sábado, 6 de marzo de 2010

Zaqueo

"En aquel tiempo" había en Jericó, ciudad de palmeras y perfumes, un hombre pequeño y controvertido más allá de las murallas de su ciudad, a quien nada le faltaba, excepto estatura. Tenía abundancia de riquezas, de pecados y hasta de enemigos que continuamente lo criticaban. Aliado con el poder imperialista del invasor romano, consiguió un modesto puesto como recolector de impuestos, lo cual le mereció inmediatamente ante todo el pueblo el título de "publicano", sinónimo de traidor y pecador.
Desde temprana edad se había propuesto ser feliz, y para ello optó por el camino de adquirir todo lo que el mundo ofrece. Consiguió riquezas, se casó con una bella y noble mujer, compró una mansión junto a la fuente de Eliseo; pero jamás logró la paz que brota de la justicia, ya que tras su inmensa fortuna se encondían, clamando urgente venganza, el sudor y el hambre de muchos pobres que habían sido explotados por su codicia, abusos y extorsiones.
El nunca se peocupó por desmentir la opinión pública, al contrario, trabajando horas extras, destacó pronto entre sus colegas, y por su lealtad incondicional al imperio del César. Rápidamente tuvo un considerable ascenso: "Jefe de un grupo de recolectores de impuestos", lo cual le aumentó, como él aumentaba los impuestos, su ya triste y penosa fama en toda la región, de tal forma que hasta los perros le ladraban y ningún niño se le acercaba.
Este ascenso, como todos los ascensos políticos de "aquellos tiempos", le hacía trabajar menos, pero ganar más dinero. Curiosamente, por extrañas coincidencias de la vida, no había recolector que no fuera rico; lo cual demuestra que en "aquellos tiempos" los impuestos no eran siempre usados para el beneficio común o el bienestar social, sino para satisfacer intereses particulares e individualistas.
Por todas estas razones y otras más que desconocemos, Zaqueo se había convertido en un pecador empedernido y un hereje sin remedio, por lo cual fue considerado como pagano, apátrida y renegado. Por tanto, lo expulsaron de la sinagoga y ya nunca más se le podría reconocer como miembro del pueblo elegido.
La gran riqueza del pequeño Zaqueo era contrastante, pues había algo que todavía le estaba haciendo falta... En cuanto supo que el buen Jesús volvía otra vez a Jericó, se llenó de esperanza su corazón. Desde esos momentos tomó la firme determinación de que habría de verlo, ahora que regresaba con su caravana de amor, paz y alegría.
El organizado y previsor comité de recepción dio con tiempo todos los detalles: Jesús llegaría exactamente al medio día, entraría por la puerta norte y atravesaría la ciudad por la calle recta, que iba hasta la sinagoga.
Zaqueo se levantó más temprano que nunca. Aquella mañana el pequeño hombre estaba nervioso y con más prisa que nunca. Arregló rápidamente los asuntos más urgentes, y no quiso ni escuchar a un hombre pobre que le reclamaba por una injusticia en su contra... Según Zaqueo, si atendía todos los reclamos, no terminaría nunca.
Habiendo dejado claras instrucciones a sus subalternos, Zaqueo se dispuso a encaminarse a la avenida central. El sol brillaba intensamente en las desiertas calles. Viejos y niños, pobres y ricos, mujeres y hombres, habían dejado casa y oficio, para ir a recibir al famoso taumaturgo. Llegó a una esquina y dio vuelta a la derecha, para encontrar un lugar desde donde pudiera ver pasar al Maestro de Galilea. Desgraciadamente, todos los sitios estaban ocupados por la inmensa multitud. Zaqueo, por su pequeña estatura, sólo necesitaba un reducido espacio, pero ni este le fue concedido, ya que desde temprana hora todo mundo había salido de su casa para ganar el mejor lugar, y muchos habían cargado con sus enfermos en camillas y los habían colocado a lo largo de la calle. En fin, toda la ciudad se había dado cita en un solo tramo, y era del todo imposible tener un sitio reservado.
