viernes, 14 de mayo de 2010

Las que lo vieron morir

La pasión de Cristo fue el paso de Jesús por la muerte hacia la gloria, fue la manifestación del apasionado amor por los hombres, fue la expresión brutal de las pasiones de quienes le odiaban: rencor, odio, ira, venganza. De esa pasión hubo numerosos testigos, hombres y mujeres que sufrieron con Cristo, incapaces de parar la avalancha de los acontecimientos, y otros que contribuyeron de manera activa a la muerte del Justo.
Recordemos ahora el papel desempeñado por algunas mujeres en esos sucesos que nos dieron salvación.
Los cuatro evangelistas mencionan a las criadas que hicieron pecar a Pedro. Eran mujeres que desempeñaban oficios domésticos en el palacio de Caifás en la noche del juicio de Jesús. La primera de ellas era la portera. La mujer de confianza encargada de permitir el acceso al interior del palacio o de impedirlo. Con ella habló un discípulo de Jesús, que había logrado introducirse en el edificio, y obtuvo que le franquearan la entrada a Simón Pedro (Jn18,25-27).
Era de noche. Quizá las 3 ó 4 de la mañana. El apóstol tenía frío: hielo en el cuerpo y en el espíritu, y pensó remediar su mal acercándose a la hoguera, encendida en el patio. Es agradable ver cómo las llamas van consumiendo los leños secos, con alegre chisporroteo, mientras difunden su luz y su calor. Pero a Simón Pedro ese fuego le amargaba el alma. De pronto se oyó la intervención de una criada: "¿No estabas tú con Jesús, el galileo?".
Cuando Jesús se encarnó quiso hacerse "Dios con nosotros", "Emanuel"; cuando llamó a sus discípulos quiso que ellos estuviesen con El, y ahora precisamente preguntaban eso a Pedro: "¿Tu estabas con El?".
Pedro lo negó y se apartó del patio hacia el vestíbulo. Allí otra criada le hizo una pregunta similar, que también respondió negativamente, a pesar de que al hablar denotaba su origen galileo y de que los demás presentes le hacían parecidas inculpaciones. (Mt 26,69-75)
Esas mujeres llevaron a Pedro a la traición; le tentaron, arrinconándole contra el muro de la mentira, hostigándole con preguntas insidiosas. Ellas habían visto a Simón cerca de Jesús en diversas ocasiones. Quizá también habían escuchado al maestro y lo habían aclamado, y ahora formaban parte de los acusadores. Querían destruir el Galileo y a sus discípulos: el orgullo del pescador cayó por tierra, y sólo atinó a decir: no lo acompaño, no sé lo que dicen.
Entonces cantó el gallo. Actualmente hay en Jerusalén una iglesia que se llama "San Pedro de Galicanto". Ese es el único templo construido en recuerdo de un pecado, porque si se erigiesen iglesias o capillas en reparación de todos los pecados cometidos por los hombres, el mundo quedaría erizado de campanarios.
Pero más importante que el pecado del discípulo, que las preguntas de las criadas, y que el canto del gallo, que el frío de la madrugada y el llanto de Pedro, fue la mirada de amor y de perdón con que miró Jesús.
El evangelista Mateo narra que cuando Jesús estaba ante el tribunal de Poncio Pilato, procurador romano, éste recibió el siguiente recado de su esposa: "No te metas con ese justo, pues hoy he sufrido mucho en sueños por su causa" (Mt 27,19). Esa intervención de la mujer fue inútil, pues Pilato terminó el proceso entregando a Jesús para que fuese crucificado, y lavándose las manos en señal de inocencia, como si unas gotas de agua pudieran borrar de sus dedos el manchón indeleble que les dejó la sentencia injusta.
Los evangelios no aportan más detalles relativos a la esposa del Procurador, pero los cristianos de los primeros siglos aprovecharon la mención pasajera que de esa mujer hizo Mateo, para tejer algunos relatos legendarios: "Las Actas de Pilato", la "Carta de Pilato a Herodes", "La Traición de Pilato". También el poeta romano Aurelio Macrobio, a comienzos del siglo V nos habla de ella en sus "Saturnales".
Dicen esos escritos, todos ellos de dudoso valor que esa mujer se llamaba Procla, o de modo más amplio: Claudia Prócula, romana de abolengo; que sus simpatías por Jesús hicieron de ella una cristiana de corazón, pues al intervenir en favor de Cristo, lo llama "ese Justo". Por ello y por su vida posterior, las Iglesias de Grecia y de Siria veneran como santa a esa mujer que sufrió pesar por Cristo, no solo mientras dormía sino seguramente al verlo condenado injustamente.
Cuentan esos escritos que cuando Pilato contó a los acusadores de Jesús el sueño de su mujer, ellos le replicaron que esa era una prueba más de la culpa del Galileo, pues estaba influyendo en Claudia Prócula con sus sueños quiméricos.
Otras narraciones, tan fabulosas y legendarias como las anteriores, dicen que fue el demonio quien envió el sueño a la mujer, para impedir la redención que nos daría Jesús.
