miércoles, 2 de septiembre de 2009

No limitar la curación

Hoy día existe un gran interés en el ministerio de sanación: crece la literatura al respecto, se fundan asociaciones terapéuticas, por aquí y por allá aparecen personas dotadas de un don especial para orar por los enfermos. Por todas partes se escuchan bellos testimonios de quienes han sido curados por el amor misericordioso de Dios. Se repiten en nuestros días los milagros del Evangelio, y se vive un nuevo Pentecostés tal como si nos transportáramos a los tiempos apostólicos. Pero, también surgen críticas diciendo que se está exagerando demasiado al poner más énfasis en la salud que viene del Señor que en el Señor mismo. Unos piensan que se abusa en este campo, pero tampoco falta quien niegue este importantísimo fenómeno evangélico.
Lo cierto es que en la búsqueda de sanación algunos no están aprovechando la recuperación completa que Dios quiere darles. Ellos solamente buscan una aspirina; aspirina que no cura. La idea de salvación es determinada por su miedo al dolor y a cualquier esfuerzo personal. Para ellos la curación es sólo sentirse bien, sin sufrimiento ni molestias, y desean que Jesús sea simplemente la aspirina que les aleje su pena.



Suprimir el dolor no es la salvación que la Biblia promete. La Palabra de Dios nos ofrece mucho más que una simple vida sin sufrimientos. A los cadáveres de los cementerios no les duele ni una muela, sin embargo ellos no comparten la nueva vida traída por Cristo Jesús.
Nosotros afirmamos con el Nuevo Testamento que la tribulación y las pruebas son el catalizador que transforma nuestra fe y la convierte en oro (1Pe 1,6-7); una oportunidad maravillosa para alabar a Dios (1 Pe 4,12-16); el camino para madurar (Sant 1,2-4); y que nos redituarán un abundante caudal de gracia (2Cor 4,17).
Dios nos ofrece una salud profunda y permanente. Indudablemente El nos ama como somos y como estamos, pero precisamente porque nos ama, nos quiere dar esa salud completa que El tiene para nosotros. Sin embargo, muchas veces se le busca procurando sólo una mejoría rápida y barata, como la que ofrece la propaganda de la televisión, la cual es superficial y aparente, esfumándose tan rápidamente como vino.
Hay quienes acuden a Jesús como si él fuera solo el reparador de las diferentes partes de sus cuerpos:"Jesús, cura mi dedo; mi pie; mi estómago; mi ojo"... le dicen. Como si fuera una refaccionaria donde se cambian las partes defectuosas. Ellos sólo buscan la sanación de una parte de su ser, no la curación de toda su persona. Si Jesús les sana su úlcera o su cáncer están muy contentos, pero si Jesús va más a fondo y quiere actuar más profundamente entonces se resisten.
El mal no consiste en que pretendan el alivio de su estómago. El error está en que eso es todo lo que ellos procuran. Jesús ciertamente alivia dedos, estómagos y pies, pero no es adecuado recurrir a él cuando el dolor hace presa de nosotros, pidiéndole que sólo restaure aquella parte de nuestro ser que está sufriendo.
Jesús no vino desde el cielo sólo para aliviarnos los síntomas, sino a curarnos de nuestras enfermedades. Hace unos años mi hermana mayor sufría una enfermedad que le molestaba permanentemente. Su médico le dijo que podía quedar curada mediante una operación, o que le podría estar dando calmantes durante toda la vida. Sus amigos le comentaban que dicha intervención era riesgosa y la recuperación difícil y dolorosa. Así, por temor a ella, mi hermana decidió continuar con los medicamentos que le calmaban el dolor, aunque permaneciera enferma.
Se habló con ella para ayudarla a superar su miedo. Poco tiempo después fue intervenida quirúrgicamente. La recuperación fue lenta y penosa, pero desde entonces ella está sana. Su curación fue real y permanente, y no sólo aparente. Algunos que sufren insomnio, únicamente toman pastillas para poder conciliar el sueño, pero no buscan la raíz de su mal. La obra de Jesús no es darnos pastillas, sino ir al fondo de nuestro problema para solucionarlo radicalmente.