Zaqueo estaba en la última fila. Esto no hubiera importado mucho, pero el rico Zaqueo era exageradamente bajo de estatura y lo único que podía ver, eran las espaldas y cinturas de los que estaban adelante. Aunque se paraba de puntitas y alzaba el cuello, todo era inútil; nada, absolutamente nada podía contemplar. Sin embargo, no se desanimó. No bajó la vista al suelo como un derrotado. La solución estaba en el cielo y hacia allá dirigió su mirada, ...aquel frondoso árbol grande, que estaba en la esquina de la calle, era la solución.
Describe deportivamente San Lucas que, en cuanto Zaqueo vio aquel sicómoro, se arremangó la túnica para correr velozmente, levantando el polvo de la calle, hasta que llegó al pie del árbol. Zaqueo, como todos los hombres importantes de "aquellos tiempos", tenía prisa para todo y por eso siempre corría; pero esta vez, había roto todas las marcas.
Como un niño que se propone hacer una travesura, dio antes un vistazo alrededor para percatarse si alguien lo veía. Todos los ojos estaban fijos en él, esperando que hiciera cualquier cosa para condenarlo. Si Zaqueo quería en verdad ver pasar a Jesús, tenía que subirse hasta arriba de aquel frondoso árbol. Pero, ¿qué diría toda esa gente? Había que desafiar al ridículo, la crítica y la burla de la multitud expectante, que ni parpadeaba.
Mas, Zaqueo ya estaba decidido desde antes. Por eso, se quitó el manto de seda importada y lo dejó tirado en el suelo. Es decir, se desprendió de su dignidad y su prestigio. Se olvidó que era el famoso "Don Zaqueo", para convertirse en el niño Zaqueíto, que se subía descalzo a los árboles a ver los nidos de los pajarillos. Al despojarse del manto del respeto humano dejó las apariencias mundanas por los suelos. Para ver pasar a Jesús, tuvo que hacerse como un niño. Rompió con el mundo y sus apariencias, y arremangando su túnica con una mano, comenzó a ayudarse con la otra para trepar al sicómoro.
El viejo sicómoro extendía generosamente sus largas ramas por en medio de la calle, como dando una gran bienvenida a Jesús. Arriba y sentado a su fresca sombra, precisamente en la rama que daba al centro de la calle, estaba un hombre que había ganado el mejor lugar para contemplar el desfile. Como un niño, columpiaba sus pies y aplaudía con sus sandalias de cuero, mientras ofrecía gratis el poco discreto espectáculo de enseñar a todo el mundo sus calzones "Petrus Cardin".
Zaqueo previamente se había desafiado a sí mismo, y habiendo ganado esa batalla, que era la más difícil, podría afrontar a la multitud entera, que no tardó en comenzar a señalarlo con el dedo. Inmediatamente, según costumbre de "aquellos tiempos", las mujeres comenzaron a criticarlo y los hombres a burlarse de él con sarcasmos. A Zaqueo ya no le importaba nada de eso, pues había roto con el "qué dirán". Prefirió quedar mal ante todo el pueblo, que quedar mal ante sí mismo, pues se había propuesto ver a Jesús a cualquier precio. Zaqueo ya había muerto a su prestigio, a su dignidad y a sí mismo.
Era ya el medio día. El Maestro llegaba a tiempo, todo según el programa. Los gritos le anunciaban, los aplausos le precedían. La gente se olvidó de Zaqueo y se asomaba al centro de la calle por donde Jesús venía con sus apóstoles, entre los cuales, claro, Pedro estaba en primer lugar, delante de todos. Nunca se había presenciado fiesta igual desde aquel lejano día, en que las murallas de la ciudad, habían caído al sonar de las trompetas.
Todo hubiera continuado según el programa previsto por las autoridades civiles y religiosas de la ciudad, a no ser que cuando Jesús llegó al árbol en donde estaba encaramado Zaqueo, se detuvo bajo su sombra.
