miércoles, 21 de octubre de 2009

el abrazo de Dios

En su obra “Los Cuatro Amores”, Lewis, distingue el amor de ágape (“caritas”) de otros tres amores, philia, storge y eros, palabras griegas. Philia se traduce “la amistad,” es el más tranquilo y racional de los amores. Con este amor, dos amigos dan la bienvenida a un tercero, y luego las tres dan la bienvenida a un cuarto. Con este amor, “¿me amas?” significa “¿Ves el mismo mundo, sientes lo mismo, posees las mismas cosas?” Este amor es la escuela de la virtud: “El fierro aguza el fierro, uno se afina en contacto con el prójimos.” (Prov 27,17) Con el amor de storge, que puede traducirse “la afección,” hay satisfacción sólo con estar juntos. Es el amor entre una madre y su bebe; entre hermanos que comparten tantas experiencias e intereses. Puede existir entre un par improbable, por ejemplo entre una joven lista y movida y el abuelo de una amiga suya. En el amor de eros, existe una preocupación del amando por el amado. Un síntoma de eros es que el amante prefería estar con el amado y miserable, que estar sin el amado y contento. Eros no dura toda la vida, y cuando la luna de miel termina, se tiene que trabajar para mantener eros porque él no está presente.
Según Lewis, los tres amores pueden ser elevados en el amor de ágape, el amor que nos permite amar a los que parecen ser menos amables, ladrones, enemigos, locos, extraños y leprosos. Además, ágape inculca en nosotros una aceptación de nuestra condición de ser dependientes y ser necesitados, nos hace mendigos felices. Nos permite recibir el amor de otra persona cuando no creemos que lo merecemos. Ágape trasciende los otros tres amores, es el amor de dar su vida por la otra: “No hay amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos.” (Jn 15,13). No es natural para una persona amar a otra de esa forma, y por eso los teólogos lo llaman ágape una “virtud sobrenatural.”
Dar la vida por las otras es la vocación destacada de ser padres. Cualquier padre o madre que está esforzándose para amar a sus hijos de esta manera puede dar fe de que amar de esta manera requiere algo especial, algo extraordinario. ¿Qué es esto tan especial? Pablo, en el capítulo 13 de su primera carta a los Corintios, nos da una respuesta, donde dice que el amor (ágape) “es paciente y muestra comprensión… no tiene celos, no aparenta ni se envanece, no actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo… no se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo.” (1Cor 13,4-7) Aquí vemos una descripción clara del extra que ágape nos pide.
Perdurar a pesar de todo, creer todo, esperar todo y soportar todo no es nada fácil, porque vivimos en una cultura opuesta al amar de esta manera, una cultura del hedonismo, un actitud de “todo vale”, “qué más da,” una cultura indiferente y con un gran vacío.
Cuando amamos con el amor de ágape estamos no solo reflejando sino también participando en el amor de Dios. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es el amor por lo cual el Padre y el Hijo aman todo lo que Dios ama. El Espíritu Santo no habla de sí mismo ni habla solo, sino abarca lo que dice el Hablante (Padre) en la Palabra (Hijo). “Pero cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los introducirá a la verdad total. El no vendrá con un mensaje propio sino que les dirá lo que ha escuchado, y le anunciará las cosas futuras.” Jn 16,13.
Podemos decir, de una manera metafórica, que el Espíritu Santo es el gran abrazo en Dios y de Dios. Es el Espíritu Santo que extiende a alcanzar cada uno de nosotros: “Pues el amor de Dios ya fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se no dio.” (Rom 5,5) Quiere llevarnos a abrazar la Palabra eterna encarnada, para que todos descansemos en una de las muchas mansiones que están en la casa del Padre. También quiere llevarnos a abrazar a nuestros hermanos y prójimos, pues sin abrazar a ellos, ¿cómo podemos abrazar a Dios? “¿Cómo puede amar a Dios a quien no ve, si no ama a su hermano, a quien ve?”. (1Jn, 4,20)
El amor de Dios es un amor que une, y cuando amamos con el amor de ágape estamos reflejando y participando en la unión divina. En la cita 17,21 del evangelio de Juan, Jesús hace una oración que todos nosotros seamos uno como él y su padre son uno. ¿Cómo podemos lograr ser más unidos, y así reflejar y participar en el amor de Dios? En la Suma Contra Gentiles libro 4, capítulo 24, “El Espíritu Santo procede del Hijo”, Santo Tomás escribe: “El amor procede de una Palabra, por cuanto no podemos amar a nada a menos que lo concibamos en una palabra del corazón.” Así como el Espíritu procede de la Palabra divina, de una manera analógica el amor humano procede de una palabra engendrada internamente. En este caso la procesión de una palabra del corazón significa una “chispa,” o un acto de entender, y para llegar a esto se necesita estar dispuesto a recibir, escuchar a y pensar en el amado.
Existen dos maneras diferentes de pensar en un amigo. Puedo pensar en él o ella levemente, de vez en cuando, y sin mucho esfuerzo. Sé su nombre, donde nació, en donde estudia o trabaja, como se ve, tal vez algunos de sus gustos. Cuando alguien me pregunta: “¿la conoces a ella?” puedo contestar: “Sí, se llama Lupita, vive en tal calle, tiene tantos años, le gusta ir al cine, y tiene tres hermanos.” La segunda manera de pensar en nuestros amigos es otra cosa. Después de meses, quizás años, de pensar en Lupita levemente, todavía sé que no la conozco. Todavía no sé bien su historia, ni su manera única de pensar y sentir, ni la miríada de actividades y experiencias que ella disfruta, tampoco sus sueños y expectativas del futuro. Lo obvio de su nombre y los otros datos esconden el misterio de quien es ella. Si quiero conocerla y amarla profundamente, necesito pensar “de los pies a la cabeza,” es decir, paciente, sin celos, esperando y soportando todo. El amante no queda satisfecho con una comprensión superficial del amado, sino se esfuerza por lograr un conocimiento íntimo de todo de lo que pertenece al amado, para penetrar su alma. Por eso se escribe que el Espíritu Santo, quien es el amor de Dios, “escudriña todo, hasta la vida misteriosa de Dios”. (1Cor 2,10)
“Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres. Pero el mayor de los tres es el amor.” (1Cor 13,13) En esta vida, en la cual “vemos como en un mal espejo y en forma confusa,” vivimos en la fe y la esperanza, pero ellas no son suficientes. “Si tuviera tanta fe para trasladar los montes, pero me faltara el amor, nada soy.” (1Cor 13,2) En esta vida nuestro amar es un proceso paulatino, por actos múltiples y a menudo con motivos mixtos. En cualquier caso, no somos capaces de amar sin abrazar, es decir sin escuchar bien a, pensar en y engendrar una palabra interna del amado. Espíritu Santo, abrázame y enséñame a abrazar. Enséñame a escuchar con paciencia y comprensión a mis amigos, a mis familiares, a mis prójimos, también a mí mismo, para que el deseo del Jesús, que seamos uno como él y su Padre son uno, sea cada día más una realidad.
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Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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