martes, 23 de febrero de 2010

Poder de la Eucaristía

uestro hermano de comunidad Pepe Díaz nos hizo llegar el siguiente testimonio: hace meses fui de visita a la casa de un amigo mío, estaba enfermo, muy enfermo. Tenía cáncer. Me comentó su familia que estaba en etapa terminal y los médicos lo habían desahuciado, le dieron pocos días de vida. Mandaron llamar a sus hijos que estaban fuera del país para que lo acompañaran los últimos días de su vida. Su peso se encontraba muy deteriorado, estaba muy débil y además desanimado.
Al platicar con él le recomendé que pidiera oración de sanación al Padre Miguel que estaba en La Merced. Acudieron todos a la oración y tuvieron experiencias de las más variadas. Todos vivieron momentos extraordinarios. Han pasado más de 10 meses y el que estaba desahuciado por la ciencia, está vivo, sus familiares están reconciliados con Dios, la comunidad está de fiesta porque el enfermo en estado terminal anda caminando y su peso se ha regularizado y ahora es testigo que Jesús está vivo… en la Eucaristía. Jesús le dio fortaleza, y el miedo, la enfermedad y el pecado se alejaron de la vida del Sr. Villicaña.
Cuando el Padre Miguel ora por los enfermos, los reconcilia con Dios y les da la medicina por excelencia: la Eucaristía. La carne de Cristo como bien sabemos está presente en la Hostia consagrada y nos espera para hacer maravillas en nuestro cuerpo y espíritu.
El tratamiento para sanar es simple: arrepentirse de los pecados, dolerse de las culpas, alejarse de las ocasiones de pecado, entregar todo en la confesión al sacerdote que lo hace llegar a Jesús y recibir la absolución. Después viene la Eucaristía, la medicina por excelencia, que se debe administrar cada día para así y solo así salir de las tinieblas, de las enfermedades y dolencias pues ha llegado la Luz y la salud a casa.
Si te has sentido o te sientes enfermo, desanimado, débil, pecador, sin fuerzas, en la oscuridad, y todo lo que se le parezca, es el momento de sacar cita con el Doctor de doctores con su representante que está muy cerca de ti en el sacerdote que te escucha, entiende y te hace llegar el amor de Dios por medio de la absolución, de la reconciliación y de la Eucaristía.
Jesús está vivo… en la Eucaristía. Jesús es el amigo que nunca falla. El amigo, especialmente, de los pobres y necesitados, de los enfermos y de los despreciados, en una palabra, de todos los que buscan un consuelo y una razón para vivir. El aprendió en carne propia a sufrir por la incomprensión de los poderosos. Siendo niño tuvo que huir de su país. Más tarde, fue perseguido y encarcelado. Hasta lo consideraron como un blasfemo y profanador del sábado y de las leyes judías establecidas. Algunos lo querían de verdad y lo aclamaban como al Mesías, pero cuatro días antes de su muerte, todos lo abandonaron, hasta sus más íntimos amigos. Y se quedó solo ante la cruz. Solamente su madre y el discípulo amado y algunas pocas mujeres lo acompañaron hasta el final.
Sin embargo, después de más de veinte siglos, cada año hay miles y miles de hombres y mujeres que lo dejan todo, familia, patria, bienes... para seguirle sin condiciones, como aquellos sus doce primeros amigos. El nos enseñó con su vida la más grande y hermosa verdad que el hombre pudo conocer: DIOS ES AMOR. Jesús es Amor, porque es Dios, y te ama a ti y a mí y a todo ser humano que existe, ha existido y existirá desde el principio del mundo hasta el final.
Jesús te conoce por tu nombre y apellidos y te ama tal como eres. No necesitas cambiar para que te ame. Por eso, si nadie te quiere, si todos te rechazan, si eres demasiado anciano o enfermo, pobre, ignorante o pecador... El te ama y te dice: «Hijo mío, tus pecados te son perdonados», (Mc 2,5) «No tengas miedo, porque tú eres a mis ojos de gran precio, de gran estima y yo te amo mucho». (Is 43,4-5) El vino a sanar a los enfermos, a perdonar a los pecadores, a dar libertad a los oprimidos, a dar amor y paz a los que tienen destrozado el corazón. (Cf. Lc 4,18; Is 61,1)
Por eso, en este momento, respira hondo y sonríe: Jesús te ama. Tu vida está llena de sentido, vale la pena vivir y morir por El. Vale la pena apostarlo todo por El, que espera tanto de ti y cuenta contigo para la gran tarea de la salvación de tus hermanos. Jesús te abre sus brazos con su infinito amor y te dice: Ven a Mí, si estás agobiado y sobrecargado; Yo te aliviaré y daré descanso a tu alma. (Cf. Mt 11,28) «No tengas miedo, solamente confía en Mí». (Mc 5,36) Tú eres mi amigo, si haces lo que yo te mando. (Cf. Jn 15,14)
¡Qué alegría ser amigo de Jesús! El es «el más bello de los hijos de los hombres». (Sal 45,3) Según la sábana santa de Turín, medía 1,85 m. de estatura, musculoso, con rasgos claramente semitas, cabello abundante, que le caía sobre la espalda, con raya al medio, barba corta, ojos grandes y nariz más bien larga y aguileña. Ciertamente que es la belleza personificada y «en sus labios se derrama la gracia». (Sal 45,3) Por ello, podemos decir que es hermoso, infinitamente hermoso, más que el sol, cuando brilla en todo su esplendor. (Cf. Ap 1,16) Con su porte sencillo, que inspira confianza y, a la vez, majestuoso. Con una voz poderosa y, a la vez, melodiosa, que infunde terror a los fariseos, pero que atrae a los humildes. Con una sonrisa que cautiva a los niños, que irradia ternura a los enfermos, compasión a los pecadores y para todos un inmenso amor.
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¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
aurelio@jesusestavivo.org.mx

