miércoles, 9 de junio de 2010

No temer las malas noticias

Un jefe de la sinagoga, y por lo tanto rígido cumplidor de la Ley, de nombre Jairo, fue a buscar a Jesús para que atendiera a su hija única de apenas doce años, que agonizaba. Como no había tiempo que perder. el Maestro se encaminó a toda prisa a la casa del funcionario. Pero en el camino una mujer que sufría flujos de sangre, interrumpió su paso no sólo para ser curada, sino invirtiendo el precioso tiempo, contando toda su historia clínica y cómo había sido curada al tocar el manto de Jesús.
Así se perdió el valiosísimo tiempo que era necesario para llegar a tiempo a la casa de Jairo. Entonces, llegan los siervos de la casa de jefe de la sinagoga para comunicarle la “mala noticia” de que su hija ya había muerto y que, por lo tanto, no había nada qué hacer. Lo desaniman diciéndole que ya era inútil cualquier esfuerzo, pues habían desaparecido los signos vitales de la niña. Jesús por el otro lado, le asegura que simplemente crea y tenga fe. El funcionario, con el corazón apachurrado, volteaba a uno y otro lado, sin saber a quién creer: Si a los siervos que le daban una mala noticia o a Jesús que le aseguraba que la niña no había muerto, sino que simplemente estaba dormida. (Mt 9,18-26)
Nuestros periódicos y noticieros están llenos de notas rojas y amarillas que alarman y quitan la paz. De mil formas somos asaltados por acontecimientos alarmantes de terrorismo, injusticia, robos; e infelizmente, también nosotros nos convertimos en profetas de desventuras que propagamos los reportes negativos de accidentes, enfermedades y corrupción. Por otro lado, tenemos la Palabra y Promesa de Jesús, que asegura: No temas, simplemente ten fe: Mc 5,36.
Nosotros, y solamente nosotros, decidimos a quién escuchar y a quién creer. Para no caer en el pesimismo y la desconfianza que desaniman y quitan fuerzas, el Salmista nos invita a no acoger las malas noticias: No tienen que temer noticias malas, firme es su corazón, en YHWH confiado: Sal 112,7
El 31 de diciembre se reunían los sapos y las ranas del pantano para su competencia anual. El objetivo era llegar a lo alto de una montaña antes de las doce de la noche. Al atardecer, comenzó la contienda con los brincos de los competidores, que no dejaban de sonreír, con la esperanza de obtener el premio de la carrera.
La multitud de curiosos no creía que pudieran alcanzar la cumbre y miraban con desconfianza el desfile de sapos y ranas. Entonces, comenzaron a decir en voz alta: Esos sapos no lo van a conseguir. Es imposible. Qué pena. La montaña es muy alta. No van a poder.
Los sapos más viejos desistían, desanimados por los comentarios de los demás: Es verdad, no podemos; no vale la pena seguir adelante, aseguró convencido el primero. La montaña es demasiado alta, dijo otro, mientras que uno más aseguro: Además, ya no hay tiempo.
Ante los permanentes y crecientes comentarios negativos de los circunstantes, otros sapos también fueron claudicando; convencidos de que se trataba de una misión imposible. Sólo un pequeño batracio no dejaba de saltar, con una sonrisa de oreja a oreja.
Entonces, todas las palabras y comentarios de desánimo se centraron en el sapito. A veces en coro, a veces diferentes animales, le decían con la mejor de las voluntades: Ni te esfuerces, no vale la pena; eres demasiado pequeño; si otros no han podido, tú menos. ¿Para qué te cansas? Es inútil, no vas a llegar. Ya no hay tiempo.
Pero el sapito seguía saltando, sin que le influyeran los presagios negativos, mientras las campanas comenzaban a indicar que estaba terminado el tiempo. Pero, antes de la última campanada de las doce de la noche, el sapito cruzó la meta, ante el aplauso y la admiración de todos los animales del pantano.
Las cámaras y los reflectores lo rodearon. Los periodistas le preguntaron cuál había sido su secreto para alcanzar la meta y vencer las predicciones y opiniones negativas.
El sapito no contestaba. Le insistieron para que revelara su secreto. El sapito sacó un papel donde estaba escrito: "Soy sordo".
La sordera ante las posturas de derrota, es la vacuna para no contaminamos de tristeza o desánimo. Las palabras que se albergan en nuestra mente tienen un efecto inmediato; para bien o para mal. Por eso, hay que cerrar la puerta al pesimismo.
