lunes, 8 de febrero de 2010

Las excusas de Moisés

El Dios libre del Horeb es al mismo tiempo liberador y confía una misión salvífica. El fuego está participando sus cualidades a la zarza de Moisés. El Dios que antes le había ordenado: "no te acerques" (Ex 3,5), ahora le dice: "ven" y te enviaré a Egipto. (Hech 7,34)
Antes de ir a Egipto, Moisés debe primeramente venir a la zarza. Quitar todas las cercas y barreras: internarse en el fuego mismo y convertirse en ascua incandescente, capaz de iluminar y guiar al atribulado pueblo que gime en la oscuridad de los calabozos y en las tinieblas de la injusticia.
Dios ha borrado la frontera y ha otorgado la visa para penetrar en su intimidad, donde sufre a causa del dolor de sus amigos. Moisés, zarza encendida por el fuego del Horeb, es llamado a compartir los intereses y "sentimientos" divinos, identificándose con su proyecto salvífico.
Cuarenta años atrás, Moisés, por propia iniciativa, fue a visitar a sus hermanos y decidió salvar a uno de ellos. Ahora debe venir a sintonizar con el plan de Dios, que no quiere salvar a individuos aislados, sino a todo un pueblo.
Antes de comenzar su trabajo, ha de venir, acercarse e incendiarse, para ser capaz de ir y colaborar en la obra salvífica.
Las excusas de Moisés. Moisés duda seriamente si da el siguiente paso y retrocede. Su renuncia a la rutina de Madián lo coloca ante otra alternativa todavía más atrevida: regresar a Egipto significaba exponerse a ser aprehendido por su asesinato. Aceptar el encargo divino es demasiado riesgoso; por eso, se resiste y trata de escabullirse, interponiendo una letanía de objeciones y excusas.
En el momento en que se le pidió un nuevo cambio de derrotero, la inercia del pasado lo condicionaba. Llevaba cuarenta años rehaciendo su vida y había conseguido la estabilidad que se puede obtener en el desierto: mujer, hijos y trabajo; religión, tranquilidad y un futuro asegurado trasquilando ovejas. A su edad de ochenta años, lo único que pretendía era pasar en paz los últimos días de su vida. No existía una sola razón lógica para exponerse a perder otra vez todo lo poco que había ganado en tanto tiempo. No podía volver a tropezar con la misma piedra, ni menos con el mismo pie. Ya no esperaba nada de la vida. Por eso, cuando Dios le pide colaborar en la misión, Moisés se resiste y presenta todo tipo de justificación:
Primera excusa: la propia Incapacidad. Moisés no creía lo que oía. Estaba absolutamente convencido de que Dios se había equivocado de candidato en su elección. Por eso responde: Pero, ソquién soy yo para ir al faraón?: Ex 3,11.
Cuando Moisés pregunta: "ソquién soy yo?", manifiesta que tiene un serio problema con su identidad. No sabe si es hebreo, egipcio o madianita. Nunca ha logrado despejar la incógnita más importante de la existencia. En Egipto, sus padres, para salvar su vida, lo hicieron vivir en un hospicio que tenía rejas de oro (el palacio del faraón). Sus privilegios y comodidades le valieron hipotecar su identidad étnica. En Madián lo confundieron con un egipcio. (Ex 2,19) Y él se consideraba un simple forastero en el desierto. (Ex 2,22) La tragedia de Moisés estribaba en que a los ochenta años no sabía quién era, y por lo tanto se negaba a reconocer para qué había venido a este mundo. Estaba en la más absoluta desubicación vital.
Por otro lado, Moisés se compara, pero no con una persona de carne y hueso, sino con un título: faraón. No habla de Ramsés como persona, sino de una función. Por eso se siente inferior.
La soledad y el silencio no fueron capaces de madurar a Moisés, porque el desierto-refugio a donde huyó y donde se instaló, en vez de definir su personalidad, lo desubicó, amargando su vida y secando sus ilusiones, ahondándose su complejo de inferioridad que había nacido en el palacio faraónico. Sólo el desierto-camino es capaz de superar las limitaciones o de asumirlas, capacitando para saber bregar con ellas, sin deprimirse ni vencerse.
Remolía una y otra vez su fracaso que lo había desanimado para toda su vida. Se consideraba menos que los demás, y pensaba que cualquier otro podía realizar la misión mejor que él mismo. La frustración había extinguido la llama de libertador.
En verdad era un gravísimo riesgo confiar tan delicada misión a una persona así, cuyo cuadro psicoanalítico era tan deficiente. Pero lo que somos o no somos no es obstáculo para que Dios realice su obra a través de nosotros. El no ve lo que somos, sino lo que podemos llegar a ser con su poder. Su confianza nos capacita para valorarnos a nosotros mismos y nos anima a hacer lo que considerábamos imposible para nuestras fuerzas. Por eso, responde: Yo estaré contigo: Ex 3,12.
Así se hace el equipo: Dios y el hombre, siempre unidos. Esta es una ley inquebrantable de la historia de la salvación. Sin embargo, notemos que no lo suple: "Yo lo haré por ti", sino: "Yo estaré contigo", y juntos realizarán la liberación del pueblo. Dios valora a quien no se había valorado a sí mismo, con el signo más grande: la confianza.
