Jesús era el invitado en una casa principal. Simón, un fariiseo, le había rogado que cenase con él. Entonces, de improoviso, se presentó en la cena una mujer reconocida en la ciuudad por sus pecados.
Mientras esa mujer besaba los pies del Señor y los ungía con perfume, se fue haciendo evidente en la mente del fariseo que el Señor no era profeta porque no reconocía a los pecadores; porque no los apartaba de su cercanía. El anfitrión miraba sin ver realmente lo mejor de esa mujer en llanto.
Jesús nos entregó esa noche una de sus más profundas enseñanzas. Nos dio una lección de humanidad porque invitó a mirar al ser humano como lo hace Dios. Volviéndose a Simón, le pidió atención pues tenía algo imporrtante que decide. Y le contó una historia de prestamistas y deudores para que entendiera que a quien se le condonan deudas grandes tiene muchas razones para amar. Pero el Señor fue aún más lejos. Contemplando a esa mujer enriqueció su historia.
¿Ves a esta mujer? No sabemos cómo era su aspecto. Tal vez tenía las muestras de su oficio. Pero sabemos que ocultaba un gran misterio humano: bajo los atavíos de esa mujer públicaamente pecadora había lugar para la ternura verdadera, para la humildad y para que Dios pudiera entrar en ella como en su propia casa. En esa mujer se entrecruzaba un doble misterio de debilidad y amor. Por eso ella era capaz de recibir el perdón y de acoger la paz.
El Señor descubrió en esa mujer despreciada por todos un fondo de verdadero amor; ella era la prueba de que los más duros pecadores, en su debilidad, pueden también amar. Viéndola a ella, Jesús completó su enseñanza: no sólo ama aquel que es perdonado, sino que es perdonado aquel que ama; el amor no es sólo fruto del perdón, sino en cierto modo es su causa. Y ese día se abrieron las puertas del regreso y la misericordia a muchos que se sentían lejos y sin derecho al perdón.
En esta pregunta Jesús nos invita a limpiar nuestras pupilas para llegar a ver: ¿Ves a esta mujer? Es importante calibrar la hondura que alcanza el mirar de nuestros ojos. Cuando se mira a un hombre o a una mujer, sólo merece el nombre de mirada aquella que atraviesa el exterior y llega hasta las fuentes de lo humano; aquella que no queda entorpecida por las apariencias.
Esto nos da una enorme esperanza a quienes sabemos que coexisten en nuestro ser un amor grande y una debiliidad no menos grande. En medio de los más reprobable s extravíos, en el ser humano puede anidar también un gran amor y por ahí entra Dios con su perdón. Los que nos hemos esforzado en vano por extirpar nuestros defectos, los que sin éxito hemos querido mostrarle a Dios una libreta limpia, sabemos que hay un camino más corto y más seguro hacia él: amarlo humildemente como la pecadora del banquete. Esa mujer nos abrió una puerta a la esperanza. En ella se posó la mirada penetrante de Dios hasta encontrar lo que es más suyo: el amor. Y esa mirada que la respetó la formó hasta su raíz.
Así mira Dios a los hombres. Jesús, al preguntarle a Simón si veía a esa mujer, le mostró que la verdadera visión no se detiene hasta llegar a los fondos de amor que hay en el corazón. Él enseñó que el mirar de Dios no es como el mirar humano porque sus ojos van a lo esencial. ¿Qué habríamos visto nosotros en esa mujer? ¿Qué vemos en nuestros compañeros de trabajo, en nuestros familiares, en las personas cuya vida se cruza con la nuestra? A la luz de esta enseñanza, rompiendo prejuicios, conndenaciones y rechazos, vale la pena ir a lo esencial y mirar como mira Jesús.
Te invitamos a ver en nuestra página web www.jesusestavivo.org.mx la programación de nuestras producciones por televisión en vivo. Estas son algunas: los domingos a las 18:00 horas “La Palabra en la Z radio”, los lunes en el templo de El Carmen oración por los enfermos a las 17:00 horas, los miércoles a las 21:00 horas oración por tus enfermos. Manda tus peticiones para que en todo el mundo se ore por la salud de tus enfermos, la dirección es: lapalabra@jesusestavivo.org.mx
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
aurelio@jesusestavivo.org.mx
jueves, 8 de abril de 2010
El Hijo de Dios
Para hacernos partícipes de la salvación adquirida por Cristo Jesús, Mateo ha escogido cinco aspectos que todos juntos conforman el panorama de la Nueva Alianza. El evangelista nos ha pintado este maravilloso cuadro, no como un reportero de hechos sucedidos en aquel momento, sino cual teólogo que descubre el sentido profundo de los acontecimientos, y presenta los frutos de la redención ganada por Cristo Jesús.
Todo arco iris parte de un punto y luego se eleva a las alturas, para finalizar aterrizando otra vez. Con este último detalle que nos presenta ahora el evangelista, vamos a llegar al objetivo, sin el cual quedaría incompleto: La confesión de fe del centurión romano.
Al inclinar su cabeza y exhalar el último suspiro, Mateo nos narra: Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron, “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”: 27,4.
En un primer momento parece que la proclamación que Jesús es el Hijo de Dios, sea consecuencia del temor. El texto bíblico nos ofrece tres pistas maravillosas para cambiar esta visión: Se llenaron de miedo: No se trata de un miedo por los fenómenos tan extraordinarios que están sacudiendo la creación. Se refiere al temor clásico de las grandes teofanías en el Antiguo Testamento. Cuando Dios manifiesta su gloria, el hombre tiembla delante de la grandeza y santidad divinas. Este miedo es el mismo temor de Abraham, Moisés y María, cuando Dios se hace presente en sus vidas.
Al ver lo que pasaba: Los soldados, son testigos de lo que está sucediendo. Sin embargo, no permanecen en la periferia de los hechos. Han sabido interpretarlos y cerrar el círculo para comprender el sentido de lo que acontece.
Verdaderamente era el Hijo de Dios: El centurión certifica que no se trata de un sentido metafórico ni de una comparación, sino de una realidad. Es la verdad, aunque los responsables de la ortodoxia lo hayan rechazado. El hombre que acaba de expirar era el mismo Hijo de Dios.
El soldado pagano y sus subalternos tuvieron dos actitudes complementarias: Creen que Jesús verdaderamente es el Hijo de Dios, y luego lo proclaman públicamente, delante de verdugos y enemigos del ajusticiado, asumiendo los riesgos y consecuencias de su fe.
Según Pablo, creer con el corazón y proclamar con la boca, son las condiciones necesarias para apropiarnos la salvación de Jesús. El corazón representa lo más profundo: Adhesión al plan de Dios en Jesucristo, su estilo de vida y su doctrina. Estar absolutamente convencidos que Jesús es el único y suficiente Salvador. La boca y sus palabras, por ser lo más externo, significa que nuestra fe se tiene que manifestar en la vida.
Creer, es un acto personal e intransferible, pero sin caer en el individualismo. Sin embargo, la declaración ha de ser una acción de comunión con los testigos del Calvario. Por eso, Mateo subraya que no sólo el centurión romano, sino también sus compañeros proclaman que Jesús es el Hijo de Dios y Salvador universal.
Además, cuando Pablo se refiere a la muerte de Jesús, no se limita a narrar un hecho del pasado, sino que subraya la intencionalidad del mismo: Murió “por nosotros” (1Cor 15,3). Y su sacrificio fue completo y eficaz.
Jesús ciertamente ya nos salvó hace dos mil años, pero esta redención no se hace efectiva hasta el día que creamos que su muerte fue suficiente para pagar el precio de nuestra salvación y que su resurrección es la victoria total sobre toda injusticia y maldad de este mundo. Para apropiarnos sus méritos salvíficos, se precisa de nuestra fe, que incluye tanto creer como proclamar; creer con el corazón y declarar no sólo con palabras, sino con la vida y con el martirio si fuera necesario.
El centurión encargado de ejecutar la pena capital, vivió intensamente el claroscuro de muerte y resurrección. Si Jesús se hubiera bajado de la cruz como lo sugería aquel ladrón que lo insultaba y como sus enemigos lo retaban, el centurión debería entonces haber pagado la sentencia de aquel hombre que se había escapado de morir. La vida de Jesús hubiera significado su propia muerte, pero la muerte de Jesús, será motivo para que él tenga vida.
El centurión romano nos muestra cómo cerrar el círculo, para que este momento eterno en la vida de Jesús sea histórico en cada uno de nosotros. Él llegó a confesar públicamente lo que su corazón creía.
Cada uno de nosotros está llamado a hacer lo mismo de forma personal. Sin embargo, ha de existir un cambio con respecto a la expresión del centurión. En vez de afirmar que Jesús “era” el Hijo de Dios, a nosotros nos corresponde confesar que “es” el Hijo de Dios, el Salvador del mundo y Señor de cielos y tierra; el único mediador entre Dios y los hombres y que no hay otro Nombre dado a los hombres para ser salvados. Nosotros podemos entregarnos hoy a ese Jesús para ser lavados y purificados por su sangre preciosa. Si confesamos con nuestra boca lo que creemos en nuestro corazón, seremos salvados.
Algunas personas pueden reducir los fenómenos narrados por Mateo a simples acontecimientos históricos, lo cual sería permanecer en la superficie. Otros son capaces de dar un salto para encontrar el significado teológico. Sin embargo, esto tampoco sería suficiente. Lo esencial es que lleguemos a creer y proclamar nuestra fe en Jesús para apropiarnos los frutos de la redención ganados en el árbol de la cruz.