Jesús es el doctor que vino a sanar a los enfermos, operándolos, amputándolos incluso si fuera necesario. Su acción salvífica no se reduce a darnos pastillas que momentáneamente nos hagan sentir mejor. El está decidido a tomar el bisturí y extirpar lo que nos está dañando. El quiere curar no sólo los síntomas de nuestro mal, sino ir hasta la raíz que lo ocasiona.
Jesús no vino a curar enfermedades sino enfermos: personas completas. No sólo a suprimir los síntomas de un mal, sino la raíz que origina esa enfermedad. Por ejemplo, Jesús no únicamente quiere curar úlceras sino sanar la causa que la está originando: ansiedades, exceso de preocupaciones, desorden o falta de cuidado en la alimentación, etc.
No se limita a darnos la mejoría que nos prometen en la televisión: alivio barato e instantáneo. Si nosotros vamos a Jesús como si se tratara de alguien solamente un poco más poderoso y efectivo que la aspirina o como un reparador de partes del cuerpo humano, nunca tendremos la oportunidad de experimentar todo el poder sanador de nuestro Dios.
Al contrario de la aspirina y de todo tipo de calmantes, Jesús no sólo apacigua los dolores. Su misión no ha sido únicamente remendar partes de nuestro cuerpo, sino darnos vida en abundancia: corazones nuevos, mentes renovadas, renacer como verdaderos hijos de Dios, ser hermanos de los demás y verdaderos templos de su Espíritu Santo. En otras palabras, Cristo fue enviado por Dios para hacernos personas íntegramente sanas.
El no vino a darnos un calmante para nuestras penas o una forma de vida donde no tengamos que esforzarnos mucho. El nunca ofrece un alivio fácil e instantáneo, ni desea que sólo una parte de nuestro ser esté sana. El nos quiere completamente sanos, por dentro y por fuera; en nuestras relaciones con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con las cosas materiales. Su fuerza nos capacita para hacer hasta lo más difícil.
¿De qué sirve que sea librado de la amputación de un pie, si todo mi ser queda infectado con la gangrena del orgullo? Si los dolores de cabeza nos desaparecen con aspirinas, y somos operados de nuestra úlcera, pero seguimos angustiados y atareados, sin paz en nuestro corazón, lo más seguro es que pronto regresen las jaquecas y reaparezca la úlcera. La curación que Cristo nos quiere dar es profunda y total. Sin embargo, algunos la temen, otros no la entienden, y no falta quienes ni se han enterado de esta dimensión de la obra salvífica de nuestro Dios.
El pecado es la enfermedad básica del ser humano, raíz de todos los demás males que hay en el hombre y la humanidad: Jesús ha sido enviado a liberarnos de esa esclavitud.
La peor de todas las enfermedades, el mal más grande que nos puede aquejar es el pecado. Jesús ha sido enviado a quitar el pecado del mundo (Jn 1,29) y a liberarnos de todo pecado (Mt 1,21).
La salud completa que nos ofrece Jesús, consiste en pasar de esta vida de esclavitud a verdadera libertad (Rm 12-20); de la condenación, a la liberación de la culpa; de la oscuridad a una vida de luz (Col 1,13); de una vida de pecado a otra de gozo y santidad (Tito 3, 3-5); de ser hijos del Demonio a ser hijos del mismo Dios (1Jn 3, 1-3). ¡Esto es sanación! Te invitamos a ver en nuestra página web, www.jesusestavivo.org.mx la Misa del domingo de las 9 de la mañana en Catedral; en la Parroquia de San Pedro, la Misa del domingo de las 9 de la mañana y en Las Rosas la Misa de Sanación de las 19:00 horas el lunes primero de mes. En Blooger tenemos nuestras seis columnas diferentes publicadas en los tres principales diarios de Morelia. La dirección para encontrarlas es: jesusestavivoenmorelia.blogspot.com También nos puedes localizar en Twitter donde están nuestras columnas, pero ahí puedes hacer comentarios, críticas, sugerencias y todo lo que se le parezca. Su dirección es: twitter.com/jesusestavivo
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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