Segunda excusa: el problema es tuyo, Señor. Contestó Moisés a Dios: Si voy a los israelitas y les digo: "El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros; cuando me pregunten: ソCuál es su nombre?, ソqué les responderé?": Ex 3,13.
Moisés entonces atribuyó el problema a Dios: Señor, yo no conozco tu Nombre. Cuando yo les diga que... me envía para liberarlos, ellos no van a poder identificarte... Yo no puedo cumplir esa misión, porque no tengo la respuesta...
La falta de identidad fue transferida. De: "ソquién soy yo?", ahora se pregunta: "ソquién eres tú?". Generalmente quien no sabe quién es él, tampoco descubre quién es Dios. Sin embargo, Dios le ofrece la respuesta: "Yo Soy el que Soy".
Y añadió: " Así dirás a los israelitas: 'Yo Soy me ha enviado a vosotros'. Este es mi Nombre para siempre, por él seré invocado de generación en generación": Ex 3,14-15.
Dios responde revelando su Nombre; es decir, se entrega al hombre para que éste pueda disponer de El... Descubrir el nombre propio es como una donación de sí mismo y estar a la disposición de quien lo llame, comprometiéndose a responder cuando se le invoque. Es como dar el número telefónico particular: me puedes llamar cuando quieras y para lo que necesites; yo te atenderé siempre. Dios confió su número del teléfono rojo que él personalmente contesta, sin necesidad de pasar por secretaria o recepcionista que lo excuse porque está muy ocupado en asuntos más importantes. Cualquiera que invoque el Nombre divino será atendido directamente por El.
Así pues, Dios soluciona de esta forma tan bella la objeción que Moisés pensaba sería un obstáculo infranqueable para no regresar a Egipto.
Tercera excusa: La culpa es de los demás. Entonces, Moisés atribuye el problema a los otros. La misión está destinada a fracasar por culpa de terceras personas: No van a creerme, ni escucharán mi voz; pues dirán: "No se te ha aparecido Yahveh": Ex 4,1.
Moisés está todavía tan herido por el rechazo de los suyos cuarenta años atrás, que comete dos graves errores de apreciación: En primer lugar, en vez de decir: "Señor, no te van a creer", afirma con resentimiento: “No me van a creer”. Está todavía re moliendo su pasado de rechazo; le importa más su crédito personal que cualquier otra cosa. Tiene profunda necesidad de aceptación y de ser tomado en serio por alguien. Nunca nadie ha creído en él. Todos lo han sobre protegido o ignorado, pero nunca apreciado por sí mismo.
-En segundo lugar, ardido por su dolor, está incapacitado para valorar al pueblo: "Con ese tipo de gente que no quiere ser liberada, no se puede hacer nada. No vale la pena esforzarse. ソPara qué gastar tiempo con ellos? Es mejor pensar en otra cosa, pues con los desagradecidos que no saben aceptar la ayuda, no se puede contar”.
Moisés estaba predispuesto. El amargo trauma de su rechazo lo condicionaba. Cuarenta años después no había sanado su herida, y no era libre para actuar al margen de sus prejuicios del pasado. No creía en el cambio de los otros: como eran en un principio lo serán ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Etiquetaba a los demás y los encajonaba y no esperaba mejoría alguna.
La sombra de su fracaso lo envolvía como anestesia que lo adormilaba y lo incapacitaba para intentarlo otra vez.
Señor, no se te olvide que fracasé rotundamente cuando intenté hacer algo por esta gente. Por ellos perdí todas mis ventajas del palacio del faraón y no quiero volver a pensar siquiera en eso... Esta misión debe estar reservada a otra gente más joven y con más ilusiones. Definitivamente no soy la persona idónea; al contrario, soy el menos indicado...
Pero Dios le preguntó: "ソQué tienes en tu mano?" "Un cayado ", respondió él. Yahveh le dijo: "ノchalo a tierra". Lo echó a tierra y se convirtió en serpiente; y Moisés huyó de ella. Dijo Yahveh a Moisés: "Extiende tu mano y agárrala por la cola". Extendió la mano, la agarró y volvió a ser cayado en su mano.
"Para que crean que se te ha aparecido Yahveh, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob": Ex 4,2-5.
Moisés llevaba cuarenta años acostumbrado a su cayado, que le servía para conducir a sus ovejas por los escasos caminos del desierto. El fuego del Horeb no consume su pasado, sino que adquiere una plusvalía. Dios no desprecia los cuarenta años de Madián, sino que revela lo que para Moisés había permanecido oculto:
Moisés, pastoreando un rebaño de ovejas con tu vara, has hecho tu noviciado para conducir a los demás. Tu vida y tu pasado no han sido desperdiciados. Contienen una fuerza y un poder que tú no habías percibido.
Dios no desconoce los obstáculos, pero nos capacita para superarlos. No economiza los problemas, sino que nos hace descubrir nuestra vara para vencerlos. Hay muchos que preferirían que Dios suprimiera las adversidades, para no sufrir ni hacer ningún esfuerzo extra; pero la didáctica divina es prepararnos y fortalecernos para vencer toda dificultad.
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。Alabado sea Jesucristo!
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