La adúltera

Especialmente durante las fiestas religiosas, la ciudad de Jerusalén se convertía en el centro de las aspiraciones y peregrinaciones del pueblo de Israel. Miles y miles de piadosos judíos de todos los pueblos que hay bajo el cielo subían a la ciudad de David, para celebrar la fidelidad de Yahveh para con su pueblo escogido.
Cuenta el Evangelio según San Juan, al comienzo del capítulo ocho, que al día siguiente de la Fiesta de las Tiendas, Jesús bajó del monte de los Olivos muy de mañana y se presentó en la amplia explanada del templo. La llegada del célebre y controvertido predicador de Galilea, motivó que la mayor parte de la gente que venía a la oración matutina no entrara en el lugar sagrado, sino que permaneciera escuchando atentamente las palabras con autoridad que salían de la boca del Maestro.
Las cosas no comenzaban ortodoxamente. El templo estaba vacío, mientras que el atrio se encontraba abarrotado. Adentro estaban los letrados que no tenían a quién trasmitir sus profundos conocimientos. De esta forma, el templo del Dios de Israel se comenzaba a derruir. Sus paredes se caían y pronto no quedaría piedra sobre piedra. Dios no había soportado estar encasillado en cuatro muros, escondido atrás de una cortina, rodeado de oro, púrpura e incienso.
Cansado de los sacrificios vacíos, se había escapado de su prisión y peregrinaba en Galilea, navegaba en el mar de Tiberíades, osaba entrar en la tierra de los samaritanos pecadores y salía de su escondite para respirar aire puro, perfumado de eucaliptos y olivos del monte que quedaba al oriente, ya que el humo con olor a carne quemada le provocaba asco.
Yahveh no soportaba más ser tratado como Dios de muertos. Renunciaba al trono de gloria que lo separaba de los hombres y venía a poner su tienda en medio de su pueblo. El no estaba de acuerdo en ser considerado detrás de una caja registradora, contando los méritos y sumando las obras malas de cada persona, para luego pagar a cada uno de acuerdo a sus acciones. El no tenía regla de cálculo para medir su amor.
Los escribas y sacerdotes se habían convertido en profesionistas autómatas, que habían extinguido el Espíritu de la Elección y la Alianza. Ya no resonaba vibrante la voz de los profetas, sino las exigentes minucias del legalismo. La religión se había convertido en ritualismo y formalismo meramente exterior. El mismo templo se había transformado en una cueva de ladrones y comerciantes.
La religión de Israel agonizaba, al mismo tiempo que despuntaba una nueva era de gracia y de verdad para la humanidad. El lugar más sagrado, motivo de legítimo orgullo para Israel, estaba a punto de ser sustituido. El oro, la plata y las maderas preciosas no se comparaban con la gloria que habría de venir. Los sacerdotes, con sus suntuosos ornamentos y sus continuos sacrificios, estaban a punto de ser remplazados para siempre.
Salomón había edificado un templo para ser lugar de encuentro de Dios con su pueblo. Pero tanta purificación y condición para entrar a él, aparte de los diferentes muros o cortinas que había que traspasar, hacían prácticamente inaccesible la comunión de Dios con el hombre. Solamente los puros, los santos y los cumplidores de toda la ley merecían estar delante de la presencia del tres veces Santo. El templo, en vez de ayudar al encuentro, parecía que lo dificultaba.
Era necesario un nuevo templo no hecho por mano humana... Jesús, Dios y hombre, era el Nuevo Santuario, único y verdadero lugar de encuentro de la divinidad con la humanidad. ¡Jesús era el nuevo altar y el nuevo sacrificio, el nuevo, único y eterno Sacerdote!
En dicho templo no había muros de separación. Podían venir a él todos, especialmente los pobres y los pecadores, tanto los judíos como los griegos. Dios, repetía el predicador de Galilea constantemente, ama de manera particular a los pecadores. Con atrevimiento afirmaba: "No cambien su vida para venir a El. Vengan a El y su vida se transformará".
Esta predicación chocaba diametralmente con las rigurosas enseñanzas de los escribas y fariseos, a la vez que encendía la ira y envidia de los sacerdotes, que veían a Jesús como un elemento peligroso que atentaba y competía contra la primacía del templo de Dios.
Pero eso no era todo. Jesús acostumbraba sentarse en el pórtico de Salomón o frente a la puerta Hermosa y desde allí proclamar que todos los hombres, aun los pecadores, eran hijos amados de Dios y perdonados incondicionalmente por El. Este mensaje resultaba insoportable para los responsables de la fe y la pureza de la religión de Israel, que eran tan exagerados y rigurosos respecto a la santidad y moralidad de los que entraban al templo.
Esa mañana estaba Jesús rodeado de la gente más pobre y sencilla, de aquellos que eran despreciados por los fariseos, cuando de pronto un creciente alboroto interrumpió la enseñanza: varios hombres, jaloneando a una mujer semidesnuda, con cabellera desordenada y pies descalzos, llegaron hasta en medio del grupo, que los miró sorprendido.
En un escondite improvisado, esa mujer había pasado la noche con un hombre que no era su esposo. La luz del amanecer la había encontrado aún dormida y abrazada con él, lo cual permitió que aquellos hombres la sorprendieran, la condenaran y estuvieran a punto de ajusticiarla. Su desnudez fue cubierta por insultos y provocaciones de hombres necios que acusaban sin razón, siendo ellos la ocasión de lo mismo que culpaban.
Inmediatamente todos ellos tomaron piedras de diferentes tamaños, para arrojarlas contra la pecadora. Al decretar la pena de muerte, por lo menos se sentían mejores que "la culpable". Estaban ya a punto de ejecutarla, cuando los astutos enemigos de Jesús quisieron aprovechar el inesperado caso para poner a prueba al famoso predicador de Galilea, y de esa manera tener dos condenados a la vez. Por esta razón fue que esa limpia mañana se precipitaron en tropel desordenado a la explanada del templo, donde se encontraba Jesús predicando el amor de Dios para los más necesitados.
El relato evangélico nos transmite con rasgos vivos e impresionantes cómo le presentaron a Jesús aquel penoso caso, exigiéndole una posición definida. Lo llamaron Maestro, con un acento de adulación. Pero luego continuaron dando clase de moral y ley a aquel a quien habían reconocido como Maestro: "Acabamos de sorprender a esta mujer en pleno adulterio... Moisés nos mandó apedrear a este tipo de mujeres...".
Citaron libros con capítulo y versículos donde estaba grabada la ordenanza del legislador, (Dt 22,22ss; Lv 20,10), pues la sabían al pie de la letra. Luego, disimulando una sonrisa de satisfacción bajo sus blancas barbas, añadieron una pregunta que parecía inocente, pero que encerraba una trampa mortal: "Tú ¿qué opinas? ¿La matamos o te opones a la santa ley de Moisés?".
Mientras el más viejo de ellos le ofrecía una piedra para que iniciara la lapidación, el Maestro se dio cuenta de que si absolvía a la pecadora, esto significaría su oposición a la santa ley del Sinaí. Sin embargo, el condenarla iba totalmente en contra de su mensaje de amor y perdón. Parecía, pues, encerrado en un callejón sin salida. Sin responder palabra alguna, Jesús se sentó y comenzó a escribir con su dedo en la tierra.
Los acusadores, que se habían dado cuenta de la escabrosa situación y que no sería fácil salir bien librado de ella, esperaban impacientes la contestación del Maestro. Sin embargo, allí en la punta del dedo estaba la sabia y profunda respuesta que ninguno de los circunstantes comprendió; la tierra, el barro en el que Jesús escribía, era la contestación que el Maestro les daba; pero ellos, eran ciegos que necesitaban que alguien les abriera los ojos, tal vez untándoles ese mismo lodo sobre los párpados.
Al señalar Jesús el polvo con su dedo, les estaba ya respondiendo. Pero ellos, incapaces de entender sus palabras, menos podrían interpretar su silencio. Lo que Jesús quería decirles cuando escribía en la tierra, era: "Miren este polvo del que todo hombre ha sido formado. Esta mujer fue hecha de barro, por eso es débil y frágil. Tan pecadora como el hombre con quien pecó. No olviden que también ustedes fueron hechos de barro. ¿Por qué, pues, acusan y quieren la muerte de alguien que es igual que ustedes? Condenarla incluye la sentencia para cada uno de ustedes, y yo no vine para condenar, sino para salvar".
Jesús esperó un poco de tiempo para que el agua viva de su mensaje penetrara en los corazones resecos de los acusadores. Sin embargo, aquellos hombres eran de roca impenetrable, e impermeables a la salvación.
Ellos insistían con su actitud y presionaban aún más a Jesús, para que les diera una respuesta concreta. Le forzaron de tal manera para que se definiera por alguna de las dos partes, que entonces se puso de pie, los miró de frente a todos y les dijo con solemne autoridad: "Aquel de ustedes que esté limpio de pecado, que le tire la primera piedra".
Jesús volvió a inclinarse y, mientras acariciaba con sus manos la tierra, un tenso silencio inundó el ambiente. Nadie se atrevía a iniciar la lapidación. Como ejército vencido en campo de batalla, escribas y fariseos emprendieron la retirada, comenzando por los más viejos. Todos se alejaban escondiendo bajo sus mantos las piedras asesinas, mientras sus dientes rechinaban de ira.
Ninguno de ellos entendió el mensaje de Jesús. El Maestro jamás les dijo: "El que tenga pecado, que se vaya". Por el contrario, él siempre había predicado: "Yo no vine a buscar a los justos, sino a los pecadores; vengan a mí los pecadores, que yo los aliviaré y perdonaré en el Nombre de Dios".
Jesús no acusó a nadie. Ni siquiera a los escribas. El no había sido enviado a condenar a los pecadores, sino a salvarlos. Fueron ellos mismos quienes se condenaron. Se reconocieron pecadores, pero en vez de quedarse donde podían recibir el perdón, se fueron a sus casas, cargando las piedras de la acusación.
Una vez que todos se fueron, se podía respirar un ambiente de paz y perdón. Jesús seguía mirando con ojos de misericordia y compasión aquella tierra de la que todo hombre había sido hecho. A unos cuantos pasos, de pie, inmóvil y con su vista en alto, estaba la mujer que había sido salvada de morir apedreada. Jesús seguía agachado en el suelo sin mirarla, tal vez porque la estaba viendo en el espejo del barro del suelo.
Todo había cambiado. Los escribas habían llegado ante Jesús ofreciéndole el birrete de juez, cosa que él nunca aceptó. No le interesaba la presidencia del tribunal; él ya había tomado partido desde un principio, y no le estaba permitido ser juez y parte. El estaba del lado de la acusada.
El tribunal se había disuelto; ya los acusadores habían retirado sus cargos y los testigos habían huído. La mujer había quedado sola frente a Jesús. No se había ganado el juicio. Simplemente nunca lo hubo.
Luego, Jesús se incorporó. La miró de frente y le dijo: "mujer". Ella, que ya no era considerada mujer; ella, la que había perdido su dignidad femenina; ella, juguete de hombres, sin dignidad y acusada por los que se creían mejores; ella, la pecadora, es llamada con el título más grande: mujer.
Sólo cinco mujeres reciben de Jesús este glorioso nombre entre ellas su madre María. Si para otros, la adúltera ya no era una mujer y merecía la muerte, para Jesús es una mujer con todo el significado de la palabra. El Maestro le devuelve la dignidad perdida y, con una sola palabra, la transforma en mujer.
Luego añade: "¿Nadie te ha condenado?" Ella volteó a su alrededor, miró los ojos de Jesús y en ellos se miró a sí misma, y dijo con absoluta libertad: "Nadie, Señor". Jesús confirmó la certeza de la mujer: "Ni yo tampoco".
Ni uno solo. Ni los jóvenes y menos los viejos, tampoco Jesús ni sus discípulos. A Jesús y a los suyos no les tocaba condenar, mucho menos a los escribas y fariseos. Pero hay algo más: tampoco la mujer pecadora debía ser juez y verdugo de su propio caso: ella no podía acusarse ni condenarse a sí misma, sino que así como Jesús le devolvió la dignidad perdida, ella había de recobrar su propio valor ante sí misma. Ella, perdonada por Jesús, se debía perdonar a sí misma; nunca reprocharse, ni menos condenarse. Ya era una mujer nueva; todo lo viejo había pasado.
Entonces Jesús le dijo: "Vete y no peques más". Este imperativo no es un mandato como los de la antigua ley de Moisés, sino una fuerza y una capacidad para no volver a pecar. Jesús le ha cambiado el corazón, para que nunca manche su dignidad recobrada. Al hacerla mujer, la hace como Eva en el paraíso, como María su madre. Jesús tiene plena confianza en ella, para que también ella tenga confianza en sí misma.
Los fariseos no habían traído una mujer, sino una pecadora. Jesús, por su parte, no recibió una pecadora, sino una mujer. Los escribas venían cargados de ambas manos: en una, portaban la ley, letra que mata; y en la otra, las piedras para la ejecución. Siempre que una persona es puesta frente a la ley, invariablemente recibirá sentencia de muerte. Pero si se coloca delante a la misericordia de Dios, el resultado será siempre perdón y restauración.
El perdón es la fuerza que Jesús concede para no volver a pecar. El perdón no sólo limpia la ofensa, sino que capacita al perdonado para no volver a cometerla. Por el contrario, la acusación y la condenación siempre cierran la puerta a la recuperación. El perdón sin juzgar, es no sólo un acto de amor, sino un poder divino que capacita al perdonado, para no volver a caer en la misma falta.
La mujer perdonada ya no podía pecar. Habiendo recibido amor en plenitud, ya no tenía porqué mendigar los cálidos amores de una noche pasajera. Ya no tenía necesidad de parches de amor, puesto que llevaba un vestido todo nuevo. Conociendo el verdadero amor, ya no podía aceptar disfraces ni falsificaciones.
Ella había hecho de su cuerpo un juguete, obligada por circunstancias que desconocemos: tal vez por pasión, tal vez por soledad, tal vez porque la sociedad la empujó a ello, tal vez... Pero en el fondo fue porque había sido hecha de barro, de polvo de la tierra, y no podía reflejar sino lo débil y frágil del corazón humano.
Y ese polvo, y ese barro, fue presentado ante Jesús. Ella no se excusó, ni se justificó, ni le echó la culpa al otro. La que era tierra, estaba frente al que era Agua Viva para convertirse en barro tomado en las manos de Dios, para ser nueva criatura por el Espíritu Santo. Ella, enlodada por el pecado del mundo, era lavada y santificada en el nombre de Jesús y el Espíritu Santo de nuestro Dios. Ella, que estuvo a punto de ser apedreada, se encontró con la Piedra Angular, para reconstruir su vida.
Jesús no sólo le había salvado la vida, sino que le había dado un nueva vida. Allí donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, porque esta mujer tuvo un encuentro personal con Jesús, que no vino a condenar a nadie, sino a traer vida, y vida en abundancia.
Benditos acusadores que la llevaron a Jesús. Tal vez sin ellos nunca se hubiera dado este maravilloso encuentro. Ellos también entraron en el plan de Dios. Sin embargo, ellos, los acusadores, regresaron acusados y nunca perdonados, mientras que la acusada fue perdonada por Jesús y por sí misma.
¡Alabado sea Jesucristo!
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¿Por qué me preguntas a mí?

En esta pregunta se encierra un gran misterio. La Palabra que estuvo en el origen de todas las cosas, se calla. Pero su silencio cede el paso a una nueva voz. Abre una nueva etapa de la historia humana y de la historia de salvación. Es el momento de la Iglesia. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que me han escuchado, y que ellos digan de qué he hablado. Ellos saben lo que he dicho.
La palabra eterna nos había sido dirigida de mil modos. Nos había hablado a través de las maravillas de la creación que reflejaban al Creador; nos había hablado, también, mediante los anhelos insaciables del corazón humano. Esa Palabra que fue tejiendo siglo tras siglo la Escritura, se fue haciendo patente en la historia del pueblo de Israel y se expresó a través de los profetas que anunciaban al que iba a venir. Llegada la plenitud de los tiempos, esa Palabra se hizo carne cuando Jesús de Nazaret nació de una virgen pura en un pueblito de Judá.
Para quien sabe oír y ver, ahí está, humanizada, la respuesta divina a las más hondas preguntas; ahí están la puerta del cielo y el único camino hacia la Vida. Es la Palabra de Dios que se hizo humana.
Habiéndose encarnado la Palabra, nuestros pobres oídos han podido oír el diálogo interno de la Trinidad; hemos podido ver con nuestros ojos lo invisible de Dios y tocar con nuestras manos a Aquel que es intangible.
Esta Palabra no sólo nos ha revelado el secreto del misterio íntimo de nuestro Dios que es trinitario; en ella se nos hizo también patentes el misterio del hombre y su destino. En su breve paso por la tierra, nos contó el infinito amor del Padre hacia nosotros y nos reveló el plan que el Señor tiene para colmar nuestros anhelos.
En el momento supremo de su vida, ante el Sumo Sacerdote, esta Palabra se calló, o mejor dicho, quiso que sus discípulos respondieran en su nombre; que ellos tomaaran el relevo: «¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han escuchado».
En ese momento central de su existencia, de algún modo nos pide que nos hagamos Palabra, que hablemos por él, que seamos sus testigos. Se trata de un nuevo paso de la Encarnación. Eso supone que hemos escuchado un mensaje, y lo hemos conocido a él íntimamente.
Esta pregunta tiene inmensas consecuencias para nuestra vida. Al callar, nos invita a que reflejemos con todo nuestro ser su mensaje, y continuemos su presencia; que le prestemos nuestra propia humanidad a la Palabra eterna.
Fiel a este pedido, la Iglesia, comunidad de los creyentes, guardó la memoria de su Señor y la anunció. Ella escribió los evangelios y nos transmitió celosamente el «depósiito de la fe». Por eso, tras esta pregunta hay también una invitación a que, con espíritu religioso, escuchemos a la Iglesia.
¿Por qué me preguntas a mí? ... Ellos saben lo que he dicho... ¿Lo sabemos realmente? ¿Estoy realmente en condiciones de tomar el relevo? El Sumo sacerdote quería conocer la verdad acerca de los discípulos y de las enseñannzas del maestro. ¿Qué podría contestarle yo? ¿Sería mi respuesta fiel a la Palabra eterna que por mí se hizo carne y que me llamó a su seguimiento? La fecundidad del Evanngelio depende en parte de mi capacidad de reflejar en mi vida el rostro del Señor.
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Mujer de la calle

