Los diez discípulos oyeron que alguien tocó suave y tímidamente la puerta. Ellos voltearon a verse los unos a los otros. Nerviosos, ninguno se atrevía a tomar la iniciativa. La puerta volvió a sonar un poco más fuerte, con golpes menos espaciados. Mientras Simón Pedro buscaba las llaves, dos más comenzaron a quitar la pesada tranca de madera. Simón metió la llave nerviosamente en la cerradura y abrió un poco la puerta, la cual rechinó más que de costumbre. Entre las sombras de la noche había un hombre envuelto completamente en su manto, que al darse cuenta de que era abierta la puerta, descubrió su cara y dijo lentamente en voz baja: "Soy yo, Tomás, el gemelo... ya regresé".
Pedro respiró de alivio y le hizo pasar inmediatamente. Los demás lo rodearon como abejas y le comenzaron a gritar en coro: "¡Tomás, Jesús ha resucitado!, ¡hemos visto al Maestro!".
La sala, cubierta por la penumbra de la noche, era iluminada sólo por un débil rayo de luz que entraba por la puerta que descuidadamente se había quedado abierta. Pasaron a Tomás al centro, y todos juntos trataban de convencerlo, probando con argumentos y detalles la verdad de lo que decían. Emocionados, se arrebataban desordenadamente la palabra uno al otro, bombardeando a Tomás con diez bocas que parecían cañones que disparaban argumentos de la resurrección de Jesús.
Tomás no podía ni replicar, ni responder. Sus oídos estaban cerrados y no consentía nada. El silencio escéptico de Tomás fue más elocuente que la palabrería de todos los demás, que terminaron también por guardar silencio. Ellos esperaban que Tomás les creyera inmediatamente y aceptara la Buena Noticia de la resurrección de Jesús, pero todo su esfuerzo había resultado inútil y hasta contraproducente, pues el gemelo contestó rudamente: "No les creo nada y nunca creeré, a no ser que yo mismo meta mi dedo en las manos taladradas por los clavos y mi mano en el costado traspasado por la lanza. Es inútil que continúen tratando de convencerme. La única manera como yo voy a creer, es si yo veo y si yo toco. A mí no me importa lo que ustedes vieron. Eso no vale para mí. Yo quiero experimentarlo".
Los diez apóstoles, enviados por Jesús a anunciar su resurrección a todas las criaturas, no podían convencer al escéptico de Tomás. Los que habían sido llenos de Espíritu Santo, no tenían la capacidad de hacer creer al hermético gemelo, que no aceptaba la verdad de la resurrección. La primera evangelización de la Iglesia entera, resultaba un total fracaso, pues entre diez, no podían evangelizar a uno solo de ellos.
Los diez habían visto y habían creído. Pero a Tomás no le bastaba ver. Exigía un encuentro personal con Jesús, donde pudiera además, tocarlo; y para que no hubiera engaño, debía también meter sus dedos en las hendiduras dejadas por los clavos. El gemelo permanecía impasible, examinando la reacción de todos y cada uno de sus compañeros. Los demás apóstoles estaban llenos de estupefacción por la incredulidad del gemelo. ¡Qué difícil les era evangelizar a Tomás; a ese Tomás que conocía a Jesús, y que había hecho milagros en su Nombre!
A Tomás no le bastaba lo que para otros era suficiente, ni tampoco iba a creer porque otros ya habían creído. No aceptaba que su fe se originara por lo que otros habían experimentado. El exigía vivir y experimentar lo que los demás contaban. El gemelo era de aquellos que no les es suficiente conocer a Jesús por los libros, las películas, las estampitas o las imágenes. El necesitaba, por un imperativo de su propio ser, un encuentro personal con Jesús. El no creería por los sermones, conferencias o documentos eclesiásticos.
Pero con todo esto, Tomás era sincero y honesto. Si por no estar con la comunidad apostólica se había perdido la primera gloriosa manifestación de Jesús resucitado, ahora ya no se iba a alejar en ningún momento de allí, porque había aprendido que Jesús se manifiesta donde dos o más están reunidos en su Nombre.
