martes, 23 de febrero de 2010

¿Por qué me preguntas a mí?

En esta pregunta se encierra un gran misterio. La Palabra que estuvo en el origen de todas las cosas, se calla. Pero su silencio cede el paso a una nueva voz. Abre una nueva etapa de la historia humana y de la historia de salvación. Es el momento de la Iglesia. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que me han escuchado, y que ellos digan de qué he hablado. Ellos saben lo que he dicho.
La palabra eterna nos había sido dirigida de mil modos. Nos había hablado a través de las maravillas de la creación que reflejaban al Creador; nos había hablado, también, mediante los anhelos insaciables del corazón humano. Esa Palabra que fue tejiendo siglo tras siglo la Escritura, se fue haciendo patente en la historia del pueblo de Israel y se expresó a través de los profetas que anunciaban al que iba a venir. Llegada la plenitud de los tiempos, esa Palabra se hizo carne cuando Jesús de Nazaret nació de una virgen pura en un pueblito de Judá.
Para quien sabe oír y ver, ahí está, humanizada, la respuesta divina a las más hondas preguntas; ahí están la puerta del cielo y el único camino hacia la Vida. Es la Palabra de Dios que se hizo humana.
Habiéndose encarnado la Palabra, nuestros pobres oídos han podido oír el diálogo interno de la Trinidad; hemos podido ver con nuestros ojos lo invisible de Dios y tocar con nuestras manos a Aquel que es intangible.
Esta Palabra no sólo nos ha revelado el secreto del misterio íntimo de nuestro Dios que es trinitario; en ella se nos hizo también patentes el misterio del hombre y su destino. En su breve paso por la tierra, nos contó el infinito amor del Padre hacia nosotros y nos reveló el plan que el Señor tiene para colmar nuestros anhelos.
En el momento supremo de su vida, ante el Sumo Sacerdote, esta Palabra se calló, o mejor dicho, quiso que sus discípulos respondieran en su nombre; que ellos tomaaran el relevo: «¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han escuchado».
En ese momento central de su existencia, de algún modo nos pide que nos hagamos Palabra, que hablemos por él, que seamos sus testigos. Se trata de un nuevo paso de la Encarnación. Eso supone que hemos escuchado un mensaje, y lo hemos conocido a él íntimamente.
Esta pregunta tiene inmensas consecuencias para nuestra vida. Al callar, nos invita a que reflejemos con todo nuestro ser su mensaje, y continuemos su presencia; que le prestemos nuestra propia humanidad a la Palabra eterna.
Fiel a este pedido, la Iglesia, comunidad de los creyentes, guardó la memoria de su Señor y la anunció. Ella escribió los evangelios y nos transmitió celosamente el «depósiito de la fe». Por eso, tras esta pregunta hay también una invitación a que, con espíritu religioso, escuchemos a la Iglesia.
¿Por qué me preguntas a mí? ... Ellos saben lo que he dicho... ¿Lo sabemos realmente? ¿Estoy realmente en condiciones de tomar el relevo? El Sumo sacerdote quería conocer la verdad acerca de los discípulos y de las enseñannzas del maestro. ¿Qué podría contestarle yo? ¿Sería mi respuesta fiel a la Palabra eterna que por mí se hizo carne y que me llamó a su seguimiento? La fecundidad del Evanngelio depende en parte de mi capacidad de reflejar en mi vida el rostro del Señor.
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¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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