viernes, 2 de julio de 2010

Una mujer con mucha sed

Cuando se leen algunas entrevistas, que aparecen en revistas en donde artistas de cine muy famosas externan sus opiniones acerca de todo, y se muestran muy seguras de sí mismas y hasta felices, uno piensa en la mujer samaritana, reportada en el evangelio de Juan. También ella se exhibió muy segura de sí misma ante Jesús; hasta pretendió darle clases de religión. Pero resultó que, en el fondo, aquella mujer era muy infeliz. Su seguridad era sólo apariencia. Una máscara cubría su verdadera personalidad.
La mujer samaritana había querido vivir a lo grande; había intentado sacarle jugo a la vida: pero, por más que tenía un pozo cerca de su casa, se estaba muriendo de sed. Es que ella había pretendido vivir a espaldas de Dios. Y por ese camino nunca se encuentra la felicidad. En el salmo primero de la Biblia sólo se promete la felicidad al individuo que es como un árbol junto al río de Dios. Sólo él tendrá frutos y hojas verdes en todo momento.
La mujer samaritana empleó un sutil mecanismo de defensa ante Jesús. Cuando sintió la presencia de la luz, cerró inmediatamente la ventana de su alma. Así como el párpado se cierra ante un amenazante granito de polvo que quiere introducirse en la pupila. Ella, que no practicaba la religión, ni le interesaba, quiso precisamente discutir de religión con Jesús. Es que no quería que Jesús se fijara en ella. Le tenía miedo a la luz. Por eso mejor hablaba de cosas de religión: y, más aún, mejor, acusaba...
Este curioso mecanismo de defensa es muy común: personas a quienes las cosas de religión les interesan un comino, son las que tienen siempre en la punta de la lengua algún reproche a la religión, algo que discutir y criticar. En el fondo también ellas están huyendo de la luz. Quieren enfilar sus dardos contra lo externo mejor si es religioso como para tranquilizarse, porque tienen temor de ver hacia dentro en donde no reina la luz y, más bien, las tinieblas han ingresado y oscurecido el pensamiento.
Afortunadamente hubo un momento en que la mujer samaritana se supo callar y no siguió discutiendo. Fue cuando Jesús le hizo ver su mal vivir. Ella se calló. Podía haber seguido con sus peroratas, pero no. Hizo silencio. Eso le bastó a Jesús para continuar su ingreso en el corazón de aquella mujer.
Lo decisivo en este encuentro fue cuando la mujer samaritana llegó a creer que aquel individuo, que no tenía una cubeta para sacar agua del pozo, le podía quitar a ella la sed para siempre. Ella le dijo: "Dame de esa agua". Este fue el punto central de su conversión. Le había sido concedida la fe.
En este cuadro de vivos colores, se destacan varias las tácticas que Jesús emplea con los descarriados -que no por eso dejan de ser hijos de Dios. Primero emplea la táctica del buen pastor que va en busca de la oveja descarriada. Jesús se sienta a la orilla del pozo para esperar a que llegue la mujer descarriada. En segundo lugar emplea la táctica de hacerla sentir importante. Comienza pidiéndole un poco de agua. El, que era la fuente de agua viva, estaba mendigando un poco de agua. Esta sutil política divina la empleó también Jesús con Zaqueo; todos los del pueblo lo despreciaban por extorsionador; Jesús, en cambio, le pidió que lo hospedara en su casa. Y Zaqueo se sintió muy importante. No se imaginaba que, al abrir las puertas de su casa, estaba abriendo también las de su corazón.
Aunque Jesús empleara la política, su política era limpia. Y por eso no trató de adular a la mujer de Samaria. Fue directo al blanco y le hizo ver su mal proceder. Que el agua de los charcos no puede quitar la sed. Y ella dejó que aquel extranjero, con cara de profeta, le dijera esas cosas, las mismas que repetían los del pueblo, pero a sus espaldas... Su silencio fue su confesión. Como el buen ladrón confesó su maldad. La confesión del ladrón, en la cruz, fue también indirecta. Reprendió a su compañero que insultaba a Jesús. Ellos estaban allí por ser malvados, pero ése del centro era muy diferente. Y al Señor le bastó ese abrir la ventana del corazón para conceder le la fe y el perdón. Sí se acordó de él ese mismo día cuando juntos ingresaron en el paraíso. Al Señor le basta que alguien acepte que anda mal para poner en juego su acción liberadora. Hasta que el enfermo decida someterse a la operación, hasta entonces el médico puede extirpar el tumor.
En este cuadro de Juan, se capta, con profundidad de dimensión, lo que Pablo recalca en su segunda carta a los corintios en donde hace ver que el que está en Cristo es "nueva persona". Aquella mujer había ido al pozo a sacar agua, a medio día. Lo apunta muy bien Juan. En Palestina a nadie se le ocurre ir a sacar agua al pozo a medio día. El calor es insoportable. Aquella mujer escoge esa hora porque no quiere relacionarse con nadie del pueblo. La han herido terriblemente. Pero para el encuentro con Jesús no hay una hora establecida. También puede ser bajo el ardoroso sol del mediodía de Palestina. Al final, cuando llegó la conversión de esa mujer, salió a buscar a los del pueblo para contarles lo que Jesús había hecho en su vida. Esa era la "nueva creatura" -nueva persona que recién salida de las manos de Jesús volvía a entablar diálogo con los del pueblo a quienes ya no odiaba porque había experimentado el amor del perdón. "Vengan a ver" fue la expresión redentora de su cárcel de silencio rencoroso.
Evidencia de un verdadero encuentro con el Señor es que la persona se ve impulsada a ir a los otros, a perdonarlos y amarlos como advierte el mismo Juan, no se puede decir que se ama a Dios a quien no se ve, si se odia al hermano a quien se ve. La prueba para demostrar que se ama a Dios no es nuestra habitación, sino la calle. En nuestra habitación nos sentimos muy seguros, pero en la calle sale a relucir lo que somos en realidad.
Algo más. Señal del verdadero encuentro de alguien con Jesús es la necesidad imperiosa de hablar de su salvador, de su transformador. Esta mujer, que antes le daba tanta importancia a los detalles para el culto de Dios -¿En el monte Garizim o en Jerusalén?-, ahora, en media calle, comienza a proclamar el nombre de Jesús. Ya no le importaban los lugares.
Señal de que alguien de veras se ha encontrado con Dios es que, como los apóstoles en Pentecostés, necesita ir a las calles a contarle a todo el mundo que Jesús es el Señor de su vida porque es el único que ha podido quitarle su sed.
Abundan las personas que pregonan que pueden construir su vida siguiendo una religión "a su manera" o sin ella. Se muestran muy seguras, y, en el calor de la discusión, hasta afirman que encontraron la felicidad. Pero les pasa como a las artistas de cine que son entrevistadas por los periodistas: sonríen mucho por fuera, pero en su interior hay un nubarrón de ansiedades. Muchos han experimentado el camino de religiones orientales que están muy de moda. Muchos han ido y regresado de sus experiencias múltiples, buscando calmar sus inquietudes e inconformidades. Hasta que confíen en que Jesús puede darles agua viva, hasta que crean que él, que no tiene cubeta para sacar agua, puede quitarles la sed, hasta entonces saldrán gritando de júbilo por las calles con el deseo ardiente de contarles a todos lo que Jesús ha realizado en sus vidas.
Eso se logra cuando dejamos que Jesús extraiga nuestros tumores cancerosos y nos dé a beber agua viva que brota de su corazón.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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