domingo, 14 de febrero de 2010

¿Ustedes también quieren irse?

Es una pregunta que el Maestro podría repetirle al cristiano de hoy. Ella trasluce dificultades serias y una crisis en la Iglesia naciente. Los hombres se cerraban. El pueblo de Israel pedía más señales. Jesús se vio acosado por esas insistencias y, comprendiendo que era difícil avanzar más, decidió ir al fondo de su revelación. Entonces empezó el gran desbande. En tales circunstancias la crisis permitió a los discípulos atravesar los signos y llegar al misterio. Tal vez sea el camino que tiene cada uno de nosotros para alcanzar la luz.
¿Ustedes también quieren irse? Esta pregunta no está dirigida a los que no aceptan la fe sino a los discípulos en medio de su desconcierto, porque el creyente también pasa noches oscuras y puede sentir distancia ante su Dios y ante su Iglesia. El seguidor puede cansarse en el camino y buscar otras rutas.
Entre los discípulos de Jesús, algunos se alejaron porque la doctrina era dura; otros, como los que iban camino de Emaús, partieron después del viernes santo con su esperanza hecha pedazos.
Es humano perder las esperanzas. Por eso es bueno reflexionar sobre los que se desilusionan. La Iglesia desde sus comienzos ha conocido los desgarrones. Grupos enteros se han alejado de ella construyendo otras tiendas. El problema adquiere candente actualidad. Tal vez haya pasado el tiempo de los cismas y las guerras religiosas. Muchos de los que hoy se alejan lo hacen en silencio. Parecen haber perdido la ilusión. Abandonando interés, dejan de participar y de repente se sienten distantes de su madre. Se cree en el Señor y no en la Iglesia.
Un punto de doctrina, el modo de gobierno, las riquezas, un escándalo o la propia debilidad hacen que muchos no se sientan en casa en este templo. Algunas de estas desilusiones tienen también su origen en la dificultad del hombre de hoy para creer.
En realidad cuesta aceptar la pequeñez y la opacidad humana como lugar del encuentro con Dios. Por eso muchos prefieren irse. Es delicado este partir que rompe las fidelidades más profundas. Puede haber semillas de ese alejarse en nuestros propios corazones. Es bueno entonces releer el Evangelio y hacemos personalmente la pregunta que Jesús les formuló a los Doce: ¿Ustedes también quieren irse?
Detrás de esta pregunta existe un gran conflicto. Los hombres no aceptaron que el hijo de un pobre carpintero, con domicilio conocido en un mísero pueblo pudiera haber bajado del cielo y ser el camino para llegar a Dios. ¿No es éste el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo? (Jn 6,42) Les resultó difícil comprender el camino de la Encarnación. No pudieron aceptar a Dios hecho cercanía y debilidad. Este conflicto subsiste en parte también hoy porque la Iglesia, la institución humana, es el último eslabón de la lógica de Dios. La Encarnación llega hasta la aceptación de una institución conformada por hombres como Cuerpo de Jesús de Nazaret y como continuadora de su obra en la tierra. Eso es duro de aceptar porque donde hay hombres, hay división, ambigüedades, ambiciones, defectos y pequeñez. Donde hay seres humanos hay siempre razón para el escándalo y muchos querrán marcharse.
¿Ustedes también quieren irse? Esa pregunta se replantea hoy. Pedro respondió en nombre de los doce: ¿A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. El apóstol aceptó ahí el humilde camino de la Encarnación y de la Iglesia. Reconoció que la cercanía de Jesús supone aceptar la humanidad nazarena de Cristo y seguir en el grupo de los doce.
La fidelidad a Jesús pasa por la mediación de esta contradictoria comunidad humana. Esta comunidad hecha Iglesia que escribió y nos transmitió los evangelios. Ella nos entrega hoy los sacramentos y nos alimenta con el cuerpo de Jesús.
La crisis puede ser la ocasión para descubrir el misteerio de este camino humano de Dios. Eso nos permite pasar de una pertenencia a la Iglesia puramente sociológica a una adhesión de fe más personal, capaz de superar los escándalos. Pero esa adhesión es un regalo, es una vocación porque «nadie puede venir a mí si el Padre no lo trae».
¿Ustedes también quieren irse? Que Pedro ayude a cada uno de nosotros a responder como él: ¿A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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