sábado, 3 de octubre de 2009

Rompe el frasco

Hoy terminamos nuestra reflexión cuando Jesús tuvo un encuentro con una mujer de la calle. Lucas nos muestra el amor misericordioso de Dios cuando Jesús fue invitado a una comida y una mujer quiso tener un encuentro vivo y personal con el que tiene todo el amor del mundo. La mujer abrió su plateada bolsa y con delicadeza femenina tomó entre sus manos el exquisito perfume que portaba. Golpeó repetidas veces y con suavidad el cuello del frasco contra la mesa, hasta romperlo sin derramar gota alguna del preciado líquido. Luego, con maestría de experta y sin escatimar cantidad ni costo, comenzó a verterlo amorosamente en los pies de Jesús. La fragancia inundó la casa completamente.
Al romper aquel frasco sellado y dejar escapar su aroma, percibió lo efímero y transitorio que es un apasionado amor de una noche. Esa fragancia era el concentrado de su atormentador pasado. Pero en contraste, despedía ahora el olor de la más pura de las flores, porque cuando aun el más sucio y asqueroso de los pecados se pone a los pies de Jesús, ya no apesta, sino que perfuma, mientras que el pecado guardado en el frasco del corazón, es como el agua que no corre: se pudre.
Ella rompió el frasco de alabastro, porque su corazón ya estaba quebrantado. El Maestro ya la había seducido con ese amor total y desinteresado. Jesús, por su parte, se impregnó del perfume femenino, mientras que ella comenzaba a tener el más fino de los perfumes: el suave olor de Cristo. Ya no tenía necesidad del otro. Jesús cargaba con su pecado y lo transformaba.
Lucas nos describe la escena con rasgos tan vivos y elocuentes, que es como si nosotros mismos estuviéramos sentados a la mesa. No somos espectadores, sino que formamos parte del cuadro. Teníamos una invitación personal al banquete y fuimos sentados a un lado de Simón. Casi nos parece estar mirando a la mujer y ser mirados por ella; nos estremecemos al contemplar la escena, alcanzamos a escuchar el susurro del murmullo de los fariseos y el rechinido de sus dientes por el coraje. Podemos hasta disfrutar el fino perfume que aromatiza todo el ambiente.
Sin duda que esta descripción tan vívida es intencional por parte del evangelista, para hacernos notar que cada uno de nosotros tiene algo de fariseo, cuando nos creemos mejores que los demás y los despreciamos o condenamos. Basta con creer que no somos fariseos, para convertirnos automáticamente en el mejor representante de su gremio. Por eso, sentados junto a Jesús y compartiendo la mesa con nuestros colegas del fariseísmo, es como debemos contemplar el desenlace de la escena evangélica.
Estamos, pues, obligados a tomar postura frente al drama que se va a desarrollar. Permanecer indiferente o sin partido, es desaprobar la actitud del Maestro de Nazaret.
La mujer guardó silencio por largos instantes. Luego comenzó a besar dulcemente los pies de ese alegre mensajero que había traído a su vida la Buena Noticia de que Dios la amaba. Alzó su mirada y, al no encontrar rechazo alguno por parte del Maestro, sus ojos se empañaron con lágrimas de agradecimiento. Jesús no sólo se dejaba acariciar y besar. El mismo posó suavemente su mano sobre ella, aceptando de esa manera todo el amor que le era mostrado. Con esta expresión de cariño, su llanto se transformó en río de felicidad. Las lágrimas barrieron la pintura de sus ojos y negras gotas comenzaron a mojar los pies de Jesús. Entonces ella, con el ingenio del amor, improvisó la más original de las toallas: su seductora cabellera.
Los fariseos se sentían cada vez más incómodos ante escena tan escandalosa. Con mirada de reprobación exigían a Jesús poner alto a todo eso, pues temían que fuera a llegar a mayores expresiones de afecto, ya que esa mujer era capaz de atreverse a todo.
Simón observaba sin perder el más mínimo detalle. Entonces, mientras esbozaba una nerviosa sonrisa de satisfacción y golpeaba con su dedo la mesa, comenzó a decirse con absoluto convencimiento: "Si este hombre fuera de veras profeta, sabría qué clase de mujer es esta que le está tocando".