No puedes evitar los amargos frutos de la frustración de los demás, pero sí eres capaz de inmunizarte contra sus estragos. No permitas que personas con mente negativa derrumben las mejores y más ricas esperanzas de tu corazón. No consientas que los vientos de las críticas apaguen la llama de la esperanza.
Sé sordo al negativismo y pesimismo, así como a quienes desconfían de ti, asegurándote que no puedes realizar tus sueños. Si atiendes y das crédito a quienes te hacen temblar con noticias alarmantes y negativas, vas a vivir en el temor y la zozobra.
Somos receptores tanto de buenas como de malas noticias, pero nosotros tenemos la capacidad de abrimos a las primeras y cerrarnos a las segundas. Por eso, el Salmista nos invita a no recibir las malas noticias.
Sin embargo, las voces más peligrosas, no vienen de afuera, sino de dentro de nosotros mismos. Por eso, sé sordo a tus gemidos lastimeros que te convierten en víctima y te conducen a la auto compasión. No te creas cuando del fondo de tu corazón brota una voz que repite: "No puedo, no vale la pena, es imposible".
En nuestro interior también generamos fantasmas que nos asustan, como aquella noche de tormenta en el Lago de Tiberíades, el miedo hizo que los discípulos confundieron a Jesús con un fantasma revestido de noche.
No cures, Señor, mi sordera. Hazme sordo para las malas noticias. Que no escuche ni se alberguen en mi corazón los pensamientos negativos que crean actitudes pesimistas y destructivas. Hazme sordo cuando me dicen que no puedo, que es imposible y que no vale la pena. Hazme sordo, Señor, para no escuchar a los profetas de desventuras, pero al mismo tiempo, transfórmame en alegre mensajero de buenas noticias que no apagan la mecha que humea, sino que creen en milagros y esperan contra toda esperanza (Mt 12,20; Rom 4,18), porque mi fe está cimentada en que un muerto ha resucitado al tercer día.
De manera especial hazme sordo a mis voces internas que aparecen como fantasmas para desanimarme y desalentarme. Que no me deje influir, ni siquiera por mí mismo, cuando el cielo se tiña de gris o el mar amenace con tormentas. Y cuando vengan a decirme que ya no hay nada que hacer, Señor, háblame más fuerte y repíteme: Ve, tu fe te ha salvado. No tengas miedo. Así sea.
No acojas palabras que te dañen, ni pongas fertilizante a las noticias negativas
-Existe una virtud a la que no se le ha dado su debida importancia hasta el día de hoy: La esperanza. Se le llama, la hermana menor entre las virtudes teologales. Sin embargo, Pablo la valora de forma especial: La esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado: Rom 5,5.
La prueba que el Apóstol da, es irrefutable: Dios ya derramó su Espíritu. Espíritu que renueva la faz de la tierra en nuestros corazones y nos hace vivir nuestra salvación en la esperanza. (2Cor 1,22; Rom 8,24)
La virtud de Abraham no fue simplemente la fe, sino su fe expectante. El anciano patriarca de Ur de la Caldea, supo "esperar contra toda esperanza". (Rom 4,18) Cuando el cumplimiento de las promesas parecía ilógico y hasta contradictorio, él siguió esperando: (Abraham) esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo constructor es Dios: Heb 11,10.
En una amplia sala, cuatro velas compartían su luz en una tarde de verano. Cuando el crepúsculo diluyó los colores y se alargaron las sombras, un triste diálogo surgió entre ellas: La primera vela, dijo con sollozos: Yo soy la paz ... Yo no sé qué hago encendida en este mundo. Los hombres anteponen la guerra, la violencia y el terrorismo. Yo, mejor, me apago... Y se fue muriendo...
La segunda vela, afirmó con decepción: Yo soy la verdad... Ya no sirvo para nada en este universo. Las personas prefieren vivir en la mentira y el engaño. Me han rechazado y se mienten los unos a los otros. Yo no tengo ya nada qué hacer en este planeta. Mejor, voy a desaparecer de este mundo...
La tercera vela se levantó con tristeza: Yo soy el amor... Yo ya no tengo fuerza para mantenerme viva. La gente ya no cree en el amor: Los matrimonios se divorcian y las familias se dividen. Reina el egoísmo por doquier. Prefiero extinguirme... Y se fue apagando...
David, un niño de nueve años, entró lentamente a la sala que era iluminada tenuemente por la última vela. Le dio miedo y comenzó a llorar. Tengo miedo. Ha desaparecido la paz, la verdad y el amor. El mundo, mi mundo, está en tinieblas. No quiero vivir en este caos tan oscuro.