Oración del Centurión. El día de mi conversión hubo tantos ruidos externos, pero al mismo tiempo yo viví un silencio interno. Yo tenia fijos los ojos en tu cruz. Atrás de aquellos rojos ojos hinchados existía un mensaje misterioso que poco a poco yo fui descifrando. Hablabas más con tu actitud, que con palabras.
Percibí cuando clavaste tus ojos en mí de manera personal. Tu mirada penetró hasta lo más hondo de mi alma. Sentí que me invitabas a participar contigo del misterio del amor. Yo desvié mis ojos porque tu actitud, serena y señorial, me desconcertaba. Pero poco después se encontraron nuevamente nuestras miradas.
No me considerabas como tu verdugo, sino con ternura y misericordia. Esto me perturbó internamente. Ante tu presencia tan digna y soberana temblaron todas mis seguridades humanas, y una luz penetró hasta los rincones más profundos de mi existencia. El velo de mi indiferencia se comenzó a rasgar para encontrar sentido real a mi historia. Yo no necesité tres años a tu lado para reconocerte como Señor de mi vida. Sólo tres horas fueron suficientes. Fascinado por tu persona, comencé a pensar: ¿Por qué no te encontré antes? ¿Por qué tuvo que ser hasta hoy precisamente que tú estás partiendo? ¿Por qué tuve que conocerte de esta manera con este rostro deformado y tu carne partida a jirones? Mis preguntas eran una forma de entregarme totalmente en tus manos. Entonces, brotó desde dentro de mí un volcán, confesando mi fe, sabiendo que aunque ya habías muerto, estabas vivo dentro de mí.
Oración personal. Señor, yo creo que en tu muerte salvífica no sólo diste la vida por mí, sino también a mí. Yo creo en tu resurrección de entre los muertos. Yo confieso públicamente y en voz alta que eres el Hijo de Dios y el único Salvador. Te declaro como mi Salvador personal. No hay otro Nombre dado a los hombres para ser salvados. Renuncio a cualquier otro salvador y mesías que me ofrezca la felicidad en este mundo o en el otro.
Al penetrar más allá de las palabras y comprender los símbolos preñados de mensajes, comprendemos por qué Jesús declaró que cuando estuviera en lo alto de la cruz, atraería a todos hacia sí. (Jn 12,32) En verdad, su actitud y la trascendencia de su entrega son fascinantes. Nos ha cautivado y enamorado. Ahora sí podemos entender por qué Pablo estaba apasionado por este instante eterno, que centraba su atención en Cristo, en Cristo crucificado.
La muerte de Jesús, lejos de ser trágica, es fascinante. Dalí y Velázquez han sabido reflejar por qué. Mateo, en vez de acentuar el aspecto del dolor, nos ha sabido subrayar las consecuencias de esta entrega incondicional, para trasformar el drama en poema. Por tanto, más que despertar sentimientos de compasión, es para aprovechar los frutos de esta ofrenda voluntaria en el árbol de la cruz, que ha logrado el perdón y justificación de toda la humanidad. Ahora ya estamos en paz con Dios, gracias a Jesucristo, que se ha entregado por nosotros.
El centurión vio lo que era invisible para los ojos; no sólo los hechos que habían sucedido en aquel momento, sino su significado. Una cosa veía o sentía, pero esto era sólo el trampolín para creer en otra: La divinidad del ajusticiado y las consecuencias de su obra salvífica: En vez de provocar tinieblas, las ha hecho desaparecer de la tierra entera, inaugurando la nueva creación.
Su grito angustioso, preguntando a Dios por qué lo había abandonado, se debía a que no solamente llevaba nuestros pecados, sino que también estaba identificando con él y asumía las consecuencias del mismo. Ha rasgado el velo del Santuario, para que ingresemos a la Presencia Divina. No es preciso purificarse para entrar al Santuario de Dios. Es su Santa Presencia quien nos purifica. Su cruz, signo inequívoco del amor del Padre y de Jesús a la humanidad, permanece inmutable en cualquiera de los vaivenes de la vida. La muerte de Jesús no provoca muerte; al contrario; los muertos resucitan en virtud a su entrega total en las manos del Padre.
Y lo más importante. Este relato no es para tener un dato histórico de un hecho acaecido en las afueras de Jerusalén, sino para que cada uno de nosotros, personificado en el centurión romano, pueda creer con todo su corazón que Jesús es el Hijo de Dios y proclamar con su vida que es el único Salvador de este mundo capaz de liberarnos de cualquier sepulcro y resucitarnos para una vida nueva y plena.
Hace pocos años un jugador del equipo de fútbol de Camerún expiró de la forma más bella en el campo de juego. Pero la muerte de Jesús la supera con mucho, porque Marc Vivien Foé no murió por nadie. En cambio, el sacrificio de Jesús tenía una intencionalidad: era por nosotros, para que atravesando el velo del Santuario participemos de la vida en abundancia que él nos entregó desde la cruz.
Jesús es el único Salvador y no hay otro. Hace dos mil años ya realizó la salvación de todo el género humano, pero esto es incompleto hasta el momento en que nos adhiramos a él por la fe y vivamos de acuerdo a la nueva vida que él ganó por nosotros cuando se reveló como verdadero Señor que domina la muerte y señorea sobre la creación entera. La cruz de Jesús nos libera de las cruces sin sentido o estériles, que son fruto del pecado. La cruz de Jesús no es para hacernos morir, sino para hacer morir en nosotros todo aquello que no nos deja vivir, vivir como hijos de Dios.
Mateo ha logrado pintar de manera genial este instante que traspasa la frontera de la eternidad, que ha dividido la historia de la humanidad en dos partes, para que también nuestra vida pueda comenzar otra vez, gracias a los frutos de la redención obtenidos en el Calvario.
Si Salvador Dalí y Diego Velázquez lograron representar esta fascinante muerte de Jesús, nosotros también con nuestra vida podemos dibujar una obra de arte gracias a la maravillosa muerte del Hijo de Dios, que también era hijo de María; es Señor y vendrá de nuevo en gloria para recoger los frutos del árbol de la cruz.
Te invitamos a ver en nuestra página web www.jesusestavivo.org.mx la programación de nuestras producciones por televisión en vivo. Estas son algunas: los domingos a las 18:00 horas “La Palabra en la Z radio”, los lunes en el templo de El Carmen oración por los enfermos a las 17:00 horas, los miércoles a las 21:00 horas oración por tus enfermos. Manda tus peticiones para que en todo el mundo se ore por la salud de tus enfermos, la dirección es: lapalabra@jesusestavivo.org.mx
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Todo arco iris parte de un punto y luego se eleva a las alturas, para finalizar aterrizando otra vez. Con este último detalle que nos presenta ahora el evangelista, vamos a llegar al objetivo, sin el cual quedaría incompleto: La confesión de fe del centurión romano.
Al inclinar su cabeza y exhalar el último suspiro, Mateo nos narra: Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron, “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”: 27,4.
En un primer momento parece que la proclamación que Jesús es el Hijo de Dios, sea consecuencia del temor. El texto bíblico nos ofrece tres pistas maravillosas para cambiar esta visión: Se llenaron de miedo: No se trata de un miedo por los fenómenos tan extraordinarios que están sacudiendo la creación. Se refiere al temor clásico de las grandes teofanías en el Antiguo Testamento. Cuando Dios manifiesta su gloria, el hombre tiembla delante de la grandeza y santidad divinas. Este miedo es el mismo temor de Abraham, Moisés y María, cuando Dios se hace presente en sus vidas.
Al ver lo que pasaba: Los soldados, son testigos de lo que está sucediendo. Sin embargo, no permanecen en la periferia de los hechos. Han sabido interpretarlos y cerrar el círculo para comprender el sentido de lo que acontece.
Verdaderamente era el Hijo de Dios: El centurión certifica que no se trata de un sentido metafórico ni de una comparación, sino de una realidad. Es la verdad, aunque los responsables de la ortodoxia lo hayan rechazado. El hombre que acaba de expirar era el mismo Hijo de Dios.
El soldado pagano y sus subalternos tuvieron dos actitudes complementarias: Creen que Jesús verdaderamente es el Hijo de Dios, y luego lo proclaman públicamente, delante de verdugos y enemigos del ajusticiado, asumiendo los riesgos y consecuencias de su fe.
Según Pablo, creer con el corazón y proclamar con la boca, son las condiciones necesarias para apropiarnos la salvación de Jesús. El corazón representa lo más profundo: Adhesión al plan de Dios en Jesucristo, su estilo de vida y su doctrina. Estar absolutamente convencidos que Jesús es el único y suficiente Salvador. La boca y sus palabras, por ser lo más externo, significa que nuestra fe se tiene que manifestar en la vida.
Creer, es un acto personal e intransferible, pero sin caer en el individualismo. Sin embargo, la declaración ha de ser una acción de comunión con los testigos del Calvario. Por eso, Mateo subraya que no sólo el centurión romano, sino también sus compañeros proclaman que Jesús es el Hijo de Dios y Salvador universal.
Además, cuando Pablo se refiere a la muerte de Jesús, no se limita a narrar un hecho del pasado, sino que subraya la intencionalidad del mismo: Murió “por nosotros” (1Cor 15,3). Y su sacrificio fue completo y eficaz.