Con un juicio así clasificó y juzgó a ambos, encuadrándolos en el lugar que a su entender les correspondía:
- En el caso de la mujer, la miró con desprecio llamándola "esta clase de mujer". Para él había diferentes clases de personas, separadas por barreras infranqueables. A ella la tenía catalogada entre las que no tienen remedio y por las que nada se puede ni se debe hacer. La condena de Simón condicionaba de tal manera a la pecadora, que la hacía incapaz de cambiar.
- En el caso de Jesús, el incidente le sirvió a Simón para despejarse una terrible duda que lo venía atormentando: en verdad no podía ser el profeta de Dios. Esta conclusión tranquilizó su conciencia, pues entonces las palabras y enseñanzas del predicador de Galilea no tenían valor, ya que su conducta no estaba respaldada por la santidad y pureza que caracterizaban a la religión de Israel, ni menos la mentalidad de los fariseos. Por tanto, él, Simón, estaba en el camino correcto y no había razón alguna para cambiar.
...y sin embargo, Simón se equivocó en ambos juicios. Otra vez, como siempre había sido su costumbre, se fijó sólo en el exterior de la copa y no miró su interior.
Simón estaba reforzando su juicio con mil argumentos cuando Jesús interrumpió sus pensamientos, llamándole la atención: "Simón, tengo algo que decirte...". Jesús lo llamó por su nombre. Para él, cada uno es importante y diferente a los demás. Para él no es un fariseo como todos, sino una persona con su nombre propio.
Poniendo su mano sobre la cabeza de la mujer, prosiguió: "Un acreedor tenía dos deudores. Uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. Como ninguno de los dos tenía con qué pagarle, les perdonó la deuda a ambos. Tú, ¿cuál crees que le amará más?".
Simón, haciendo un gesto de absoluta seguridad, afirmó con lógica matemática: "Supongo que aquel a quien más se le perdonó".
Al darse cuenta Jesús de que el fariseo había caído en las redes de su propia astucia, le respondió con ironía: "Piensas muy bien, Simón, muy bien...". A quien se había equivocado rotundamente al juzgar a la mujer y a su persona, Jesús le dice que piensa muy bien. Cuando Simón se fija en el exterior de la copa, siempre acierta. Lo malo es que no tiene ojos para mirar adentro. Luego Jesús añadió: "Mira bien a esta mujer. Tú no la ves como yo, por la simple razón de que no me miras como ella. Yo soy para ella la manifestación de la misericordia de Dios con todos los hombres, especialmente los pecadores. A ella se le perdonó todo. Debía quinientos, y no se le perdonó cincuenta ni cien. Ni siquiera cuatrocientos o cuatrocientos noventa y nueve. El perdón fue total. En cambio, tú has puesto límites al perdón de Dios. Para ti es mejor que Dios no tenga mucho qué perdonarte, y no te das cuenta que para Dios cualquier cantidad siempre será poco, pues donde abunda el pecado, sobreabunda su amor compasivo.
Por otro lado, aunque según tus cálculos sea poco lo que se te debe perdonar, de todos modos ni eso puedes pagar: mereces la misma cárcel que quien debía quinientos.
Tú no me diste agua para lavarme, pero sí me condenaste por comer con las manos sucias. En cambio ella regó mis pies con sus lágrimas. Tú no me besaste, ni tampoco me ungiste con aceite. Ella, en cambio, no ha dejado de besarme desde que entró, y hasta derramó todo su exquisito perfume sobre mí.
Eres tú el que te has hecho diferente a ella, porque según tú, hay muy poco de qué perdonarte. Simón, sólo hay un pecado que Dios no te puede perdonar: el pecado que tú no reconoces. Si a ella se le ha perdonado tanto, ¿por qué te extraña que se comporte de esta manera?
Ella es diferente a ti sólo en cuanto a que su justicia no está basada en buenas obras ni el cumplimiento de una ley. Ella es justa no por la ley que siempre produce muerte sino por la misericordia de Dios. En cambio, la ley que tú cumples, puesto que tienes tu confianza puesta en ella, hace que no reconozcas que me necesitas".
Mientras la mujer levantaba su cabeza y reacomodaba su pelo sobre su espalda, Jesús se dirigió a todos los comensales afirmándoles: "En verdad, en verdad les digo: Las prostitutas y los pecadores los aventajarán en el Reino de los Cielos, porque es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, a que alguno que se cree justo se salve".
