somos capaces de vivir a fondo la humildad y el camino que siguen los humildes? Es bueno que hoy tratemos de responder con nuestra vida al Señor que vuelve a preguntamos: ¿Son capaces de beber el cáliz que yo beberé?
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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