Por eso, una vez que sus compañeros guardaron silencio y desistieron en su empresa de convencerlo, él mismo cerró la puerta y hasta puso la tranca. No lo hizo por miedo a los judíos, sino para no salir hasta no ver y tocar a Jesús. Luego se sentó junto a María, la madre de Jesús, a esperar pacientemente el deseado encuentro con el Resucitado. Fueron pasando lentamente los días. Mientras en los otros diez aumentaba la ansiedad y el nerviosismo, porque se imaginaban que no volverían a ver a Jesús, la esperanza y la sed del encuentro iban creciendo en el corazón del gemelo.
Así transcurrieron ocho días, hasta que llegó de nuevo el primer día de la semana. Por la tarde, cuando ya estaba cayendo el sol y se preparaban para terminar un día más, otra vez los invadió una intensa luz y un esplendor de gloria celestial. Jesús resucitado atravesaba las paredes, para colocarse en medio de ellos y saludarles diciendo: "La paz esté con ustedes".
Sus corazones palpitaban de prisa, la alegría los inundaba y la felicidad los embriagaba, al volver a ver otra vez a Jesús entre ellos. Todos tenían fija su vista en Jesús, que estaba en el centro de la sala; pero al mismo tiempo ninguno dejaba de observar la reacción de Tomás, el cual estaba contemplando lo que había esperado con esa certeza que viene de la fe, y que no falla.
Jesús hizo caso omiso de todos para mirar detenidamente sólo a uno que estaba hasta atrás de los demás. Lo señaló con su dedo y lo llamó por su nombre, diciendo: "Tomás,... ven,... acércate...". Los apóstoles dejaron que Tomás pasara libremente en medio de ellos. El gemelo comenzó a caminar lentamente arrastrando los pies, con sus ojos más grandes que nunca, la boca semiabierta y el rostro lleno de asombro.
Tomás había solicitado una prueba, y Jesús había aceptado el reto. Llegaba el momento del desafío en el que se enfrentaban cara a cara. Entonces Jesús tomó con su mano izquierda la diestra de Tomás y le dijo, mostrándole su mano derecha: "Mira, Tomás: mete tu dedo en la llaga de los clavos...". Luego, cambiando de mano, repitió la misma operación. De la boca de los demás discípulos se escapaba una sonrisa de satisfacción y de triunfo. En seguida, el Maestro se deshizo de su blanca túnica y descubrió su costado, al mismo tiempo que ordenaba al gemelo: "Mete ahora tu mano en mi costado abierto por la lanza del soldado...".
Con esto, los demás discípulos creían haber ganado la batalla al incrédulo de Tomás, pero no se daban cuenta que Tomás no los había retado a ellos, sino al mismo Jesús. El problema de Tomás no eran los evangelizadores, su problema era con la persona misma de Jesús. Por eso, cuando se vio derrotado, cayó de rodillas a los pies del vencedor; lo abrazó y besó amorosa y respetuosamente, exclamando desde lo más profundo de su ser: "¡Señor mío, Dios mío!". Tomás había tocado con sus dedos la hendidura de los clavos, y su mano nos da la medida de la lanza que traspasó el costado de Jesús. Su boca hacía la profesión de fe más solemne de todo el Nuevo Testamento. Habiendo creído, adoraba a Jesús resucitado.
Lo que no pudieron hacer las palabras de diez discípulos, lo hizo Jesús resucitado en un segundo. Sin embargo, debe quedar bien claro que Tomás no creyó por haber metido dedos y manos en las llagas todavía abiertas de Jesús. Tomás creyó, porque estaba dispuesto a creer y porque permaneció en donde podía encontrar a Jesús.Confesión de fe sin igual
Lo más importante de Tomás no es que vio, porque muchos ven pero ni por eso creen. Lo más grande es que él creyó, como hasta el momento nadie lo había hecho, confesando con su boca lo que creía su corazón: que Jesús era Dios y Señor. Nadie hasta entonces se había atrevido a llamar "Dios" a Jesús de Nazaret. Ni siquiera Pedro. Sólo el "incrédulo" de Tomás. El es el primero en proclamar el credo de toda la Iglesia, la fe de la comunidad entera y el catecismo de todos los tiempos: ¡Jesús es Dios. El es el Señor!
