miércoles, 16 de septiembre de 2009

Imita a Jesús humilde

Tengan unos con otros las mismas disposiciones que estuvieron en Cristo Jesús: Jesús, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada tomando la condición de servidor, y se hizo semejante en la condición humana. Filipenses 2,5-6
Mientras caminaba en el camino con sus discípulos hacia el pueblo de Caesarea, Jesús les hizo una pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” y Pedro contestó: “Tú eres el Cristo.” Marcos 8,29. Hoy la pregunta no ha cambiado, pero podemos contestar de esta manera: “Eres el Cristo, una persona divina con dos naturalezas, una divina, otra humana.”
Pedro no le hubiera podido contestar a Jesús de esta manera, pues fue en el concilio de Calcedonia (451) cuando afirmó que Jesús Cristo es una persona con dos naturalezas, una divina y otra humana. Desde aquel tiempo, hemos podido hablar de “Cristo como humano” y “Cristo como divino.” Esto no quiere decir que hay dos Cristos, dos personas. Desde la eternidad Cristo es una persona, no empezó a ser una persona en la encarnación.
La importancia de la formula “Cristo como humano” es que nos da una manera de pensar en Cristo y de acercarnos a él en la meditación y oración. “Tengan unos con otros las mismas disposiciones que estuvieron en Cristo Jesús.” Como ser humano, su manera de vivir y sobrevivir era igual que la nuestra. Sí, nuestro Señor es divino, pero así como él no tiene un millón de años sólo porque la divinidad es eterna, ni mide miles de metros a causa de la omnipresencia divina, tampoco sabe la fecha del último día porque la divinidad es omnisciencia.
Como ser humano, ¿cuál es la brújula de Cristo? ¿Cuál es la forma de pensar que debemos imitar humildemente? Lucas nos dice que “Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres.” (2,52). ¿Cómo creció Jesús? Me imagino que como cualquier niño, hizo muchas preguntas a su mamá, María. Me imagino que no dejo de hacer preguntas como joven ni en sus veintes, ni al final de su vida. Hasta el final hizo preguntas porque su condición, su forma de pensar es igual de la nuestra: asombrarse. Ni dejó de hacer preguntas después de la resurrección. A los dos discípulos que se dirigían a Emaús les dijo: “¿De que van discutiendo por el camino?” (Lucas 24,17).
¿Cómo podríamos entender la condición de ser una persona divina y vivir la condición humana? Bueno, no podemos entenderla bien, pues es un misterio igual que la declaración en Nicea (325) que en Dios hay tres personas distintas. Sin embargo, podemos imaginar analogías.
Imagínate tener un secreto maravilloso, tan maravilloso que ni siquiera puedes expresarlo en palabras, tan maravilloso que ni lo entiendes bien, y no la puedes comunicar fácilmente en palabras, símbolos, parábolas ni acciones. Imagínate que tienes que aprender, paulatinamente, el sentido de este secreto maravilloso, luego aprender maneras adecuadas para comunicarlo a tus amigos y familiares.
De una manera analógica, esta fue la misión y condición de Cristo como humano: descubrir, por un proceso al largo de su vida, y por hacer muchas preguntas, el sentido del amor de Dios (ágape), que es un misterio, algo desproporcionado a nuestra condición humana de comprender. Además de descubrir el sentido del amor, tuvo que pensar en una manera para comunicarlo. Habría tenido que vivir con mucha curiosidad, y con mucho asombro, como viven los chiquitos. Habría tenido que buscar palabras, imágenes y parábolas para comunicar algo misterioso a sus discípulos y a las multitudes.
Para comunicar el amor misterioso de Dios, hizo algo inesperable: no triunfó sobre sus adversarios con poder, sino escogió la cruz. Igual que ninguna de sus decisiones ni acciones eran necesarias, tampoco fue necesario escoger la cruz. Fue una decisión alinear su voluntad con la voluntad de su Padre: “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.” (Lucas 22,42) San Agustín escribe que había otras maneras en las cuales Dios hubiera podido redimir el mundo aparte de la vida, el sufrimiento y la muerte de Cristo.
¿Por qué escogió la cruz Jesús? Lo hizo por ti, por mí. Así pues nuestra imitación a Jesús es aceptar nuestra condición, vivir las preguntas como las viven los chiquitos, y escoger la cruz. “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga.” (Lucas 9,23). Pero vivir como los chiquitos, con un sinfín de preguntas, no una cosa, mientras cargar la cruz es otra. La imitación a Jesús es aceptar todas las condiciones de nuestro alrededor, lo que se llama: “las circunstancias” de nuestra vida, y seguir en nuestro camino preguntándonos: “¿Qué sigue? ¿Qué quieres de mí? ¿Cuál es mi vocación? ¿Cómo puedo mostrar el amor de Dios a mis propios?” Nuestra oración e imitación a Jesús debe incluir estas preguntas, pues “precisamente nosotros tenemos la forma de pensar de Cristo.” (1Corintios 2,16)
La misión de Jesús no ha terminado. Paradojamente, tal vez, nuestra imitación humilde a Jesús puede superar las obras de Jesús: “En verdad les digo, él que crea en mí hará la mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores.” (Juan 14,12) Dado que Cristo escogió hacerse semejante en la condición humana (kenôsis), no podría ser un modelo inmediato para toda la gente en toda su variedad. Por eso nos envió un Ayudante, una persona divina que no “nació de mujer ni fue sometido a la Ley” (Gálatas 4,4), que no experimentó un kenôsis, que no se vació a sí mismo “tomando la condición humana” (Filipenses 2,6). Jesús es mediador entre nosotros y el Padre; el Espíritu Santo es el mediador entre nosotros y Jesús.
Fue San Francisco que dijo: “Predica el evangelio, pero utiliza palabras sólo cuando sea necesario.” ¿Cómo sabemos cuándo y cómo es necesario utilizar palabras? ¿Cuáles palabras? A veces estamos tan ávidos por hablar que no escuchamos. A veces nos olvidamos de la misión del Espíritu Santo, una misión invisible y por eso distinta de la misión de la Palabra. Sin la misión del Espíritu Santo, la Palabra de Dios viene “a su propia casa, y los suyos no lo recibieron.” (Juan 1,11) Guíanos, Espíritu Santo, personalmente, y ayúdanos a ser imitadores de Jesús de una manera única, sin tener su personalidad, hablar su lengua materna, o tener las habilidades y competencias que él tiene, sino con mi personalidad, en mi lengua, con mis habilidades y competencias, adentro de las circunstancias de mi vida.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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