jueves, 8 de abril de 2010

Muertos que resucitan

Estamos seguros que desde el momento de proclamar este pasaje bíblico, Tú, Espíritu Santo, ya estarás enseñándonos cosas nuevas, que jamás imaginamos. Danos oídos de discípulos, ojos de profetas y corazón de mártires, para poder penetrar en este misterio fascinante de la muerte de Jesús, para al final declarar que verdaderamente Jesús es el Hijo de Dios. Animados por ti, vamos a proclamar la Palabra de Dios.
“Desde la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. Y alrededor de la hora nona, clamó Jesús con fuerte voz: “¡Elí, Elí! ¿lemá sabactaní?”, esto es: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?” Al oírlo algunos de los que estaban allí, decían: “A Elías llama éste”. Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber. Pero los otros dijeron: “Deja, vamos a ver si viene Elías a salvarle”. Pero Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu. En esto, el velo del Santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
Por su parte, el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, se llenaron de miedo y dijeron: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios”: Mt 27,50-54.
Para expresar lo inexpresable, Mateo describe el sentido de la muerte de Jesús a través de seis momentos que se transforman en un instante con dimensión de eternidad: Las tinieblas que cubren toda la tierra. El grito angustioso de Jesús a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El velo del Santuario que se rasga de arriba abajo. Temblor de tierra y piedras que se resquebrajan. Resurrección de muertos. Concluye con el objetivo de su escrito: La confesión de fe en la divinidad de Jesús.
Los seis puntos forman un mosaico donde cada parte tiene su valor, pero cuando consideramos la colección completa, cobra una plusvalía. Se trata de un arco iris, en el cual la armonía de todos los colores manifiesta la Alianza que Dios está firmando con nosotros, a través de la sangre de Jesús en la cruz.
Estamos delante de un poema, aunque el vestido sea de drama. Es la culminación de una fascinante obra de arte: La vida y la entrega de Jesús por nosotros.
El quinto color del arco iris de la Nueva Alianza es tan impresionante, que toca la barrera de lo increíble, causando sustos y miedos: La resurrección de muchos muertos que se aparecían por todas partes de la ciudad de Jerusalén. El texto de Mateo es significativo: Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos: Mt 27, 52-53.
Aquella tarde, víspera de la Pascua, no pocos difuntos resucitan y se pasean por la ciudad, saliendo al paso en esquinas y plazas. El hecho, como ya es obvio, no refleja una realidad histórica, pero sí verdadera.
Así como la violencia es raíz de violencia, la muerte de Jesús debía provocar muerte a su alrededor. Cuando una manzana se echa a perder, la apartamos para que no se dañen las otras, porque la podredumbre, como la muerte, producen corrupción. Sin embargo, con Jesús sucede todo lo contrario: En vez de originar muerte, genera vida.
Veamos seis puntos de este pasaje bíblico: Se abrieron los sepulcros: Los muertos tienen una puerta de salida. No todo está acabado. Hay una esperanza, sin importar el tiempo que lleven en la tumba.
Difuntos resucitaron: No sabemos si cuando se abren los sepulcros, los muertos resucitan; o si porque resucitan, sus sepulcros se abren. Lo trascendente es que todo esto sucede gracias a la muerte de Jesús en el Calvario.
Salieron de los sepulcros: Jesús abre las puertas de la prisión para escapar del laberinto absurdo de la muerte; pero es el hombre quien decide salir o no. Ellos entraron o fueron metidos en tumbas, sin embargo ahora cada uno toma la decisión de permanecer en el sepulcro o liberarse de él.
Justos que resucitan: Tal vez se refiere a Abraham, Moisés, los Macabeos o Judith; sin olvidar a David y los profetas. Pero el mensaje es que si Jesús vino por los pecadores, también los que se consideran justos, porque son buenos y han sido fieles al plan de Dios, pueden encontrar una vida totalmente nueva y plena por medio de los méritos de Jesucristo. No basta ser justos, es necesario ser resucitados por el poder de la cruz de Cristo Jesús.
Se aparecen a muchos: Quiere decir que dan testimonio de la victoria de Jesús sobre la muerte.
Entraron en la Ciudad Santa: Posibilidad de ser ciudadanos de la Nueva Jerusalén, descrita por los profetas.
Según la mentalidad bíblica, ¿quiénes son los muertos? Hay que recordar que cuando regresa el hijo que se había alejado de la casa, el padre ordena: Hagan una fiesta, tráiganle sandalias, vestido nuevo y anillo, porque este hijo mío “estaba muerto y ha vuelto a la vida”. Resucita el que había abandonado a su padre para construir su vida por sus propios medios y posibilidades.