Jesús ciertamente ya nos salvó hace dos mil años, pero esta redención no se hace efectiva hasta el día que creamos que su muerte fue suficiente para pagar el precio de nuestra salvación y que su resurrección es la victoria total sobre toda injusticia y maldad de este mundo. Para apropiarnos sus méritos salvíficos, se precisa de nuestra fe, que incluye tanto creer como proclamar; creer con el corazón y declarar no sólo con palabras, sino con la vida y con el martirio si fuera necesario.
El centurión encargado de ejecutar la pena capital, vivió intensamente el claroscuro de muerte y resurrección. Si Jesús se hubiera bajado de la cruz como lo sugería aquel ladrón que lo insultaba y como sus enemigos lo retaban, el centurión debería entonces haber pagado la sentencia de aquel hombre que se había escapado de morir. La vida de Jesús hubiera significado su propia muerte, pero la muerte de Jesús, será motivo para que él tenga vida.
El centurión romano nos muestra cómo cerrar el círculo, para que este momento eterno en la vida de Jesús sea histórico en cada uno de nosotros. Él llegó a confesar públicamente lo que su corazón creía.
Cada uno de nosotros está llamado a hacer lo mismo de forma personal. Sin embargo, ha de existir un cambio con respecto a la expresión del centurión. En vez de afirmar que Jesús “era” el Hijo de Dios, a nosotros nos corresponde confesar que “es” el Hijo de Dios, el Salvador del mundo y Señor de cielos y tierra; el único mediador entre Dios y los hombres y que no hay otro Nombre dado a los hombres para ser salvados. Nosotros podemos entregarnos hoy a ese Jesús para ser lavados y purificados por su sangre preciosa. Si confesamos con nuestra boca lo que creemos en nuestro corazón, seremos salvados.
Algunas personas pueden reducir los fenómenos narrados por Mateo a simples acontecimientos históricos, lo cual sería permanecer en la superficie. Otros son capaces de dar un salto para encontrar el significado teológico. Sin embargo, esto tampoco sería suficiente. Lo esencial es que lleguemos a creer y proclamar nuestra fe en Jesús para apropiarnos los frutos de la redención ganados en el árbol de la cruz.
Oración del Centurión. El día de mi conversión hubo tantos ruidos externos, pero al mismo tiempo yo viví un silencio interno. Yo tenia fijos los ojos en tu cruz. Atrás de aquellos rojos ojos hinchados existía un mensaje misterioso que poco a poco yo fui descifrando. Hablabas más con tu actitud, que con palabras.
Percibí cuando clavaste tus ojos en mí de manera personal. Tu mirada penetró hasta lo más hondo de mi alma. Sentí que me invitabas a participar contigo del misterio del amor. Yo desvié mis ojos porque tu actitud, serena y señorial, me desconcertaba. Pero poco después se encontraron nuevamente nuestras miradas.
No me considerabas como tu verdugo, sino con ternura y misericordia. Esto me perturbó internamente. Ante tu presencia tan digna y soberana temblaron todas mis seguridades humanas, y una luz penetró hasta los rincones más profundos de mi existencia. El velo de mi indiferencia se comenzó a rasgar para encontrar sentido real a mi historia. Yo no necesité tres años a tu lado para reconocerte como Señor de mi vida. Sólo tres horas fueron suficientes. Fascinado por tu persona, comencé a pensar: ¿Por qué no te encontré antes? ¿Por qué tuvo que ser hasta hoy precisamente que tú estás partiendo? ¿Por qué tuve que conocerte de esta manera con este rostro deformado y tu carne partida a jirones? Mis preguntas eran una forma de entregarme totalmente en tus manos. Entonces, brotó desde dentro de mí un volcán, confesando mi fe, sabiendo que aunque ya habías muerto, estabas vivo dentro de mí.
Oración personal. Señor, yo creo que en tu muerte salvífica no sólo diste la vida por mí, sino también a mí. Yo creo en tu resurrección de entre los muertos. Yo confieso públicamente y en voz alta que eres el Hijo de Dios y el único Salvador. Te declaro como mi Salvador personal. No hay otro Nombre dado a los hombres para ser salvados. Renuncio a cualquier otro salvador y mesías que me ofrezca la felicidad en este mundo o en el otro.
Al penetrar más allá de las palabras y comprender los símbolos preñados de mensajes, comprendemos por qué Jesús declaró que cuando estuviera en lo alto de la cruz, atraería a todos hacia sí. (Jn 12,32) En verdad, su actitud y la trascendencia de su entrega son fascinantes. Nos ha cautivado y enamorado. Ahora sí podemos entender por qué Pablo estaba apasionado por este instante eterno, que centraba su atención en Cristo, en Cristo crucificado.
La muerte de Jesús, lejos de ser trágica, es fascinante. Dalí y Velázquez han sabido reflejar por qué. Mateo, en vez de acentuar el aspecto del dolor, nos ha sabido subrayar las consecuencias de esta entrega incondicional, para trasformar el drama en poema. Por tanto, más que despertar sentimientos de compasión, es para aprovechar los frutos de esta ofrenda voluntaria en el árbol de la cruz, que ha logrado el perdón y justificación de toda la humanidad. Ahora ya estamos en paz con Dios, gracias a Jesucristo, que se ha entregado por nosotros.
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Su grito angustioso, preguntando a Dios por qué lo había abandonado, se debía a que no solamente llevaba nuestros pecados, sino que también estaba identificando con él y asumía las consecuencias del mismo. Ha rasgado el velo del Santuario, para que ingresemos a la Presencia Divina. No es preciso purificarse para entrar al Santuario de Dios. Es su Santa Presencia quien nos purifica. Su cruz, signo inequívoco del amor del Padre y de Jesús a la humanidad, permanece inmutable en cualquiera de los vaivenes de la vida. La muerte de Jesús no provoca muerte; al contrario; los muertos resucitan en virtud a su entrega total en las manos del Padre.
Y lo más importante. Este relato no es para tener un dato histórico de un hecho acaecido en las afueras de Jerusalén, sino para que cada uno de nosotros, personificado en el centurión romano, pueda creer con todo su corazón que Jesús es el Hijo de Dios y proclamar con su vida que es el único Salvador de este mundo capaz de liberarnos de cualquier sepulcro y resucitarnos para una vida nueva y plena.
Hace pocos años un jugador del equipo de fútbol de Camerún expiró de la forma más bella en el campo de juego. Pero la muerte de Jesús la supera con mucho, porque Marc Vivien Foé no murió por nadie. En cambio, el sacrificio de Jesús tenía una intencionalidad: era por nosotros, para que atravesando el velo del Santuario participemos de la vida en abundancia que él nos entregó desde la cruz.
Jesús es el único Salvador y no hay otro. Hace dos mil años ya realizó la salvación de todo el género humano, pero esto es incompleto hasta el momento en que nos adhiramos a él por la fe y vivamos de acuerdo a la nueva vida que él ganó por nosotros cuando se reveló como verdadero Señor que domina la muerte y señorea sobre la creación entera. La cruz de Jesús nos libera de las cruces sin sentido o estériles, que son fruto del pecado. La cruz de Jesús no es para hacernos morir, sino para hacer morir en nosotros todo aquello que no nos deja vivir, vivir como hijos de Dios.
Mateo ha logrado pintar de manera genial este instante que traspasa la frontera de la eternidad, que ha dividido la historia de la humanidad en dos partes, para que también nuestra vida pueda comenzar otra vez, gracias a los frutos de la redención obtenidos en el Calvario.
Si Salvador Dalí y Diego Velázquez lograron representar esta fascinante muerte de Jesús, nosotros también con nuestra vida podemos dibujar una obra de arte gracias a la maravillosa muerte del Hijo de Dios, que también era hijo de María; es Señor y vendrá de nuevo en gloria para recoger los frutos del árbol de la cruz.
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Jesús está vivo
Estos testimonios llegaron al P. Emiliano Tardif y los transcribimos tal como llegaron: Asistí al seminario de Renovación más bien por acompañar a mi señora; pero día tras día, a medida que escuchaba los distintos temas que se desarrollaban, fui entregándole mi corazón al Señor para que sea el único morador.
Le entregué un corazón enfermo pues no hacía mucho tiempo fui victima de un poderoso infarto y a partir de entonces mi vida se llenó de incertidumbres. Presa de una fuerte arritmia fui internado por segunda vez, pero al volver a la vida cotidiana nuevamente la arritmia me azotó sin cesar. Fue entonces que decidí abandonar el tratamiento médico y entregarme enteramente al Señor.
Cuando vino el Padre Tardif, durante los días de asamblea notaba que mi corazón mejoraba paulatinamente; hice algunos desarreglos en comidas y hasta esfuerzos físicos y el resultado siguió siendo mejoría.
Pocos días antes de escribir este testimonio, mientras dormía sentí como si me tomaran el dedo pulgar de mi mano derecha y lo pusieran sobre brasas; esto me pasó tres veces en forma alternada. Al comprobar que no se trataba del piquete de algún insecto, me quede con la duda de qué podría ser. Al despertar por la mañana y proceder a controlar mi arritmia, con profunda sorpresa noté que mi corazón funcionaba perfectamente. De esto hace ya varios días, y en ningún momento ni el mayor esfuerzo fisico pudo alterar el buen funcionamiento de mi corazón, para gloria del Señor.
