miércoles, 21 de octubre de 2009

¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si él mismo se pierde?

¿Qué significa en realidad, perderse a sí mismo?, y ¿qué es eso de «ganarse»? ¿Qué es para nosotros ganar la apuesta de la vida?
No hay pregunta más fundamental, porque en cierto modo todo depende de ella... y son, por desgracia, muy pocos los que se la hacen. Pierde su vida el que después de caminar no llega al paradero para el cual fue creado. A reflexionar sobre este tema nos invita hoy Jesús.
Detrás de esta pregunta, miramos al trasluz todos nuestros valores. Para responder honestamente, debemos revisar nuestros criterios y descubrir qué es lo más importante en nuestra vida.
El problema no radica tanto en ponemos de acuerdo sobre nuestro ideal. En eso fácilmente podremos concordar. La dificultad está en descubrir la ruta que conduce a ese ideal; y en encontrar los medios que nos llevan al fin sin engañarnos. Es el sendero el que determina el rumbo de la marcha. Por eso el Señor, más que un fin, nos propone un camino que es, en verdad, estrecho.
Para fijar la ruta, el Evangelio nos da una extraña luz. Invirtiendo toda lógica humana nos recuerda que quien pierde su vida por el Señor, la ganará. Es un lenguaje oscuuro, paradójico y exigente. El mundo no habla así.
Hay hombres triunfadores. Y cada vez más, son ellos los que imponen su estilo. En los negocios, en la universidad, en la vida social, en el deporte y en tantos otros ámbitos imponen su presencia los que saben hablar fuerte, y los que golpean duro. Son felices porque ocupan los primeros puestos.
Pero, muchas veces, detrás de tanto brillo hay una gran pobreza: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si él mismo se pierde?».
Con frecuencia la Iglesia ha repetido esta frase del Maestro. Tal vez hoy más que nunca, vale la pena reflexioonar sobre ella cuando nos están ofreciendo tantas cosas En verdad nos ofrecen el mundo. Nos quieren hacer creer que poseyendo la tierra descubriremos las claves de la vida. La gente lucha y sufre tanto por alcanzar sus metas y se hace tantas ilusiones. ¿Vale la pena todo esto?
¡Qué dura es la competencia por triunfar, por sobresalir! Y todo esto, ¿para qué? «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si él mismo se pierde?».
Muchas veces lo que sólo es un camino se ha ido connvirtiendo en un fin. Lo que sólo es un medio, se ha transformado en un ídolo. Con este simple cambio se tronchan innumerables vidas. El trabajo ha dejado de ser trabajo para convertirse en un dios, lo mismo le ha pasado al deporte, al sexo, y a tantas otras cosas. La gente gana el mundo y termina perdiéndose. Es éste uno de los rasgos más crueles de una cultura que ha entreverado todos los senderos y que, sin damos cuenta, nos ahoga.
Hay padres que dicen trabajar para sus hijos y no se dan el tiempo de conversar con ellos. Apenas alcanzan a verlos cuando ya están dormidos. Triunfan en su profesión, han sobresalido en el trabajo, pero uno se pregunta si las prioridades habrán estado bien formuladas. Al final de tanta ganancia, ¿se logró en verdad?
Hay madres a las que les duele su condición de mujer y luchan por su propia realización. Profesionales de nota agotan sus mejores energías en la oficina, y, como sus maridos, van por las tardes a arrojar su agotamiento en el seno de la familia.
Como nunca, nos encontramos con personas que han perdido su norte, que han errado el camino y dan vueltas y vueltas buscando la verdadera felicidad. «¿De qué le sirve al hombre...?».
El trabajo, los títulos, el bienestar... son caminos de realización que se nos ofrecen. En sí ellos son buenos, salvo que pierdan su condición de medios. Entonces se hacen crueles. Nos esclavizan y terminan destruyéndonos.
Estamos en la cultura de la adicción: Existen adictos no sólo a las drogas, al alcohol y al sexo; los hay también al trabajo, al deporte, al dinero, a la ciencia, al poder, a los escaparates y a tantas otras cosas. ¿Y al final, qué queda de todo eso? Es propio del adicto perder los horizontes y con ellos perder su libertad.
Por eso, hoy como nunca vale la pena repetirle al hombre y repetimos a nosotros mismos la pregunta penetrante de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si él mismo se pierde?». La Iglesia nos invita hoy, con sencillez, a tener el coraje de jugamos la vida por algo que de verdad no nos deje vacíos.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

1 comentario:

Alan dijo...

Muy muy interesante