viernes, 19 de febrero de 2010

Jairo y la hemorragia

Habiendo atravesado Jesús el mar de Galilea en la barca de Pedro, llegó hasta la otra orilla, donde ya una multitud le estaba esperando. Apenas había bajado de la barca y saludaba sonriente a los niños, cuando llegó corriendo un hombre que, con gotas de sudor en la frente, reflejaba una gran angustia en su alma. Se llamaba Jairo y era el jefe de la sinagoga de la ciudad. Pero lo más importante de su vida, no era el título o cargo que desempeñaba, sino su amor desbordado y total para una hija única, que en esos precisos momentos estaba agonizando.
Sin preámbulos ni introducciones se postró suplicante ante Jesús. Levantando sus manos, le dijo con voz entrecortada y jadeante: "Mi hijita se está muriendo ya. Pero estoy seguro que si vas a mi casa y le impones tus manos, se salvará y vivirá".
Jesús se conmovió profundamente frente al cuadro desgarrador del padre que sufría por la angustia de la inevitable muerte de su hija única. Simplemente afirmó con su cabeza y, sin responder palabra alguna, comenzó a seguir al padre adolorido que, con paso apresurado, se abría camino entre la multitud que rodeaba al Maestro.
Sin embargo, la muchedumbre se apiñaba más y más alrededor de Jesús, haciéndole lento y pesado su caminar. Jairo hubiera querido que en ese momento nadie entretuviera ni saludara al Maestro. Pero, al mismo tiempo, todos se sentían con el derecho de estrechar la mano de Jesús, saludarle, decirle algunas palabras o pedirle alguna bendición.
Perdida y olvidada entre la multitud, había una mujer que desde hacía doce años sufría una hemorragia. Ya había visitado y sufrido con muchos doctores, gastando todo su dinero con ellos y nunca había conseguido el alivio deseado. Al contrario, su salud iba de mal en peor. Ella había oído hablar mucho de Jesús, lo cual le hizo renacer la esperanza de ser sanada. Estaba segura, con la certeza de la fe, que Jesús la podía sanar completamente.
Mientras tanto, Jesús seguía abriéndose paso dificultosamente rumbo a la casa del jefe de la sinagoga. Jairo, por su parte, platicaba con Simón Pedro cuánto amaba a su hijita, y que se moriría si Jesús no llegaba a tiempo. Los dos caminaban con pasos largos y presurosos; pero, a cada momento se debían detener para esperar a Jesús, que era acosado por el gentío. Ciertamente cada segundo que se perdía aumentaba la angustia del padre doliente y la desesperación en Pedro.
En esa difícil y embarazosa situación, la mujer enferma se dijo: Es imposible que Jesús me atienda. En estos momentos lleva mucha prisa. Jamás podré detenerle para hablar con él pues está apresurado por otro asunto más importante. Por otro lado, la debilidad de su enfermedad le dificultaba luchar a brazo partido para desafiar la multitud y encontrarse cara a cara con Jesús, para plantearle, con la reserva debida, su penosa enfermedad. Entonces se dijo en su corazón: "Como es imposible que me atienda, no podré verle personalmente. Pero, si al menos toco su vestido ¡estoy segura que me salvaré!
Venciendo todas y cada una de las dificultades, se acercó por detrás de Jesús y, sorteando la ola humana, alcanzó apenas a rozar las filacterias del manto del Maestro. Al instante, narra el Evangelio de Marcos, se le secó la fuente de sangre y ella pudo percibir en su propio cuerpo que ya estaba completamente sana de su enfermedad.
Por su parte, Jesús en ese mismo momento, al darse cuenta que una fuerza había salido de él, se detuvo. Volteó hacia atrás y preguntó con voz firme algo que parecía totalmente fuera de lugar: "¿Quién tocó mis vestidos?". Con su mirada penetrante revisaba cada uno de los rostros de aquellos que estaban más cerca. Todos a su vez, negaban el haber sido ellos. Entonces el Maestro, con tono aún más enérgico, repitió la misma pregunta: "¿Quién fue la persona que tocó mis vestidos?". Todo mundo enmudeció. Se trataba de algo más serio de lo que parecía.
Mientras tanto, Jairo estaba pensando que todo estaba a punto de perderse, por culpa de un simple tocamiento sin importancia. Cada vez se ponía más nervioso e impaciente. Su boca ya se había secado por la angustia y no entendía por qué Jesús le daba tanto relieve a un hecho tan insignificante.
Entonces Pedro, identificándose con la causa del padre doliente, se propuso acelerar las cosas para que Jesús siguiera caminando y dejara de lado aquel asunto tan tardado como intrascendente. Se acercó pues a Jesús, le puso la mano en el hombro y le dijo: "Maestro, no seas exagerado, ¿qué no te das cuenta que toda la gente te oprime y te estruja y así todavía te pones a preguntar que quién te ha tocado? Todos y cada uno lo han hecho, Maestro; pero, por favor, vamos adelante, que la niña se nos muere si no llegamos a tiempo...".