-Nos dirigimos a usted con el mayor de los respetos para manifestar y testimoniar lo siguiente: Somos una familia católica y por razones de trabajo radicamos desde hace tres años en esta ciudad. Este desarraigo y la difícil ambientación provocaron en nosotros serios problemas nostálgicos que, de una u otra manera, repercutieron en el seno de nuestro hogar, afectando nuestra armonía.
Por otro lado, la menor de nuestras hijas padecía, según diagnóstico médico, "intolerancia a la lactosa" y estaba impedida, lógicamente, de consumir alimentos derivados de la leche. Además otros alimentos no le eran recomendados, pues repercutían en sus intestinos provocándole una continua diarrea (de 4 a 14 deposiciones por día). En consecuencia su alimentación era a base de soya y con un régimen especial controlado por un médico gastroenterólogo de niños y dos médicos pediatras. En varias oportunidades se le tuvo que administrar suero, por la probabilidad de deshidratación. Su modo de vida era una continua negación a los normales deseos de los niños a consumir golosinas o dulces.
Comenzamos a asistir a las Misas carismáticas y pronto nació una extraña corriente de fe, de necesidad de estar allí en la Iglesia, hasta que una noche, en una misa nuestra hija de 4 años recibió la sanación a sus problemas de incontinencia de esfínteres. Pronto su vida comenzó a cambiar por completo, su alimentación se transformó en normal, con las precauciones necesarias en un principio, y hoy podemos decir con alegría que gracias al Señor nuestra hija está curada.
Pero esto no termina aquí, puesto que esta demostración de la presencia viva de Nuestro Señor nos ha llevado a toda la familia a unirnos mucho más, a encontrarnos espiritualmente con otros hermanos, aunque sean desconocidos, y lograr esa compañía que necesitamos al estar lejos de nuestra provincia. Es tanta nuestra necesidad de agradecer a nuestro Señor toda la bondad que derramó en nosotros que participamos en familia todos los momentos de la Misa y sus continuas enseñanzas de una mejor vida espiritual. Ya hicimos el seminario, recibimos el bautismo en el Espíritu y todo esto para gloria de Dios.
Le saludamos muy atentamente y rogamos su bendición.
-Quiero dar testimonio del poder de Dios y de cuánto ama nuestro Dios a su pueblo; quiero, a través de palabras llegar a las personas que lean esto, para que en todas partes se proclamen maravillas de nuestro Padre.
Sufrí un accidente con un tren; tuve fracturas en las dos piernas y en la izquierda tengo la consecuencia más grave que es no poder flexionarla, y además me quedó unos 3,5 cm a 4 cm más pequeña. En una Palabra de Conocimiento Evaristo dijo que había una persona que tenía una pierna más corta que otra y que el Señor por la noche le alargaría esa extremidad.
¡Gloria a Dios y alabanzas a su nombre, ya que para El no hay nada imposible! ¡Bendito sea nuestro Dios y Salvador, que atiende todas nuestras necesidades y escucha todas y cada una de nuestras súplicas!
La curación la recibí justo 8 años después. Todavía no he logrado flexionar la pierna izquierda. Por lo tanto, oren para que el Señor se apiade de mí y logre la total curación. ¡Gloria a Dios!
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Le entregué un corazón enfermo pues no hacía mucho tiempo fui victima de un poderoso infarto y a partir de entonces mi vida se llenó de incertidumbres. Presa de una fuerte arritmia fui internado por segunda vez, pero al volver a la vida cotidiana nuevamente la arritmia me azotó sin cesar. Fue entonces que decidí abandonar el tratamiento médico y entregarme enteramente al Señor.
Cuando vino el Padre Tardif, durante los días de asamblea notaba que mi corazón mejoraba paulatinamente; hice algunos desarreglos en comidas y hasta esfuerzos físicos y el resultado siguió siendo mejoría.
Pocos días antes de escribir este testimonio, mientras dormía sentí como si me tomaran el dedo pulgar de mi mano derecha y lo pusieran sobre brasas; esto me pasó tres veces en forma alternada. Al comprobar que no se trataba del piquete de algún insecto, me quede con la duda de qué podría ser. Al despertar por la mañana y proceder a controlar mi arritmia, con profunda sorpresa noté que mi corazón funcionaba perfectamente. De esto hace ya varios días, y en ningún momento ni el mayor esfuerzo fisico pudo alterar el buen funcionamiento de mi corazón, para gloria del Señor.
-Nos dirigimos a usted con el mayor de los respetos para manifestar y testimoniar lo siguiente: Somos una familia católica y por razones de trabajo radicamos desde hace tres años en esta ciudad. Este desarraigo y la difícil ambientación provocaron en nosotros serios problemas nostálgicos que, de una u otra manera, repercutieron en el seno de nuestro hogar, afectando nuestra armonía.
Por otro lado, la menor de nuestras hijas padecía, según diagnóstico médico, "intolerancia a la lactosa" y estaba impedida, lógicamente, de consumir alimentos derivados de la leche. Además otros alimentos no le eran recomendados, pues repercutían en sus intestinos provocándole una continua diarrea (de 4 a 14 deposiciones por día). En consecuencia su alimentación era a base de soya y con un régimen especial controlado por un médico gastroenterólogo de niños y dos médicos pediatras. En varias oportunidades se le tuvo que administrar suero, por la probabilidad de deshidratación. Su modo de vida era una continua negación a los normales deseos de los niños a consumir golosinas o dulces.
Comenzamos a asistir a las Misas carismáticas y pronto nació una extraña corriente de fe, de necesidad de estar allí en la Iglesia, hasta que una noche, en una misa nuestra hija de 4 años recibió la sanación a sus problemas de incontinencia de esfínteres. Pronto su vida comenzó a cambiar por completo, su alimentación se transformó en normal, con las precauciones necesarias en un principio, y hoy podemos decir con alegría que gracias al Señor nuestra hija está curada.
Pero esto no termina aquí, puesto que esta demostración de la presencia viva de Nuestro Señor nos ha llevado a toda la familia a unirnos mucho más, a encontrarnos espiritualmente con otros hermanos, aunque sean desconocidos, y lograr esa compañía que necesitamos al estar lejos de nuestra provincia. Es tanta nuestra necesidad de agradecer a nuestro Señor toda la bondad que derramó en nosotros que participamos en familia todos los momentos de la Misa y sus continuas enseñanzas de una mejor vida espiritual. Ya hicimos el seminario, recibimos el bautismo en el Espíritu y todo esto para gloria de Dios.
Le saludamos muy atentamente y rogamos su bendición.
-Quiero dar testimonio del poder de Dios y de cuánto ama nuestro Dios a su pueblo; quiero, a través de palabras llegar a las personas que lean esto, para que en todas partes se proclamen maravillas de nuestro Padre.
Sufrí un accidente con un tren; tuve fracturas en las dos piernas y en la izquierda tengo la consecuencia más grave que es no poder flexionarla, y además me quedó unos 3,5 cm a 4 cm más pequeña. En una Palabra de Conocimiento Evaristo dijo que había una persona que tenía una pierna más corta que otra y que el Señor por la noche le alargaría esa extremidad.
¡Gloria a Dios y alabanzas a su nombre, ya que para El no hay nada imposible! ¡Bendito sea nuestro Dios y Salvador, que atiende todas nuestras necesidades y escucha todas y cada una de nuestras súplicas!
La curación la recibí justo 8 años después. Todavía no he logrado flexionar la pierna izquierda. Por lo tanto, oren para que el Señor se apiade de mí y logre la total curación. ¡Gloria a Dios!
Te invitamos a ver en nuestra página web www.jesusestavivo.org.mx la programación de nuestras producciones por televisión en vivo. Estas son algunas: los domingos a las 18:00 horas “La Palabra en la Z radio”, los lunes en el templo de El Carmen oración por los enfermos a las 17:00 horas, los miércoles a las 21:00 horas oración por tus enfermos. Manda tus peticiones para que en todo el mundo se ore por la salud de tus enfermos, la dirección es: lapalabra@jesusestavivo.org.mx
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
aurelio@jesusestavivo.org.mx
Muertos que resucitan
Estamos seguros que desde el momento de proclamar este pasaje bíblico, Tú, Espíritu Santo, ya estarás enseñándonos cosas nuevas, que jamás imaginamos. Danos oídos de discípulos, ojos de profetas y corazón de mártires, para poder penetrar en este misterio fascinante de la muerte de Jesús, para al final declarar que verdaderamente Jesús es el Hijo de Dios. Animados por ti, vamos a proclamar la Palabra de Dios.
“Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona, clamó Jesús con fuerte voz: “¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?”, esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” Al oírlo algunos de los que estaban allí, decían: “A Elías llama éste”. Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: “Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle”. Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”: Mt 27,50-54.
Para expresar lo inexpresable, Mateo describe el sentido de la muerte de Jesús a través de seis momentos que se transforman en un instante con dimensión de eternidad: Las tinieblas que cubren toda la tierra. El grito angustioso de Jesús a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El velo del Santuario que se rasga de arriba abajo. Temblor de tierra y piedras que se resquebrajan. Resurrección de muertos. Concluye con el objetivo de su escrito: La confesión de fe en la divinidad de Jesús.
