miércoles, 16 de septiembre de 2009

Llena de Gracia

El nombre con que Dios envió a saludar a María fue "llena de Gracia" -favorecida-. No la llamó María, sino favorecida. Tenía razón la humilde virgen nazarena en turbarse por esa presencia misteriosa y ese saludo tan desacostumbrado. La Anunciación es el momento en que la Virgen María descubre que es una "favorecida" de manera especialísima por Dios. Llega a conocer por revelación de Dios que el Señor tiene un plan extraordinario para ella. Se siente impotente; se reconoce inmerecedora de ese privilegio. Se turba, y al mismo tiempo se "alegra". El ángel comienza animándola a "alegrarse", "Alégrate llena de Gracia; el Señor está contigo", Se alegra y se pone a la disposición de Dios, No encuentra otra forma para expresar su reconocimiento que ofrecerse como una "esclava" en las manos del Señor: "He aquí la esclava del Señor".
Uno de los grandes problemas de nuestra fe es aceptarnos como hijos de Dios; creer que Dios tiene confianza en nosotros, Son muchas las personas que, muy subconscientemente, se consideran hijos de Dios, pero "de segunda categoría", Cualquier cosa mala que les sucede, piensan que Dios los está castigando, que les va llevando cuenta minuciosa de todos esos males del pasado. Propiamente no aman a Dios; le tienen miedo, Cumplen la ley porque de otra forma se sentirían con "complejo de culpa". Todos necesitamos tener "una anunciación": saber que también en nosotros Dios puede "hacer maravillas".
En la anunciación, la Virgen María, al ponerse a la entera disposición de Dios, quedó llena de Espíritu Santo, En nuestro bautismo, nosotros quedamos llenos de Espíritu Santo, Fuimos adoptados por Dios como sus hijos. En su bautismo, Jesús escuchó la voz del Padre: "Este es mi Hijo amado". Encima de la pila bautismal, en nuestro bautismo, también resonó la voz de Dios: "Este es mi hijo amado", Sentirse hijo de Dios, de "segunda categoría" es no haber aceptado nuestra propia anunciación, que Dios nos ha hecho en alguna oportunidad de nuestra vida. Por el contrario, admitir que Dios tiene un plan de amor para nosotros, es haber aceptado ya que también para nosotros hubo una anunciación.
La libertad es uno de los grandes y peligrosos regalos que Dios ha puesto en nuestras manos, Dios, en todo, respeta nuestra libertad. No quiere galeotes que le sirvan por miedo a los latigazos, sino hijos que le adoren como a Padre amoroso. María ha sido elegida para la misión más grande que se pueda imaginar: ser la principal colaboradora de Jesús durante su vida mortal. Dios se acerca a María y por medio de un ángel, le pide su consentimiento. María, por un instante, queda perpleja. Luego se repone Y da su sí total a Dios para que disponga de ella en todo.
En la anunciación, María recibe la misión que Dios le encomienda. "Soy la esclava del Señor", son las palabras que María emplea para definir su actitud de entrega absoluta a Dios.
El libro del Apocalipsis dispone de una de las imágenes más sugestivas sobre el respeto que Dios tiene por nuestra libertad. Muestra a Jesús tocando una puerta y ofreciendo entrar a cenar, si le abren. (Ap 3,20) Dios se acerca y nos indica cuál es nuestra misión, el camino por el cual podemos realizarnos. Dios mismo nos ofrece su bendición, pero con la condición de que le permitamos entrar.
Moisés tuvo su anunciación. Se le pedía volver a Egipto. Moisés pensó que sería infeliz y se negó al principio. Más tarde aceptó. La Biblia lo describe como el hombre "más manso de la tierra". Un hombre realizado.
Un joven rico fue invitado por Jesús para ser uno de sus íntimos colaboradores. Aquel joven no pudo romper el cerco de sus riquezas. Dijo que no. El Evangelio, sugestivamente, lo describe alejándose con tristeza. Un individuo que no pudo realizarse porque escogió el camino distinto del que Dios le señalaba.
La turbación de María es muy explicable. La misión que se le encomendaba llevaba incluidas muchas cosas oscuras: concebir por obra del Espíritu Santo sin una relación matrimonial previa. María no tenía ningún punto de referencia en la historia acerca de algo parecido. Como joven inteligente, habrá pensado en todos los problemas que eso le traía: ¿Qué pensaría José, su novio? ¿Y sus parientes, y las personas chismosas que nunca faltan en los pueblos? Las misiones que Dios encomienda causan incertidumbre siempre. Moisés hasta llegó a pensar que era "tartamudo". El profeta Jeremías su puso a llorar y alegó que era muy joven para la misión que Dios le encargaba.
A cada uno de sus desconcertados profetas, Dios siempre repite: "No temas". "No temas, María". El Señor da una breve y oscura explicación a María. Nada más. María no entiende ¡qué iba a entender!; pero se fía de Dios. Dice sí de corazón. A todos sus enviados el Señor les sigue repitiendo: "No temas". Es una frase que cruza la Biblia como un hilo conductor. "No temas". Dios no da mayores explicaciones; solamente pide que se fíen de El.
El Señor, además, le adelanta a María que tendrá una señal: su prima Isabel, en su avanzaba ancianidad, también ha quedado embarazada; porque "para Dios nada hay imposible", dice el ángel.