Se aproximaba el mediodía cuando se inició el lúgubre desfile de Jesús hacia el Calvario. Todavía en Jerusalén, grupos de peregrinos cristianos recorren orando las callejuelas que marcan de manera aproximada el primitivo Via-Crucis: es la Vía Dolorosa, la Calle de la Amargura.
En muchas iglesias del mundo, los cristianos recorren alguna distancia pensando en ese penoso caminar de Jesús, condenado a muerte, con la cruz en que había de ser clavado, cayendo y levantándose, mientras iba encontrando a María, al Cirineo, a las mujeres a Berenice. Quizá no todos los episodios del Via-Crucis sean históricamente ciertos, o al menos no comprobables en las narraciones evangélicas, pero todos encierran una bella enseñanza, y son fruto de una amorosa contemplación.
Precisamente la sexta estación nos habla de una mujer que limpió el rostro del Señor con un lienzo, y que al hacerlo obtuvo que allí quedara impresa la cara de Jesús. Ese lienzo sería el que se conservara en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.
Muchos artistas han representado esa escena, y la tradición cristiana ha dado a esa mujer el nombre de Verónica, que algunos quisieran que significase: "Verdadera imagen".
De ese episodio nada dicen los evangelios. Lo narra sí, pero de modo diferente, un libro apócrifo del siglo IV, llamado "Evangelio de Nicodemo". Allí se habla de una mujer, cuyo nombre era Berenice (de donde por evolución salió el nombre de Verónica), que en el proceso de Jesús quiso testimoniar a favor del Señor, pero cuyo testimonio fue recusado por los judíos (1,7). Otro apócrifo, llamado "La Muerte de Pilato" dice que la Verónica I poseía un retrato de Jesús, que éste personalmente le había obsequiado, y que tenía la propiedad de dar la salud a los enfermos, y que hasta habría sanado al emperador Tiberio.
Aunque estas narraciones son legendarias, sin embargo la enseñanza que transmiten es muy hermosa: todos nosotros estamos invitados a acudir a Jesucristo, a participar de su pasión, a conservar su imagen, no solo pintada en un lienzo, sino impresa en nuestro corazón y en nuestro recuerdo.
La sexta estación del Via-Crucis no responde a un suceso histórico, pero la octava estación sí está basada en el evangelio de San Lucas (Lc 23,27-31).
Unas mujeres lloraban al ver que Jesús caminaba hacia la muerte. La costumbre judía era plañir por los que morían (Mt 9,23; Lc 8,52), y aunque estaba prohibido hacerlo por los ajusticiados, pues eran malditos (Deut. 21,22), sin embargo en tiempos de Cristo se había implantado la costumbre contraria.
Por eso en el cortejo de Jesús aparecen las mujeres que lloran. Pero el Señor las invita a no llorar por él, sino por la suerte que aguarda a la Jerusalén que mata profetas.
En una ocasión una mujer había gritado: "Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te nutrieron"; ahora Jesús dice: "Dichosos los vientres estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron". Son palabras anunciadoras del dolor que vendrá sobre Jerusalén cuando sus habitantes quisieran esconderse debajo de los montes y colinas, porque si al leño verde lo trataron de ese modo, ¿qué no se haría con la leña reseca?
Giovanni Papini comentó este pasaje en estos bellos párrafos: "Leño verde es el que todavía está vivo, que hunde sus raíces en la tierra fresca y recibe sobre sus hojas la lluvia y sobre sus ramas los pájaros; es el árbol que todavía florece bajo el calor del sol y los soplos del viento. Es la planta buena que da sombra al peregrino, frutos para el hambre, ramas para el frío. Es la figura del Santo que distribuye todos sus dones y tiene dentro de la corteza seca, un alma viva".
"El leño seco es el árbol estéril que el buen hortelano echó por tierra a golpes de hacha, el tronco muerto que se pudre en la era, porque el corazón está podrido y la corteza solo sirve para ser quemada en el fogón. Es el hombre inútil y avaro, el pecador que no da frutos de bien y en cambio de espíritu viviente tiene dentro un pozo putrefacto, y el juez lo arrojará, según la frase de Juan, al horno inextinguible".
Ante esas palabras solo nos queda implorar a Cristo que el calor del pecado no nos reseque nunca, sino que nos mantenga verdes el agua viva de su Espíritu, que seamos sarmientos permanentemente unidos a Cristo, para siempre dar frutos de amor.
No dicen los evangelistas quiénes dieron vino amargo al. Señor (Mt 27,34; Mc 15,23), pero cuentan los historiadores que en Jerusalén había cofradías de mujeres, especializadas en ofrecer vino mezclado con mirra, con ajenjo, incienso, o yerbas amargas, a los condenados a morir, para que teniendo embotados los sentidos, se les atenuasen los dolores del suplicio.