Los seis puntos forman un mosaico donde cada parte tiene su valor, pero cuando consideramos la colección completa, cobra una plusvalía. Se trata de un arco iris, en el cual la armonía de todos los colores manifiesta la Alianza que Dios está firmando con nosotros, a través de la sangre de Jesús en la cruz.
Estamos delante de un poema, aunque el vestido sea de drama. Es la culminación de una fascinante obra de arte: La vida y la entrega de Jesús por nosotros.
El quinto color del arco iris de la Nueva Alianza es tan impresionante, que toca la barrera de lo increíble, causando sustos y miedos: La resurrección de muchos muertos que se aparecían por todas partes de la ciudad de Jerusalén. El texto de Mateo es significativo: Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos: Mt 27, 52-53.
Aquella tarde, víspera de la Pascua, no pocos difuntos resucitan y se pasean por la ciudad, saliendo al paso en esquinas y plazas. El hecho, como ya es obvio, no refleja una realidad histórica, pero sí verdadera.
Así como la violencia es raíz de violencia, la muerte de Jesús debía provocar muerte a su alrededor. Cuando una manzana se echa a perder, la apartamos para que no se dañen las otras, porque la podredumbre, como la muerte, producen corrupción. Sin embargo, con Jesús sucede todo lo contrario: En vez de originar muerte, genera vida.
Veamos seis puntos de este pasaje bíblico: Se abrieron los sepulcros: Los muertos tienen una puerta de salida. No todo está acabado. Hay una esperanza, sin importar el tiempo que lleven en la tumba.
Difuntos resucitaron: No sabemos si cuando se abren los sepulcros, los muertos resucitan; o si porque resucitan, sus sepulcros se abren. Lo trascendente es que todo esto sucede gracias a la muerte de Jesús en el Calvario.
Salieron de los sepulcros: Jesús abre las puertas de la prisión para escapar del laberinto absurdo de la muerte; pero es el hombre quien decide salir o no. Ellos entraron o fueron metidos en tumbas, sin embargo ahora cada uno toma la decisión de permanecer en el sepulcro o liberarse de él.
Justos que resucitan: Tal vez se refiere a Abraham, Moisés, los Macabeos o Judith; sin olvidar a David y los profetas. Pero el mensaje es que si Jesús vino por los pecadores, también los que se consideran justos, porque son buenos y han sido fieles al plan de Dios, pueden encontrar una vida totalmente nueva y plena por medio de los méritos de Jesucristo. No basta ser justos, es necesario ser resucitados por el poder de la cruz de Cristo Jesús.
Se aparecen a muchos: Quiere decir que dan testimonio de la victoria de Jesús sobre la muerte.
Entraron en la Ciudad Santa: Posibilidad de ser ciudadanos de la Nueva Jerusalén, descrita por los profetas.
Según la mentalidad bíblica, ¿quiénes son los muertos? Hay que recordar que cuando regresa el hijo que se había alejado de la casa, el padre ordena: Hagan una fiesta, tráiganle sandalias, vestido nuevo y anillo, porque este hijo mío “estaba muerto y ha vuelto a la vida”. Resucita el que había abandonado a su padre para construir su vida por sus propios medios y posibilidades.
Aquella tarde, el centurión presenció cómo los sepulcros se abrían, para dar a entender que la misma muerte no es el destino final de la humanidad, sino que existe siempre una esperanza. Gracias a aquel hombre que él estaba ejecutando, las inexpugnables puertas de la muerte quedaban vencidas, gracias a lo que estaba sucediendo en la cumbre del Calvario. Así, poco a poco fue llegando a una conclusión más allá de la razón y la lógica: Aquel hombre que agonizaba debía ser el Hijo de Dios, porque era generador de vida, para justos y pecadores.
Lo importante no es que algunos personajes del Antiguo Testamento resucitaron hace dos mil años, sino que nosotros mismos podemos tener una vida totalmente nueva por los méritos de la entrega voluntaria de Jesús, ¡los que estábamos muertos, resucitamos! Volvemos a la vida y regresamos a la casa de nuestro Padre Dios. En Jesús y por Jesús, tenemos la posibilidad de pasar de las tinieblas a la luz y de la muerte a la vida.
Los difuntos que se aparecen no son fantasmas que causen miedos, sino testigos del poder de Jesús. Sin embargo, nosotros mismos somos quienes podemos salir de nuestras tumbas para participar de la resurrección de Cristo Jesús y que los demás pueden palpar que hemos sido liberados del sepulcro.
El quinto fenómeno que acontece en el Calvario, es para mostrarnos que la muerte de Jesús ni es absurda ni produce muerte; sino al contrario, es fuente de vida y nos permite entrar a la Nueva Jerusalén.
Oración. Señor Jesús, algunas veces yo mismo me he construido un sepulcro donde me he encerrado. Otras ocasiones son los demás los que han cavado mi tumba. En alguna época yo he tenido vida, pero ese paraíso después se trasformó en un sepulcro. Abre el sepulcro de mi mente, para creer que hay esperanza, a pesar de todos los signos contradictorios. Libérame de toda atadura de muerte. Pero especialmente, resucita el amor en un corazón: amor por ti, amor a mis hermanos y amor a mí mismo. Resucita ese amor apasionado de hijo en las manos de amado Padre... amor que, aunque a veces cuestione, otras ocasiones muestre sus dudas. o se lamente o llore, siempre, siempre ama. Al contemplar tu luz, devuélveme la alegría de la salvación y enciende mi alma con tu amor para que enamorado por ti, responda con una entrega total y sincera. Que en vez de este frío sepulcro, Señor, contemple el arco iris de tu alianza. Y una vez resucitado, pueda dar testimonio a los demás, para que puedan comprobar que en ti se encuentra la nueva vida y que tú eres capaz de resucitar muertos, porque tú eres la resurrección y la vida. Gracias, Señor Jesús. Así sea.
Ahora vamos a contemplar otro que nos llama poderosamente la atención: El temblor de tierra que tiene lugar cuando Jesús muere. Obviamente, como lo hemos dado a entender antes, no se trata de un reporte meteorológico, sino de un símbolo teológico, cargado de un fascinante mensaje de esperanza para todos nosotros: Tembló la tierra y las rocas se hendieron: Mt 27,51b.
Generalmente se piensa que la muerte de Jesús es tan trágica, que hasta la tierra tiembla para mostrar su reproche a tan gran injusticia. La creación se cimbra, y con dolores de parto levanta su reclamo ante la ejecución del predicador de Buenas Noticias.
En un sismo se vive la inseguridad total. Las paredes se caen, los edificios se derrumban, el mar se agita y la tierra se agrieta. Se erosionan todas las seguridades humanas. En la cima del Calvario habían cavado un hoyo para enterrar una cruz que sostuviera al ajusticiado. Como su estancia en el patíbulo sería sólo por pocas horas, se había hecho de forma improvisada y transitoria. Por tanto, ante el temblor de tierra, debería ser lo primero que se viniera abajo. Sin embargo, como la cruz manifiesta el estable amor de Dios al mundo y de Jesús a la humanidad, no se desploma aquella tarde y ninguna noche; al contrario, se mantiene firme, porque el amor misericordioso de Dios es permanente. Nada la hace caer.
Los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará, y mi alianza de paz no se moverá: Is 54,10.
Ese temblor del que nos habla Mateo representa todas las circunstancias y adversidades, dudas y miedos que sacuden nuestra vida y desequilibran nuestra mente. Aparecen sismos inesperados cuando la vida se tambalea. A veces se viene abajo la unidad de la familia, la economía se desmorona y la paz interior se resquebraja. Nos traicionan los amigos o la salud se debilita. La injusticia, cual serpiente venenosa, trata de erosionar el pedestal de nuestra dignidad humana. La calumnia cimbra la columna vertebral de nuestra autoestima. Experimentamos la soledad, se nubla el horizonte del futuro, se cae lo que construimos en el pasado o nos deprimimos ante cambios inesperados. También nuestra fe sufre ataques y nos sentimos solos o abandonados, pues parece que hasta Dios mismo se esconde y no responde a nuestros gemidos y oraciones. Pero tal vez no contesta porque no hay necesidad. Basta ver la cruz de Jesús, para comprender su respuesta: Su amor manifestado en la cruz, permanece inconmovible a pesar que se tambalean todas las circunstancias.
Por eso, ante las amenazas de la unidad familiar, basta mirar la cruz que ha derribado los muros de separación entre nosotros. Si nuestra salud se debilita o muere la mejor de nuestras amigas, ese hombre traspasado y herido, es la antesala de la resurrección. Cuando se tambalee nuestra economía, ver a ese hombre desnudo, que nada tiene pero al mismo tiempo nada necesita porque él mismo se ha despojado de todo, es aliento de esperanza.
El día que estalle cualquier tipo de guerra contra nosotros, esa cruz nos recuerda que Cristo es nuestra paz (Ef 2, 14).
Cuando sintamos que ya no resistimos más el dolor, Jesús no se baja de la cruz. Si somos heridos por los más cercanos, allí están esas llagas que son fuente de curación. En el momento en que se muevan sorpresivamente las montañas de nuestras seguridades humanas, hay que mirar a ese Jesús con los brazos abiertos, que no se desploma.
Si todo aquello en que tenemos puesta nuestra confianza, se derrumba; Él permanece fiel, sin tambalearse. Cuando Dios guarda silencio, no responde a nuestras plegarias o se tarda en cumplir sus promesas, en la cruz se expresa la Palabra más elocuente de Dios: Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por los que ama (Jn 15,13).
