viernes, 7 de agosto de 2009

Mi hermano gemelo Tomás

HACIA EL TERCER MILENIO
Aurelio Prado Flores
El gemelo
Del apóstol Tomás sabemos bien poco, porque aparece brevemente en sólo tres pasajes de los Evangelios. Ciertamente era un hombre atrevido, espontáneo y muy práctico, pues le gustaba experimentar las cosas por sí mismo. Su apodo de "el mellizo" nos da a entender que tenía un hermano gemelo. El parecido entre Tomás y su hermano gemelo era tal, que muchos no sabían distinguirlos. ¿Quién era ese hermano gemelo de Tomás? No lo sabemos, pero bien podría ser cualquiera de nosotros, dado que nos le asemejamos bastante. Incluso, no estamos lejos de ser el mismo Tomás, y que nos suceda lo mismo que a él.
Tomás fue uno de los doce amigos privilegiados de Jesús, Jn 20,19-29 que anduvieron con él desde un principio en Galilea, hasta el trágico final en Jerusalén. Por tanto, conoció perfectamente al Maestro, escuchó sus palabras y enseñanzas. Fue testigo de milagros y curaciones. Vio paralíticos levantarse y llevar su camilla. Presenció la resurrección de Lázaro y los leprosos que quedaron completamente limpios. El mismo repartió peces y panes multiplicados por la mano de Jesús. También estaba en la barca el día que la tempestad fue calmada y vino la bonanza, gracias a una simple y poderosa orden de Jesús. El sabía todo lo que se decía sobre el Maestro, y cuánto se le admiraba.
Además, Tomás recorrió villas y ciudades en compañía de otro discípulo, tal vez su hermano gemelo, proclamando que el Reino de Dios estaba cerca, realizando milagros y prodigios. Expulsó demonios, curó enfermos y dio vista a los ciegos con el poder del Nombre de Jesús.
Era un hombre práctico a quien le interesaban las cosas que podía ver y tocar. Tal vez por eso, le impresionaba tanto el misterio de la muerte, pues en los pasajes evangélicos en que aparece, hace alusión a ella.
Después de algunos días, Jesús subió con los suyos a Jerusalén, donde fue recibido con gritos de "¡Hosanna!", pasando por debajo de un arco triunfal de palmas de olivo. Poco después se reunió en la intimidad de la noche con los que más amaba, para celebrar la Pascua que ardientemente había deseado comer con ellos. A la mitad de la cena, descubrió los secretos de su corazón y con un leve tono de nostalgia y melancolía se comenzó a despedir de los suyos, pues sabía que su trágico fin ya no estaba lejos. Les dijo: "Ha llegado el momento de la partida definitiva; ya me voy, pero no se pongan tristes, porque a donde yo voy van a venir también ustedes, al fin que ya saben el camino...".
Tomás, que sólo entendía el lenguaje concreto, lo interrumpió, arguyendo con lógica y un poco de desesperación, mientras se rascaba la cabeza: "Pero Señor, si ni siquiera sabemos a dónde vas ¿cómo vamos a saber el camino..?" Jesús comprendió la objeción de Tomás y le contestó con una de las frases más bellas de todo el Evangelio: "Yo soy el camino, la verdad y la vida".
La objeción del práctico Tomás, le dio a Jesús la oportunidad de expresar claramente que no había otro camino para ir al Padre sino por él, en él y con él. ¡Bienaventurado Tomás que replicó, para que Jesús nos dejara el testamento de su persona y su misión!
Terminada la cena, salió Jesús a Getsemaní, para vivir su penosa y angustiosa noche de agonía. Allí lo apresaron y lo condujeron atado al tribunal de Israel, que antes de escucharlo, ya había dictaminado su pena de muerte. Luego lo llevaron ante la autoridad romana, que se lavó las manos para consentir su ejecución. Al día siguiente murió ignominiosamente clavado de pies y manos en una cruz. Estando ya inerte y sin vida, un soldado le traspasó el costado, de donde brotó sangre y agua. Cinco llagas abiertas quedaron para identificación inconfundible del cadáver.
Herido y muerto el pastor, todas sus ovejas se dispersaron. Los suyos huyeron tristes y asustados. Con la muerte de Jesús no solamente se acababa su esperanza, sino que comenzaba una vida de persecuciones y amenazas en su contra.
