sábado, 6 de marzo de 2010

¿Cómo pueden creer ustedes que buscan la gloria en los otros y que no buscan la gloria que viene de Dios?

Pregunta larga y complicada que es crucial para la comprensión del Evangelio. En un momento muy importante de su vida, Jesús experimentó con dolor que su pueblo no se abría a él. Ese pueblo que tuvo su origen en un acto de fe, a la hora decisiva, se cerró a la fe; cuando tuvo en la mano la clave de todos sus misterios no supo descifrarla. Ese pueblo que había recorrido los desiertos buscando la tierra prometida, que atravesó los siglos en pos de las promesas, que escrutó las palabras de los libros sagrados a la espera de la llegada del Mesías, cuando vio el rostro humano de ese Mesías no lo reconoció. Pareció entonces que los sueños de Moisés, el clamor de Isaías y de los otros profetas fueron vanos. Ese pueblo elegido, liberado de su prisión de Egipto, no pudo dar el paso definitivo hacia su libertad. El Verbo de la vida puso su tienda de campaña entre los suyos, pero «los suyos no lo recibieron». Jesús, apenado, comprendió el problema y dio una explicación:· ¿Cómo pueden creer ustedes, que buscan la gloria en los otros y que no buscan la gloria que viene de Dios?
Esta pregunta es actual porque el hombre moderno experimenta también una gran dificultad para creer. En medio del progreso, la humanidad siente una sobrecogedora desazón. ¿No será que hemos puesto nuestra gloria, nuestro fundamento, nuestra felicidad en un lugar equiivocado? Andamos buscando apasionadamente el reconocimiento de los otros, nos adaptamos a las modas más diverrsas tratando de ser reconocidos. Buscamos la riqueza, el prestigio, los títulos para ahogar en ellos el sentimiento de nuestra pequeñez. Formulamos recetas de pacotilla para sanar dolores y desconciertos del alma. Y en medio de este mundo, nos cuesta dar el paso de la fe.
La fuente de toda increencia radica en la búsqueda desordenada de la propia gloria y en el andar mendigando el prestigio que da este mundo. Todos sabemos que el mundo premia a los suyos, a los que comparten sus criteerios. Sin embargo, no existe encierro más estrecho que la búsqueda autorreferente o errada de la felicidad sin referenncia a Dios.
El fundamento de nuestra grandeza, de nuestra dignidad, es el amor que Dios nos tiene. La felicidad sin ocaso radica en hacer nuestra la voluntad del Señor.
El hombre ha sido creado para amar y servir a Dios compartiendo eternamente su ternura. El Señor es el origen y el fin; es la fuente y el horizonte de nuestro existir. Corno seres humanos no andamos errantes, no deambulamos sin sentido entre estrellas vagabundas. Tenemos un sendero. Ese camino comienza en Dios y en él termina. En esa ruta se encuentra la verdad del hombre. Toda obra es un laberinnto que no tiene salida.
Por eso es bueno preguntarse: ¿Dónde colocamos nuestra paz? ¿Hacia dónde miran nuestros ojos cuando se cansan? A la hora de hacer nuevos proyectos, en el momennto de soñar nuestra realización más honda, ¿cuál es la fuente de toda coherencia? Cuando hacemos nuestras opciones de familia, de trabajo, de estudio o de descanso, ¿qué sitio ocupa Dios?
Una cultura que tiende a poner el yo como centro de toda referencia y la autorealización como meta del individuo, se cierra al mensaje central del Evangelio, seca la fuente de la paz. Un yo avasallador va tronchando todo altruismo. A esta cultura Jesús le recuerda hoy que el hombre sólo llega a su plenitud abriéndose a su Dios.
En Jesús comprendemos que la gloria de Dios no se opone a la gloria del hombre; que no hay antagonismo entre Dios y su creatura; que no estamos en competencia arrebatándonos el uno al otro la existencia. La gloria de Dios es nuestra propia gloria y nuestra verdadera gloria llena de gozo el corazón de Dios. Quien ama a Dios con pasión y quien se sabe amado apasionadamente por Dios, vive con mucha sencillez la plenitud que da el amor. A este acto total de confianza, de comunión y entrega no se puede llegar si uno pone su razón de ser fuera de Dios. «¿Cómo puede tener fe quien busca su gloria en los otros y no busca la gloria que viene de Dios?».
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
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