miércoles, 28 de octubre de 2009

Puedo hacerlo otra vez

“Ya lo hizo por mí, puede hacerlo por ti…”
En este canto expresamos como comunidad cristiana que los milagros de Jesús son parte esencial de su Mensaje, nos enseñan que Jesús es el Mesías, el anunciado por los Profetas de Israel, el Ungido de Dios, el Unigénito del Padre y que el tiempo de implantar el Reino de Dios en cada uno de nosotros ha llegado, haciendo visible el amor y misericordia de su Padre.
Me parece valioso invitarte a ir 2,000 años atrás para decir una palabra sobre el Jesús de Nazareth histórico.
Desde el principio de su actividad evangelizadora, Jesús comenzó a proclamar la cercanía o la presencia del Reino de Dios con “palabras de sabiduría” y con “obras de poder”.
“Proclamaba la Buena Nueva del Reino y curaba toda enfermedad y dolencia en el pueblo…” Mt 4,23.
Los milagros en la Biblia son siempre “signos de salvación”. Son realizados sin ostentación, pero con suma autoridad. No son una sobrecarga al mensaje evangélico, sino “una parte esencial del mensaje”. Es la expresión acabada de la revelación.
Hoy, a petición de mi hermano Aurelio, quiero testimoniar en la fe, que Jesús tiene poder para realizar sus obras y por ello voy a relatar mi experiencia salvífica.
Hace tiempo, la artritis reumatoide fue avanzando con rapidez y los dolores eran muy intensos. Acudí a la atención médica especializada y me pronosticaron: “Esta enfermedad es deformante, incurable, de avance rápido, usted tendrá disminución de la visión y cada seis meses requerirá modificar la graduación de los lentes. Prepárese. Esto es severo”.
Yo tomaba los medicamentos y algunas medidas: el corte de pelo en tamaño muy pequeño para facilitar que mi brazo se levantara y la mano tocara mi cabeza; modificar la alimentación; usar pantalón en lugar de vestido para menor dificultad; sostener el volante del auto con firmeza me producía mucho dolor y lágrimas; al acostarme, parecía como si las sábanas tuvieran espinas. Lloraba mucho por las noches.
Mis dos hijos me decían: Llámanos, bajamos y te ayudamos. Yo enlistaba las cosas que no podía hacer y así aprovechaba que bajaran y me apoyaran, por ejemplo abrir una lata, cerrar la puerta con llave, mover una cubeta con agua, etc. El hecho que me cortaran las uñas de manos y pies lo sentía muy humillante.
Modificamos el acomodo de los muebles, de los objetos de la cocina y todo lo que fue necesario.
Un día, el médico tratante, viendo la radiografía de la mano izquierda y que el hueso segundo metacarpiano estaba deshecho y mi dedo índice no tenía ya movimiento me colocó una férula para mantenerlo derecho, apoyado y protegido de roces o golpes.
Luego surgieron varias opciones más: Una vecina me dijo: “Caminas muy feo, acude a la acupuntura”. Desconocía totalmente ese método de curación y no mostré interés en informarme. Por otro lado, mi hermana me acompañó al Instituto Nacional de Nutrición para la primera entrevista y programaron la cita médica para dos meses después.
En ese compás de espera me dije: “Nada pierdo con ir a la acupuntura”. Así fue. El Doctor sólo me vio y dijo: “No necesita explicarme nada. Le pido que venga diariamente durante un mes y después me dice lo que quiera”. Lo hice y noté la mejoría. Continué acudiendo el segundo mes cada tercer día y a partir del tercero, una vez por semana.
Al llevar a mi hija a una rehabilitación física por su esguince de tobillo, el terapeuta extendió la mano para saludarme. Le dije: Yo saludo sin extender mi mano, porque usted me lastimaría. “Pues qué le pasa”, me preguntó. Tengo artritis reumatoide. Él dijo: “No sé nada de eso, pero voy a investigar”. Al siguiente día me dice: “Ya investigué y le propongo dos por uno. Atiendo a las dos y me paga una rehabilitación. Piénselo y me dice”. No lo pienso, contesté enseguida, lo acepto y agradezco. Entré a la sala y en ese momento inicié ejercicios de terapia física.
En una revisión del tratamiento que había iniciado primero, el especialista me propuso una cirugía. Abrir, cortar y bajar mi dedo inmóvil y dejarlo a la altura del dedo pulgar, pues “ya no tiene el hueso y no lo podrá mover nunca”, me dijo el cirujano.
No acepté la proposición y seguí con mi dedito inmóvil, con la férula y la pequeña venda que lo sostenía. Algunos días el dolor en las manos era tan fuerte, que los arropaba con una pequeña venda, para sentir un calor que me confortaba y así trabajaba en la oficina.
Los domingos, al acercarme a recibir a Jesús en la Hostia consagrada, extendía la mano izquierda y el Sacerdote o el Ministro de la Eucaristía, colocaba a Jesús en la palma de mi mano, con los dedos de la derecha, yo tomaba la Hostia y tocaba el dedo inmóvil y decía haciendo eco al ciego de Jericó que clamó sin cesar: “¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!”.
Una mañana, estando en la oficina, trabajando en la computadora con los tres dedos de la mano izquierda y los cinco de la derecha, siento un impulso de mover mi dedo sin hueso. Sin más, me quito la férula y cuál será mi sorpresa, ¡¡¡mi dedito se mueve!!!
Esta vez lloré, pero no de dolor, sino de alegría, gratitud y alabanza. Tarde se me hacía para regresar a mi casa y contar lo sucedido, que el proyecto de Jesús había coincidido con mi súplica y mi dedo tenía de nuevo movimiento. Hubo una segunda radiografía y se ve el huesito reconstituido.
Hoy, de nuevo doy gracias a Jesús porque los milagros, fueron y son parte esencial del Mensaje de Salvación. Jesús es la Plenitud de los Tiempos, entregó la Revelación con palabras y con hechos, como signos de su doctrina.
Muchos creyeron en Jesús a causa de los milagros. Otros más afortunados creyeron en los milagros porque primero creyeron en Jesús.
Hoy te digo nuevamente: Gracias Jesús por la sanación. Gracias por este signo que me dice que los tiempos mesiánicos han llegado para mí. Gracias por tu misión salvadora para Israel y para toda la humanidad.
Y a ti, lector, lectora te digo: “Su gran poder es el mismo hoy. No cambiará, segura estoy. Si Dios ha hecho un milagro, puede hacerlo otra vez”.
Tere Prado Flores.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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