Se escondieron en la sala del piso superior, donde antes habían celebrado la cena de despedida. Se cuidaron de cerrar perfectamente puertas, correr las cortinas y no prender vela, que los delatara ante los temidos judíos. En las tinieblas del desconcierto, pasaron la noche más oscura de su vida, mientras en la ciudad de David la luna brillaba en todo su esplendor, iluminando las murallas y alumbrando las pequeñas callejuelas vacías.
El día siguiente fue de silenciosa y profunda pena. Llegó la tarde y cayeron otra vez las pesadas sombras en la noche. El amanecer los encontró despiertos y la luz del nuevo día no pudo disipar las tinieblas de su corazón.
Apenas comenzaba a alborear, María Magdalena llegó corriendo con la fresca noticia de que venía del sepulcro del huerto, y sorprendentemente lo había encontrado vacío. Aseguró que había tenido una visión de ángeles, que le habían proclamado la gloriosa resurrección del Maestro. Ellos nada de todo esto creyeron, pensando que era una clásica exageración femenina o una alucinación compensatoria en quien no había dormido en tres días de tristeza. Por la tarde, cuando ya el sol comenzaba a ocultarse, y ellos habían asegurado con trancas las puertas, se sentaron a pensar en aquello de lo que nadie quería hablar. De pronto algo extraño y maravilloso se presintió en el ambiente: el cuarto se llenó de luz. Era Jesús, muerto y resucitado, que volvía a los suyos como lo había prometido, para manifestarles un destello de su gloria. Apareció puesto en pie en medio de ellos, vestido con túnica blanca, rostro de sol y brazos extendidos. Les saludó diciendo: "La paz sea con ustedes".
Lo primero que Jesús resucitado regaló a sus apóstoles, fue lo que ellos más necesitaban: la paz mesiánica. Luego, lleno de resplandor, mostró sus manos taladradas y los estigmas de la lanza en el costado, de donde salía luz, mientras que de las cicatrices de las espinas emanaba un arcoiris de vida y esperanza.
Los apóstoles, mudos de asombro, no llegaban a saber si aquello era un sueño o una realidad. ¡Tan grande era el misterio! ¿Podría ser una alucinación, producto de su nostálgica imaginación? Lo cierto es que todos guardaron respetuoso silencio para no romper el encanto del prodigio.
Jesús, condescendiente y comprensivo, simplemente sopló sobre ellos y les dijo: "¡Reciban el Espíritu Santo!". Al instante, ellos quedaron llenos de la Fuerza de lo Alto, sus dones y frutos. Todos estaban tan felices del maravilloso encuentro, que ni el Maestro, ni menos alguno de sus discípulos, reparó en la ausencia de Tomás. Luego, Jesús glorificado dio la gran encomienda a sus misioneros: "¡Vayan por todo el mundo y proclamen a todas las criaturas que estoy vivo para dar vida en abundancia a los que crean en mí!".
Después de tan felices momentos, y habiendo los apóstoles recobrado la esperanza perdida, Jesús se despidió, dejando en la transparencia del ambiente el perfume de los ungüentos y aceites con los que lo habían ungido. El rostro y los ojos de los discípulos seguían reflejando el resplandor del resucitado, pero ya Jesús se había esfumado, de manera tan misteriosa como había llegado. Su tristeza se había convertido en gozo y ahora tenían la seguridad de que Jesús estaba vivo y permanecía de alguna manera en medio de ellos.
En esos precisos momentos, alguien tocó suave y tímidamente la puerta. Ellos voltearon a verse los unos a los otros. Nerviosos, ninguno se atrevía a tomar la iniciativa. La puerta volvió a sonar un poco más fuerte, con golpes menos espaciados. Mientras Simón Pedro buscaba las llaves, dos más comenzaron a quitar la pesada tranca de madera. Simón metió la llave nerviosamente en la cerradura y abrió un poco la puerta, la cual rechinó más que de costumbre.
Entre las sombras de la noche había un hombre envuelto completamente en su manto, que al darse cuenta de que era abierta la puerta, descubrió su cara y dijo lentamente en voz baja: "Soy yo, Tomás, el gemelo... ya regresé".
Pedro respiró de alivio y le hizo pasar inmediatamente. Los demás lo rodearon como abejas y le comenzaron a gritar en coro: "¡Tomás, Jesús ha resucitado!, ¡hemos visto al Maestro!".
La sala, cubierta por la penumbra de la noche, era iluminada sólo por un débil rayo de luz que entraba por la puerta que descuidadamente se había quedado abierta. Pasaron a Tomás al centro, y todos juntos trataban de convencerlo, probando con argumentos y detalles la verdad de lo que decían. Emocionados, se arrebataban desordenadamente la palabra uno al otro, bombardeando a Tomás con diez bocas que parecían cañones que disparaban argumentos de la resurrección de Jesús.