Causa cierta extrañeza encontrar a Jesús sentado a la mesa de los fariseos, sabiendo que ellos eran sus peores enemigos, que continuamente buscaban ocasión para desprestigiarle, oportunidad para atacarle o motivo para condenarle. Lucas, evangelista que de una manera especial subraya el amor misericordioso y universal de Dios, narra tres comidas de Jesús con ellos: 7,36; 11,37; 14,1. En todos los casos se perdieron la cordura y las normas más elementales de educación, terminando siempre con un desenlace tenso y a veces violento, pues nunca faltó una palabra inoportuna o una pregunta capciosa que acabara con el cordial ambiente de la mesa. Curiosamente, no eran siempre los fariseos quienes estropeaban la reunión. En algunas ocasiones fue el mismo Jesús quien se comportó totalmente en contra del sentir de sus anfitriones, al no consentir sus hipocresías y legalismos.
El primer encuentro de Jesús con los fariseos fue muy singular. Nos consta que la invitación que se le hizo no fue un simple y vago "a ver cuándo nos vemos", sino que se le pidió y hasta se le rogó expresamente sentarse a la mesa, para compartir los alimentos y la conversación. Fue tan excepcional el origen de la invitación, que el Evangelio ha conservado el nombre del valiente fariseo que, a pesar de las críticas de sus colegas, se atrevió a invitarlo. Se llamaba Simón.
Estudiar a fondo este pasaje es internarse en un bosque de opiniones, con el riesgo de confundirse y perderse. Este es uno de los relatos que más dificultades ofrecen a la crítica textual e histórica. Los estudiosos discuten y se devanan los sesos por esclarecer dudas y defender teorías.
Los escrituristas de nuestro tiempo se preguntan, sin encontrar unánime respuesta, si la célebre pecadora que aparece aquí es la misma que ungió los pies de Jesús en vísperas de su muerte. Incluso hay quienes afirman, frente a los que lo niegan rotundamente, que se trata de María Magdalena. Algunos identifican en una sola persona a las tres. La mayor parte las distingue. También discuten si el hecho acaeció en Galilea o en Jerusalén. Unos dicen que el tal Simón fue antes curado de lepra. Otros piensan que no es el mismo. Hay quienes aseguran que estamos delante de dos relatos diferentes, que con el correr del tiempo fueron yuxtapuestos artificialmente. En fin, existe tal número de dificultades, que lo único que ciertamente podemos concluir con todas ellas es que, siempre que aparecen pecadores junto a Jesús, los problemas se multiplican no sólo para sus enemigos, sino también para sus críticos o los especialistas de la fe. Los pecadores siempre causan problemas.
Al llegar Jesús a la casa del fariseo, la puerta estaba semiabierta. La recepción fue cortés, pero fría y diplomática. Aunque todo estaba perfectamente en su lugar y resplandeciente, no hubo la menor muestra de afecto o de alegría por recibir al famoso predicador con sus discípulos.
Las cosas no comenzaban de la mejor manera. El ambiente estaba tenso y se respiraba el nerviosismo de todos los invitados. No hubo el tradicional beso de bienvenida, ni una gota de agua para lavarse las sudorosas manos y refrescar los empolvados pies de los peregrinos. Mucho menos apareció el típico aceite, tan característico de la legendaria hospitalidad oriental. En otras palabras, el tradicionalista Simón se olvidó de los ritos y costumbres ancestrales de los que era tan celoso como exigente.
El ambiente estaba tenso y el silencio había invadido como sombra espesa a todos los comensales. Ya no había ni chispa de la tenue cortesía que pudo manifestarse al principio. La guerra fría se había declarado y de un momento a otro explotaría la primera bomba.
Jesús se reclinó en la mesa y tomó en sus manos una limpia copa de cristal. Mientras la observaba detenidamente, dijo en voz alta: "Lo más importante de una copa no es que esté limpia por fuera. Lo esencial es que esté limpia por dentro. Hay sepulcros blanqueados en el exterior, mas por dentro, putrefactos, despiden un asqueroso hedor de podredumbre y corrupción".
Algunos circunstantes parecieron perder el apetito por lo inapropiado del tema de conversación, pareciéndoles una gran incorrección hablar de asuntos inmundos frente a los apetitosos platos de comida.
Al darse cuenta Jesús de que las miradas condenatorias de los fariseos se clavaban en sus manos sucias, continuó con más ímpetu: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda hacerlo impuro. Es de dentro, del corazón humano, de donde salen las intenciones perversas, los malos pensamientos y el creerse mejor y superior a los demás. En cambio, lo que comemos con las manos sucias, después lo vamos a dejar al excusado...".
Los más escrupulosos de los fariseos, con ojos de indignación y cara de repugnancia, hicieron a un lado el alimento que tenían delante, mientras que a otros se les atoró el bocado a media garganta. No por eso Jesús fue más discreto y considerado, sino que continuó: "Para el puro, todas las cosas son puras. Para el perverso, todo está sucio, porque es su conciencia la que está contaminada. No se debe juzgar según las apariencias, sino con recto juicio".
"De pronto...". Lucas usa la forma gramatical griega "Kai idou" (de pronto) para llamar la atención. Algo sorpresivo y totalmente inesperado rompería los cánones del programa.
Sin haber sido invitada a reunión tan selecta, entró a la casa una esbelta mujer con vestido tan entallado que, más que cubrir su cuerpo, hacía resaltar su voluptuosa y provocativa belleza. Amplio escote por el frente y su espalda casi desnuda por completo. Sus labios, como sus uñas, estaban pintados con un vivo rojo carmesí, haciendo contraste con el negro brillo de su sedosa cabellera. Sus zapatos eran dorados y llevaba una pequeña bolsa plateada que cuidaba con especial esmero: era una prostituta.
Los ojos de los fariseos se abrieron con asombro y sus dientes rechinaron de rabia, por el atrevimiento de esa mujer que había entrado como a su casa. Algunos de ellos pegaron tensamente sus espaldas a los respaldos de los triclinos. Otros se encendieron de ira, lanzando miradas de fuego infernal sobre la intrusa, y no faltaron quienes disimularan sus rostros con sus largas túnicas, no tanto para no mirar a la tentadora mujer, sino para no ser reconocidos por ella...
Nadie, ni los psicólogos ni los psiquiatras, conoce tanto a los hombres, como una prostituta; porque delante de ella se dejan caer todos los mantos de dignidad y las túnicas de apariencias. Ante ella se presenta siempre el hombre desnudo, sin máscaras ni simulaciones. Ella es testigo, y a la vez víctima, del vacío del corazón humano, que pretende apagar su sed en una noche de desbordada pasión. Ella es cómplice de la infidelidad y al mismo tiempo conciencia de culpabilidad para todos aquellos que entregan su cuerpo, sin jamás dar lo más íntimo de su ser. Ella, mejor que nadie, tiene conocimiento de que todos hemos sido hechos del mismo barro, que todos somos pecadores, aunque con una leve ventaja: ella peca por la paga, mientras que ellos pagan por pecar.
Sin embargo, la prostituta, teniendo el triste conocimiento y experiencia de todo lo que no era amor, estaba más capacitada para reconocer el auténtico amor cuando éste tocara a las puertas de su vida.
Exactamente eso fue lo que le sucedió frente a Jesús. Ella había estado esa mañana perdida entre la multitud, escuchando las palabras del predicador de Galilea, el cual ni hablaba como los escribas y fariseos, ni se parecía a ninguno de los muchos hombres que ella había conocido.
Este hombre no la buscaba para servirse de su cuerpo, más bien todo lo contrario, pues afirmaba que él entregaría su cuerpo y su sangre por la salvación de los pecadores. El no había venido a ser servido, sino a servir, e invitaba a todos los que estuvieran cansados y agobiados, a depositar sus cargas en él para aliviarlos.
Especialmente la impresionó hasta lo más profundo de su ser, cuando Jesús afirmó categóricamente que él no había venido a buscar a los justos, sino a los pecadores. En esos precisos momentos ella se reconoció la más privilegiada, y tomó inmediatamente la decisión de entregar toda su vida a ese hombre que era distinto a todos los demás. El no la buscaba por la sensualidad de su cuerpo, sino para quitarle el peso que ella cargaba en todo su ser. Ese era el verdadero amor que ella nunca había tenido y que, recién encontrado, no podía dejar pasar.
Aceptó el perdón que Jesús ofrecía, y experimentó en ese momento la liberación completa. Su cambio fue instantáneo y total. Ya no era la misma. Regresó a su casa no tanto siendo buena, sino nueva, una mujer totalmente renovada por la misericordia de Dios, manifestada a través de ese predicador que no sólo amaba, sino que era la misma personificación de amor.
No le costó ningún trabajo enterarse de que Jesús se encontraba en la casa de Simón el fariseo. Tomó la determinación y fue a encontrarlo. Pensando cuál sería el mejor presente que podría ofrecer, no encontró nada tan valioso como aquel frasco blanco y bien pulido de alabastro que contenía el más fino de los perfumes.
Vendiendo su cuerpo y rematando su dignidad, había ahorrado el producto de sus ganancias para comprar una exquisita esencia a unos mercaderes de las Galias, con el fin de encantar y seducir a sus clientes. Ese perfume era como la pasión que concentraba la infidelidad de los hombres que habían despilfarrado su dinero para contribuir a su adquisición.
En los relatos análogos del Evangelio, encontramos varios datos curiosos y significativos sobre dicho presente: Marcos nos dice que el perfume era de "nardo puro" (14,3). Ella, la impura por profesión, usaba el delicado perfume de una bella flor que simboliza la pureza. Mateo aclara que "era de gran precio" (26,7). Había costado bastante dinero. Muchos pecados estaban concentrados en la fina esencia. Lo exquisito del perfume contrastaba con la pestilencia de los denarios de fornicación que había costado. Juan no se refiere al precio (politelés), sino que aclara que "era de gran valor" (polítimos), (12,3). Es decir, no sólo tenía alto costo monetario, sino que especialmente tenía un valor incalculable para la dueña, ya que era una de las herramientas más importantes en su profesión. Además, era como el símbolo de su vida: la síntesis de su pasado y la mejor inversión para el porvenir.
Pero al entrar a la casa de Simón, ya era otra. Quienes la juzgaron y se escandalizaron de su presencia se equivocaron rotundamente, porque ya no era la que ellos habían conocido antes, aunque todavía en el exterior quedaran las huellas de las manos que la habían profanado. En ocho días leeremos como esta mujer rompe el frasco de perfume, llora de amor correspondido y como sus pecados le fueron perdonados.
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¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
aurelio@jesusestavivo.org.mx