Algo importante se presentía en el ambiente. Todo mundo guardó un respetuoso y atento silencio... Jesús volteó la vista a lo alto del árbol, como buscando alguna fruta madura... y allí precisamente, en la rama del centro, descubrió los alegres ojos de Zaqueo, que eran como dos dulces y frescas uvas... Luego, con voz imperativa, le ordenó: "Zaqueo, baja pronto porque conviene que hoy me quede en tu casa".
Jesús le llama por su nombre: Zaqueo, el cual, irónicamente, significa "el justo, el puro". El pecador es llamado justo, porque a los ojos de Jesús no es un pecador, sino un redimido. Ante Jesús, todo pecador se transforma en un rescatado. Así siempre lo ve él. Si se pudiera sintetizar el Evangelio con tres palabras, sería: "Jesús y Zaqueo", ya que éste, siendo pecador ante los hombres, es justo ante Jesús. Jesús justifica siempre al pecador.
"Bájate aprisa, Zaqueo, no te andes por las ramas. Pon tus pies en el suelo y deja los árboles para los pajaritos del cielo. Baja a esta tierra de la que fuiste hecho y a la cual un día tornarás, sin llevarte cosa alguna de lo que tienes. Sólo hay una cosa importante en esta vida, y por eso no conviene que te andes por las ramas...".
Zaqueo ya era fruta madura en el árbol de la conversión; por tanto, debía descender aprisa, ya que fruta madura que no se desprende del árbol, se pudre. Para Jesús, Zaqueo ya estaba maduro; había renunciado a las complacencias del mundo y a quedar bien ante los demás. Zaqueo ya había muerto a sí mismo, para dar oportunidad a una nueva vida. Estaba maduro y había que cortarlo inmediatamente. Jesús llevaba mucha prisa.
Jesús no le pidió permiso. El mismo se autoinvitó. El Hijo del hombre había sido enviado a buscar y salvar a los pecadores, y se encontraba frente al peor de todo Jericó. Por tanto, no había tiempo que perder. El Maestro no preguntó si había hospedaje o comida para él y su comitiva, porque seguramente se le hubiera respondido que no. Prefirió decidir él: Me voy a tu casa". Zaqueo no tenía opción.
Jesús bajó del árbol a Zaqueo para llevarlo a su realidad, donde estaban su hermosa mujer, sus hijos y sus riquezas. El Maestro tenía un plan que iba a realizar dentro de aquellos muros con tapices persas, jarrones de alabastro y porcelanas importadas.
De un solo brinco Zaqueo descendió, mientras su túnica se le abría como paracaídas. Sacudió el polvo de sus sandalias y recogió su manto tirado y pisoteado por la gente; sin doblarlo, se lo puso bajo el brazo y encabezó el desfile junto con Pedro y Mateo, antiguo colega del mismo oficio. Sonriente y entusiasmado, con pasitos rápidos y cortos, llegó a la esquina y para dar vuelta a la izquierda se abrió camino entre la valla humana. Naturalmente que cuando el desfile cambió de rumbo, todo el mundo se contrarió. La gente comenzó a criticar tanto a Zaqueo que se llevaba al Maestro, como al mismo Jesús, por la clase de gente con la que se juntaba. Jesús ya no iría a la sinagoga, donde lo esperaban noventa y nueve justos puestos de pie; prefirió ir a buscar una oveja perdida... Por eso, el jefe de la sinagoga se puso verde de coraje, ya que esa mañana estrenaba una amplia y larga túnica con filacterias de oro, había puesto nuevas las siete velas del candelabro y hasta tenía preparados unos grandes cestos para la colecta de esa mañana, que prometía ser más abundante que nunca.
Zaqueo abrió las puertas de su casa de par en par; entró sonriente y dando brincos de alegría. Era el día más feliz de su larga vida y su corta estatura. Ya podemos imaginar el susto que se llevó doña Zaquea, cuando se dio cuenta de la invasión de su casa. La señora, en contraste con su esposo, era una bella mujer de alta estatura, que gustaba de los perfumes de las Galias y que portaba un rico vestido recamado, con una banda de lino blanco que abrazaba su delgada cintura. Vestía manto de seda de Damasco y zapatos de cuero, adornada con joyas y brazaletes, un collar de perlas finas y un anillo de oro en la nariz, aparte de los pendientes de marfil y el velo de seda que hacía más misteriosa y femenina su belleza.