Estas palabras parecieron demasiado duras y ofensivas para algunos, que de inmediato se pusieron de pie y dejaron violentamente la sala. Otros rechinando los dientes masticaban su rabia, mientras Jesús permanecía mirando la copa que él mismo había ensuciado con sus manos sin lavar. En la casa entera se respiraba aquella fragancia de perdón, que contrastaba con la dureza de corazón de los que se decían buenos.
Jesús se volvió a la mujer. La veía diferente. Ella no esquivó su mirada y escuchó algo que ya sabía: "Tus pecados ya están perdonados".
Sin embargo, Jesús hizo esta declaración en voz alta para que fuera escuchada por todo aquel que tuviera oídos y se abriera al amor misericordioso y clemente de Dios.
Mas fue contraproducente, pues al escuchar a Jesús hablar de esta manera, los fariseos comenzaron a murmurar con indignación: "¿Cómo es que se le perdonan los pecados a esta? ¿Por qué esta que ha pecado tanto, ahora ya está sin pecado? Si nosotros nos hemos esforzado en cumplir toda la ley, ¿en qué está nuestra ventaja, si Dios puede perdonar a cualquiera?".
Ellos no consentían que el amor de Dios, se extendiera a los pecadores. Dios, según sus cálculos egoístas, pertenecía en propiedad exclusiva a los cumplidores de la ley. Para ellos era inconcebible que el Dios tres veces Santo y Justo tuviera algo que ver con los pecadores, a no ser para castigarlos y condenarlos.
Jesús venía a dar una imagen herética de ese Dios, perfilado por la mentalidad legalista y perfeccionista de ellos, pues presentaba un Dios que no condenaba, sino que salvaba; que no castigaba, sino que redimía; que buscaba y amaba a los pecadores para transformarlos...
Esta mujer experimentó el perdón y la misericordia de Dios gracias a su fe. No fueron sus obras, ni siquiera el llorar delante de Jesús. El fondo y la raíz por la cual Dios la justificó y le perdonó la deuda completa que tenía, era su fe en aquel que era capaz de perdonar cualquier pecado.
Sin duda que esta mujer ya había creído en Jesús desde antes de entrar en casa de Simón; por eso entró. Más no era suficiente. Era necesario confesar de una manera exterior lo que creía en el corazón. En casa de Simón hizo su profesión pública de fe.
No es suficiente pensar que se cree. Es indispensable también manifestarlo de una manera exterior dentro de la comunidad de creyentes, confesando delante del mundo que se tiene a Jesús como único Salvador y soberano Señor.
Hay muchos creyentes que nunca dan este segundo paso en su fe, y por eso nunca crecen en su experiencia de salvación. Se contentan con creer dentro de su casa, o en el templo los domingos. Oran nada más en un cuarto cerrado, donde nadie los ve. Es necesario, además de todo lo anterior, hacer pública profesión de su fe y dar razón de su esperanza ante todos los demás, para que glorifiquen al Padre que está en los cielos.
Jesús posó suavemente su mano sobre la cabellera humedecida por las lágrimas. Luego añadió: "Vete en paz".
La paz mesiánica no es un tranquilizante psicológico, sino la plenitud de todas las bendiciones. Es vida plena y abundante. Es fuerza y capacidad de superar cualquier adversidad. Es salud tanto interior como exterior. Sin embargo, esa paz no puede ser recibida sino por quien se reconoce necesitado de ella.
La mujer sale de casa de Simón con una fuerza que antes no poseía; la paz que la ha reconciliado con todos: con Dios, consigo misma y con los demás, y aún con quienes se consideraban mejores que ella. El perdón y la paz la restablecieron de tal manera, que la capacitaron para no volver a la misma vida de antes.
Te invitamos mañana lunes al templo de Las Rosas a la Misa de Sanación de las 19:00 horas. Después de la Misa del mes pasado recibimos testimonios de sanación. Algunos hermanos sanaron de resentimientos y enfermedades diversas, otros volvieron a oír y no faltaron los que perdieron los miedos, rencores y odios. Pero sin duda el más grande fue el de nuestra hermana Rocío que nos comentó que en ocasiones cuando comulga come carne viva: “!Jesús está vivo en la Eucaristía!” Esto verdaderamente nos alienta y nos motiva a seguir llevando la Buena Nueva: ¡Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo! La forma en que Jesús se manifiesta para llevar a cabo esta promesa es precisamente... la Eucaristía.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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