miércoles, 28 de octubre de 2009

Cizaña quemada

En el escenario del trigo y la cizaña aparece un nuevo grupo de personajes a quienes se les llama "los siervos" y que por ningún motivo hay que confundir con "los hombres" dormidos del versículo 25a. Estos, sin duda, siguen dormidos. Los siervos, percatándose del grave problema existente, forman un coro que a una sola voz cuestionan al amo.
Angustiados por la aparición de la cizaña desconfían del dueño del campo a quien le hacen una pregunta que más bien parece un reclamo. Esto se acentúa con la partícula interrogativa "ouji" que se usa en griego cuando el interrogante espera una respuesta negativa.
En el fondo de su corazón sospechaban del amo, y, por tanto, lo hacen responsable del problema. Pensaban que la simiente no había sido de buena clase o que tal vez se había mezclado con alguna plaga.
Estos siervos representan a quienes culpan a Dios de la maldad existente en el mundo o por lo menos piensan que Él lo permite. Son quienes no pueden conciliar la existencia de un Dios bueno y al mismo tiempo la maldad en la sociedad. Están tan impresionados, que se angustian y buscan respuesta al grave problema de la presencia y origen del mal en el mundo. Sin embargo, su ansiedad los hace miopes, incapaces de descubrir el trigo que ya ha brotado. En su intervención nunca aluden a él.
Jesús se está enfrentando a la extendida mentalidad de los que piensan que Dios, o ha fomentado la maldad en el mundo o es cómplice pasivo con la injusticia y la mentira.
El Dios revelado por Jesús nunca ha permitido ni consentirá el mal. Él jamás se alía a las fuerzas de maldad, ni aún con el objeto de sacar bienes mayores, ya que ningún fin, por más noble y alto que parezca, justifica los medios. Si Dios permitiera el mal iría en contra de su propio ser. Lo único que Dios ha hecho es confiar el mundo a los hombres, los cuales se durmieron mientras su enemigo sembró cizaña. Su única responsabilidad fue exceso de confianza.
Pero él les contestó: "Algún enemigo-hombre ha hecho esto”. Los atribulados siervos que se habían equivocado en su diagnóstico también van a errar en la solución que proponen. Están angustiados porque la cizaña se les ha metido en su ser. La dificultad más grande está dentro de ellos mismos. Por ello, su visión es muy parcial y limitada. Están tan agobiados por la cizaña que ni siquiera se han percatado de la presencia del trigo que ya ha brotado. Lo único que buscan es extirparla con cualquier medio. Están tan atormentados por ella, que a toda prisa quieren tomar la guadaña o blandir el machete para arrancarla.
La violencia es el recurso de los que dudan de su propio valor, el único medio al alcance de los débiles y la alternativa de los desesperados. Buscan un remedio barato, pues el tiempo los apremia y el mal los angustia. Pero su plan no va a la raíz del problema sino sólo a las consecuencias.
El amo está en desacuerdo con respecto a la intervención de los siervos. Su respuesta es enfática y determinante. De ninguna manera acepta la sugerencia propuesta y se opone rotundamente a la intención de sus siervos. Luego explica el por qué: "No. No sea que al arrancar la cizaña arranquéis el trigo".
La angustia de los siervos los presionaba a arrancar el mal simbolizado en la cizaña. Por el contrario, lo que más interesa al propietario es el trigo. Son dos puntos de vista diametralmente opuestos. El amo no acepta que el trigo se exponga. No admite ni siquiera la posibilidad.
Lo más grave de esta situación es que los siervos sucumbieron en la trampa del enemigo. Aparentemente buscaban servir a su amo, pero su angustia y desesperación los convirtió en aliados de las fuerzas enemigas. Su zozobra por acabar con el mal los hizo incapaces de colaborar con la causa que parecían defender. Tratando de servir al dueño del campo en realidad estaban en su contra.
Para el amo valía tanto su trigo que por ningún motivo, por más justificable que pareciera, se podía exponer a perderse. Por eso dice: "Dejad crecer a ambos juntos hasta la siega y al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, el trigo recogedlo en mis graneros".
Con esta actitud, el dueño del campo no promueve el crecimiento de la cizaña, sino simplemente admite que crezcan juntos. Es decir, lo que parecía motivo de tribulación y provocaba angustia a los siervos, lo acepta con asombrosa serenidad, porque sabiendo lo que pasó, conoce lo que se tiene que hacer. Tiene un plan.
La perspectiva del agricultor es muy distinta a la de sus siervos, ya que en primer lugar el centro de su atención y de cuidado está en el trigo, pareciendo no preocuparse o por lo menos no angustiarse, por la cizaña. Con tal que siga creciendo y madurando el trigo, no importa pagar el alto precio de su convivencia temporal con la cizaña. ¡Tanto vale el trigo! Es todo lo contrario de la urgencia de sus siervos, para quienes era tan angustiosa la presencia de la cizaña, que no evaluaron la importancia del trigo.