viernes, 19 de febrero de 2010

Cuatro en uno

Cuando una persona recobra la vista de un día para otro, es asombroso, y si la misma persona no oía y oye en ese mismo día, es maravilloso, y si en ese mismo instante empieza a dar sus primeros pasos, verdaderamente es un milagro, y si a eso se le aumenta que empieza hablar, a decir sus primeras palabras de su vida, esto es verdaderamente un llamado a evangelizar con gran poder. Esto es lo que le pasó a Abraham un pequeño de escasos dos años de edad. Su testimonio se dio en el templo de El Carmen hace unas semanas. Víctor, el papá de Abraham, nos mandó lo siguiente: Te saludo con mi mayor aprecio, a la vez que te envío las siguientes líneas: Hemos de comentarte que a nuestro pequeño hijo, Víctor Abraham, están por darlo de alta en el Centro de Rehabilitación Infantil de Irapuato a donde lo hemos estado llevando desde que tenía seis meses de edad; hoy tiene 2 años y 2 meses, como recordarás el niño al nacer le fue diagnosticado daño cerebral y aunque aún le falta tener seguimiento y acrecentar su lado motriz, hemos visto muchas o mas bien demasiadas diferencias en beneficio de él, desde el momento en que Jesús lo tocó.
El médico acompañante, que así se le dice al medico que coordina y supervisa el seguimiento y evolución del niño, nos ha dicho que Abraham ha evolucionado muy favorablemente de un tiempo determinado a la fecha, y aunque no con las palabras precisas, nos dijo que no se explicaba su mejoría; el médico lo asume al cuerpo médico y a los terapistas que participaron en la rehabilitación. Yo pienso que efectivamente todo ese personal tuvo muchísimo que ver, pero la Gloria por supuesto es para Dios, eso bien lo sabemos en la familia, ya que Él nos proporcionó todos los medios y elementos para poder sacar a nuestro hijo adelante, además de darnos muestra de su infinita bondad, amor y misericordia.
Quiero que sepas que tiempo atrás, justo a unos meses antes de comenzar a hacer oración en casa, el médico acompañante me confío que a mi hijo no lo creía capaz de responder favorablemente, nos dijo que al niño lo veía como que iba a ser uno de los casos más difíciles y por supuesto muy complicado de que respondiera al tratamiento, dado que casi llevaba un año de terapia sin obtener respuesta significativa, pero que sin embargo observaba que el niño comenzaba a querer responder, esto ocurrió en el mes de septiembre de 2005. Para entonces, te soy franco, mi desesperación por querer ver a mi hijo sano me llevó a dar con un lugar aquí en Morelia, donde practicaban “limpias” y “sanaciones”, lugar al que no quería acudir mi esposa, pero que yo por el hecho de buscar todas las alternativas para sanar a nuestro hijo, le pedí que lo hiciera, y así fue. Comenzamos a acudir a partir del mes de octubre de 2005 a las “sanaciones”, donde por dinero te daban una limpia con hierbas y un huevo y al parecer rezaban, a la vez que prendían un círculo de fuego sobre el piso pero alrededor de uno mismo. Yo confíe en que no era nada malo, puesto que en dicho lugar, que era una casa, se encontraba un altar donde se encontraba una imagen de la Divina Providencia, un Crucifijo y hasta la Virgen María de Guadalupe, así que continué acudiendo por el tiempo en que la mujer indicó que tenía que terminar las supuestas sanaciones. Después de esos días nada pasó, el niño seguía convulsionándose. La mujer a cargo de rezar en las supuestas sanaciones, le dijo a mi esposa que el niño estaba así por que no lo habíamos deseado cuando se encontraba en su vientre, pero que siguiéramos acudiendo para que sanara.
Así estuvimos acudiendo a dicho lugar por varios meses, pagando nuestro dinero por la ficha, hasta que un día ya no nos cobraron nada. Solo me dejaban pasar junto con mi niño en brazos y cerraban la puerta hasta terminar los rezos. Dejamos de acudir a dicho lugar a finales de noviembre del mismo año, sin obtener mejorías en el niño. Después supimos por estudios médicos que el niño además de las convulsiones, no veía ni tampoco escuchaba…
Ignoro el por qué acudimos a ese lugar de supuestas sanaciones, pero bendito Dios que nos alejamos de ahí y encontramos el camino hacia el Señor. En el mes de diciembre, a través de la columna “Ven Señor Jesús” de El Sol de Morelia, nos dimos cuenta que Jesús sigue sanando al igual que hace dos mil años. Además de que muchas veces lo había escuchado del amigo de Jesús, que eres tu Aurelio. Pude contactarte y a partir de entonces darme cuenta de mis errores y de mi alejamiento de Dios. Comenzamos en familia a hacer oración en casa y tu bien sabes lo que sucedió: Jesús nos perdonó, nos bendijo y nos amó una vez más, dándonos la oportunidad de corregir el camino y de mejorar como humanos y nos sanó a nuestro hijo Abraham, no de una ni de dos enfermedades sino de todo lo que tenía.
Hoy, estamos felices por lo que vivimos, pues tan solo nos faltan algunos meses para que nos den de alta al niño, posiblemente ya nos lo hubieran dado de alta en el mes de mayo de este año, pero quisieron que se quedara a terminar con sus sesiones de terapias ya programadas y, si Dios nos lo permite, en el transcurso del año, por que estamos seguros que así será, te enviaremos la noticia de haber concluido con esta etapa.
Sirvan estas líneas para que las personas que como nosotros lo estuvimos, andan por el camino equivocado, se den cuenta de que Dios nos ama a todos, solo falta que nosotros dejemos que nos ame y por supuesto que nosotros lo amemos a Él. Te mando un fuerte abrazo. Dios te bendiga. Víctor.
Abraham ya camina, en el templo de El Carmen se nota su paso, Ya habla, se escuchan sus gritos, ya ve, nos distingue a todos, también nos escucha pues oye perfectamente bien, y por si fuera poco, ya quiere orar por los más enfermos entre los enfermos. ¡Gloria a Dios!
La familia de Abraham renunció a todo espiritismo, amuletos, cosas ocultas y todo lo que se le parezca. Consagró a su hijo al Corazón inmaculado de Jesús y se les hizo oración de liberación. El resultado fue la derrama de misericordia en todos y cada uno de ellos. Hoy llegó el momento de renunciar a tu vida pasada, recuerda que cuando pides perdón a Jesús, siempre te perdona y te capacita para no volverlo a hacer, y por si fuera poco, Jesús nunca se vuelve a acordar de tus faltas porque las perdona para siempre.
Si en tu familia tienes un pariente enfermo o tú eres el enfermo, es el momento que renuncies a tu enfermedad y pidas a Jesús también derrame su misericordia en ti y los tuyos. En la página web: www.jesusestavivo.org.mx puedes ver el vídeo del testimonio de sanación de Abraham que nos dio la familia en pleno, se llama: Jesús, te doy quince días para que me lo sanes". Y la oración completa de su hermano Issac fue esta: Jesús te pedi un hermanito para que jugara futbol conmigo y este así como está, no puede. ¡te doy quince días para que me lo sanes"
Alabado sea Jesucristo!
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Grupo Apostólico Nueva Evangelización
aurelio@jesusestavivo.org.mx