Afirma el libro de los Proverbios que los reyes no deben beber vino, pero que es bueno dar bebidas fuertes a quien va a perecer, y vino a quien está amargado, para que olviden su miseria y su desgracia. (Prov 31,4-7)
A las cualidades estupefacientes del vino alude el Talmud, y Tertuliano cuenta que en el siglo III lo daban a los mártires para amenguar sus dolores.
Jesús en gesto de cortesía con quienes le ofrecían ese brebaje calmante, lo probó, pero no quiso beberlo. El estaba empeñado en apurar hasta las heces el cáliz que su Padre le ofrecía, y quería hacerla conscientemente, y no pasando adormilado los últimos momentos de su vida. El era el Rey que debía estar alerta hasta entregar su espíritu en manos del Padre y de su Iglesia.
En el siglo IV hubo unos herejes en la Iglesia, llamados monofisitas, que creían que Jesús no había sufrido, pues siendo Dios, la naturaleza humana no tenía en El ninguna consistencia. Nosotros creemos en Jesús, Dios y hombre, comprometido plenamente con nosotros igual en todo a nosotros menos en el pecado.
Jesús, el varón de dolores, mereció el homenaje de la compasión tierna de esas mujeres, que desearon atenuar su dolor. Al nacer, los Magos le ofrecieron incienso y mirra; parecidos obsequios le ofrecieron al morir, solo que el oro en que es tasado pasa de manos de los pontífices a las de Judas y, luego de arrojado al piso del templo, sirve para comprar un campo de sangre.
Los cuatro evangelios hablan de las mujeres que en el Calvario acompañaron a Jesús hasta que expiró, y que luego observaron cómo lo depositaron en el sepulcro cavado en la piedra.
Hombres también había, aunque, con excepción del discípulo amado, no se los suele mencionar, pero Lucas nos dice que a los lejos estaban todos los conocidos (Lc 23,49).
Entre las mujeres estaba María la Madre Virgen, y alguna hermana suya, y María la de Cleofás, y María Magdalena, y quizá Juana y Susana, que lo habían seguido desde Galilea (Mt 27,55-51; Mc 15,40-41; Lc 23,4950; Jn 19,25). También estaba Salomé, Madre de los Zebedeos, que una vez había suplicado los lugares de la derecha y de la izquierda para sus hijos, y ahora los veía ocupados por dos ladrones.
Todas ellas, con la excepción de la Virgen Madre y de Juan, miraban de lejos, porque los hombre mueren siempre solos, en combate personal y único. Sin embargo esos discípulos, lejanos por la distancia, cercanos por el afecto, estaban presenciando el acontecimiento magno de la historia. Eran los testigos de la Nueva Alianza, la eterna, la definitiva.
Aun las mujeres, contra la costumbre judía, serían llamadas a testificar en el tribunal de la historia lo que estaban presenciando, porque Jesús moría para liberar, para destruir discriminaciones. Ellos vieron cómo Jesús cerró los ojos, y entró en el descanso, en su sábado Santo, antes de que comenzaran, con el alba del primer día, la edad nueva, el mundo nuevo y el Testamento Nuevo: el de la difusión de su Espíritu.
Otra mujer, testigo excepcional, hubo también, que apenas de pasada hemos mencionado, porque merece el homenaje de toda una página: ¡María, la Virgen, la Generosa Oferente, la Madre Dolorosa, la que solo tuvo oídos, ojos y corazón para su Hijo, el Señor!
Te invitamos mañana lunes al templo de El Carmen a la “Oración de Sanación de Recuerdos”. Muchas veces estamos tan enfermos que ni cuenta nos damos que la causa es por los recuerdos que nos tienen atados a nuestro pasado. Estamos tristes y ya es tiempo de que regrese la alegría que Jesús ganó para nosotros. Atrévete a sanar y romper con las ataduras que puedas tener incluso antes de nacer. Esta oración será grabada por Grupo Marmor y Televisa. El Lic Julio Hernández Granados nos certificó la transmisión de este evento en la televisión local.
Te invitamos a ver por la televisión en vivo nuestro programa “La Palabra” de la Z radio, 96.3 FM estéreo y 1340 AM digital. La cita es en el consultorio de sanación más grande de Morelia a las seis de la tarde. Si abres nuestra página web www.jesusestavivo.org.mx y haces clik en la imagen de televisión aparecen más de 30 vídeos que salieron en vivo y ahora forman parte de nuestro archivo que puedes ver cada ves que quieras. Algunos de nuestros nuevos vídeos que bendijo el P. Miguel Contreras son: la Hostia palpitando, Bienvenida con el P. Miguel Contreras, Oración de sanación por Rocío, Jesús da la sanación a sus ovejas, Oración de sanación en la Z radio, Oración de sanación por Minerva, Jesús enseña y sana, Misa dominical en San Pedro, Yo vi a la Virgen María, por decir algunos. Quiera Dios que el próximo vídeo de testimonio de sanación sea el tuyo. Si deseas oración de sanación por tus enfermos, manda tu petición a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y en todo el mundo se orará por la salud de tus enfermos.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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