Sus negros ojos se clavaron fijamente en su marido, exigiendo una pronta y satisfactoria explicación del hecho. Zaqueo, levantado su vista, le contestó lleno de alegría y entusiasmo: "Querida, Jesús, el de Nazaret, viene a casa ahora mismo...". Doña Zaquea permanecía muda, con silencio de insatisfacción. Con una mezcla de inseguridad y seguridad, Zaqueo añadió: "...pero te juro por el oro del templo, que yo no lo invité. El se invitó solito". Doña Zaquea, no se oponía a una visita de tal naturaleza. Pero, ¿toda esa gente de la calle? Por eso Zaqueo continuó su explicación: "Es que él nunca viene solo. Si lo recibimos, tenemos que acoger también a los suyos...".
Doña Zaquea, que bien sabía lo avaro que era su marido, se maravilló de lo espléndido que se comportaba. De una cosa sí estaba segura: ¡nunca lo había visto tan feliz! Quedando ella satisfecha, su esposó continuó con más confianza: "Te presento a Mateo; es un excolega, que ahora es de los incondicionales del Maestro...".
Con la sorpresiva llegada de Jesús, inmediatamente toda la casa se convirtió en actividad y los preparativos se comenzaron a toda prisa. Zaqueo, acompañado de Mateo, fue a llamar a los otros recolectores de impuestos mientras la señora daba órdenes en la cocina, de donde salió corriendo un criado cuchillo en mano, tras el cordero cebado, para matarlo.
Jesús, por su parte, descendió la escalinata de mármol que le conducía al jardín y se sentó en el brocal del pozo, el cual era un poco alto. Bien pronto la servidumbre trajo aceitunas y dátiles en unas bandejas de plata. El aperitivo era un delicioso vino de las Galias, servido en copas de cristal cortado. En ocho días leeremos lo que Jesús dice a Zaqueo y a ti "No se afanen ni se preocupen por los quehaceres. No hay necesidad de todo eso. Es mucho más importante lo que yo voy a hacer en ustedes, que lo que ustedes quieren hacer por mí...".
Mañana lunes estaremos orando por la salud de los enfermos ante el Santísimo expuesto en el templo de El Carmen a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Estaremos pidiendo por ti que estás leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos en el templo de El Carmen. Te informamos que cada 16 de mes a las 12 del día tenemos la Misa de Unción por los enfermos en honor de la Virgen de El Carmen, bendición de agua y escapularios. Además de confesiones para quieres quieran reconciliarse.
Si deseas las seis columnas semanales diferentes que se publican los domingos en los tres principales diarios de Morelia, localízalas en Blogger: jesusestavivoenmorelia.blogspot.com y en Twitter: twitter.com/jesusestavivo Si quieres recibirlas cada ocho días en tu correo, haz click en el cuadro naranja y automáticamente las tendrás. Hoy y todos los domingos en la Z radio, 96.3 FM y 1340 AM, “La Palabra” cuarenta y cinco minutos en comunicación con Jesús vivo que sigue sanando a los más necesitados que creen que él tiene todo el poder en los cielos y en la tierra. Visita nuestra página web: www.jesusestavivo.org.mx y vive los 220 videos de misas, evangelización y testimonios de sanación de lo que Jesús hace en su Morelia.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
aurelio@jesusestavivo.org.mx

1 comentario:

clau dijo...

de donde sacan que maria es la madre de Dios cuando Dios es eterno?
el unico intercesor es Jesucristo el justo y el Espiritu Santo con gemidos indecibles, aemas la biblia no dice que ella fue llevada en la ascencion con Jesus. puras mentiras.
y conocereis la verdad, y la verdad os hará libres jn 8:32.