Aquella tarde, el centurión presenció cómo los sepulcros se abrían, para dar a entender que la misma muerte no es el destino final de la humanidad, sino que existe siempre una esperanza. Gracias a aquel hombre que él estaba ejecutando, las inexpugnables puertas de la muerte quedaban vencidas, gracias a lo que estaba sucediendo en la cumbre del Calvario. Así, poco a poco fue llegando a una conclusión más allá de la razón y la lógica: Aquel hombre que agonizaba debía ser el Hijo de Dios, porque era generador de vida, para justos y pecadores.
Lo importante no es que algunos personajes del Antiguo Testamento resucitaron hace dos mil años, sino que nosotros mismos podemos tener una vida totalmente nueva por los méritos de la entrega voluntaria de Jesús, ¡los que estábamos muertos, resucitamos! Volvemos a la vida y regresamos a la casa de nuestro Padre Dios. En Jesús y por Jesús, tenemos la posibilidad de pasar de las tinieblas a la luz y de la muerte a la vida.
Los difuntos que se aparecen no son fantasmas que causen miedos, sino testigos del poder de Jesús. Sin embargo, nosotros mismos somos quienes podemos salir de nuestras tumbas para participar de la resurrección de Cristo Jesús y que los demás pueden palpar que hemos sido liberados del sepulcro.
El quinto fenómeno que acontece en el Calvario, es para mostrarnos que la muerte de Jesús ni es absurda ni produce muerte; sino al contrario, es fuente de vida y nos permite entrar a la Nueva Jerusalén.
Oración. Señor Jesús, algunas veces yo mismo me he construido un sepulcro donde me he encerrado. Otras ocasiones son los demás los que han cavado mi tumba. En alguna época yo he tenido vida, pero ese paraíso después se trasformó en un sepulcro. Abre el sepulcro de mi mente, para creer que hay esperanza, a pesar de todos los signos contradictorios. Libérame de toda atadura de muerte. Pero especialmente, resucita el amor en un corazón: amor por ti, amor a mis hermanos y amor a mí mismo. Resucita ese amor apasionado de hijo en las manos de amado Padre... amor que, aunque a veces cuestione, otras ocasiones muestre sus dudas. o se lamente o llore, siempre, siempre ama. Al contemplar tu luz, devuélveme la alegría de la salvación y enciende mi alma con tu amor para que enamorado por ti, responda con una entrega total y sincera. Que en vez de este frío sepulcro, Señor, contemple el arco iris de tu alianza. Y una vez resucitado, pueda dar testimonio a los demás, para que puedan comprobar que en ti se encuentra la nueva vida y que tú eres capaz de resucitar muertos, porque tú eres la resurrección y la vida. Gracias, Señor Jesús. Así sea.
Ahora vamos a contemplar otro que nos llama poderosamente la atención: El temblor de tierra que tiene lugar cuando Jesús muere. Obviamente, como lo hemos dado a entender antes, no se trata de un reporte meteorológico, sino de un símbolo teológico, cargado de un fascinante mensaje de esperanza para todos nosotros: Tembló la tierra y las rocas se hendieron: Mt 27,51b.
Generalmente se piensa que la muerte de Jesús es tan trágica, que hasta la tierra tiembla para mostrar su reproche a tan gran injusticia. La creación se cimbra, y con dolores de parto levanta su reclamo ante la ejecución del predicador de Buenas Noticias.
En un sismo se vive la inseguridad total. Las paredes se caen, los edificios se derrumban, el mar se agita y la tierra se agrieta. Se erosionan todas las seguridades humanas. En la cima del Calvario habían cavado un hoyo para enterrar una cruz que sostuviera al ajusticiado. Como su estancia en el patíbulo sería sólo por pocas horas, se había hecho de forma improvisada y transitoria. Por tanto, ante el temblor de tierra, debería ser lo primero que se viniera abajo. Sin embargo, como la cruz manifiesta el estable amor de Dios al mundo y de Jesús a la humanidad, no se desploma aquella tarde y ninguna noche; al contrario, se mantiene firme, porque el amor misericordioso de Dios es permanente. Nada la hace caer.
Los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará, y mi alianza de paz no se moverá: Is 54,10.