Recordemos que a pesar de que nosotros seamos infieles, ¡el Señor permanece fiel! Su amor no depende de nosotros. Este es el motivo de nuestra confianza.
El temblor de tierra nos da a entender: “Nada de lo que tenemos o somos, ni siquiera el suelo que pisamos, es estable y permanente. La única seguridad real en este mundo es Cristo crucificado, que es la prueba suprema del amor de Dios”. Nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús (Rom 8,31-39), porque el amor no acaba nunca (1Cor 13,8).
Esta cruz que se mantiene firme ante toda adversidad, es signo de esperanza en todos los temblores y terremotos de la vida.
Cuando aquellos soldados golpeaban con martillos para clavar las manos de Jesús, ellos mismos no sabían lo que hacían. La serenidad y autoridad de Jesús les sacudía todos sus esquemas y paradigmas; hasta a ellos mismos. Jesús no temblaba de miedo.
¿Cómo podía “un hombre” tener tanta entereza y dignidad delante de sus verdugos, la vida y hasta la muerte? La soberanía de aquel crucificado que no maldecía, sino que perdonaba, hacía cuestionarse al centurión: ¿Este galileo no será sobrehumano? ¿No será algo más que un simple mortal? La forma como Jesús se comportaba era un verdadero terremoto que agitaba el piso de sus conceptos y creencias.
En este vaivén, cuando las Torres Gemelas de la economía y el comercio se desmoronan y el Pentágono del poder se erosiona, la cruz de Jesús que permanece estable, nos recuerda que lo único firme, poderoso e inconmovible de este mundo, es el amor de Dios. Por tanto, el temblor del Calvario no es para activar las alarmas, sino para encender las luces de la esperanza del amor inconmovible de Dios.
Señor Jesús, algunas veces inesperados temblores han sacudido mi vida. Otras ocasiones hasta yo mismo he temblado ante lo imprevisto de la existencia. Por eso, vengo a ti, que soportaste el temblor en lo alto de la cruz, para pedirte: Cuando la angustia intente desestabilizarme, que tu cruz mantenga en pie mi confianza en ti. Cuando el rencor carcoma y erosione la paz de mi corazón, que la estabilidad de tu cruz me revele tu misericordia. Cuando la tristeza invada mi alma, que el resplandor de tu cruz haga reconocer que la verdadera alegría proviene de dar, no de recibir. Cuando el desánimo me invada o la depresión me debilite, que la certeza de tu victoria sostenga todos mis anhelos. Espíritu Santo, que sólo tiemble en mí lo que no está sustentado en la roca firme del Calvario, para que viva confiado y fascinado por esa cruz que no cae ante ningún imprevisto de la vida.
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¡Alabado sea Jesucristo!
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“Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona, clamó Jesús con fuerte voz: “¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?”, esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” Al oírlo algunos de los que estaban allí, decían: “A Elías llama éste”. Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: “Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle”. Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”: Mt 27,50-54.
Para expresar lo inexpresable, Mateo describe el sentido de la muerte de Jesús a través de seis momentos que se transforman en un instante con dimensión de eternidad: Las tinieblas que cubren toda la tierra. El grito angustioso de Jesús a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El velo del Santuario que se rasga de arriba abajo. Temblor de tierra y piedras que se resquebrajan. Resurrección de muertos. Concluye con el objetivo de su escrito: La confesión de fe en la divinidad de Jesús.
Los seis puntos forman un mosaico donde cada parte tiene su valor, pero cuando consideramos la colección completa, cobra una plusvalía. Se trata de un arco iris, en el cual la armonía de todos los colores manifiesta la Alianza que Dios está firmando con nosotros, a través de la sangre de Jesús en la cruz.
Estamos delante de un poema, aunque el vestido sea de drama. Es la culminación de una fascinante obra de arte: La vida y la entrega de Jesús por nosotros.
El quinto color del arco iris de la Nueva Alianza es tan impresionante, que toca la barrera de lo increíble, causando sustos y miedos: La resurrección de muchos muertos que se aparecían por todas partes de la ciudad de Jerusalén. El texto de Mateo es significativo: Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos: Mt 27, 52-53.
Aquella tarde, víspera de la Pascua, no pocos difuntos resucitan y se pasean por la ciudad, saliendo al paso en esquinas y plazas. El hecho, como ya es obvio, no refleja una realidad histórica, pero sí verdadera.
Así como la violencia es raíz de violencia, la muerte de Jesús debía provocar muerte a su alrededor. Cuando una manzana se echa a perder, la apartamos para que no se dañen las otras, porque la podredumbre, como la muerte, producen corrupción. Sin embargo, con Jesús sucede todo lo contrario: En vez de originar muerte, genera vida.
Veamos seis puntos de este pasaje bíblico: Se abrieron los sepulcros: Los muertos tienen una puerta de salida. No todo está acabado. Hay una esperanza, sin importar el tiempo que lleven en la tumba.
Difuntos resucitaron: No sabemos si cuando se abren los sepulcros, los muertos resucitan; o si porque resucitan, sus sepulcros se abren. Lo trascendente es que todo esto sucede gracias a la muerte de Jesús en el Calvario.
Salieron de los sepulcros: Jesús abre las puertas de la prisión para escapar del laberinto absurdo de la muerte; pero es el hombre quien decide salir o no. Ellos entraron o fueron metidos en tumbas, sin embargo ahora cada uno toma la decisión de permanecer en el sepulcro o liberarse de él.
Justos que resucitan: Tal vez se refiere a Abraham, Moisés, los Macabeos o Judith; sin olvidar a David y los profetas. Pero el mensaje es que si Jesús vino por los pecadores, también los que se consideran justos, porque son buenos y han sido fieles al plan de Dios, pueden encontrar una vida totalmente nueva y plena por medio de los méritos de Jesucristo. No basta ser justos, es necesario ser resucitados por el poder de la cruz de Cristo Jesús.
Se aparecen a muchos: Quiere decir que dan testimonio de la victoria de Jesús sobre la muerte.
Entraron en la Ciudad Santa: Posibilidad de ser ciudadanos de la Nueva Jerusalén, descrita por los profetas.
Según la mentalidad bíblica, ¿quiénes son los muertos? Hay que recordar que cuando regresa el hijo que se había alejado de la casa, el padre ordena: Hagan una fiesta, tráiganle sandalias, vestido nuevo y anillo, porque este hijo mío “estaba muerto y ha vuelto a la vida”. Resucita el que había abandonado a su padre para construir su vida por sus propios medios y posibilidades.
Aquella tarde, el centurión presenció cómo los sepulcros se abrían, para dar a entender que la misma muerte no es el destino final de la humanidad, sino que existe siempre una esperanza. Gracias a aquel hombre que él estaba ejecutando, las inexpugnables puertas de la muerte quedaban vencidas, gracias a lo que estaba sucediendo en la cumbre del Calvario. Así, poco a poco fue llegando a una conclusión más allá de la razón y la lógica: Aquel hombre que agonizaba debía ser el Hijo de Dios, porque era generador de vida, para justos y pecadores.
Lo importante no es que algunos personajes del Antiguo Testamento resucitaron hace dos mil años, sino que nosotros mismos podemos tener una vida totalmente nueva por los méritos de la entrega voluntaria de Jesús, ¡los que estábamos muertos, resucitamos! Volvemos a la vida y regresamos a la casa de nuestro Padre Dios. En Jesús y por Jesús, tenemos la posibilidad de pasar de las tinieblas a la luz y de la muerte a la vida.
Los difuntos que se aparecen no son fantasmas que causen miedos, sino testigos del poder de Jesús. Sin embargo, nosotros mismos somos quienes podemos salir de nuestras tumbas para participar de la resurrección de Cristo Jesús y que los demás pueden palpar que hemos sido liberados del sepulcro.
El quinto fenómeno que acontece en el Calvario, es para mostrarnos que la muerte de Jesús ni es absurda ni produce muerte; sino al contrario, es fuente de vida y nos permite entrar a la Nueva Jerusalén.
Oración. Señor Jesús, algunas veces yo mismo me he construido un sepulcro donde me he encerrado. Otras ocasiones son los demás los que han cavado mi tumba. En alguna época yo he tenido vida, pero ese paraíso después se trasformó en un sepulcro. Abre el sepulcro de mi mente, para creer que hay esperanza, a pesar de todos los signos contradictorios. Libérame de toda atadura de muerte. Pero especialmente, resucita el amor en un corazón: amor por ti, amor a mis hermanos y amor a mí mismo. Resucita ese amor apasionado de hijo en las manos de amado Padre... amor que, aunque a veces cuestione, otras ocasiones muestre sus dudas. o se lamente o llore, siempre, siempre ama. Al contemplar tu luz, devuélveme la alegría de la salvación y enciende mi alma con tu amor para que enamorado por ti, responda con una entrega total y sincera. Que en vez de este frío sepulcro, Señor, contemple el arco iris de tu alianza. Y una vez resucitado, pueda dar testimonio a los demás, para que puedan comprobar que en ti se encuentra la nueva vida y que tú eres capaz de resucitar muertos, porque tú eres la resurrección y la vida. Gracias, Señor Jesús. Así sea.
