miércoles, 2 de septiembre de 2009

El nombre de Dios

A María Santísima nosotros "no la adoramos"; seríamos idólatras. María fue humana como nosotros. A ella sencillamente le rendimos el culto de "veneración". ¿Por qué? Porque la Biblia nos dice que Ella es la "bendita entre todas las mujeres"; porque fue escogida para ser la Madre de Jesús, que era Dios, y porque nosotros queremos cumplir la profecía de la Biblia que dice: "Me llamarán bienaventurada todas las generaciones". Nosotros tenemos el gozo de contamos entre esas generaciones que aclaman y bendicen a María.
No podemos olvidar la escena de Caná de Galilea: unos novios en apuros y la mamá de Jesús que se acerca a su Hijo y lo presiona, en cierta manera, para que ayude a aquellas personas. Aparece claramente aquí cómo la Virgen ruega por los necesitados. Si su oración era tan maravillosa y poderosa cuando estaba en la tierra, Cómo será de poderosa su oración ahora que ella está junto a su Hijo en la gloria del cielo. Es por eso que acudimos a la Virgen con confianza, para que ella nos acerque a Jesús; porque Jesús, como dice la Biblia, es el "único camino para llegar al Padre",
Y lo mismo hacemos con los santos. Los santos fueron los grandes amigos de Dios; los maravillosos instrumentos a través de los cuales Dios llegó a sus hijos, aquí en la tierra, y obró milagros y maravillas. La oración de los santos, como eran personas muy llenas del Espíritu Santo, tenía mucho poder cuando estaban en la tierra. Ahora que están en el cielo su oración tiene un poder mayor. Los santos nos llevan a Jesús, porque Jesús es el puente para llegar al Padre, así lo dice la Biblia. Nosotros "no adoramos" a los santos, simplemente "los veneramos".
Es muy triste darse cuenta de una cosa: las personas que se llaman cristianos y que sin embargo, acuden a centros de adivinación, para que les "hagan hechicerías", les "tiren las cartas", o les "adivinen" el presente o el futuro. Esas personas están demostrando que han perdido su fe en Dios, que no creen que Él sea todo poderoso, y por eso acuden a los hombres. Le están volteando la espalda a Dios. Este es un pecado muy grave.
En el primer libro de las Crónicas, en el capítulo décimo, se nos cuenta que el rey Saúl, un día, fue a consultar a una adivina, y que cayó en desgracia de Dios. Estas cosas ofenden a Dios, porque quien acude a estos lugares, demuestra que Dios no está en el primer lugar de su vida.
También da pena ver cómo muchas personas, que se llaman católicos y que acuden a misa los domingos, en momentos de pena, de tribulación, van a "centros espiritistas". Están demostrando que no creen que Dios sea todopoderoso; necesitan acudir a los hombres, a las cosas. El espiritismo está expresamente prohibido en la Biblia.
En el libro del Deuteronomio, capítulo 18 y versículo10, dice: "Que nadie de ustedes ofrezca en sacrificio a su hijo haciéndolo pasar por el fuego, ni practique la adivinación, ni pretenda predecir el futuro, ni se dedique a la hechicería ni a los encantamientos, ni consulte a los adivinos, ni a los que invocan los espíritus, ni consulte a los muertos. Porque al Señor le repugnan los que hacen estas cosas". ¡Qué frase tan dura de la Biblia!: "Le repugnan los que hacen estas cosas". Es un pecado muy grave.
En nuestra experiencia hemos visto que las personas que acuden a estos "centros misteriosos", por lo general, se muestran muy ansiosas, muy intranquilas, siempre están turbadas; nosotros lo encontramos natural: se han expuestos a fuerzas raras y misteriosas que, seguramente no son de Dios. En estas personas no se notan los frutos del Espíritu Santo, que son: paz, bondad, amor, mansedumbre. Se nota lo contrario: turbación e intranquilidad. Es por eso que el Señor prohíbe estas prácticas misteriosas. Si Dios de veras está en el centro de la vida de una persona, no necesita acudir a estas prácticas prohibidas por el mismo Dios en la Biblia.
Si amamos a Dios, con todo el corazón, debemos respetar todas las "cosas de Dios", Antes de acercarse a la sagrada comunión, hay que examinarse. Recibir la "Comunión" en pecado mortal equivale a cometer un "sacrilegio". Sacrilegio quiere decir profanación de algo sagrado. En la primera carta a los Corintios, capítulo once, Pablo advierte que si nos acercamos a comer el cuerpo del Señor indignamente, podemos comer nuestra condenación. Por eso, acudimos al Señor y nos purificamos antes y le damos gracias por ese regalo tan grande de la Eucaristía.
En el Evangelio de Juan, se nos dice: "Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo Único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna". (Jn 3,16) Dios es el que ha querido vivir en medio de nosotros, encarnarse, poner su casa en nuestro mundo, para indicamos cuál es el camino hacia Dios. Dios no sólo nos indica el camino, sino que casi nos agarra de la mano para guiarnos hacia Él.
Dios es una "experiencia" en nuestra vida. Si nos pusiéramos a escribir un libro acerca de las gracias que hemos recibido de Dios, no terminaríamos nunca. Por eso mismo a Dios lo ponemos en el centro de nuestra vida y hacemos todo lo posible para amarlo con "todo nuestro corazón", con "todas nuestras fuerzas". A Dios no podemos servirlo "a nuestra manera", sino que lo debemos servir de la manera que Él mismo nos ha indicado en sus mandamientos; a eso se llama: amar a Dios sobre todas las cosas.
Nuestro nombre es algo muy querido; algo muy personal; casi diríamos que representa nuestra personalidad. Por eso los papás, cuando nace un hijito, ¡cómo se "quiebran la cabeza", buscando un nombre que llegue a significar todo lo que ellos anhelan para su hijo!