La última vela, la única que continuaba encendida, iluminó las lágrimas de sus ojos y le dijo: David, no llores, no tengas miedo. Mientras yo permanezca encendida, yo puedo volver a prender todas las velas que estén apagadas. Yo soy capaz de comunicar luz otra vez a la paz, la fe y el amor.
El niño preguntó: ¿Tú eres capaz de encender otra vez la luz de la paz, de la fe, y del amor? ¿Quién eres tú? ". La vela respondió: David, yo soy la esperanza. Mientras yo permanezca encendida, no todo está perdido. El niño repitió: Tú eres la esperanza. ¿Mientras tú permanezcas encendida, no todo está perdido? Con mi luz se pueden volver a encender la paz, la verdad y el amor.
El niño tomó la vela de la esperanza y encendió las otras tres, mientras proclamaba: "Con la esperanza logramos encender todas las velas apagadas". Las otras velas repitieron a coro: "Con la esperanza se encienden todas las velas apagadas". La esperanza hace posible lo que esperamos y podemos encender todas las velas apagadas.
Así como Abraham vio el día del Señor que esperaba, nosotros podemos ya vivir nuestra salvación en la esperanza. (Jn 8,56; Rom 8,24)
Así como el suicidio es la puerta falsa para quienes perdieron la esperanza, la fuerza interna que permitió la sobre vivencia en los campos de concentración, o con la cual David venció a Goliat, fue también la esperanza. A nosotros nos corresponde ser profetas de esperanza, que podemos anunciar que el valle de huesos secos, vuelve a la vida, gracias al Espíritu de Dios que es capaz de renovar todas, sí, todas las cosas. (Ez 37,1-14)
Puedo perder todo, menos la esperanza que me ayuda a recuperar lo que ya antes había extraviado para vislumbrar lo que todavía no recibo, y sobrevivir en la oscuridad de la vida, y aún más, encender otras velas que hoy se han extinguido.
Quiero ser misionero de la esperanza en ese matrimonio roto, en esa enfermedad incurable, en esa depresión desgastante o en ese laberinto que parece que no tiene salida. Sólo necesito una nueva efusión de Espíritu Santo, que me haga esperar contra toda esperanza; que si el Espíritu de Dios resucitó a Jesús de entre los muertos, también puede resucitar cuanto está apagado en mi cuerpo, mi alma y mis relaciones con los demás.
Necesito la esperanza que el valle de huesos secos, especialmente el mío, puede volver a la vida y que son posibles los prodigios, milagros y curaciones el día de hoy.
Mientras permanezca encendida la luz de la esperanza, todo es posible
Te invitamos a ver nuestros videos. Abre nuestra página www.jesusestavivo.org.mx y en You Tube podrás ver más de 280 vídeos de misas, evangelización y testimonios de sanación. Lo que hizo Jesús hace dos mil años lo repite hoy porque él tiene el mismo poder de antes: TODO. Cuando un leproso le dijo: “si tú quieres, quedo sano”. Jesús contestó: “Quiero, queda limpio”. Le impuso sus manos y el leproso quedó sano y limpio. Hoy le decimos a Jesús: “Señor, los que están viendo los videos están enfermos, quieras o no quieras sánalos”. ¿Cuál va a ser la respuesta de Jesús? La misma: “quiero, queden sanos”. Jesús es Dios de una sola palabra, porque su Palabra es la misma de ayer, la misma de hoy y la misma por siempre. ¡Gloria a a Dios!
El Buen Pastor cuida a sus ovejas y además las junta en un solo rebaño con un solo Pastor. Después de reunirlas las alimenta en prados de fresca hierba y por si fuera poco se da de comer él mismo en la Eucaristía. Si tu comes a Jesús en la Eucaristía tu enfermedad tiene los minutos contados. Te diremos que el Buen Pastor SANA a sus ovejas que identifica por su nombre. Este mensaje de salvación-sanación es para cada uno de los que vean este video. Todos los videos que realizamos tienen como centro la Palabra de Dios y después y siempre después la oración por la salud de los enfermos. No nos sana hierba ni emplasto alguno sino tu Palabra Señor Jesús, ¡que todo lo sana! Hoy en la Zeta radio, 96.3 FM estéreo y 1340 AM digital, a las seis de la tarde, cuarenta y cinco minutos de bendiciones con “La Palabra” que brilla en tus tinieblas, en tus enfermedades. Escucha, participa y vive lo que Jesús tiene para ti desde toda la eternidad. ¡Gloria a Dios!
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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