Ahora vamos a contemplar otro que nos llama poderosamente la atención: El temblor de tierra que tiene lugar cuando Jesús muere. Obviamente, como lo hemos dado a entender antes, no se trata de un reporte meteorológico, sino de un símbolo teológico, cargado de un fascinante mensaje de esperanza para todos nosotros: Tembló la tierra y las rocas se hendieron: Mt 27,51b.
Generalmente se piensa que la muerte de Jesús es tan trágica, que hasta la tierra tiembla para mostrar su reproche a tan gran injusticia. La creación se cimbra, y con dolores de parto levanta su reclamo ante la ejecución del predicador de Buenas Noticias.
En un sismo se vive la inseguridad total. Las paredes se caen, los edificios se derrumban, el mar se agita y la tierra se agrieta. Se erosionan todas las seguridades humanas. En la cima del Calvario habían cavado un hoyo para enterrar una cruz que sostuviera al ajusticiado. Como su estancia en el patíbulo sería sólo por pocas horas, se había hecho de forma improvisada y transitoria. Por tanto, ante el temblor de tierra, debería ser lo primero que se viniera abajo. Sin embargo, como la cruz manifiesta el estable amor de Dios al mundo y de Jesús a la humanidad, no se desploma aquella tarde y ninguna noche; al contrario, se mantiene firme, porque el amor misericordioso de Dios es permanente. Nada la hace caer.
Los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará, y mi alianza de paz no se moverá: Is 54,10.
Ese temblor del que nos habla Mateo representa todas las circunstancias y adversidades, dudas y miedos que sacuden nuestra vida y desequilibran nuestra mente. Aparecen sismos inesperados cuando la vida se tambalea. A veces se viene abajo la unidad de la familia, la economía se desmorona y la paz interior se resquebraja. Nos traicionan los amigos o la salud se debilita. La injusticia, cual serpiente venenosa, trata de erosionar el pedestal de nuestra dignidad humana. La calumnia cimbra la columna vertebral de nuestra autoestima. Experimentamos la soledad, se nubla el horizonte del futuro, se cae lo que construimos en el pasado o nos deprimimos ante cambios inesperados. También nuestra fe sufre ataques y nos sentimos solos o abandonados, pues parece que hasta Dios mismo se esconde y no responde a nuestros gemidos y oraciones. Pero tal vez no contesta porque no hay necesidad. Basta ver la cruz de Jesús, para comprender su respuesta: Su amor manifestado en la cruz, permanece inconmovible a pesar que se tambalean todas las circunstancias.
Por eso, ante las amenazas de la unidad familiar, basta mirar la cruz que ha derribado los muros de separación entre nosotros. Si nuestra salud se debilita o muere la mejor de nuestras amigas, ese hombre traspasado y herido, es la antesala de la resurrección. Cuando se tambalee nuestra economía, ver a ese hombre desnudo, que nada tiene pero al mismo tiempo nada necesita porque él mismo se ha despojado de todo, es aliento de esperanza.
El día que estalle cualquier tipo de guerra contra nosotros, esa cruz nos recuerda que Cristo es nuestra paz (Ef 2, 14).
Cuando sintamos que ya no resistimos más el dolor, Jesús no se baja de la cruz. Si somos heridos por los más cercanos, allí están esas llagas que son fuente de curación. En el momento en que se muevan sorpresivamente las montañas de nuestras seguridades humanas, hay que mirar a ese Jesús con los brazos abiertos, que no se desploma.
Si todo aquello en que tenemos puesta nuestra confianza, se derrumba; Él permanece fiel, sin tambalearse. Cuando Dios guarda silencio, no responde a nuestras plegarias o se tarda en cumplir sus promesas, en la cruz se expresa la Palabra más elocuente de Dios: Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por los que ama (Jn 15,13).
Recordemos que a pesar de que nosotros seamos infieles, ¡el Señor permanece fiel! Su amor no depende de nosotros. Este es el motivo de nuestra confianza.
El temblor de tierra nos da a entender: “Nada de lo que tenemos o somos, ni siquiera el suelo que pisamos, es estable y permanente. La única seguridad real en este mundo es Cristo crucificado, que es la prueba suprema del amor de Dios”. Nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús (Rom 8,31-39), porque el amor no acaba nunca (1Cor 13,8).
Esta cruz que se mantiene firme ante toda adversidad, es signo de esperanza en todos los temblores y terremotos de la vida.
Cuando aquellos soldados golpeaban con martillos para clavar las manos de Jesús, ellos mismos no sabían lo que hacían. La serenidad y autoridad de Jesús les sacudía todos sus esquemas y paradigmas; hasta a ellos mismos. Jesús no temblaba de miedo.
¿Cómo podía “un hombre” tener tanta entereza y dignidad delante de sus verdugos, la vida y hasta la muerte? La soberanía de aquel crucificado que no maldecía, sino que perdonaba, hacía cuestionarse al centurión: ¿Este galileo no será sobrehumano? ¿No será algo más que un simple mortal? La forma como Jesús se comportaba era un verdadero terremoto que agitaba el piso de sus conceptos y creencias.
En este vaivén, cuando las Torres Gemelas de la economía y el comercio se desmoronan y el Pentágono del poder se erosiona, la cruz de Jesús que permanece estable, nos recuerda que lo único firme, poderoso e inconmovible de este mundo, es el amor de Dios. Por tanto, el temblor del Calvario no es para activar las alarmas, sino para encender las luces de la esperanza del amor inconmovible de Dios.
Señor Jesús, algunas veces inesperados temblores han sacudido mi vida. Otras ocasiones hasta yo mismo he temblado ante lo imprevisto de la existencia. Por eso, vengo a ti, que soportaste el temblor en lo alto de la cruz, para pedirte: Cuando la angustia intente desestabilizarme, que tu cruz mantenga en pie mi confianza en ti. Cuando el rencor carcoma y erosione la paz de mi corazón, que la estabilidad de tu cruz me revele tu misericordia. Cuando la tristeza invada mi alma, que el resplandor de tu cruz haga reconocer que la verdadera alegría proviene de dar, no de recibir. Cuando el desánimo me invada o la depresión me debilite, que la certeza de tu victoria sostenga todos mis anhelos. Espíritu Santo, que sólo tiemble en mí lo que no está sustentado en la roca firme del Calvario, para que viva confiado y fascinado por esa cruz que no cae ante ningún imprevisto de la vida.
Te invitamos a ver en nuestra página web www.jesusestavivo.org.mx la programación de nuestras producciones por televisión en vivo. Estas son algunas: los domingos a las 18:00 horas “La Palabra en la Z radio”, los lunes en el templo de El Carmen oración por los enfermos a las 17:00 horas, los miércoles a las 21:00 horas oración por tus enfermos. Manda tus peticiones para que en todo el mundo se ore por la salud de tus enfermos, la dirección es: lapalabra@jesusestavivo.org.mx
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La fascinante muerte de Jesús
Mateo corona de forma espléndida el relato de lo que sucedió aquella tarde gloriosa en la cumbre del Calvario: El centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”: Mt 27,54.
Contra toda lógica, los guardias de la ejecución creyeron en la divinidad de aquel hombre que acababa de expirar, mientras que otros descendieron del monte alisándose la barba para esconder una hipócrita sonrisa de satisfacción. Algunos confiaron con todo su corazón, algunos más respiraban profundo, porque por fin Dios había hecho justicia contra ese Nazareno, que se había atrevido a afirmar que el Dios tres veces Santo era su padre. Unos penetraron el misterio. Hubo quienes estando tan cerca, se quedaron tan lejos. ¿Por qué unos creen y otros se resisten a confiar? ¿Dónde se encuentra la diferencia entre estos dos grupos? ¿Qué fue lo que motivó al soldado pagano para creer y confesar que ese hombre desnudo, que parecía no haber tenido la capacidad de bajarse de la cruz, era el Hijo de Dios?
Tanto el centurión como los demás espectadores del Calvario vieron cómo el sol se oscurecía, dejando la tierra sumida en densas tinieblas, mientras que cada uno sentía cimbrarse la tierra a sus pies. Todos se escalofriaron cuando escucharon el angustioso grito de Jesús, que se sentía abandonado de quien él mismo había proclamado era su propio padre.
El centurión y sus compañeros supieron leer e interpretar el significado de los símbolos, mientras que los especialistas en la ley y los profetas permanecieron en la periferia de los sucesos. Estos últimos fueron incapaces de traspasar el cristal de los signos preñados de profundo mensaje. Pero quienes descubrieron el alcance de lo que sucedía, dieron el salto cualitativo, confesando que aquel hombre coronado de espinas “verdaderamente era el Hijo de Dios”. Habían esclarecido el sentido de cuanto sucedió aquel momento que cambiaría el rumbo de la historia.
Estas líneas van a colocar en tus manos la lámpara que te guiará para encontrar el significado de los diferentes fenómenos narrados por el evangelista. Ofreceremos en primer lugar la clave de lectura para no permanecer en la materialidad de las palabras del relato, sino penetrar la profundidad de los hechos que los convierten en acontecimientos. Después, iremos analizando cada uno de los seis diferentes colores del arco iris de la Nueva Alianza sellada en la cima del Calvario.
Si la muerte de Jesús cambió la historia, descifrar su significado puede transformar la nuestra. Mas, no basta comprender su alcance. La meta final es creer en Jesús y tener la valentía para proclamarlo como Salvador, y así apropiarnos la salvación que él nos ganó con su sangre inocente. Cada uno de nosotros, como el centurión, somos capaces de proclamar con nuestra boca lo que creemos en nuestro corazón: Que Jesús es el único Señor de cielos y tierra, porque es el Hijo de Dios.