El pobre joven rico

A medida que pasaba el tiempo, Jesús se veía más y más acosado por sus enemigos, que continuamente le tendían lazos para hacerlo caer y luego tener de qué acusarlo. La figura del predicador de Galilea era tan imponente, que desafiaba las instituciones y a los profesionales de la fe. Por eso, muchas veces sus adversarios le enviaban mercenarios, para enfrentarlo, ya que ellos temían presentársele cara a cara.
Cuenta Lucas que un día se le acercó un legista, sabio y especialista en la ley, para hacerle una pregunta capciosa y así ponerlo a prueba. Escondiendo sus arrugadas manos bajo la túnica larga de doradas filacterias, le dijo: "Maestro, ¿qué debo hacer para tener vida eterna?".
Jesús, adivinando la doble intención que se escondía tras la aparente e ingenua cuestión, y no queriéndose meter en grandes discusiones, le respondió con otra pregunta: "¿Qué está escrito en la ley?". El legista, con su mano derecha en la blanca barba, respondió al pie de la letra lo que había aprendido a los pies de sus antiguos maestros. Este tipo de situaciones era cada vez más frecuente, por lo cual, Jesús debía estar siempre alerta, para no ser sorprendido por sus enemigos, que buscaban de mil maneras la forma de acusarle y condenarle.
Narran los tres evangelistas sinópticos, que otro día, en circunstancias casi idénticas, un joven, adornado con ricos anillos de oro y marfil, con túnica de seda importada de Damasco, y hasta con cara de buena gente, se le acercó corriendo y se puso de rodillas, para plantearle exactamente la misma pregunta del sabio legista: "Maestro, ¿qué debo hacer para tener vida eterna?".
Como el joven se había postrado en tierra, Jesús no podía verle los ojos, para descubrir su autenticidad o su hipocresía. Por eso, para no meterse en problemas, el Maestro se limitó a hacerle la misma pregunta que en otras circunstancias parecidas le había sacado de apuros: "Conoces los mandamientos, ¿no?".
El Maestro no quería ir más allá de lo que materialmente se le estaba preguntando. Por eso su respuesta era poco comprometedora y bastante conservadora. El no estaba dispuesto a dar la perla preciosa a cualquiera. Simplemente se puso al mismo nivel que su interlocutor, el cual le preguntó: "qué hacer" para "tener". Jesús le contestó: "Si quieres 'tener', 'haz' lo que está escrito y ya...".
Mateo nos cuenta que el joven estaba inquieto en su interior, y para continuar el diálogo, contestó con otra pregunta, de la que él bien sabía la respuesta: "¿Cuáles mandamientos?".
Jesús no se inmutó. Continuó en el mismo nivel, y simplemente enumeró la tradicional lista de lo prescrito en el Antiguo Testamento: "No cometas adulterio, no mates, no robes, no levantes falso testimonio, honra a tu padre y madre...". y Marcos añade lo que los otros callan: "no defraudes...".
El joven le interrumpió impetuosamente y con admirable seguridad replicó: "Pero, Maestro, es que todo eso ya lo he guardado desde mi juventud...". Luego, fijando directamente su vista en los ojos de Jesús, le explicó cuál era el objetivo profundo de su visita: "a pesar de todo, hay algo que todavía me está haciendo falta, ¿qué es?".
Los dos estaban frente a frente, mirándose hasta el fondo del corazón. Jesús traspasó los finos brocados de seda y oro, los adornos de marfil y las apariencias de poder y gloria humana. Marcos, que es el más detallista y profundo en este relato, nos cuenta que Jesús, percibiendo la autenticidad del joven, que andaba en busca de algo más profundo que la ley de Moisés, "le amó". Entonces el Maestro le mostró el verdadero tesoro que ni los ladrones roban, ni la polilla corroe: "Si quieres ser perfecto... hay un paso más allá de lo que has hecho".
Primeramente el joven le había preguntado "qué hacer para tener", pero cuando muestra que en verdad busca algo más, Jesús le responde: "Si quieres ser". Jesús rompe la concha que guarda la Perla Preciosa y muestra el corazón de la Buena Nueva, que sobrepasa con mucho la ley prescrita por Moisés, la cual estaba grabada en tablas de piedra. Cuando Jesús asegura que para ser perfecto no basta la ley, implícitamente le está afirmando que aunque se cumplieran todos los preceptos y mandamientos de la santa ley del Sinaí, eso es insuficiente para ser perfecto. La ley de Dios es luz que ilumina los pasos, pero sólo Dios mismo convierte al hombre en luz del mundo.
Así, pues, Jesús le proclama con autoridad: Si quieres "ser" luz y no sólo "tener" luz, hay algo más: deja de pensar con mentalidad pragmática de "hacer" y con mentalidad capitalista de "tener"; se trata de "ser".
Debemos notar claramente que Jesús no le obliga: le propone: "Si quieres", porque la perfección no se logra coaccionado por un mandamiento o norma exterior. La perfección sólo se da si nace de dentro de la persona: El tesoro escondido del Nuevo Testamento no es algo exterior como todos los mandamientos. Se trata de una fuerza interior que brota al experimentar mi amor.
La diferencia fundamental entre Antiguo y Nuevo Testamento, es que en el primero la ley estaba escrita en tablas de piedra, mientras que la Nueva Alianza es el Espíritu Santo quien nos da el querer y el querer - obrar de acuerdo a la voluntad de Dios. Fluye desde dentro, porque está en nuestro corazón y no se cumple por obligación, sino por el dinamismo del Espíritu Santo en y a través de nosotros.
El joven ya se había puesto de pie. Jesús, mirándolo con ternura, le dijo con toda claridad: "Ve, vende todo cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos; y ven, y sígueme...".
Las piernas del joven se tambalearon y su corazón palpitó precipitadamente. Jesús le había sacudido la columna que sostenía toda su vida. Se le estaba presentando la gran decisión. Un Maestro superior al mismo Moisés le señalaba el camino de perfección que la ley jamás podía proporcionar: la perfección no consistía en "tener ni hacer" sino en querer-hacer y hacer la voluntad divina.
No había sino dos caminos: tomar o dejar, frío o caliente: o vender todo para seguir a Jesús o quedarse con todo y despedirse para siempre del Maestro y su costosa perfección. La exigencia era total, sin términos medios. No era cuestión de regateos, subastas o condiciones. No se podía discutir: todo o nada. El joven tampoco pidió una "rebajita", crédito o descuento, ya que Jesús no estaba en oferta o barata. No se podía servir a dos señores. Era imposible. No había concesiones. El joven estaba en un callejón sin salida. Atrapado por el remolino que él mismo había provocado. No respondió. No hacía falta. Se dio la media vuelta y se alejó perdiéndose entre la multitud. Como un boxeador que da la espalda en el combate, reconoció su derrota. Lucas da la explicación de fondo: "era muy rico... Abatido por la palabra de Jesús, se fue entristecido" (Mc 10,22).
Todos los que habían admirado su justicia y envidiado su riqueza, le vieron marcharse con la cara triste y apenada, la cual refleja sólo pálidamente la profunda amargura de su corazón. Muchos de los allí presentes pensaban que la alegría y la felicidad estaban en la posesión de bienes, abundancia de dinero y variedad de signos de poder mundano. Creían que con las riquezas se conseguía automáticamente la felicidad. Sin embargo, la soledad y tristeza de este joven, que se batía en retirada, les demostraba todo lo contrario. Si al joven cumplidor de la ley le faltaba algo, al joven rico también le faltaba otra cosa: la alegría. Llegó imperfecto y regresó imperfecto y triste.
La exigencia de Jesús era total. Afortunadamente no dio paso atrás. Sólo había un precio para comprar la Perla Preciosa: vender todo, deshacerse de las demás perlas. Las palabras de Jesús realmente querían decir lo que significaban.
El joven escogió el camino antiguo. Prefirió la débil seguridad de su dinero y la ley. No quiso arriesgarse. Prefirió seguir igual, aunque insatisfecho; eligió la riqueza aunque toda su vida le fuera a faltar algo. Se decidió por "tener", más que por "ser". Había entendido perfectamente los alcances y las exigencias del Evangelio; pero desgraciadamente se fijaba más en lo que Jesús le pedía, y se olvidaba de lo que Jesús le ofrecía.
Por eso, cuando el muchacho se retiró, cuenta Marcos con realismo impresionante, hubo gran silencio de estupefacción entre la gente. Nadie se atrevía a pronunciar palabra alguna. No hay cosa más impresionante que una muchedumbre muda de asombro. En ese denso silencio, el hijo del carpintero pronunció lentamente unas palabras trágicas que todavía hoy sacuden a los poderosos de este mundo: "En verdad os digo: qué difícil es que un rico entre en el Reino de los Cielos. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, a que un rico se salve".
En la actualidad los intérpretes de la Escritura no se han puesto de acuerdo en lo referente a de cuál camello o qué aguja habla Jesús, dejando cierta tranquilidad de conciencia y dando algún respiro, a los que les afecta directamente el texto. Pero, por si las palabras quisieran decir lo que significan, dos grupos de multimillonarios están trabajando en un doble programa que persigue el mismo objetivo: que un camello pase por el ojo de una aguja.
-Los primeros están empeñados en evolucionar un camellito, tan chiquito que, con todo y jorobita, sea más pequeñito que una hormiguita enana del tercer mundo. De esa manera podrá pasar fácilmente por el ojo de una aguja.
-Los otros han preferido el camino inverso. Con avanzada tecnología, están fabricando una aguja gigantesca y enorme, la cual parece un cohete espacial, para que un camello normal pueda pasar por su ojo.
Ninguno de los dos ha terminado su trabajo con resultados positivos, aunque los primeros anunciaron que lo lograrán precisamente el día siguiente que en América Latina termine la represión y se deje de oprimir al pobre. Los segundos han dicho que será cuando exista una justicia entre los pueblos y naciones.
Sin duda que un día un camello pasará por el ojo de una aguja, librándose así los ricos de frase tan terrible del humilde carpintero de Nazaret, que se atrevió a retar a los poderosos de este mundo. Lo que se ha olvidado es que aunque camellito o agujota entraran en juego, es aún difícil, y muy difícil que un rico se salve.
Todo mundo habla mal de este joven. En especial los que se sienten mejores que él, o los que quisieron llegar un día a ser ricos, pero que no lo lograron, y están frustrados o resentidos.
Sin embargo, estamos obligados a reconocerle un gran mérito: su autenticidad. Eligió de manera clara y definitiva. No quiso hacer el inconcebible amasiato Dios-dinero. No trató de revolver el agua con el aceite, ni aceptó la mediocridad del que quiere tener las dos cosas al mismo tiempo. Como él no podía servir a dos señores, eligió el suyo. Como no podía ser caliente, prefirió ser frío que tibio. Seguramente jamás fue feliz, pero sin duda que fue menos infeliz que los que tratan de seguir a Jesús, pero dejan su corazón anclado en las seguridades de este mundo. El joven del Evangelio prefirió tener un solo dios, aunque éste no fuera el verdadero, porque jamás aceptó tener dos mitades de dioses.
Que un joven sea rico es algo extraño, ya que generalmente los ricos son personas mayores y muy respetables que han trabajado toda su vida; o mejor dicho, que han hecho trabajar a otros. ¿Existe alguna riqueza que no esté amasada con el sudor del pobre? Donde abunda la riqueza ¿no sobreabundan la miseria y la injusticia alrededor? Pero como este joven se declara justo, debemos pensar más bien que había heredado su fortuna o posiblemente se sacó la lotería. Lo que sabemos con certeza, es que definitivamente nunca fue rico, ya que siempre le faltó algo. Sólo tenía las cosas que se compran con dinero. Aparentemente él tenía todo lo de este mundo para ser feliz, pero se le había olvidado que solamente lo barato se compra con el dinero. Lo realmente valioso no tiene precio.
El fondo del problema no eran todos los bienes que el joven tenía, sino que sus riquezas lo poseían a él. Sus bienes no dependían de él; al contrario, él dependía tanto de ellos, que era capaz de sacrificar la perfección de su ser.
La perfección no radica en tener o hacer, ni siquiera proviene del cumplimiento de todos los mandamientos. Tampoco se compra con las riquezas o el oro de este mundo. La perfección evangélica no es tener o hacer, sino "ser", con la libertad interior de no depender de atadura alguna.
Mañana lunes estaremos orando por la salud de los enfermos en el templo de El Carmen a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Estaremos pidiendo por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos en el templo de El Carmen. Te informamos que cada 16 de mes a las 12 del día tenemos la Misa de Unción por los enfermos en honor de la Virgen de El Carmen, bendición de agua y escapularios. Además de confesiones para quieres quieran reconciliarse.
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¿Por qué me pegas?

Maltratar al hombre, imagen de Dios, es siempre un sacrilegio. Pero en esa ocasión el golpe fue directo al rostro del Señor. La humanidad escuchó entonces la pregunta que hoy nos ocupa: ¿Por qué me pegas?
La noche estaba gélida. Un grupo hacía ronda alredeedor del fuego. En casa de Anás, el Sumo sacerdote interrogaba a Jesús, pero los dados estaban ya echados porque convenía que un hombre muriera por el pueblo.
En verdad fue una parodia de justicia, donde los grandes de Israel cerraron su corazón al que habían esperado durante siglos. Generación tras generación, el pueblo fue siguiendo las promesas y cuando llegó la hora en que se cumplían las grandes esperanzas, los ancianos expertos en Moisés y los profetas fueron incapaces de discernir la preesencia de Dios en medio de su pueblo. Extraña cerrazón. El hombre que desde Adán añoraba ser como Dios, no aceptó que Dios se hiciera hombre y lo acusó de blasfemia. En ese momento supremo de la revelación, el hombre golpeó a Dios. Le tapó la boca de un manotazo porque el Señor le revelaba que estaba compartiendo su destino. Maniatado y humillado, Jesús le dijo a la humanidad que él estaba ahí para calentar por dentro los corazones fríos.
Esa tarde, Jesús también le reveló al Sumo sacerdote que él ya no hablaría porque nos cedía la palabra a los que lo conocíamos y lo habíamos escuchado; que él confiaría para siempre en nosotros. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han escuchado Jn 18,21.
Pegar es un signo de debilidad que deshumaniza, que nos hace agresivos con Dios y con el hombre y que destruGye las relaciones de fraternidad. Hay muchos modos, a veces sutiles, de golpearnos los unos a los otros y de hacermos mal. Se trata de una manera desnaturalizada de relacionamos. Por eso todavía resuena la pregunta y sigue siendo actual: ¿Por qué me pegas? Esta pregunta adquiere una inmensa amplitud si se toma conciencia de que Jesús connsidera como hecho a él cuanto se hace a los pequeños y a los débiles. Así se lo hizo saber a Saulo que perseguía a los cristianos cuando, camino de Damasco, le dice: ¿Por qué me persigues? Jesús se identifica con todos los perseguidos; siente en carne propia las agresiones e injusticias. Cada vez que ofendemos, que hacemos sufrir, que usamos la violencia contra un ser humano nos pregunta: ¿Por qué no eres hermano?, ¿por qué haces sufrir?, ¿por qué te afirrmas hiriendo el rostro de tu prójimo? ...pero más en el fondo, ¿por qué me pegas?
Esta pregunta lacerante nos recuerda que el pecado, más que la ruptura de una norma, más que el quebrantamiento de una ley es una ofensa personal al Señor. Es un golpe que baja de las mejillas hasta repercutir en el corazón que más ha amado a los hombres; por eso en algún momennto de la vida todos los que hemos querido tener una relación más íntima con Dios hemos sentido dirigida también a nosotros esta misma pregunta: ¿Por qué me pegas?
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Jairo y la hemorragia