Sin siquiera voltear a ver a Pedro, que continuaba con la mano extendida indicando el camino, Jesús dijo con voz lenta y cada vez más segura: "Alguien me ha tocado. Yo he sentido que una fuerza ha salido de mí...". El Maestro seguía mirando a todo mundo, y todos estaban llenos de asombro por lo que pasaba. Dándose cuenta la mujer que había sido descubierta, se escurrió lentamente entre la multitud con la cabeza baja. Atemorizada y temblando por lo que pudiera suceder, se postró ante Jesús y proclamó ante todo el mundo por qué motivo había tocado a Jesús, y cómo al instante había quedado perfectamente sana de su histórica y penosa enfermedad.
A Jairo le parecía larguísimo el testimonio. A él, como a Pedro, fueron las únicas personas que nada les interesó la curación de la enferma. Ellos pensaban solamente en la urgencia que había en que Jesús llegara a casa, para atender a la pequeña que agonizaba. Todo lo demás era secundario y robaba el precioso tiempo, que no volvería para atrás.
Jesús, por el contrario, parecía no llevar ninguna prisa. Después de escuchar pacientemente a la recién curada, todavía impuso las manos en la mujer que estaba arrodillada, la bendijo y con voz conmovida y misericordiosa le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz".
En cuanto Pedro escuchó esto, se acercó a la mujer y le ayudó a levantarse, para que se retirara pronto y dejara que Jesús continuara inmediatamente su camino. Jairo se alegró de que por fin este incidente terminara. Con inquietud y esperanza se disponía para reanudar su rápida marcha rumbo a casa, cuando alguien llegó corriendo y con voz atribulada le dijo unas palabras que a todo mundo conmovieron: "Tu hija acaba de morir. Ya no es necesario que molestes al Maestro".
Jairo sintió que una daga se le clavaba en el corazón. Había muerto lo que más amaba en esta vida... si esa mujer no se hubiera atravesado por el camino de Jesús, sin duda que el Maestro hubiera podido llegar a tiempo, para encontrar con vida a su hija. Pero, ahora, muerta, ya no se podía hacer nada. Pedro, por su parte, encogió los hombros como queriendo decirle a Jesús: "¿Ya ves? te dije que nos fuéramos rápido...".
Jesús miraba profundamente hasta el hondo del alma del padre atribulado. Puso su mano derecha sobre su espalda y le dijo: "No temas. Solamente ten fe y se salvará". Y en ese momento, Jairo creyó. No tuvo miedo. Acabó su tristeza y se encendió una llama de esperanza sobre las sombras de la muerte. Iluminado por tal luz, emprendió el camino a su casa, ya que tras él iba el que es la Resurrección y la Vida.
Al llegar, mientras todos lloraban y gemían, Jairo estaba tranquilo y seguro. Jesús, por su parte, se detuvo un momento fuera de la casa y dijo a todos: "Cállense. No lloren. La niña no ha muerto. Simplemente está dormida". Todos dejaron de llorar. Pero no porque el Maestro se los hubiera mandado, sino para burlarse de la ocurrencia de Jesús, ya que estaban seguros de que la niña estaba bien muerta.
Jesús entró a casa y pidió que todo mundo saliera. A la recámara de la niña solamente podrían ingresar los padres de la difunta, el discreto Santiago, el amado Juan, y Pedro, que en ningún momento se había separado del papá de la muchachita. Entonces, Jesús levantó los ojos al cielo. Oró en silencio frente a la niña muerta. Luego, con voz de autoridad y llena de poder, tomando a la niña de la mano le dijo: "Talitá, Kum: Niña, a ti te lo digo, levántate".
Al instante la niña se levantó y comenzó a caminar. Todos se quedaron llenos de estupefacción y asombro. Jairo abrazó a su hijita vuelta a la vida. Pedro abrazó a Jairo y la niña se echó a los brazos de su madre. La niña había resucitado. Jesús acababa de dar vida a la hija de un hombre que había creído en él. "Denle de comer" -añadió Jesús.
Si del padre de la resucitada sabemos su nombre, no así de la mujer sanada. Sin embargo, los dos tuvieron fe y encontraron tanto la salud como la vida. Cada uno nos da una enseñanza de fe en diferentes aspectos complementarios.
-La mujer sanada: Cuando nos imaginamos que Jesús nos da la espalda, que no le podemos ver de frente, que se nos esconde, que parece que no nos oye ni tiene tiempo para nosotros, porque está muy ocupado en cosas o con personas muy importantes, entonces podemos dar un paso en la fe y seremos sanos. Los verdaderos actos de fe sólo se dan cuando hay dificultades, cuando las cosas parecen imposibles.
-Jairo: Cuando parece que Jesús se atrasa, que se ocupa en otras cosas, que no llega a tiempo cuando le necesitamos con urgencia. Cuando parece que a Jesús no le corre prisa, pero que a nosotros el tiempo nos apremia, entonces podemos dar un paso en la fe y veremos la gloria de Dios.
Los actos de fe se dan cuando humanamente no hay solución, cuando las cosas parecen imposibles o irremediables, cuando las puertas están cerradas... sólo entonces es posible creer.
Mañana lunes estaremos orando por la salud de los enfermos en el templo de El Carmen a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Estaremos pidiendo por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos en el templo de El Carmen. Te informamos que cada 16 de mes a las 12 del día tenemos la Misa de Unción por los enfermos en honor de la Virgen de El Carmen, bendición de agua y escapularios. Además de confesiones para quieres quieran reconciliarse.
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¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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