miércoles, 20 de enero de 2010

Jesús contesta

Durante el Congreso de Quebec en 1974 le pidieron al P. Emiliano un taller sobre los signos que acompañan la evangelización. La sala de las conferencias estaba llena con unas 2,000 personas. Como había mucho ruido en el pasillo exterior, dejó su folder sobre el escritorio y él mismo salió discretamente a cerrar la puerta para estar más recogidos.
En el pasillo estaba una señora en silla de ruedas que tenía cinco años y medio sin poder caminar. La invitó a entrar pero ella respondió: Yo quería entrar pero no me dejan, pues la sala está llena y no puedo caminar. Venga -le dijo el padre- y empujó la silla. Cerró la puerta y comenzó la conferencia, insistiendo en la importancia de anunciar a Jesús resucitado que sana y salva a todo el hombre y a todos los hombres.
Di el testimonio de mi curación -dijo el padre- y cómo el Señor nos cura con su amor. Subrayé la importancia de testificar las maravillas del Señor en nuestra vida. Una persona se puso de pie y argumentó: Yo soy cristiano y creo en Dios. Pero también soy médico y creo que antes de afirmar que estamos curados deberíamos de tener un examen médico que certificara la curación; como lo hacen en Lourdes por ejemplo. Usted, como médico, tiene derecho a hacerlo, pero cuando uno siente la sanación como fue mi caso, no se puede esperar lo que digan los médicos para dar gracias a Dios...
El replicó diciendo que deberíamos ser prudentes y mil cosas más, argumentando con palabras que yo ni entendía. Sus razones eran como hielo que caía sobre la asamblea, pues yo no sabía qué contestarle.
Cuando todo se estaba viniendo abajo por la prudencia y sabiduría de ese médico, la señora de silla de ruedas que yo había introducido en la sala sintió una fuerza, se levantó y comenzó a caminar sola por el pasillo de la sala.
Por un accidente de automóvil cinco años y medio antes, había tenido una delicada operación y le habían quitado las rótulas. Por tanto, médicamente ella no podría volver a caminar. Pero el Señor la levantó ante los aplausos y admiración de todo mundo. Unos lloraban y otros la felicitaban. Su nombre era Elena Lacroix.
Al llegar al micrófono nos dio su testimonio. Cuando terminó de hablar, y la gente aplaudía, me dirigí al médico y le pregunté si creía que deberíamos esperar un examen médico o si ya podíamos dar gracias a Dios.
El médico se tiró de rodillas al suelo. Era el más conmovido de todos. Se sentía apenado y avergonzado de haber hecho el ridículo. Yo le dije: No se preocupe. Dios quería hacer un gran milagro hoy y lo usó a usted para manifestar su gloria, diciendo: "Como el padre Emiliano no te puede contestar, Yo si lo haré". Esta fue la primera sanación física que vi con mis ojos, precisamente al evangelizar.
¡Gloria a Dios!
La fe es un ancho canal que favorece que al agua viva de la salvación se manifieste en nuestra vida. La fe nos hace entrar en comunión con Dios mismo y participar su salvación integral, incluyendo la sanación, sea física, sea interior.
La fe es confiar, depender y entregarse sin condiciones a Dios y su designo sobre nuestra vida, renunciando a nuestros planes y medios de salvación. Es decir, nos hace tener los ojos fijos en el Señor Jesús que murió por nosotros y ya resucitó. Hay personas que tienen los ojos en ellas mismas y no en el Señor. Están pensando más en su sanación que en el Sanador.
Se trata de tener fe en Jesús; no fe en nuestra fe. Esto último no sirve de nada. El mejor acto de fe es cuando creemos que Dios es más grande que nuestra poca fe y que no puede depender de nosotros.
Llamamos fe expectante a aquella que espera con certeza y confianza que Dios actúe de acuerdo a sus promesas, sabiendo que El quiere sanarnos. Cuando creemos de esta manera es como si en vez de tener unos cables delgados extendemos unos gruesos para que la acción de Dios sea de alto voltaje.
Yo generalmente no acepto orar por los enfermos sin antes edificar su fe con algunos testimonios para que esperen y confíen en que el Señor quiere sanarlos.
Un día concelebraba la Eucaristía con un Obispo. Su homilía fue una joya que mostraba elocuentemente el valor de la cruz y del sufrimiento. Después de la comunión me sorprendió al pedirme que orara por los enfermos. Yo le repliqué: Monseñor, su homilía sobre la cruz fue tan bella que nadie quiere ya sanarse... pero si me permite hablar antes sobre el poder de la cruz y cómo la sanación es un signo del amor de Dios...
Jesús nos ha prometido que obtendremos aquello que creemos que ya hemos recibido. (Mc 11,24) El Evangelio está lleno de personas que piden y reciben, buscan y encuentran, llaman y se les abre la puerta. Dios nos pide ser sencillos en nuestra fe. Sin embargo, hay gente que ora así: Señor, si es tu voluntad, si me conviene, si va a servir para mi santificación y salvación eterna... entonces, ¡cúrame!