Habiendo atravesado Jesús el mar de Galilea en la barca de Pedro, llegó hasta la otra orilla, donde ya una multitud le estaba esperando. Apenas había bajado de la barca y saludaba sonriente a los niños, cuando llegó corriendo un hombre que, con gotas de sudor en la frente, reflejaba una gran angustia en su alma. Se llamaba Jairo y era el jefe de la sinagoga de la ciudad. Pero lo más importante de su vida, no era el título o cargo que desempeñaba, sino su amor desbordado y total para una hija única, que en esos precisos momentos estaba agonizando.
Sin preámbulos ni introducciones se postró suplicante ante Jesús. Levantando sus manos, le dijo con voz entrecortada y jadeante: "Mi hijita se está muriendo ya. Pero estoy seguro que si vas a mi casa y le impones tus manos, se salvará y vivirá".
Jesús se conmovió profundamente frente al cuadro desgarrador del padre que sufría por la angustia de la inevitable muerte de su hija única. Simplemente afirmó con su cabeza y, sin responder palabra alguna, comenzó a seguir al padre adolorido que, con paso apresurado, se abría camino entre la multitud que rodeaba al Maestro.
Sin embargo, la muchedumbre se apiñaba más y más alrededor de Jesús, haciéndole lento y pesado su caminar. Jairo hubiera querido que en ese momento nadie entretuviera ni saludara al Maestro. Pero, al mismo tiempo, todos se sentían con el derecho de estrechar la mano de Jesús, saludarle, decirle algunas palabras o pedirle alguna bendición.
Perdida y olvidada entre la multitud, había una mujer que desde hacía doce años sufría una hemorragia. Ya había visitado y sufrido con muchos doctores, gastando todo su dinero con ellos y nunca había conseguido el alivio deseado. Al contrario, su salud iba de mal en peor. Ella había oído hablar mucho de Jesús, lo cual le hizo renacer la esperanza de ser sanada. Estaba segura, con la certeza de la fe, que Jesús la podía sanar completamente.
Mientras tanto, Jesús seguía abriéndose paso dificultosamente rumbo a la casa del jefe de la sinagoga. Jairo, por su parte, platicaba con Simón Pedro cuánto amaba a su hijita, y que se moriría si Jesús no llegaba a tiempo. Los dos caminaban con pasos largos y presurosos; pero, a cada momento se debían detener para esperar a Jesús, que era acosado por el gentío. Ciertamente cada segundo que se perdía aumentaba la angustia del padre doliente y la desesperación en Pedro.
En esa difícil y embarazosa situación, la mujer enferma se dijo: Es imposible que Jesús me atienda. En estos momentos lleva mucha prisa. Jamás podré detenerle para hablar con él pues está apresurado por otro asunto más importante. Por otro lado, la debilidad de su enfermedad le dificultaba luchar a brazo partido para desafiar la multitud y encontrarse cara a cara con Jesús, para plantearle, con la reserva debida, su penosa enfermedad. Entonces se dijo en su corazón: "Como es imposible que me atienda, no podré verle personalmente. Pero, si al menos toco su vestido ¡estoy segura que me salvaré!
Venciendo todas y cada una de las dificultades, se acercó por detrás de Jesús y, sorteando la ola humana, alcanzó apenas a rozar las filacterias del manto del Maestro. Al instante, narra el Evangelio de Marcos, se le secó la fuente de sangre y ella pudo percibir en su propio cuerpo que ya estaba completamente sana de su enfermedad.
Por su parte, Jesús en ese mismo momento, al darse cuenta que una fuerza había salido de él, se detuvo. Volteó hacia atrás y preguntó con voz firme algo que parecía totalmente fuera de lugar: "¿Quién tocó mis vestidos?". Con su mirada penetrante revisaba cada uno de los rostros de aquellos que estaban más cerca. Todos a su vez, negaban el haber sido ellos. Entonces el Maestro, con tono aún más enérgico, repitió la misma pregunta: "¿Quién fue la persona que tocó mis vestidos?". Todo mundo enmudeció. Se trataba de algo más serio de lo que parecía.
Mientras tanto, Jairo estaba pensando que todo estaba a punto de perderse, por culpa de un simple tocamiento sin importancia. Cada vez se ponía más nervioso e impaciente. Su boca ya se había secado por la angustia y no entendía por qué Jesús le daba tanto relieve a un hecho tan insignificante.
Entonces Pedro, identificándose con la causa del padre doliente, se propuso acelerar las cosas para que Jesús siguiera caminando y dejara de lado aquel asunto tan tardado como intrascendente. Se acercó pues a Jesús, le puso la mano en el hombro y le dijo: "Maestro, no seas exagerado, ¿qué no te das cuenta que toda la gente te oprime y te estruja y así todavía te pones a preguntar que quién te ha tocado? Todos y cada uno lo han hecho, Maestro; pero, por favor, vamos adelante, que la niña se nos muere si no llegamos a tiempo...".
Sin siquiera voltear a ver a Pedro, que continuaba con la mano extendida indicando el camino, Jesús dijo con voz lenta y cada vez más segura: "Alguien me ha tocado. Yo he sentido que una fuerza ha salido de mí...". El Maestro seguía mirando a todo mundo, y todos estaban llenos de asombro por lo que pasaba. Dándose cuenta la mujer que había sido descubierta, se escurrió lentamente entre la multitud con la cabeza baja. Atemorizada y temblando por lo que pudiera suceder, se postró ante Jesús y proclamó ante todo el mundo por qué motivo había tocado a Jesús, y cómo al instante había quedado perfectamente sana de su histórica y penosa enfermedad.
A Jairo le parecía larguísimo el testimonio. A él, como a Pedro, fueron las únicas personas que nada les interesó la curación de la enferma. Ellos pensaban solamente en la urgencia que había en que Jesús llegara a casa, para atender a la pequeña que agonizaba. Todo lo demás era secundario y robaba el precioso tiempo, que no volvería para atrás.
Jesús, por el contrario, parecía no llevar ninguna prisa. Después de escuchar pacientemente a la recién curada, todavía impuso las manos en la mujer que estaba arrodillada, la bendijo y con voz conmovida y misericordiosa le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz".
En cuanto Pedro escuchó esto, se acercó a la mujer y le ayudó a levantarse, para que se retirara pronto y dejara que Jesús continuara inmediatamente su camino. Jairo se alegró de que por fin este incidente terminara. Con inquietud y esperanza se disponía para reanudar su rápida marcha rumbo a casa, cuando alguien llegó corriendo y con voz atribulada le dijo unas palabras que a todo mundo conmovieron: "Tu hija acaba de morir. Ya no es necesario que molestes al Maestro".
Jairo sintió que una daga se le clavaba en el corazón. Había muerto lo que más amaba en esta vida... si esa mujer no se hubiera atravesado por el camino de Jesús, sin duda que el Maestro hubiera podido llegar a tiempo, para encontrar con vida a su hija. Pero, ahora, muerta, ya no se podía hacer nada. Pedro, por su parte, encogió los hombros como queriendo decirle a Jesús: "¿Ya ves? te dije que nos fuéramos rápido...".
Jesús miraba profundamente hasta el hondo del alma del padre atribulado. Puso su mano derecha sobre su espalda y le dijo: "No temas. Solamente ten fe y se salvará". Y en ese momento, Jairo creyó. No tuvo miedo. Acabó su tristeza y se encendió una llama de esperanza sobre las sombras de la muerte. Iluminado por tal luz, emprendió el camino a su casa, ya que tras él iba el que es la Resurrección y la Vida.
Al llegar, mientras todos lloraban y gemían, Jairo estaba tranquilo y seguro. Jesús, por su parte, se detuvo un momento fuera de la casa y dijo a todos: "Cállense. No lloren. La niña no ha muerto. Simplemente está dormida". Todos dejaron de llorar. Pero no porque el Maestro se los hubiera mandado, sino para burlarse de la ocurrencia de Jesús, ya que estaban seguros de que la niña estaba bien muerta.
Jesús entró a casa y pidió que todo mundo saliera. A la recámara de la niña solamente podrían ingresar los padres de la difunta, el discreto Santiago, el amado Juan, y Pedro, que en ningún momento se había separado del papá de la muchachita. Entonces, Jesús levantó los ojos al cielo. Oró en silencio frente a la niña muerta. Luego, con voz de autoridad y llena de poder, tomando a la niña de la mano le dijo: "Talitá, Kum: Niña, a ti te lo digo, levántate".
Al instante la niña se levantó y comenzó a caminar. Todos se quedaron llenos de estupefacción y asombro. Jairo abrazó a su hijita vuelta a la vida. Pedro abrazó a Jairo y la niña se echó a los brazos de su madre. La niña había resucitado. Jesús acababa de dar vida a la hija de un hombre que había creído en él. "Denle de comer" -añadió Jesús.
Si del padre de la resucitada sabemos su nombre, no así de la mujer sanada. Sin embargo, los dos tuvieron fe y encontraron tanto la salud como la vida. Cada uno nos da una enseñanza de fe en diferentes aspectos complementarios.
-La mujer sanada: Cuando nos imaginamos que Jesús nos da la espalda, que no le podemos ver de frente, que se nos esconde, que parece que no nos oye ni tiene tiempo para nosotros, porque está muy ocupado en cosas o con personas muy importantes, entonces podemos dar un paso en la fe y seremos sanos. Los verdaderos actos de fe sólo se dan cuando hay dificultades, cuando las cosas parecen imposibles.
-Jairo: Cuando parece que Jesús se atrasa, que se ocupa en otras cosas, que no llega a tiempo cuando le necesitamos con urgencia. Cuando parece que a Jesús no le corre prisa, pero que a nosotros el tiempo nos apremia, entonces podemos dar un paso en la fe y veremos la gloria de Dios.
Los actos de fe se dan cuando humanamente no hay solución, cuando las cosas parecen imposibles o irremediables, cuando las puertas están cerradas... sólo entonces es posible creer.
Mañana lunes estaremos orando por la salud de los enfermos en el templo de El Carmen a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Estaremos pidiendo por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos en el templo de El Carmen. Te informamos que cada 16 de mes a las 12 del día tenemos la Misa de Unción por los enfermos en honor de la Virgen de El Carmen, bendición de agua y escapularios. Además de confesiones para quieres quieran reconciliarse.
Si deseas las seis columnas semanales diferentes que se publican los domingos en los tres principales diarios de Morelia, localízalas en Blogger: jesusestavivoenmorelia.blogspot.com y en Twitter: twitter.com/jesusestavivo Si quieres recibirlas cada ocho días en tu correo, haz click en el cuadro naranja y automáticamente las tendrás. Hoy y todos los domingos en la Z radio, 96.3 FM y 1340 AM, “La Palabra” cuarenta y cinco minutos en comunicación con Jesús vivo que sigue sanando a los más necesitados que creen que él tiene todo el poder en los cielos y en la tierra. Visita nuestra página web: www.jesusestavivo.org.mx y vive los 220 videos de misas, evangelización y testimonios de sanación de lo que Jesús hace en su Morelia.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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Desahuciado

Rafael es un hermano de la comunidad que se integró a nosotros en la Plaza de Armas. Este es su testimonio: Quiero compartir contigo la alegría y el gozo de haber sentido y vivido la gracia y el amor de mi Padre Dios, de mi hermano Jesucristo y la fuerza y poder del Espíritu Santo. Quiero decirte que Dios está vivo y además contigo, él nunca nos deja siempre está a nuestro lado a pesar de ser tan pecadores y tan indignos. Jesús solo pide a cambio que se le reconozca como centro de nuestra vida.
Mi vida llena de problemas y pecado y mi cuerpo débil cayó en cama en noviembre de 1995. Me diagnosticaron problemas en el intestino, anemia aguda y severos problemas cardíacos por la mala circulación sanguínea. Con estos problemas de salud permanecí cuatro meses pero se me agravaron y se hicieron más severos y críticos. Me sentía angustiado y atormentado pues mi madre también padece una enfermedad cardiaca y los médicos le decían que no se angustiara porque estaba al borde de un infarto. Mis hermanas y mi familia estaban cada vez más tristes. Ya no me podía poner de pie porque me caía, mis piernas eran el puro hueso. Mi piel reseca despedía una especie como de polvo y eso me incomodaba porque no podía estar acostado.
A finales de enero de este año en el hospital del ISSSTE escuché cuando le dijeron a mis familiares que si querían llevarme a mi casa porque ya no tenía absorción intestinal, que mi cuerpo ya no aprovechaba nada, ni lo medicamentos eran retenidos. Las transfusiones sanguíneas la rechazaba tal cual entraban, no soportaba ningún alimento, en fin, yo no tenía escapatoria. En mis baraúndas solo recuerdo que decía: "Dios mío, no me quiero morir, tengo muchas cosas por hacer". No me resignaba a mi triste realidad. Sentía mucho coraje, todo me incomodaba, quizá Dios me escuchaba pero no sabía pedírselo.
Llegó el día que tenía que salir del hospital y retirarme a mí casa, recuerdo que amanecí muy mal y además triste porque yo sabía a lo que iba a mi casa, a "morir". En eso llegó una compañera de trabajo y me dijo que me llevaría un sacerdote para que me confesara y me diera la Comunión. Yo pedí que también me ungieran con los Santos Oleos. Esperé su llegada con mucha ansia ya que estaba todo listo para partir a casa, tenía un rumbo que tal vez no tenía retorno.
Cuando llegó el sacerdote le pedí perdón a Dios con fuerza, con fe lo proclamé el Señor de mi vida. Tomé la comunión, me pusieron el Santo Crisma, me quedé quieto en mi lecho y empecé a platicar con Dios y hoy recuerdo con alegría lo que le dije: "Señor, quiero conocerte, si mi vida sigue siendo de pecado, recógeme. Pero si me das buena vida quiero vivir para tu servicio".
Estuve callado, quieto, sintiendo la presencia de Jesús. Sentí paz y ya no me importaba nada porque me sentía reconciliado con Dios.
En eso entró la enfermera y me desconectó el suero, después entró mi hermano y me tomó en brazos y me llevó a casa, apenas pesaba 40 kilogramos. Solo un milagro, me salvaría. Cuando llegué a casa sentí sed. ¡Gloria a Dios! el agua se me quedó. En la noche tuve hambre, pedí un atole. Más noche desperté con más hambre, la cual tenía meses que no sentía, me dieron una fruta. Amaneció y yo contento haciéndome mi fe más fuerte pedí un jugo, comí pan, los medicamentos se empezaron a quedar dentro de mi. Solo me faltaba el aire, no podía caminar mucho porque me asfixiaba pero seguía comiendo y todo se me quedaba en mi organismo. Nunca dejé de hacer oración porque a partir de mi reconciliación con Dios fue que obtuve mi sanación.
Después de dos meses pedí que me llevaran a la Iglesia a dar gracias y cuando caminaba me encontré a un grupo de personas que estaban alabando a Dios en plena Plaza de Armas. Me quedé allí, alabé a Dios, le canté, lloré, moví mis adormecidos pies, me sentía reconfortado. Allí escuché de un retiro al cual asistí aunque todavía tenía ciertas dificultades físicas. Recibí el Bautismo en el Espíritu y hoy canto con alegría y júbilo en mi comunidad de El Carmen.
Escucho con atención la Palabra de Dios, en mi oración doy gracias a Dios a cada momento. Le pido a Dios que me prepare para llevar su Palabra a los que no lo conocen y decirles que Dios da vida y la da en abundancia.
Ya no tomo medicamentos, estoy feliz, subí de peso y me siento muy contento en mi nueva comunidad de El Carmen donde estoy tomando un curso de Biblia para conocer a mi Hermano Mayor que me sanó el mismo día que le pedí perdón.
Yo soy testigo del poder de Dios por el milagro que El ha hecho en mí. ¡Que grande es tu misericordia Señor! ¡Gloria a Dios!
¡Atrévete a sanar en el cuerpo, alma y espíritu! Jesús que está vivo te anda buscado, seas quien seas y seas como seas.
Mañana lunes estaremos orando por la salud de los enfermos en el templo de El Carmen a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Estaremos pidiendo por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos eneltemplo de El Carmen. Te informamos que cada 16 de mes a las 12 del día tenemos la Misa de Unción por los enfermos en honor de la Virgen de El Carmen, bendición de agua y escapularios. Además de confesiones para quieres quieran reconciliarse.
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domingo, 14 de febrero de 2010