El amo sabe que esto es transitorio, pues llegará pronto "el tiempo" de la siega. En griego existen dos palabras para referirse al tiempo: "jronos" y "kairos". La primera, significa simplemente una medida o un plazo, y la segunda -usada en este pasaje- precisa el momento favorable y decisivo para una acción salvífica. Cuando éste llegue, entonces llamará a "los segadores" para hacer la operación definitiva de separar el mal del bien.
Al Señor no le preocupa el tiempo. Al contrario, en cuanto más avance, más se acercará el momento definitivo de la victoria del bien sobre el mal. Si para los ansiosos siervos el tiempo estaba en su contra, para el amo corre a su favor. Si los criados buscaban la solución inmediata, urgidos por la presión, el amo tiene la solución total a plazo. Él no se centra en las consecuencias del problema. El tiempo no lo angustia; por el contrario, lo afianza en su esperanza que se acerca cada vez más el momento de la victoria definitiva.
Esta es la gran diferencia entre los siervos y el amo. Para quienes desconocen la fragilidad y lo transitorio del mal y se angustian por su acción en el mundo, el tiempo es un enemigo más; tal vez más peligroso que la misma cizaña. Por el contrario, para el amo, el tiempo es su aliado, sin duda mucho más fiel y a la postre más efectivo que sus propios siervos.
Pronto, muy pronto, llegará el día de la siega. Las espigas habrán crecido. El verano indicará que se avecina la cosecha, y entonces los segadores entrarán en acción.
"Y al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla".
El Señor revela el plan a sus ansiosos siervos, pero al mismo tiempo les aclara que no serán ellos -precisamente por su actitud de angustia- quienes colaboren con él en esa operación. Naturalmente tampoco serán los hombres pasivos e irresponsables que se durmieron dando ocasión al enemigo para realizar su fechoría. Serán otros totalmente diferentes a los angustiados y a los pasivos, los capacitados para obra tan importante. Serán "los segadores".
El tiempo mismo ha contribuido para poder hacer más obvia la diferencia entre ambos. Ahora ya no existe el peligro de confundirlos ni de sacrificar el bien en aras de la destrucción del mal. El mal tiene límites. Cuanto más se extienda, más cerca está su fin. Por tanto, su victoria siempre será aparente y exterior, pues es como el globo que mientras más se infla, más pronto explota y se destruye.
El texto afirma que una vez arrancada y separada la cizaña, se va a quemar. Sin embargo, casi siempre, por la prisa del desenlace, pasa inadvertida la pequeña frase que es la clave para comprender a fondo la parábola: La cizaña, antes de quemarse, se atará en gavillas.
Esta operación de atar lo que luego se va a quemar, además de inútil, parece absurda. Es un trabajo en vano, pues va a arder en la misma lumbre. Sin embargo, aquí precisamente radica el secreto de la parábola. Ciertamente se ata para que no se desparrame. Pero sobre todo para convertir la cizaña en combustible, tan escaso en Palestina, "Se usará en hornos", según expresión del mismo Jesús. Es decir, servirá para cocer el pan de trigo que sustente a los hijos del Reino.
Es la solución completa. El mal no es destruido sino convertido y transformado. Gracias a la cizaña que su enemigo plantó, el sembrador de la buena semilla cuenta ahora con un valioso elemento. En vez de acabar la cizaña con el trigo, está a su servicio, pues es combustible para cocerlo y convertirlo en pan que dé vida.
El amo ya tenía preparados sus graneros desde antes de la cosecha. La confianza de la buena semilla plantada y la certeza en que produciría abundante fruto, le hizo tomar precauciones de acuerdo a su expectativa. En estas bodegas se almacenará el trigo que un día se cocerá con el fuego de las gavillas de la cizaña que antes amenazaba con destruirlo. El bien tendrá una supervivencia sobre el mal.
Si la buena semilla fue anterior a la cizaña, el mal por su parte se acabará antes. Y lo más asombroso: Terminará sirviendo al bien.
En esta línea, Pablo ha esculpido dos frases que han escandalizado a no pocos: Sabemos, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman: Rm 8,28. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia: Rm 5,20. La liturgia pascual transmite la misma idea: ¡Oh bienaventurado pecado, que nos mereció tan gran Redentor!
El Dios revelado por Jesucristo no sembró el mal en el mundo, ni se desespera o angustia cuando aparece la cizaña, pues tiene un plan para reciclar todo para el bien de los que ama.
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¡Alabado sea Jesucristo!
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Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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