Tomás no podía ni replicar, ni responder. Sus oídos estaban cerrados y no consentía nada. El silencio escéptico de Tomás fue más elocuente que la palabrería de todos los demás, que terminaron también por guardar silencio...
Ellos esperaban que Tomás les creyera inmediatamente y aceptara la Buena Noticia de la resurrección de Jesús, pero todo su esfuerzo había resultado inútil y hasta contraproducente, pues el gemelo contestó rudamente: "No les creo nada y nunca creeré, a no ser que yo mismo meta mi dedo en las manos taladradas por los clavos y mi mano en el costado traspasado por la lanza. Es inútil que continúen tratando de convencerme. La única manera como yo voy a creer, es si yo veo y si yo toco. A mí no me importa lo que ustedes vieron. Eso no vale para mí. Yo quiero experimentarlo".
Los diez apóstoles, enviados por Jesús a anunciar su resurrección a todas las criaturas, no podían convencer al escéptico de Tomás. Los que habían sido llenos de Espíritu Santo, no tenían la capacidad de hacer creer al hermético gemelo, que no aceptaba la verdad de la resurrección. La primera evangelización de la Iglesia entera, resultaba un total fracaso, pues entre diez, no podían evangelizar a uno solo de ellos.
Los diez habían visto y habían creído. Pero a Tomás no le bastaba ver. Exigía un encuentro personal con Jesús, donde pudiera además, tocarlo; y para que no hubiera engaño, debía también meter sus dedos en las hendiduras dejadas por los clavos. El gemelo permanecía impasible, examinando la reacción de todos y cada uno de sus compañeros. Los demás apóstoles estaban llenos de estupefacción por la incredulidad del gemelo. ¡Qué difícil les era evangelizar a Tomás; a ese Tomás que conocía a Jesús, y que había hecho milagros en su Nombre!
A Tomás no le bastaba lo que para otros era suficiente, ni tampoco iba a creer porque otros ya habían creído. No aceptaba que su fe se originara por lo que otros habían experimentado. El exigía vivir y experimentar lo que los demás contaban. El gemelo era de aquellos que no les es suficiente conocer a Jesús por los libros, las películas, las estampitas o las imágenes. El necesitaba, por un imperativo de su propio ser, un encuentro personal con Jesús. El no creería por los sermones, conferencias o documentos eclesiásticos.
Pero con todo esto, Tomás era sincero y honesto. Si por no estar con la comunidad apostólica se había perdido la primera gloriosa manifestación de Jesús resucitado, ahora ya no se iba a alejar en ningún momento de allí, porque había aprendido que Jesús se manifiesta donde dos o más están reunidos en su Nombre.
Por eso, una vez que sus compañeros guardaron silencio y desistieron en su empresa de convencerlo, él mismo cerró la puerta y hasta puso la tranca. No lo hizo por miedo a los judíos, sino para no salir hasta no ver y tocar a Jesús. Luego se sentó junto a María, la madre de Jesús, a esperar pacientemente el deseado encuentro con el Resucitado. Fueron pasando lentamente los días. Mientras en los otros diez aumentaba la ansiedad y el nerviosismo, porque se imaginaban que no volverían a ver a Jesús, la esperanza y la sed del encuentro iban creciendo en el corazón del gemelo.
Así transcurrieron ocho días, hasta que llegó de nuevo el primer día de la semana. Por la tarde, cuando ya estaba cayendo el sol y se preparaban para terminar un día más, otra vez los invadió una intensa luz y un esplendor de gloria celestial. Jesús resucitado atravesaba las paredes, para colocarse en medio de ellos y saludarles diciendo: "La paz esté con ustedes".
Sus corazones palpitaban de prisa, la alegría los inundaba y la felicidad los embriagaba, al volver a ver otra vez a Jesús entre ellos. Todos tenían fija su vista en Jesús, que estaba en el centro de la sala; pero al mismo tiempo ninguno dejaba de observar la reacción de Tomás, el cual estaba contemplando lo que había esperado con esa certeza que viene de la fe, y que no falla.
Jesús hizo caso omiso de todos para mirar detenidamente sólo a uno que estaba hasta atrás de los demás. Lo señaló con su dedo y lo llamó por su nombre, diciendo: "Tomás,... ven,... acércate...".
Los apóstoles dejaron que Tomás pasara libremente en medio de ellos. El gemelo comenzó a caminar lentamente arrastrando los pies, con sus ojos más grandes que nunca, la boca semiabierta y el rostro lleno de asombro.