Cuatro en uno

Cuando una persona recobra la vista de un día para otro, es asombroso, y si la misma persona no oía y oye en ese mismo día, es maravilloso, y si en ese mismo instante empieza a dar sus primeros pasos, verdaderamente es un milagro, y si a eso se le aumenta que empieza hablar, a decir sus primeras palabras de su vida, esto es verdaderamente un llamado a evangelizar con gran poder. Esto es lo que le pasó a Abraham un pequeño de escasos dos años de edad. Su testimonio se dio en el templo de El Carmen hace unas semanas. Víctor, el papá de Abraham, nos mandó lo siguiente: Te saludo con mi mayor aprecio, a la vez que te envío las siguientes líneas: Hemos de comentarte que a nuestro pequeño hijo, Víctor Abraham, están por darlo de alta en el Centro de Rehabilitación Infantil de Irapuato a donde lo hemos estado llevando desde que tenía seis meses de edad; hoy tiene 2 años y 2 meses, como recordarás el niño al nacer le fue diagnosticado daño cerebral y aunque aún le falta tener seguimiento y acrecentar su lado motriz, hemos visto muchas o mas bien demasiadas diferencias en beneficio de él, desde el momento en que Jesús lo tocó.
El médico acompañante, que así se le dice al medico que coordina y supervisa el seguimiento y evolución del niño, nos ha dicho que Abraham ha evolucionado muy favorablemente de un tiempo determinado a la fecha, y aunque no con las palabras precisas, nos dijo que no se explicaba su mejoría; el médico lo asume al cuerpo médico y a los terapistas que participaron en la rehabilitación. Yo pienso que efectivamente todo ese personal tuvo muchísimo que ver, pero la Gloria por supuesto es para Dios, eso bien lo sabemos en la familia, ya que Él nos proporcionó todos los medios y elementos para poder sacar a nuestro hijo adelante, además de darnos muestra de su infinita bondad, amor y misericordia.
Quiero que sepas que tiempo atrás, justo a unos meses antes de comenzar a hacer oración en casa, el médico acompañante me confío que a mi hijo no lo creía capaz de responder favorablemente, nos dijo que al niño lo veía como que iba a ser uno de los casos más difíciles y por supuesto muy complicado de que respondiera al tratamiento, dado que casi llevaba un año de terapia sin obtener respuesta significativa, pero que sin embargo observaba que el niño comenzaba a querer responder, esto ocurrió en el mes de septiembre de 2005. Para entonces, te soy franco, mi desesperación por querer ver a mi hijo sano me llevó a dar con un lugar aquí en Morelia, donde practicaban “limpias” y “sanaciones”, lugar al que no quería acudir mi esposa, pero que yo por el hecho de buscar todas las alternativas para sanar a nuestro hijo, le pedí que lo hiciera, y así fue. Comenzamos a acudir a partir del mes de octubre de 2005 a las “sanaciones”, donde por dinero te daban una limpia con hierbas y un huevo y al parecer rezaban, a la vez que prendían un círculo de fuego sobre el piso pero alrededor de uno mismo. Yo confíe en que no era nada malo, puesto que en dicho lugar, que era una casa, se encontraba un altar donde se encontraba una imagen de la Divina Providencia, un Crucifijo y hasta la Virgen María de Guadalupe, así que continué acudiendo por el tiempo en que la mujer indicó que tenía que terminar las supuestas sanaciones. Después de esos días nada pasó, el niño seguía convulsionándose. La mujer a cargo de rezar en las supuestas sanaciones, le dijo a mi esposa que el niño estaba así por que no lo habíamos deseado cuando se encontraba en su vientre, pero que siguiéramos acudiendo para que sanara.
Así estuvimos acudiendo a dicho lugar por varios meses, pagando nuestro dinero por la ficha, hasta que un día ya no nos cobraron nada. Solo me dejaban pasar junto con mi niño en brazos y cerraban la puerta hasta terminar los rezos. Dejamos de acudir a dicho lugar a finales de noviembre del mismo año, sin obtener mejorías en el niño. Después supimos por estudios médicos que el niño además de las convulsiones, no veía ni tampoco escuchaba…
Ignoro el por qué acudimos a ese lugar de supuestas sanaciones, pero bendito Dios que nos alejamos de ahí y encontramos el camino hacia el Señor. En el mes de diciembre, a través de la columna “Ven Señor Jesús” de El Sol de Morelia, nos dimos cuenta que Jesús sigue sanando al igual que hace dos mil años. Además de que muchas veces lo había escuchado del amigo de Jesús, que eres tu Aurelio. Pude contactarte y a partir de entonces darme cuenta de mis errores y de mi alejamiento de Dios. Comenzamos en familia a hacer oración en casa y tu bien sabes lo que sucedió: Jesús nos perdonó, nos bendijo y nos amó una vez más, dándonos la oportunidad de corregir el camino y de mejorar como humanos y nos sanó a nuestro hijo Abraham, no de una ni de dos enfermedades sino de todo lo que tenía.
Hoy, estamos felices por lo que vivimos, pues tan solo nos faltan algunos meses para que nos den de alta al niño, posiblemente ya nos lo hubieran dado de alta en el mes de mayo de este año, pero quisieron que se quedara a terminar con sus sesiones de terapias ya programadas y, si Dios nos lo permite, en el transcurso del año, por que estamos seguros que así será, te enviaremos la noticia de haber concluido con esta etapa.
Sirvan estas líneas para que las personas que como nosotros lo estuvimos, andan por el camino equivocado, se den cuenta de que Dios nos ama a todos, solo falta que nosotros dejemos que nos ame y por supuesto que nosotros lo amemos a Él. Te mando un fuerte abrazo. Dios te bendiga. Víctor.
Abraham ya camina, en el templo de El Carmen se nota su paso, Ya habla, se escuchan sus gritos, ya ve, nos distingue a todos, también nos escucha pues oye perfectamente bien, y por si fuera poco, ya quiere orar por los más enfermos entre los enfermos. ¡Gloria a Dios!
La familia de Abraham renunció a todo espiritismo, amuletos, cosas ocultas y todo lo que se le parezca. Consagró a su hijo al Corazón inmaculado de Jesús y se les hizo oración de liberación. El resultado fue la derrama de misericordia en todos y cada uno de ellos. Hoy llegó el momento de renunciar a tu vida pasada, recuerda que cuando pides perdón a Jesús, siempre te perdona y te capacita para no volverlo a hacer, y por si fuera poco, Jesús nunca se vuelve a acordar de tus faltas porque las perdona para siempre.
Si en tu familia tienes un pariente enfermo o tú eres el enfermo, es el momento que renuncies a tu enfermedad y pidas a Jesús también derrame su misericordia en ti y los tuyos. En la página web: www.jesusestavivo.org.mx puedes ver el vídeo del testimonio de sanación de Abraham que nos dio la familia en pleno, se llama: Jesús, te doy quince día para que me lo sanes". Y la oración completa de su hermano Issac fue esta: Jesús te pedi un hermanito para que jugara futbol conmigo y este así como está, no puede. ¡te doy quince días para que me lo sanes"
Alabado sea Jesucristo!
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El padre del epilépico

