miércoles, 23 de septiembre de 2009

¿Y dónde están los otros nueve?

Diez leprosos han acudido a Jesús pidiendo la salud. Más doloroso que la propia enfermedad es el rechazo que prooduce este mal. La lepra es una maldición que da terror. Junto con carcomer al hombre, destruye sus relaciones y lo aísla... y un ser sin relaciones fácilmente pierde su misma humanidad.
Siguiendo las prescripciones de la ley, los diez enferrmos tenían que alejarse y elevar su voz para implorar piedad. El leproso era un ser condenado. Obligado a apartarse de todo otro viviente, debía anunciar su presencia pavorosa haciendo sonar un cascabel.
Aquellos pobres hombres estaban contrahechos por una lepra visible producida por el bacilo de Hansen... pero ésa era, tal vez, sólo un símbolo de otra lepra oculta, más grave, más universal y cuyo origen los hombres de este siglo no nos atrevemos a reconocer. Y algo de esa enfermeedad lo llevamos todos.
Es un hecho que entre nosotros hay mucha soledad. Los hombres nos vamos aislando, nos vamos temiendo, hiriendo y destruyendo. En los negocios, en las oficinas y hasta en la misma familia cada uno construye sus trincheeras para afrontar la competencia. De esa lepra de la que necesitamos con urgencia ser curados. Esos enfermos del relato evangélico son una muestra de nuestra pobre humanidad.
Aquellos desdichados, en situación límite y carentes de toda esperanza humana, se acordaron de Jesús y acudieron a él pidiendo ser sanados. «¡Maestro, ten compasión de nosotros!».
A esos diez leprosos que buscaban la salud, Jesús les encargó que hicieran lo que estaba mandado: que fueran a presentarse al sacerdote. Marcharon todos, llenos de curioosidad, tal vez con pena y desilusionados porque el Señor no hacía con ellos un milagro; pero de camino, sintieron que sus miembros recuperaban la vida, sus dedos retorcidos volvían a estirarse y su piel recobraba el color.
En tales circunstancias, sólo uno se acordó de Jesús y regresó a dar gracias. Eso no lo aprendió en la ley. El hombre era un samaritano, nos cuenta el Evangelio. Tal vez fue el único que de verdad sanó porque comprendió lo que es la gratitud. Su corazón reseco por la lepra interior, perdió sus costras y renació a la vida. No sintió el agradecimiento del esclavo que genera malsana dependencia; experimentó el reconocimiento humanizante del amigo que acerca y agrannda el corazón.
Sólo el sentido de lo gratuito y de la gracia rehace el mundo del espíritu. El que no ha tenido esta experiencia difícilmente podrá entender lo que es la vida humana y mucho menos podrá entender a Dios.
En un mundo de competencia, de mercado, de medidas precisas, de eficiencia, qué difícil resulta conservar el sentido del don y el valor de lo gratuito. A todo se le ha puessto hoy un precio. Hasta las obras de arte han dejado de valer por su belleza. Pero lo más importante escapa a esta necesidad de tasación. Lo gratuito por esencia no puede comprarse ni venderse: con el amor, la alegría, la esperanza y la fe no se puede transar. La felicidad más honda no está puesta a subasta. Se recibe como un don y se da como un regaalo. Supone el paso del mercader al amigo.
Debemos abrir la conciencia a todos los dones recibidos. Es normal que acudamos a Dios cuando hay problemas, pero nos falta hoy el canto agradecido. Es necesario limpiarse los ojos y reconocer lo que es regaalo: la vida, la fe, los bienes de la tierra, la amistad y tantas otras cosas. Muchos ven con claridad lo que les falta, pero no tienen perspicacia para gozar de aquello que se les ha dado en abundancia.
«¿Dónde están los otros nueve?». Ellos no sabían agradecer y difícilmente pudieron reinsertarse de manera humana en la vida social. Sólo quien transita por esta vida con un sentimiento de verdadero agradecimiento mira a los demás con ojos limpios; no se siente atacado y para triunfar no cree necesario atacar a los otros; puede sentirse verdadero hijo del Señor y considerar como su hermano a todo el que se le acerca. La inmensa mayoría, más precisamente, nueve de cada diez, se aleja sin expresar jamás su gratitud. Que el Señor nos ayude a ser como ese hombre de Samaria. Ésa es la clave del cristianismo y de la verdadera felicidad.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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