Tomás había solicitado una prueba, y Jesús había aceptado el reto. Llegaba el momento del desafío y en ocho días veremos la similitud que tenemos con nuestro hermano gemelo. Te invitamos a la Misa de mañana lunes a las 19:00 horas en el templo de Las Rosas, abrá oración de sanación y tenemos una gran sorpresa que tu vivirás ese día. Lo que si te podemos adelantar es que nadie de los que asistan saldrá como llegó, Jesús se llevará tus odios, rencores, envidias, enfermedades, pecado y todo lo que se le parezca, El P. Xavier Andaluz confesará antes de la Eucaristía. Nadie de los que vayan saldrá como llegó. Si abres la página: www.jesusestavivo.org.mx podrás darte cuenta de lo que Jesús está haciendo en su Morelia. Tenemos 34 vídeos de evangelización y testimonos de sanación, el próximo puede ser el tuyo, el más grande es la bendición con el Santísimo. Escucha hoy domingo la Zeta radio a las 18:00 horas el programa: “La Palabra” y vive lo que Jesús tiene para ti desde toda la eternidad: tu salvación-sanación. Puedes ver también el Nuevo Testamento en línea donde dice: Y la Palabra... es Dios. Un click puede cambiar tu vida, atrévete a sanar. Te invitamos a ver en nuestra página web la Misa dominical del domingo en la Iglesia Catedral. El mismo día estará en línea para que vivas y transmitas su contenido.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
Ven Señor Jesús
Aurelio Prado Flores
Carismático
El P. Tardif, Misionero del Sagrado Corazón, recibió de Dios grandes dones como el de Sanación, Liberación, Profecía, Palabra de Ciencia, y sobre todo un amor compasivo para todos.
El Espíritu Santo habitaba en él con poder y fuerza; en una palabra, haciendo presente a Jesús a través de él. Dedicó su vida a evangelizar por todo el mundo, a partir de 1973 en que fue sanado de tuberculosis pulmonar fulminante. Un día, estando en una cama de hospital en Canadá, desahuciado por la ciencia médica, llegaron a orar por él unas personas y el Señor lo sanó.
De ahí salió a buscar a las personas que oraron por él y empezó a tomar el curso: “Vida en el Espíritu”, recibiendo a los pocos meses el “Don de Lenguas”, posteriormente el de “Profecía”, y poco a poco los demás carismas.
Cuando regresó a Santo Domingo trabajó en la Renovación Carismática. Tiempo después pidió permiso a su Comunidad Religiosa para salir a dar retiros recorriendo muchos países, desde 1981 hasta que el Señor lo llamó a su lado el 8 de junio de 1999. Tuvimos la dicha de tenerlo en el “Estadio Morelos” en la Segunda Jornada de Evangelización con Pepe Prado. Él decía: “Me siento muy feliz de poner al servicio de ustedes esa salud que Dios me regaló”.
De Pepe Prado sabemos que es un seglar casado y padre de cuatro hijos, elegido por el Señor, el cual le ha regalado muchos dones y carismas. Después de estudiar Filosofía y Biblia, se especializó en catequesis en Bélgica y ha escrito más de 45 libros. Es evangelizador que va por todo el mundo y predica la Palabra con mucho poder. Pepe relata: “Cuando recibí el bautismo en el Espíritu Santo, comprendí que por mucho que hiciera: siendo bueno, estudiando la Biblia, asistiendo a los sacramentos, con todo eso no podía alcanzar a Dios, llegué a la conclusión que solamente con su gracia y aceptando la salvación que ya está ganada por Él, a precio de su sangre, puedo alcanzarlo; o más bien, ya Dios me alcanzó a mí. Él me encontró, Él me eligió y ahora yo lo proclamo para que tú también lo tengas”.
Todo esto nos lo dijo con lágrimas en los ojos y agradeciendo a Dios por su misericordia. Actualmente, preside la Escuela de Evangelización “San Andrés” fundada por él, por el P. Emiliano Tardif y por William Finke. “Esta Escuela busca ‘Pedros’ que sirvan, amen y prediquen al Señor Jesús más y mejor que nosotros mismos”.
Viaja constantemente con su equipo de evangelizadores, dejando a su paso más de 2100 Escuelas de Evangelización en los cinco continentes, ya que no sólo enseña a aprender, sino que enseña a enseñar.