Hace unos dos mil años existió un hombre que tenía un hijo que sufría de ataques epilépticos. Ya había consultado a los mejores médicos y especialistas del país y del extranjero, los cuales siempre hicieron la misma predicción: el muchacho no tenía remedio. Científicamente estaba desahuciado.
A este hombre no le importaba gastar todo su dinero en chequeos, análisis, medicinas y todo cuanto estaba a su alcance. No hubo médico que no visitara, ni clínica u hospital que no conociera... incluyendo las mundialmente famosas clínicas del sur de la Mesopotamia.
A cada esperanza fallida venían un desánimo y una mayor frustración. Después de cada intento, el padre creía menos en la medicina. A decir verdad, ya no tenía fe; pero todavía tenía amor, y sólo eso le mantenía luchando contra todas las comprobaciones científicas de los médicos de su tiempo. Un buen día este padre oyó hablar de Jesús y sus discípulos. Se decía que hacían milagros, curaban ciegos y hasta resucitaban muertos. ¿Por qué no hacer un último intento y llevar a su hijo con ellos? Tal vez podrían curarlo. Pero si no daba resultado, ¿no iba a recibir un golpe más duro, una nueva decepción y una más profunda frustración? ¿Valía la pena hacer el intento? ¿Qué acaso ya no era mejor no esperar nada, para no volver a ser defraudado?
Fueron terribles para su alma estos momentos de duda e indecisión. Sus amigos le aconsejaban que no fuera, los médicos se oponían rotundamente y él mismo en su corazón no se resolvía. Afortunadamente no se dejó llevar por lo malo que podría pasar, sino que confió en que algo bueno podría resultar. Con su corazón lleno de misericordia y ternura para con su hijo enfermo, se encaminó a una nueva aventura en la que nadie podría predecir el desenlace.
En medio de las murmuraciones de los médicos y las risas burlonas de los amigos, el hombre se encaminó hacia el monte Tabor donde se decía que Jesús estaba predicando. Desde kilómetros de distancia alcanzó a ver una multitud de gente. Seguro de que allí se encontraba Jesús con sus discípulos, se dirigió hacia allá. Se acercó lentamente, con la inseguridad del que no sabe lo que va a suceder. Llevaba a su hijo delante, rodeándole con sus brazos el cuello. Comenzó a observar detenidamente a cada uno de los que estaban en el centro de la multitud. ¿Quién era Jesús? ¿Cuál de los nueve, era el taumaturgo nazareno que amaba y sanaba a los enfermos?
Jesús no estaba. Se había ido a la montaña y nadie sabía cuándo iba a regresar. Esta fue la primera de otras decepciones que iba a sufrir esa mañana. Tal vez hubiera sido mejor no venir, para no fatigar al muchachito con el sol, el calor y la sed. Jesús no estaba; ni siquiera Pedro, ni Santiago, ni Juan. Los tres discípulos preferidos se habían ido con Jesús a la cima del monte.
El padre del enfermo sintió una tristeza mortal en su corazón. Ya estaba pensando en retirarse, cuando los discípulos comenzaron a imponer manos sobre los enfermos y los ciegos empezaron a ver, los sordos a oír y los paralíticos a andar. Algo asombroso y único estaba pasando ante sus ojos. Todos los enfermos estaban siendo sanados. Los cojos brincaban, los leprosos quedaban perfectamente limpios y hasta espíritus malignos eran expulsados. Un rayo de esperanza penetró hasta lo más profundo del padre atribulado. Por primera vez en muchos años, volvía a tener un poco de fundada esperanza en que su hijo podría sanarse.
Lenta y tímidamente presentó su hijo a uno de los apóstoles. Este, con mucha seguridad, le impuso las manos y comenzó a orar. La oración se prolongó un poco más que con los otros enfermos. Entonces, otro de los apóstoles también se acercó y le impuso sus manos. Entre los dos increpaban al espíritu inmundo para que dejara de atormentar a aquel muchacho inocente. Pero todo seguía igual.
El papá del joven sintió un sudor frío en medio de aquel calor de la mañana. Su sangre se le helaba y su boca estaba reseca por el nerviosismo y la incertidumbre que a cada momento crecía. Entonces otro, y otro, y otro más de los apóstoles, se sumaron al grupo de oración, hasta que los nueve rodearon al muchacho enfermo pidiendo y rogando por su salud. Nada sucedía. Toda la gente estaba expectante y sorprendida... Este era el único enfermo que no se sanaba esa mañana.
Después de un largo rato, cada uno de los nueve apóstoles, agotado y desanimado, dejaba el grupo y poco a poco se alejaba del enfermo. En el rostro de todos ellos se reflejaban el fracaso y la pregunta: ¿Por qué no se había sanado ese enfermo? El padre no parpadeaba. Con su mirada penetraba los corazones de los apóstoles y una vez más se convencía, ahora con mucha mayor certeza, de que su hijo no tenía remedio. Ya estaba comprobado científicamente, y todos los intentos de curación le seguían dando la razón a los médicos.
El padre abrazó a su hijo, el cual parecía no darse cuenta de la tragedia que su padre estaba viviendo. El enfermo más grave era el padre. Estaba totalmente desalentado, desanimado y decidido a nunca más buscar la sanación de su hijo.
En esos momentos un rumor comenzó a crecer en medio de la muchedumbre, que miraba hacia el monte. Todo mundo comenzó a gritar y correr. Era el Maestro que bajaba del monte. La multitud, como una gigantesca ola de mar que revienta, salió al encuentro de Jesús, que venía más radiante que nunca, con su rostro transfigurado. Atrás de él caminaban Pedro, Santiago y Juan, que también reflejaban un destello de luz celestial.
Desde lo alto del monte, Jesús vio cómo el abanico humano se iba cerrando en torno a él. Todos corrían, gritaban y se alegraban de ver al Maestro. Todos, menos los nueve discípulos, que con la cabeza baja caminaban lentamente, sin atreverse a mirar de frente.
Jesús, que desde lo alto contemplaba todo, se dio cuenta de que un hombre ni siquiera se había movido. Era el único que se había quedado inmóvil ante la presencia de Jesús. El único que no había salido a su encuentro. Con su hijo en los brazos, lloraba el amargo llanto del que no tiene esperanza ni en quién confiar.
Jesús fijó su atención no en la multitud que comenzaba a cercarlo, ni siquiera en los tristes nueve discípulos que venían detrás. Sólo contemplaba a aquel hombre petrificado por la decepción. Haciendo oídos sordos a los gritos y aplausos, se dirigió hasta donde el pobre hombre se encontraba. No preguntó nada. Guardó silencio y toda la muchedumbre enmudeció.
El pobre padre se arrodilló ante Jesús diciéndole: "Señor, ten misericordia de mi hijo único. Le he llevado ya con tus discípulos y ellos no han podido curarle". Entonces Jesús tocó suavemente al muchacho, y este al instante comenzó a agitarse con violencia. Todos sus músculos se tensaron, caía a tierra y se revolcaba, echando espumarajos por la boca. Sus dientes rechinaban y gritaba con voces salidas del infierno.
¿Qué pasa? preguntó el padre. Ahora todo va de mal en peor. Si los discípulos nada habían logrado, ahora que llegaba Jesús todo se empeoraba. ¿Por qué cuando Jesús se acerca suceden cosas tan extrañas?
El Maestro contemplaba tanto al muchachito que se retorcía en medio de gritos y contracciones de sus músculos, como al padre que sufría en su interior lo mismo que su hijo manifestaba exteriormente. Los ataques del hijo eran dagas que se encajaban en el corazón del padre. Mientras el hijo sufría, su padre moría. Los discípulos, por su parte, comenzaron a desesperarse: ¿Por qué Jesús no hacía nada?
Entonces Jesús, con paso firme, se acercó al enfermo más necesitado: el padre; y le hizo una pregunta que parecía no responder a la gravedad del caso que estaba delante: "¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?".
Era la misma pregunta que todos los médicos siempre le habían hecho. El padre se sintió otra vez como si estuviera en un consultorio de los muchos doctores que había visto. La gente tampoco entendía por qué Jesús se entretenía con ese tipo de preguntas. La enfermedad del muchacho requería una urgente intervención. ¿Por qué Jesús estaba con el padre, si el enfermo era el hijo?
Jesús no preguntó al padre desde cuándo sufría su hijo, sino desde cuándo él como padre había comenzado a agonizar, desde cuándo había comenzado a perder la fe, desde cuándo estaba muerto a la esperanza. Es que Jesús quería sanar primero al que más necesidad tenía de curación: el papá enfermo.
Desesperado, como el náufrago que se agarra del tablón que le sostiene en medio del mar, le dijo a Jesús: "¡Si algo puedes, ayúdanos! ¡Compadécete de nosotros!".
Notemos cómo también él se siente enfermo, necesitado de Jesús. Pide comprensión y compasión para su hijo y para él. Pero el Maestro contesta con una de las respuestas más bruscas y violentas del Evangelio: "¿Qué es eso de si puedes?". Aparte de los regaños de los médicos por haber traído a su hijo, ahora era reprendido también por Jesús, delante de toda aquella multitud. ¡¡Todo es posible para el que cree!! -gritó Jesús. ...y aquel hombre creyó al instante. "¡¡Creo!!", confesó.
El que ya no creía en nada ni en nadie, puso su confianza en Jesús y creyó en Jesús. El que tiene menos apoyos humanos, está más disponible para creer en una fuerza y una salvación que no viene de los hombres. Sin embargo, también confesó que hasta para creer tenía necesidad de ayuda: "...pero ayuda a mi poca fe".
En estos momentos ya no pide por su hijo. Está pidiendo por él. Se reconoce necesitado. El enfermo es él, el necesitado es él. Y Jesús respondió. El nunca desoye esta petición. La fe que es capaz de curar y transformar al hombre, no se consigue por esfuerzo y mérito propios. Es una gracia que Jesús concede a quien humildemente reconoce que la necesita.
Jesús le ayudó y el hombre creyó sin poner condiciones. Creyó más en Jesús que en los médicos. Creyó que todo era posible, aunque estuviera comprobado científicamente lo contrario. Esperó algo nuevo y diferente en su vida y en la de su hijo.
Creyó en Jesús, no como médico, sino como Jesús. Le creyó más que a los médicos. Y sobre todo, le creyó más a Jesús que a lo que sus ojos veían: su hijo revolcándose y gritando en medio de gestos diabólicos.
Al creer, sanó. Al creer en la posibilidad de lo imposible y esperar contra toda esperanza, se le abrió una puerta que él mismo se había cerrado. Ciertamente antes de vislumbrar la luz, tuvo que pasar por el túnel más oscuro. Por fin había confianza en su vida. Al esperar con certeza lo que siempre había deseado como simple posibilidad, fue cuando lo recibió. Fue a pedir curación para su hijo y el primer curado fue él. Jesús sanó primero al más necesitado.
¿Qué es más difícil: sanar a un epiléptico, o que un incrédulo llegue a creer? Los hombres siempre creemos que hay cosas fáciles y difíciles. Pero para Jesús no es así. Para él todo es fácil. Por tanto, no hizo primero lo más difícil, sino lo más urgente. En cuanto el hombre creyó, todo cambió en su vida y en la de su hijo.
Cuando el padre tuvo fe, sanó; y entonces Jesús fue a atender al otro enfermo que se estaba revolcando en el polvo. Jesús acababa de resucitar a un muerto; ahora iba a dar la salud a un moribundo.
Cuenta el Evangelio que Jesús increpó al espíritu maligno y que éste salió con tal violencia, que el muchacho quedó boca abajo, como muerto. Después de golpes violentos contra el suelo, gritos y sonidos infernales, el muchacho se quedó inmóvil. Ya no respiraba, yacía en tierra. Toda la muchedumbre enmudecía y no parpadeaba.
¿Qué había pasado? ¿Jesús también había sido derrotado? ¿La muerte había dado fin al suplicio del joven? Otra vez la ciencia parecía haber tenido la razón. Todos estaban perplejos y no sabían qué pensar. ¿La muerte había vencido al que se decía era la resurrección y la vida?
Todo mundo desconfió de Jesús, menos uno: el padre del muchacho. Tenía delante de sí a su hijo muerto, pero su fe estaba puesta en ese hombre, que resplandecía como el sol y sus vestidos eran más blancos que la nieve. Todos podían dudar, menos él. ¿Cómo no estar seguro de que Jesús podía dar vida a un cuerpo inerte, si le acababa de dar esperanza a un alma muerta por la incredulidad?
El también estaba muerto hacía unos pocos minutos, pero ahora estaba más vivo que toda aquella multitud. El estaba ya experimentando la salvación de Jesús. Ahora sí tenía un fundamento seguro para confiar y no iba a ser defraudado: él estaba sano porque Jesús le había sanado. Y su salud trajo la salud de su hijo. En cuanto el padre cambió, el hijo sanó. El esperó cosas buenas y vio algo todavía mejor de lo que esperaba.
Con la serenidad asombrosa del que se sabe vencedor de la muerte. Jesús tomó de la mano al muchacho y le levantó. El joven se puso de pie y con tranquilidad y una mirada llena de paz, la sonrisa en la boca y los ojos llenos de alegría, abrazó a su padre. El padre vio sano al hijo cuando creyó firmemente que podría estarlo. No fue el padre quien condujo a su hijo enfermo para que recibiera la salud. Fue el hijo enfermo quien llevó a su padre moribundo para que recibiera la vida de la fe. Notemos las tres intervenciones del padre ante Jesús: 1a.: Señor, ten misericordia de mi hijo. 2a.: Si algo puedes, ayúdanos. 3a.: Creo, pero aumenta mi fe.
En la primera intercede por su hijo. Luego pide por los dos (ayúdanos), pero termina comprendiendo que el necesitado es él, y exclama: aumenta mi fe. Fue hasta que se convenció de que el enfermo era él, que Jesús le dio la fe, y fue entonces cuando su hijo fue sanado.
El creyente no divide los problemas en fáciles y difíciles, con solución y sin solución. Para Jesús todo es posible, especialmente las cosas imposibles, aunque la ciencia diga lo contrario, porque el poder de Dios se manifiesta en toda plenitud en la debilidad de los hombres.
En la medida que creemos, es lo que vivimos. Por eso el cristiano no puede vivir bajo el influjo de las apocalípticas predicciones de los profetas de desventuras, que únicamente hablan de los próximos males en el mundo. Por el contrario, el creyente sabe que tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga una nueva vida, y vida en abundancia.
El cristiano nunca tiene miedo, porque no ha recibido un espíritu de temor, sino un espíritu de libertad que le hace exclamar: Abbá: Padre. No teme ni a la muerte, porque Cristo ha vencido la muerte. Para el cristiano no hay muerte, porque el que cree en Cristo, aunque haya muerto, vivirá.
El cristiano cree más en la palabra de Jesús, que en la palabra de los sabios de este mundo. El creyente actúa de acuerdo a la Palabra de Dios y no de acuerdo a las predicciones científicas de este mundo. El cielo y la tierra pasarán, pero la Palabra de Jesús no pasará ni dejará de cumplirse.
Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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