Bendita incredulidad de Tomás, que lo llevó a confesar lo que nadie había hecho con tanta claridad. Nadie había creído tanto, ni lo había manifestado, como el incrédulo de Tomás. Su duda fue un trampolín que le hizo creer más que los otros, y por eso, su fe fue más explícita que la de los demás.
Al meter su mano en el costado abierto, brotó el río de Agua Viva que Jesús había prometido. Del pecho traspasado de Jesús salió el Espíritu Santo que inundó a Tomás. En el momento de ver y tocar, Dios le regaló la fe, y al mismo tiempo, Tomás respondió con generosidad a ese don. Al tocar las llagas aún abiertas, se dio cuenta que era el mismo Jesús, que antes había conocido y al cual había seguido, dejando todas las cosas, aún a su propio hermano gemelo.
Tomás ciertamente fue incrédulo, pero un incrédulo honesto. Su duda era sincera y tuvo la valentía de oponerse. Mas, a pesar de todo, se quedó en el lugar donde su duda podía tener una respuesta: la comunidad, porque si la fe es un don de Dios, es igualmente cierto que se nos da en la comunidad de Jesús (la Iglesia). La fe de Tomás superó con mucho su duda anterior, la cual no era sino una manifestación de una fe que necesitaba ser reforzada por una nueva y más profunda experiencia de Jesús. Por eso, en cuanto se le manifestó el Resucitado, Tomás creció en su fe para nunca más volver a desfallecer.
De esta manera, a partir del día de Pentecostés, cuando los apóstoles anunciaban que Jesús había muerto por nuestros pecados y cuando proclamaban que había resucitado y estaba vivo, ofreciendo el Don de su Espíritu a todos los que tuvieran sed de Agua Viva, el primero que tomaba la palabra era Pedro, pero inmediatamente después llamaba a Tomás, el cual con absoluta seguridad testificaba su encuentro personal con Jesús diciendo: "Yo soy testigo de que Cristo Jesús ha resucitado y está vivo, porque yo mismo, con mis propios ojos y con estas manos y estos dedos, vi y palpé las llagas y pies taladrados de Jesús de Nazaret. A mí no me lo contaron; o mejor dicho, cuando me lo contaron no lo creí. Pero yo mismo vi, yo lo toqué y metí mi mano en el costado abierto por la lanza del soldado. A mí se me apareció personalmente y caí a sus pies. Los abracé y toqué las heridas de los clavos".
La duda de Tomás le condujo a aquella experiencia única que le permitió proclamar lo que ningún otro de los apóstoles podría asegurar: "Yo metí mis dedos en las manos benditas de Jesús y mi mano entró por su costado abierto". Por eso, Tomás, más que ningún otro, podía asegurar y certificar la resurrección de Jesús.
Sin embargo, los oyentes permanecían fríos e incrédulos. Entonces Tomás se veía reflejado en ellos, pues así como él no había creído cuando sus compañeros le proclamaban la resurrección de Jesús, de la misma manera los que lo escuchaban tenían derecho a la misma prueba. Entonces recordaba que lo mismo le pasó a él, cuando los diez testificaban insistentemente. Por eso, mejor dejaba de hablar de su experiencia y continuaba:... "Lo mismo les puede pasar a ustedes. Reten a Jesús. Desafíenlo a que les muestre sus llagas y costado. Pídanle tener un encuentro personal con él... atrévanse".
La duda de Tomás es fuente de fe para muchos, pero de manera especial para su hermano gemelo, que bien podría ser cualquiera de nosotros.