En la Biblia, se ponían nombres muy significativos: Jacob quiere decir: "Poder de Dios". Es porque Jacob luchó con el Ángel del Señor. Ismael significa: "Dios quiera escuchar". Abraham esperaba que el Señor escuchara su plegaria. Absalón quiere decir: "El Padre es paz". David, papá de Absalón, quería paz para su reino. Pedro, significa "piedra". Jesús pensó edificar su Iglesia sobre esa piedra.
Cuando alguien se acerca a nosotros y nos dice su nombre, nos presenta, es señal de que quiere relacionarse con nosotros; quiere buscar nuestra amistad; lo mismo hacemos nosotros con otras personas.
Lo bello en la historia de la humanidad, es que Dios un día se presenta a la humanidad y le revela su nombre. Dios quería relacionarse con los hombres. A Abraham el Señor le dice: "Yo soy el Omnipotente". A Moisés le dice: "Yo soy el que soy". En el monte Sinaí, el Señor le dice al pueblo: "Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto". Dios quería que aquel pueblo relacionara a Dios ron el recuerdo de su liberación, con su "experiencia de Dios".
El nombre de Dios, en el Antiguo Testamento, se respetaba de manera especialísima; se reservaba sólo para momentos especiales. Por eso, en lugar del nombre "Dios", se usaban otros apelativos; se le llamaba "Elohim", que quiere decir "Poder". Se le llamaba también "Adonai", es decir "Señor". Se le nombraba "Eliom", Altísimo.
Isaías lo llama "El Santo de Israel". En el Nuevo Testamento nos encontramos con algo sorprendente: Jesús nos revela el nombre de Dios; lo llama: "Padre". Jesús nos advierte que no debemos dirigimos a Dios con miedo, sino con la confianza del hijo a su padre. También en el Nuevo Testamento, el Padre nos revela el nombre de su Hijo. A la Virgen María y a José se les advierte que el nombre del Mesías será "Jesús', que quiere decir "Salvador", porque ésa era la misión de Jesús: salvar a los hombres.
En la carta a los Filipenses, nos encontramos con algo muy bello, que nos revela qué es el nombre de Jesús. Dice Pablo: "Por eso Dios le dio el más alto honor, el más excelente de todos los nombres, para que al nombre de Jesús doblen la rodilla todos los que están en los cielos, en la tierra, debajo de la tierra, y todos reconozcan que Jesucristo es el Señor, para honra de Dios Padre". El nombre de Jesús es poder en todo tiempo y lugar.
Jesús un día les dice a sus discípulos: "Todo lo que ustedes pidan a mi Padre en mi nombre, les será concedido". Esta es una gran revelación: el poder que tiene el nombre de Jesús para nosotros. Pedro, cuando se encuentra a un tullido frente a la puerta del templo, le dice: "No tengo oro ni plata, pero en nombre de Jesús, levántate y camina", y se obra el milagro; aquel individuo es curado instantáneamente.
El nombre de Dios es tan sagrado y santo, que por eso mismo el segundo mandamiento de la ley de Dios nos prohíbe "Tomar el nombre de Dios en vano".
En el capítulo 20 del Éxodo, se lee: "No hagas mal uso del nombre del Señor tu Dios, pues Él no dejará sin castigo al que use mal su nombre". Es un mandato explícito del Señor. Cuando uno ama un nombre no lo profana, no lo usa con liviandad, sino que lo pronuncia con cariño. Nadie repite el nombre de su mamá o de su papá con desprecio. Todo lo contrario: se experimenta un gusto especial al pronunciar el nombre de nuestros padres.
En algunos lugares de Europa, por ejemplo en España, en Italia, hay una pésima costumbre: algunas personas, cuando se enojan, sueltan un insulto contra Dios. A esto se le llama blasfemia. Algo horroroso ¿Cómo vamos a insultar a Dios, si nosotros de veras creemos en Él? Afortunadamente, esto no está extendido entre nosotros; pero tal vez sí hay algo que se le parece: algunas personas cuentan "chistes" acerca de Jesús. Esto no tiene sentido para el que con sinceridad ama a Jesús: nadie cuenta algún chiste de doble sentido, en que la fama de su mamá quede mal. Porque ama a su mamá. Si alguien, de veras, ama a Jesús, nunca cuenta chistes irrespetuosos acerca de Jesús. Un cristiano no puede hacer eso. En el Antiguo Testamento se apedreaba a la persona que cometía una blasfemia.
En el principio de la humanidad, cuando una persona, hablaba, reflejaba lo que tenía en su corazón; pero un día, nuestros primeros padres creyeron al "padre de la mentira". La Biblia lo presenta con el símbolo de una serpiente. Entonces se torció el corazón de los seres humanos. Este fue el origen de la mentira y de la mutua desconfianza. Por eso algunas veces hasta tenemos que acudir a un "juramento" para garantizar la verdad." Jurar" quiere decir poner a Dios por testigo, El Antiguo Testamento presenta a Dios jurando; Dios le jura a Abraham que le concederá una descendencia muy grande. En el Nuevo Testamento, en cambio, Jesús dice claramente que no debemos jurar por ninguna cosa; basándonos en esto, nosotros sólo reservamos "el juramento" para casos especialísimos. El mismo Jesús un día también juró: se le preguntó si él era el Hijo de Dios: "Te conjuro en nombre de Dios que nos digas si tú eres el Hijo de Dios", Jesús aceptó el juramento, y dijo: "Tú lo has dicho". Basándonos en las palabras de Jesús, nosotros sólo juramos en casos gravísimos y cuando se necesita que aparezca la verdad y luzca la justicia.
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¡Alabado sea Jesucristo!
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Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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