Maltratar al hombre, imagen de Dios, es siempre un sacrilegio. Pero en esa ocasión el golpe fue directo al rostro del Señor. La humanidad escuchó entonces la pregunta que hoy nos ocupa: ¿Por qué me pegas?
La noche estaba gélida. Un grupo hacía ronda alredeedor del fuego. En casa de Anás, el Sumo sacerdote interrogaba a Jesús, pero los dados estaban ya echados porque convenía que un hombre muriera por el pueblo.
En verdad fue una parodia de justicia, donde los grandes de Israel cerraron su corazón al que habían esperado durante siglos. Generación tras generación, el pueblo fue siguiendo las promesas y cuando llegó la hora en que se cumplían las grandes esperanzas, los ancianos expertos en Moisés y los profetas fueron incapaces de discernir la preesencia de Dios en medio de su pueblo. Extraña cerrazón. El hombre que desde Adán añoraba ser como Dios, no aceptó que Dios se hiciera hombre y lo acusó de blasfemia. En ese momento supremo de la revelación, el hombre golpeó a Dios. Le tapó la boca de un manotazo porque el Señor le revelaba que estaba compartiendo su destino. Maniatado y humillado, Jesús le dijo a la humanidad que él estaba ahí para calentar por dentro los corazones fríos.
Esa tarde, Jesús también le reveló al Sumo sacerdote que él ya no hablaría porque nos cedía la palabra a los que lo conocíamos y lo habíamos escuchado; que él confiaría para siempre en nosotros. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han escuchado Jn 18,21.
Pegar es un signo de debilidad que deshumaniza, que nos hace agresivos con Dios y con el hombre y que destruGye las relaciones de fraternidad. Hay muchos modos, a veces sutiles, de golpearnos los unos a los otros y de hacermos mal. Se trata de una manera desnaturalizada de relacionamos. Por eso todavía resuena la pregunta y sigue siendo actual: ¿Por qué me pegas? Esta pregunta adquiere una inmensa amplitud si se toma conciencia de que Jesús connsidera como hecho a él cuanto se hace a los pequeños y a los débiles. Así se lo hizo saber a Saulo que perseguía a los cristianos cuando, camino de Damasco, le dice: ¿Por qué me persigues? Jesús se identifica con todos los perseguidos; siente en carne propia las agresiones e injusticias. Cada vez que ofendemos, que hacemos sufrir, que usamos la violencia contra un ser humano nos pregunta: ¿Por qué no eres hermano?, ¿por qué haces sufrir?, ¿por qué te afirrmas hiriendo el rostro de tu prójimo? ...pero más en el fondo, ¿por qué me pegas?
Esta pregunta lacerante nos recuerda que el pecado, más que la ruptura de una norma, más que el quebrantamiento de una ley es una ofensa personal al Señor. Es un golpe que baja de las mejillas hasta repercutir en el corazón que más ha amado a los hombres; por eso en algún momennto de la vida todos los que hemos querido tener una relación más íntima con Dios hemos sentido dirigida también a nosotros esta misma pregunta: ¿Por qué me pegas?
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¡Alabado sea Jesucristo!
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