Ponen tantas condiciones que más bien parecen excusas a su falta de fe. Debemos ser pobres que dependen totalmente de su Padre. Un niño nunca dice a su mamá: Mamá, si me conviene y no me hace daño el colesterol, dame un huevo.
El niño simplemente pide y la mamá sabe si le conviene o no. A nosotros nos corresponde ser pobres y humildes y pedir con la confianza de recibir.
Otros limitan el poder de Dios y dicen así: Señor yo estoy enfermo del corazón, la garganta y mi rodilla. Pero con tal que me sanes el corazón, me consuelo.
Estos también están orando mal. Hay que pedir el paquete completo, sin ponerle límites a la acción de Dios. El es magnánimo y da abundantemente. Si tiene y da el Espíritu Santo sin medida, de igual manera concede sus dones.
Cuando el Papa León XIII cumplía 50 años de Obispo, un cardenal quiso alagarlo diciéndole: Le pedimos a Dios que llegue a cumplir otros cincuenta años. El Papa replicó con sagacidad: No le pongamos límites a la providencia de Dios...
El 13 de junio de 1975 fui a un campo para celebrar la fiesta de San Antonio. Confesé, prediqué, celebré la Eucaristía y oré por los enfermos. Salí rápido de la sacristía pues todavía me faltaba hacer unos bautizos y otras muchas cosas. Una joven me salió al paso llevando de la mano a su mamá. Sin introducciones me dijo muy decidida: Padre, ore por mi mamá para que se sane. Yo le contesté un poco enfadado: Pero si acabamos de hacer la oración por todos los enfermos… Ella, con la fe de la mujer sirofenicia del Evangelio, argumentó: Es que mi mamá está sorda y no se dio cuenta cuando usted oró.
Sentí compasión de esa gente tan pobre y sencilla. Le hice la seña que se sentara rápido y toda mi oración fue ésta: Señor, sánala; pero aprisa, porque tengo mucho trabajo.
Inmediatamente me agaché y pregunté a la señora: ¿Hace mucho que usted está sorda? Desde hace ocho años. Me sorprendí que me respondiera, pues se suponía que no debería haber escuchado mi pregunta. Entonces le hablé en voz más baja y le dije: Usted parece ser una buena mamá... Ella se sonrió. ¡Me había escuchado! Pero, más bien, fue el Señor quien nos escuchó en esa oración tan original. Ella sintió como un viento rápido que entro en sus oídos y los destapó.
Yo puedo comprobar que es verdad aquella Palabra del Señor: Antes de que me llamen yo responderé, aún estarán hablando y yo les escucharé. Is 65,24 Y la convicción del creyente que afirma: No está aún en mi lengua la palabra y ya tú, Yahvéh, la conoces entera. Sal 139,4
Que la fe y la curación van íntimamente unidas lo expresa de una manera muy bella María Teresa G. de Báez a quien Dios sanó de artritis rumatoide a raíz de lo cual toda su familia se acercó al Señor:
"Me faltan palabras, pues hoy no sólo le debo agradecer a Dios mi curación física sino algo mucho más grande y maravilloso que es la "Fe", por la cual Dios es la letra de mis canciones, la imagen de mis ilusiones y la luz de mis ojos".
Asunción, Paraguay 25 de agosto de 1981.
El arrepentimiento favorece la sanación física e interior. La enfermedad en sí (no ésta o aquella enfermedad) es producto del pecado. Si nos arrepentimos del pecado y nos convertimos a Dios, necesariamente van a cesar las consecuencias del pecado. Para esto conviene leer 1Cor 11,30.
Confieso que hay personas que viven en pecado y que son sanadas por el Señor, pero también soy testigo que la mayor parte de las que reciben curación son llevadas a un arrepentimiento. Sin embargo el camino más normal es el que encontramos en el Evangelio. Primero, la sanación del pecado: "tus pecados te son perdonados". Después, la sanación física: "levántate, toma tu camilla y anda". Mc 2,5.11
A partir del próximo lunes, 1 de febrero, estaremos en el templo de El Carmen en la oración por la salud de los enfermos a las 5 de la tarde. Ahí le pediremos a María, la Madre de Dios, nuestra Madre, Madre de todos y cada uno de los que leen este mensaje, que interceda a su amadísimo hijo Jesús por la salud de los más necesitados, por los que la ciencia nada puede hacer, por los que creen que verdaderamente Jesús es Dios, por los que están lastimados, heridos, enfermos y esperan el cumplimiento de la Palabra de Dios: ¡No nos sana hierba ni emplasto alguno sino la Palabra de Dios que TODO lo sana! Iniciaremos pidiendo por Rocío que tienen esclerosis múltiple y por ti que está leyendo este mensaje. Manda tu intención a: lapalabra@jesusestavivo.org.mx y oraremos por ti en la Z radio y en la oración por los enfermos.
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¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización
aurelio@jesusestavivo.org.mx

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