miércoles, 2 de junio de 2010

Don de evangelizar

Durante el mes de junio, después de una jornada de evangelización por Argelia y Marruecos, Dios le concedió la gracia de visitar Tierra Santa al P. Emiliano Tardif. Al día siguiente de su llegada se levantó muy temprano, antes de que saliera el sol, y se internó por esas viejas y torcidas calles de la siempre nueva ciudad de Jerusalén; recorriendo el mismo camino de María Magdalena el Domingo de Resurrección.
Al llegar al santo Sepulcro se encontró con un amigo mexicano que había ido a casarse a Caná con una linda puertorriqueña. Al entrar en el monumento, él les hizo notar una inscripción escrita en griego que decía:
¿POR QUE BUSCAN ENTRE LOS MUERTOS AL QUE ESTÁ VIVO? ¡NO ESTA AQUI! ¡RESUCITÓ!
Todavía no salgo, nos dice el P. Emiliano, del asombro de esa madrugada que es como el eco del Domingo de Pascua. El que murió en la cruz, abandonó el sepulcro y está vivo. De la oscuridad de esa tumba ha brotado una luz que ilumina a todos los hombres iniciando una nueva creación.
Si Jesús no está en la tumba vacía de Jerusalén se encuentra en todas partes del mundo. El único lugar de esta tierra donde Jesús no se encuentra es en aquella tumba labrada en la piedra que un día le prestara su amigo José de Arimatea.
Jesús envió a sus apóstoles no a enseñar teorías ni ideas abstractas sino a testificar lo que habían visto y oído. Pero, desgraciadamente, parece que estamos más preocupados de enseñar doctrina que en comunicar vida. Para crecer en la vida de Dios antes se debe haber nacido por el poder del Espíritu Santo.
Un evangelizador es ante todo un testigo que tiene experiencia personal de la muerte y resurrección de Cristo Jesús, y que presenta, más que una doctrina, a una persona viva que comunica vida y vida en abundancia. Después, sólo después y siempre después, se debe enseñar la catequesis y la moral. A veces estamos muy preocupados en que la gente cumpla los mandamientos de Dios antes de que conozcan al Dios de los mandamientos. No debemos olvidar que los mandamientos fueron dados después de la teofanía del Sinaí.
Nadie puede ser auténtico transmisor del Evangelio si él mismo no ha experimentado la nueva vida traída por Cristo Jesús. Cuando comunicamos lo que el Señor ha hecho a partir de su resurrección entonces todo cambia. La predicación va acompañada de las señales y prodigios que Jesús prometió.
En Jánico, el párroco invitó al P. Emiliano a dar un retiro, advirtiéndoles que allí la gente era muy dura y no le gustaba ir a la iglesia. Cuando llegó la primera noche no había mucha gente. Pero había allí, postrado en el suelo, un hombre que parecía un muñeco de trapo que no podía mantenerse en pie. Además, estaba tullido también de las dos manos y no podía comer ni caminar por sí mismo. En verdad daba lástima ver aquel hombre.
En su interior el P. Emiliano pensaba: ¿para qué traen a este hombre aquí...? Como lo distraía mucho con su aspecto tan lastimoso dijo: Vamos a orar por este hombre para que luego se lo lleven a su casa.
Al iniciarse la oración, él comenzó a sudar y a temblar. Al verlo me acordé que también yo había sentido un profundo calor cuando el Señor me curó. Entonces le ordené: ¡Levántate! ¡El Señor te está sanando!
Luego lo tomé de la mano y le ordené: ¡camina!, hasta que llegó al sagrario. Allí dio su testimonio, de pie, diciendo que tenía 10 años sin poder dar un paso. Yo simplemente estaba asustado y pensé en mi corazón: qué bueno que no sabía que tenía tanto tiempo inmóvil; si no, no me atrevo a decirle que se levante...
Esa tarde salimos todos juntos de la iglesia, cruzamos la calle y nos sentamos en el atrio. Al sentarse añadió: Pero es que el Señor también me sanó la mano. La puedo mover. Ese tullido nos llenó el local para el día siguiente. La gente ya no cabía y estaban atrás de las persianas y de la puerta de la iglesia
El día que comprendamos el poder que tiene el testimonio, cambiará nuestra predicación. Antes yo preparaba mucho mis homilías. Estudiaba autores clásicos y leía teólogos modernos Eran tan buenas y profundas mis lecturas que no quería que se perdiera nada de lo que les iba a decir. Entonces apuntaba todo en un papel y lo leía a la hora de predicar para aprovechar la riqueza de lo que quería transmitir.
Sin embargo también en eso el Señor me ha transformado. Un domingo, delante de los apuntes bien hechos de mi homilía, el Señor me dijo: Si tú que tienes tantos estudios y has leído tanto no eres capaz de grabártelo en la memoria sólo para repetirlo, ¿cómo quieres que esta gente sencilla que no tiene la misma preparación que tú, lo grabe en su corazón para vivirlo? Desde entonces cambié mi predicación. Ahora ya no hago otra cosa sino testificar el poder de Dios y lo que El está haciendo, y cuento las historias del amor de Dios.
He aprendido otra cosa más importante: lo esencial no es hablar bien de Jesús sino dejarlo actuar con todo el poder de su Espíritu. ¿Para qué queremos hablar maravillosamente de Jesús si podemos dejarlo actuar a través de nosotros? El Evangelio no es palabras. El Reino de Dios es poder y fuerza que vienen de lo Alto y se manifiesta entre nosotros.
En una ocasión prediqué muy largo; más de una hora. Al final se acercó un sacerdote un poco enfadado y dijo señalando su reloj: No me gustó la conferencia del padre Tardif, pues en 67 minutos que habló de milagros y milagros no hizo alusión a ninguno de los del Evangelio... Otra persona que lo oyó respondió: ¿Para qué hablar de los milagros de hace dos mil años si puede hablar de los que Jesús hizo en la semana pasada?
Lo que me pasa es que son tantas e innumerables las maravillas del Señor, que ni todo el resto de mi vida me alcanzaría para contar lo que Dios ha hecho en estos veinte años. Por eso, cuando sólo tengo una hora, debo contar lo más reciente. He predicado ya en los cinco continentes diciendo siempre lo mismo, porque no tengo otra cosa que comunicar...
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¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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