Pepe viajó con el P. Emiliano por todo el mundo, dando retiros y cursos. Escribió en colaboración con el P. Tardif el libro: “Jesús está vivo”, traducido a más de 25 lenguas, “Jesús es el Mesías” y “La vuelta al mundo sin maleta”, narrando las maravillas que Dios está haciendo por todo el mundo. Si deseas tener en tus manos los libros de Pepe Prado, manda un correo a: aurelio@jesusestavivo.org.mx y ese mismo día tendrás en tu correo electrónico lo que solicites.
¡Déjate amar por Dios! que te envuelva su amor, que te llene con su gracia, que derrame todo su amor en ti de manera tal que hasta se te note. ¡De verdad! ¡Tienes qué creer! Porque cambia tu manera de pensar, de sentir, de actuar y hasta de soñar. Y todo esto porque ¡JESÚS ESTÁ VIVO!
Hay muchos testimonios de personas que leyendo estas líneas, han buscado y encontrado a Jesús, han reconocido que está vivo, que sigue ofreciendo su salvación, y han sido sanados de alma y cuerpo, incluso enfermos desahuciados.
Estaban siete mil personas congregadas en el nombre del Señor y en día de trabajo (era un viernes). Toda esa gente dejó sus labores para buscar a Dios. ¡es sencillamente fascinante! Se cumple lo que anunció el Profeta: “He aquí que vienen días -oráculo del Señor Yahveh- en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Yahveh”: Am 8,11.
Los cánticos nos iban envolviendo poco a poco, llevándonos a un estado de gran felicidad. ¡Cómo quisiera tener palabras para explicar esto!
La devoción aflora en la gente: niños, jóvenes y adultos, todos y cada uno de ellos son envueltos por la misma espiritualidad. Por un momento creímos estar en el cielo escuchando cantos celestiales; muchos lo hacían en lenguas, yo por mi parte nunca había escuchado eso, los sentía como coros de ángeles. ¿Estaré muerto y no me doy cuenta? me preguntaba.
¿Qué nos pasó? No lo sé. La manera de predicar la Palabra de Dios era diferente, la escuchaba distinta. Pensé: Es el mismo Evangelio que desde niño he escuchado y leído, el que mis padres me transmitieron. Sin embargo, ahora siento como si la Palabra hubiera cobrado vida.
¡La predicación es para mí! ¡Esta Palabra de Dios es para mí hoy! Esta predicación la estaba impartiendo Pepe Prado con mucho poder, de manera tal que nos arrancó lágrimas a todos y a través de esa predicación fuimos abriendo nuestro corazón hacia el perdón.
La plática fue sobre la mujer adúltera y nos transportó a vivir el perdón que experimentó ella, ¡y lo vivimos también nosotros! Era la primera vez que escuchaba una predicación con tanto poder, incluso pensé: “Si todos los sacerdotes nos hablaran así de Jesús, otra cosa sería nuestro mundo”.
El Padre Tardif empezó a decir que Jesús estaba sanando a varios de los sacerdotes ahí presentes que padecían de los ojos, y que algunos hasta tenían fuertes dolores de cabeza por el esfuerzo para leer. Que en ese momento los sacerdotes estaban sintiendo una lágrima gruesa que les nublaba la vista.
Les indicó que se limpiaran los ojos y que iban a ver perfectamente. Se pararon como diez sacerdotes que estaban junto al Padre, ahí en el altar, unos llorando, otros sorprendidos, no sabían qué les pasaba.
Han de ser “paleros” pensé, que se prestan a estas cosas; pero por ahí estaba Jesús sonriendo y diciendo: “Tengo también un regalo para ti”. “¡Ya veo! ¡Ya veo!”, gritaba repentinamente una viejecita. “Suba el estrado”, le indicó al Padre Tardif, y cuando la ancianita llegó dijo: “Perdóneme Padrecito, yo no pagué la entrada, yo creía que era un juego de pelota, estábamos en una cancha, y entré a pedir limosna para comprarme unos lentes, me gusta leer y ya no podía hacerlo, pero ahora ya veo nuevamente”, dijo llorando y con gran júbilo.
“¿Le gusta leer?”, preguntó el Padre. “¡Sí!”, contestó ella. Al momento, el Padre Tardif puso la Biblia cerrada en manos de la señora.
“Lea donde el Señor le indique”, dijo el Padre. Al abrirla, la señora empezó a leer: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo se os dará por añadidura”.
Al escucharla, se me enchinó la piel. Todos estábamos asombrados. Se escuchó un largo clamor... “¡Aleluya, Gloria a Dios!”, era un júbilo general.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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