Jesús le dijo a Tomás: Porque has visto, has creído. Bienaventurados los que creen sin haber visto. De ninguna manera se le niega su bendición. Tomás es de los bienaventurados que creen habiendo visto. Tomás no creyó porque vio, sino porque creyó vio la gloria de Dios en Cristo resucitado.
Y lo que le pasó a Tomás le puede suceder exactamente igual a su hermano gemelo; y lo que confesó Tomás lo puede proclamar igualmente su gemelo, con tal que haga y diga lo que hizo Tomás: retar a Jesús: "Me falta fe, Señor Jesús, pero quiero creer. Quiero tener un encuentro personal contigo y necesito tocar y palpar que estás vivo. No me basta lo que los demás me dicen y me cuentan de ti. Quiero tocar al verbo de vida. Y si no te encuentro, no voy a creer".
Si el hermano gemelo de Tomás se atreve a retar así a Jesús, y no se aparta de la comunidad de creyentes, donde está María orando, el hermano gemelo de Tomás tendrá un encuentro personal con Jesús, y luego podrá proclamar lo mismo que su hermano: "Yo mismo lo vi, yo lo toqué. Soy testigo por experiencia".
No sabemos nada del hermano gemelo de Tomás, tal vez porque cualquiera de nosotros se podría identificar con él, y lo que le sucedió al gemelo nos pudiera suceder a cualquiera de nosotros.
El lunes pasado, vivimos una experiencia hermosísima en el templo de Las Rosas. Hubo problemas de todo tipo pero en todos la solución favorable triunfó. Jesús fue el más interesado en que recibiéramos lo que tenía para cada uno de los que pusimos nuestra confianza en él. El P. Xavier Andaluz A. celebró la Eucaristía e hizo oración por la salud de los enfermos que asistieron a la alabanza al Señor en espíritu y en verdad. Hubo varias moniciones donde se pidió expresamente por la salud a los enfermos y terminamos con la Unción de los Enfermos. Nadie de los que asistieron salió como llegó, cada uno vivió en carne propia la misericordia de Dios derramada en nuestros corazones. El próximo lunes pediremos testimonios de sanación de los que comprobaron que Jesús está vivo... en el templo de Las Rosas. El vídeo de esta Misa ya está en nuestra página web desde el pasado lunes y se llama: Misa de Sanación en Las Rosas.
El próximo día 30 celebraremos la fiesta de Santa Rosa de Lima, te invitamos a la Eucaristía que celebrará el Excmo. Sr. D. Alberto Suárez Inda. Ven a recibir lo que Jesús tiene para ti y toda tu familia desde toda la eternidad. Si abres la página: www.jesusestavivo.org.mx podrás darte cuenta de lo que Jesús está haciendo en su Morelia. Puedes orar con el Nuevo Testamento en línea donde dice: Y la Palabra... es Dios. Tenemos 49 vídeos de evangelización y testimonos de sanación en You Tube, el próximo puede ser el tuyo, el más grande de nuestros vídeos es la bendición con el Santísimo. Escucha hoy domingo la Zeta radio, 96.3 FM y 1340 AM, a las 18:00 horas el programa de evagelización católica: “La Palabra” y vive lo que Jesús tiene para ti desde toda la eternidad: tu salvación-sanación. Este programa se escucha en todo el mundo en la dirección: www.lazeta.com.mx Un click puede cambiar tu vida, atrévete a sanar. Te invitamos a ver en nuestra página web las misas dominicales del domingo en la Iglesia Catedral y la del templo de San Pedro de las 9 de la mañana. En el transcurso de la mañana están en línea para que vivas y transmitas su contenido. Ya tenemos nuestro Bloog y puedes visitar las seis columnas diferentes que tenemos en los tres principales diarios de Morelia. Empezamos a subirlas y en un breve tiempo las tendremos todas desde que empezamos nuestro ministerio de evangelización. También estamos en Twitter y esta es nuestra dirección para que nos visites: twitter.com/jesusestavivo
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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