Como muchacha inteligente, María, ante un panorama tan enigmático, que Dios le presenta, hace una pregunta: “¿Cómo puede ser esto, puesto que no estoy casada?”.
Son muchas las personas que se han atrevido a hacerle preguntas a Dios. Algunas de esas preguntas son expresión de humildad ante la impotencia, como María. Otras, son señal de altanería, como las que hizo Job en su exasperación. Buenos y malos, santos y pecadores, en determinados momentos de la vida, le formulamos preguntas a Dios.
Dios nunca responde concretamente. Da unas cuantas pistas nada más. Nunca indica un camino señalizado; sólo pide que confíen en El. A Abraham no le da la dirección exacta de la tierra hacia la cual debe marchar; únicamente le pide que se ponga en camino. A Job, el Señor, le responde con una avalancha de preguntas que lo hacen caer en la cuenta de que ha hablado como un "necio". Job termina hundiendo su frente en el polvo. A María, Dios no da indicaciones precisas; solamente le asegura que todo será "por obra del Espíritu Santo", que no debe temer. María tendrá que acostumbrarse a estas respuestas ambiguas de Dios. Más tarde, su hijo Jesús, en el Templo, cuando ella le pregunta: "¿Por qué nos hiciste esto?", le responderá:" ¿Por qué me buscaban; no sabían que debo ocuparme de las cosas de mi Padre? Una pregunta respondida con otra pregunta. No se trata de falta de cortesía; el lenguaje de la fe no responde a nuestra lógica.
La Biblia es la respuesta de Dios para los hombres. La Biblia no fue entregada como un mapa en donde todo está señalado; la Biblia fue donada como una "brújula": lo único que hace es indicar dónde está Jesús. Lo demás queda siempre en la oscuridad que, poco a poco, se va iluminado.
"Yo soy la esclava del Señor; hágase en mí según su Palabra". María no encontró otra expresión para manifestar su actitud ante Dios. Quiso presentarse como esclava. En la época de María, el esclavo estaba las 24 horas del día a las órdenes de su Señor. El amo tenía derecho de vida y muerte sobre su esclavo. María quiso ponerse en manos de Dios para todo lo que él dispusiera en todo momento y en toda circunstancia.
Cuando María pronunció su "hágase", que brotaba del corazón, se llevó a cabo la primera navidad. El Espíritu Santo invadió el seno de la Virgen María y ella quedó embarazada de Dios. "Hágase" es otro de los hilos conductores que se aprecian con claridad en la Biblia. Todos los grandes profetas de Dios, un día, tuvieron que pronunciar su "hágase", que, muchas veces, les costó lágrimas. El profeta Jeremías empleó una frase impresionista para referirse a su respuesta ante el llamado de Dios. El profeta escribió: "Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido". (Jr 20,7) Hay un momento en que el profeta, en su conciencia, no puede decirle que no a Dios. Viene entonces su "hágase" que va a definir su futuro ante Dios y ante los hombres.
El profeta Isaías también narra su historia. Dios se le acerca, como preocupado, porque tiene que encontrar a alguien para una misión delicada. El profeta no puede resistir la sugerencia indirecta que Dios le hace; termina diciéndole: "Envíame a mí". Es otra forma de decir: "Hágase". Y así llegamos hasta el "hágase" más trágico que se ha pronunciado en el universo: el hágase de Jesús en el Huerto de los Olivos. Jesús está ante la inminencia de su pasión. Todo lo presiente con evidencia. Le invade el pavor. Suda sangre. Llora. Se encuentra ya experimentando la soledad: ni sus amigos más íntimos han podido velar en oración junto a él. En ese trágico momento los apóstoles están durmiendo. En esas circunstancias dramáticas Jesús dice: "No se haga mi voluntad sino la tuya". Es el "hágase de Jesús" con el que acepta su pasión con todas sus consecuencias.
Cuando la Virgen María dijo: "Hágase", se inició la encarnación de la Palabra en su seno virginal. Cuando aceptamos la voluntad de Dios, le decimos sí de corazón, en lo que requiere de nosotros, en ese momento hay una nueva encarnación: la Palabra se encarna en nosotros, logra trabajarnos; Dios ya puede disponer de nosotros para proseguir su obra salvadora en el mundo.
Adán y Eva dijeron no a Dios. Dijeron sí al espíritu del mal, que les ofrecía un camino diverso del de Dios. De sobra conocemos las fatales consecuencias de aquel "no" pronunciando por los primeros seres humanos.
Conocemos también muy bien las grandes bendiciones que se derivaron para la humanidad del "sí" de la Virgen María. Hay un canto religioso "Madre de todos lo hombres enséñanos a decir amén". María, como buena mamá, nos va ayudando a deletrear nuestro "hágase" por medio de cual decimos sí a Dios y no al mundo. Cuando eso sucede, Dios puede encarnarse en nosotros y hacer maravillas también por medio de nosotros.
El cuadro de la anunciación no nos lleva a una euforia evasionista, sino nos cuestiona seriamente acerca de nuestro sí a Dios, de nuestro compromiso. La madre María se coloca a nuestro lado para animarnos a no tenerle miedo ese sí incondicional a Dios.
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Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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