Ese temblor del que nos habla Mateo representa todas las circunstancias y adversidades, dudas y miedos que sacuden nuestra vida y desequilibran nuestra mente. Aparecen sismos inesperados cuando la vida se tambalea. A veces se viene abajo la unidad de la familia, la economía se desmorona y la paz interior se resquebraja. Nos traicionan los amigos o la salud se debilita. La injusticia, cual serpiente venenosa, trata de erosionar el pedestal de nuestra dignidad humana. La calumnia cimbra la columna vertebral de nuestra autoestima. Experimentamos la soledad, se nubla el horizonte del futuro, se cae lo que construimos en el pasado o nos deprimimos ante cambios inesperados. También nuestra fe sufre ataques y nos sentimos solos o abandonados, pues parece que hasta Dios mismo se esconde y no responde a nuestros gemidos y oraciones. Pero tal vez no contesta porque no hay necesidad. Basta ver la cruz de Jesús, para comprender su respuesta: Su amor manifestado en la cruz, permanece inconmovible a pesar que se tambalean todas las circunstancias.
Por eso, ante las amenazas de la unidad familiar, basta mirar la cruz que ha derribado los muros de separación entre nosotros. Si nuestra salud se debilita o muere la mejor de nuestras amigas, ese hombre traspasado y herido, es la antesala de la resurrección. Cuando se tambalee nuestra economía, ver a ese hombre desnudo, que nada tiene pero al mismo tiempo nada necesita porque él mismo se ha despojado de todo, es aliento de esperanza.
El día que estalle cualquier tipo de guerra contra nosotros, esa cruz nos recuerda que Cristo es nuestra paz (Ef 2, 14).
Cuando sintamos que ya no resistimos más el dolor, Jesús no se baja de la cruz. Si somos heridos por los más cercanos, allí están esas llagas que son fuente de curación. En el momento en que se muevan sorpresivamente las montañas de nuestras seguridades humanas, hay que mirar a ese Jesús con los brazos abiertos, que no se desploma.
Si todo aquello en que tenemos puesta nuestra confianza, se derrumba; Él permanece fiel, sin tambalearse. Cuando Dios guarda silencio, no responde a nuestras plegarias o se tarda en cumplir sus promesas, en la cruz se expresa la Palabra más elocuente de Dios: Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por los que ama (Jn 15,13).
Recordemos que a pesar de que nosotros seamos infieles, ¡el Señor permanece fiel! Su amor no depende de nosotros. Este es el motivo de nuestra confianza.
El temblor de tierra nos da a entender: “Nada de lo que tenemos o somos, ni siquiera el suelo que pisamos, es estable y permanente. La única seguridad real en este mundo es Cristo crucificado, que es la prueba suprema del amor de Dios”. Nada ni nadie nos puede separar del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús (Rom 8,31-39), porque el amor no acaba nunca (1Cor 13,8).
Esta cruz que se mantiene firme ante toda adversidad, es signo de esperanza en todos los temblores y terremotos de la vida.
Cuando aquellos soldados golpeaban con martillos para clavar las manos de Jesús, ellos mismos no sabían lo que hacían. La serenidad y autoridad de Jesús les sacudía todos sus esquemas y paradigmas; hasta a ellos mismos. Jesús no temblaba de miedo.
¿Cómo podía “un hombre” tener tanta entereza y dignidad delante de sus verdugos, la vida y hasta la muerte? La soberanía de aquel crucificado que no maldecía, sino que perdonaba, hacía cuestionarse al centurión: ¿Este galileo no será sobrehumano? ¿No será algo más que un simple mortal? La forma como Jesús se comportaba era un verdadero terremoto que agitaba el piso de sus conceptos y creencias.
En este vaivén, cuando las Torres Gemelas de la economía y el comercio se desmoronan y el Pentágono del poder se erosiona, la cruz de Jesús que permanece estable, nos recuerda que lo único firme, poderoso e inconmovible de este mundo, es el amor de Dios. Por tanto, el temblor del Calvario no es para activar las alarmas, sino para encender las luces de la esperanza del amor inconmovible de Dios.
Señor Jesús, algunas veces inesperados temblores han sacudido mi vida. Otras ocasiones hasta yo mismo he temblado ante lo imprevisto de la existencia. Por eso, vengo a ti, que soportaste el temblor en lo alto de la cruz, para pedirte: Cuando la angustia intente desestabilizarme, que tu cruz mantenga en pie mi confianza en ti. Cuando el rencor carcoma y erosione la paz de mi corazón, que la estabilidad de tu cruz me revele tu misericordia. Cuando la tristeza invada mi alma, que el resplandor de tu cruz haga reconocer que la verdadera alegría proviene de dar, no de recibir. Cuando el desánimo me invada o la depresión me debilite, que la certeza de tu victoria sostenga todos mis anhelos. Espíritu Santo, que sólo tiemble en mí lo que no está sustentado en la roca firme del Calvario, para que viva confiado y fascinado por esa cruz que no cae ante ningún imprevisto de la vida.
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