Al mirar con dimensión evangélica tan bello mensaje, nos fascinaremos tanto por Jesús en la cruz, que repetiremos en coro polifónico con Pablo: “No quiero saber otra cosa que a Jesucristo, y Jesucristo crucificado”; porque al ser levantado en lo alto del patíbulo, es precisamente cuando nos seduce irresistiblemente.
Sin masoquismo ni sadismo, seremos cautivados por Cristo crucificado, para percibir cuánto y de qué forma ha amado Dios a este mundo, que le ha entregado a su Hijo único. Fascinados por ese trono de madera, y aunque su corona sea de espinas, nos rendiremos en admiración y agradecimiento por su entrega tan digna y soberana, que ha cambiado la historia, nuestra historia. Para ello, necesitamos la luz del Espíritu Santo, que nos manifieste la identidad y misión de Jesús. Él, quien inspiró este pasaje de la Escritura, nos puede revelar su significado más profundo. Por eso, lo primero que vamos a hacer, es pedir al Espíritu Santo que nos revele lo que ha querido expresar, porque sólo con su luz es posible internarnos en este mundo enigmático y cautivador del simbolismo.
Estamos seguros que desde el momento de proclamar este pasaje bíblico, Tú, Espíritu Santo, ya estarás enseñándonos cosas nuevas, que jamás imaginamos. Danos oídos de discípulos, ojos de profetas y corazón de mártires, para poder penetrar en este misterio fascinante de la muerte de Jesús, para al final declarar que verdaderamente Jesús es el Hijo de Dios. Animados por ti, vamos a proclamar la Palabra de Dios.
“Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona, clamó Jesús con fuerte voz: “¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?”, esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” Al oírlo algunos de los que estaban allí, decían: “A Elías llama éste”.
Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber.
Pero los otros dijeron: “Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle”. Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”: Mt 27, 45- 54.
Para expresar lo inexpresable, Mateo describe el sentido de la muerte de Jesús a través de seis momentos que se transforman en un instante con dimensión de eternidad: Las tinieblas que cubren toda la tierra. El grito angustioso de Jesús a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El velo del Santuario que se rasga de arriba abajo. Temblor de tierra y piedras que se resquebrajan. Resurrección de muertos. Concluye con el objetivo de su escrito: La confesión de fe en la divinidad de Jesús.
Los seis puntos forman un mosaico donde cada parte tiene su valor, pero cuando consideramos la colección completa, cobra una plusvalía. Se trata de un arco iris, en el cual la armonía de todos los colores manifiesta la Alianza que Dios está firmando con nosotros, a través de la sangre de Jesús en la cruz.
Estamos delante de un poema, aunque el vestido sea de drama. Es la culminación de una fascinante obra de arte: La vida y la entrega de Jesús por nosotros.
Te invitamos a ver en nuestra página web www.jesusestavivo.org.mx la programación de nuestras producciones por televisión en vivo. Estas son algunas: los domingos a las 18:00 horas “La Palabra en la Z radio”, los lunes en el templo de El Carmen oración por los enfermos a las 17:00 horas, los miércoles a las 21:00 horas oración por tus enfermos. Manda tus peticiones para que en todo el mundo se ore por la salud de tus enfermos, la dirección es: lapalabra@jesusestavivo.org.mx
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
aurelio@jesusestavivo.org.mx
Contra toda lógica, los guardias de la ejecución creyeron en la divinidad de aquel hombre que acababa de expirar, mientras que otros descendieron del monte alisándose la barba para esconder una hipócrita sonrisa de satisfacción. Algunos confiaron con todo su corazón, algunos más respiraban profundo, porque por fin Dios había hecho justicia contra ese Nazareno, que se había atrevido a afirmar que el Dios tres veces Santo era su padre. Unos penetraron el misterio. Hubo quienes estando tan cerca, se quedaron tan lejos. ¿Por qué unos creen y otros se resisten a confiar? ¿Dónde se encuentra la diferencia entre estos dos grupos? ¿Qué fue lo que motivó al soldado pagano para creer y confesar que ese hombre desnudo, que parecía no haber tenido la capacidad de bajarse de la cruz, era el Hijo de Dios?
Tanto el centurión como los demás espectadores del Calvario vieron cómo el sol se oscurecía, dejando la tierra sumida en densas tinieblas, mientras que cada uno sentía cimbrarse la tierra a sus pies. Todos se escalofriaron cuando escucharon el angustioso grito de Jesús, que se sentía abandonado de quien él mismo había proclamado era su propio padre.
El centurión y sus compañeros supieron leer e interpretar el significado de los símbolos, mientras que los especialistas en la ley y los profetas permanecieron en la periferia de los sucesos. Estos últimos fueron incapaces de traspasar el cristal de los signos preñados de profundo mensaje. Pero quienes descubrieron el alcance de lo que sucedía, dieron el salto cualitativo, confesando que aquel hombre coronado de espinas “verdaderamente era el Hijo de Dios”. Habían esclarecido el sentido de cuanto sucedió aquel momento que cambiaría el rumbo de la historia.
Estas líneas van a colocar en tus manos la lámpara que te guiará para encontrar el significado de los diferentes fenómenos narrados por el evangelista. Ofreceremos en primer lugar la clave de lectura para no permanecer en la materialidad de las palabras del relato, sino penetrar la profundidad de los hechos que los convierten en acontecimientos. Después, iremos analizando cada uno de los seis diferentes colores del arco iris de la Nueva Alianza sellada en la cima del Calvario.
Si la muerte de Jesús cambió la historia, descifrar su significado puede transformar la nuestra. Mas, no basta comprender su alcance. La meta final es creer en Jesús y tener la valentía para proclamarlo como Salvador, y así apropiarnos la salvación que él nos ganó con su sangre inocente. Cada uno de nosotros, como el centurión, somos capaces de proclamar con nuestra boca lo que creemos en nuestro corazón: Que Jesús es el único Señor de cielos y tierra, porque es el Hijo de Dios.
Al mirar con dimensión evangélica tan bello mensaje, nos fascinaremos tanto por Jesús en la cruz, que repetiremos en coro polifónico con Pablo: “No quiero saber otra cosa que a Jesucristo, y Jesucristo crucificado”; porque al ser levantado en lo alto del patíbulo, es precisamente cuando nos seduce irresistiblemente.
Sin masoquismo ni sadismo, seremos cautivados por Cristo crucificado, para percibir cuánto y de qué forma ha amado Dios a este mundo, que le ha entregado a su Hijo único. Fascinados por ese trono de madera, y aunque su corona sea de espinas, nos rendiremos en admiración y agradecimiento por su entrega tan digna y soberana, que ha cambiado la historia, nuestra historia. Para ello, necesitamos la luz del Espíritu Santo, que nos manifieste la identidad y misión de Jesús. Él, quien inspiró este pasaje de la Escritura, nos puede revelar su significado más profundo. Por eso, lo primero que vamos a hacer, es pedir al Espíritu Santo que nos revele lo que ha querido expresar, porque sólo con su luz es posible internarnos en este mundo enigmático y cautivador del simbolismo.
Estamos seguros que desde el momento de proclamar este pasaje bíblico, Tú, Espíritu Santo, ya estarás enseñándonos cosas nuevas, que jamás imaginamos. Danos oídos de discípulos, ojos de profetas y corazón de mártires, para poder penetrar en este misterio fascinante de la muerte de Jesús, para al final declarar que verdaderamente Jesús es el Hijo de Dios. Animados por ti, vamos a proclamar la Palabra de Dios.
“Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona, clamó Jesús con fuerte voz: “¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?”, esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” Al oírlo algunos de los que estaban allí, decían: “A Elías llama éste”.
Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber.
Pero los otros dijeron: “Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle”. Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”: Mt 27, 45- 54.
Para expresar lo inexpresable, Mateo describe el sentido de la muerte de Jesús a través de seis momentos que se transforman en un instante con dimensión de eternidad: Las tinieblas que cubren toda la tierra. El grito angustioso de Jesús a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El velo del Santuario que se rasga de arriba abajo. Temblor de tierra y piedras que se resquebrajan. Resurrección de muertos. Concluye con el objetivo de su escrito: La confesión de fe en la divinidad de Jesús.
Los seis puntos forman un mosaico donde cada parte tiene su valor, pero cuando consideramos la colección completa, cobra una plusvalía. Se trata de un arco iris, en el cual la armonía de todos los colores manifiesta la Alianza que Dios está firmando con nosotros, a través de la sangre de Jesús en la cruz.
Estamos delante de un poema, aunque el vestido sea de drama. Es la culminación de una fascinante obra de arte: La vida y la entrega de Jesús por nosotros.
Te invitamos a ver en nuestra página web www.jesusestavivo.org.mx la programación de nuestras producciones por televisión en vivo. Estas son algunas: los domingos a las 18:00 horas “La Palabra en la Z radio”, los lunes en el templo de El Carmen oración por los enfermos a las 17:00 horas, los miércoles a las 21:00 horas oración por tus enfermos. Manda tus peticiones para que en todo el mundo se ore por la salud de tus enfermos, la dirección es: lapalabra@jesusestavivo.org.mx
¡Alabado sea Jesucristo!
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