jueves, 31 de diciembre de 2009

¿Creen que vine a traer paz a la tierra?

Jesús es paradójico. Quien ha sido llamado Príncipe de la Paz, nos dice que ha venido a traer la división. Más precisamente, Mateo nos recuerda que su Señor vino a traer espada. Esta expresión no deja de extrañamos e invita a afiinar la reflexión. ¿No estaremos llamando paz a algo que está lejos de serIo? Lo que es paz para algunos, ¿no signiifica la muerte y el dolor para otros?
Esta pregunta desconcierta. Hemos estado acostumbraados a ver en Jesús la encarnación de la paz y en realidad creemos que sólo él puede dar la paz que el mundo no puede dar.
En un lenguaje semítico, que ama los contrastes pero obliga a ir al fondo de la verdad, Jesús nos hace una pregunta inquietante. Él está en la línea de Jeremías y Ezequiel, que acusaban a los falsos profetas que hablaban de la paz cuando todo andaba mal. (Jer 6,13-14; Ez 13,10).
¿Creen que vine a traer paz? Desde antiguo se ha dicho: Si quieres la paz prepárate para la guerra. Ármate hasta los dientes para que te teman... Ésta es la lógica del mundo. Pero esta paz no la quiere Jesús y con razón nos dice que no es ése su mensaje. «No he venido a traer paz sino espada». (Mt 10,34)
La paz fundada en la mentira y la apariencia; la componenda fácil que acumula problemas para el futuro, no es la paz de Jesús. Qué lejos están de su mensaje la paz de cosmético que sólo quiere salvar las apariencias; la paz armada; la paz que se impone por la fuerza y que a menudo cuesta más que una terrible guerra; la paz del cementerio donde nadie opina y donde nadie puede disentir. Bajo el manto de esta aparente pacificación, existen violencias escondidas y atrozmente mortales.
Cuando un pueblo está tranquilo porque está petrificaado por el temor, no está ciertamente saboreando el fruto de la paz. Los pobres y quienes carecen de las más elementaales oportunidades de vivir con dignidad pueden ser testigos de que por ahí no va la salvación del mundo. En esas circunstancias no son hijos de la paz quienes callan sino los que se atreven a denunciar el mal.
Tampoco es la paz del Evangelio aquel pasado bien sin pensar en los otros. En un mundo hedonista, un mundo que rechaza la fidelidad, que desconoce el heroísmo, se confunden los términos y la «tranquilidad», el bienestar material, la carencia de problemas, la farándula, el entretenimiento y el olvido terminan por paralizar el corazón sin dade el verrdadero reposo.
El mensaje del Señor padece violencia. El Evangelio supone una batalla interior. Vencerse a sí mismo, entregar la vida para que otros puedan vivir, rechazar la mediocridad, oponerse al compromiso espurio y a la verdad dicha a medias, ciertamente cuesta mucho. Ser radicalmente coherente con lo que se cree es una especie de guerra implacable. La verdad es dolorosa, pero sólo ella nos hace libres.
Ser libre para decir las cosas hiere muchos intereses y acarrea problemas. La propia muerte de Jesús muestra lo conflictivo del mensaje que él vino a proclamar.
Pero el cristianismo no es sólo lucha interior. Él se prooyecta sobre la sociedad y quiere transformada. Él pretende reconstruir en sus raíces las relaciones del hombre con su hermano y cambiar la lógica del mundo. Eso provoca resistencias. Es impresionante lo que molesta que alguien tenga el valor de proponer un reto, de enfrentarse a este mundo. Perturba una persona que tenga un corazón libre y diga la verdad. No es fácil que se acepte a quien opta por los más débiles y hace suyo el desamparo del mundo. A menudo se le acusa a él de delincuente. Quien es testigo del Espíritu en medio del materialismo que se nos quiere impooner, quien tiene a Dios por centro y fuente de su vida, tiene que aceptar su inexorable cuota de martirio.
Jesús no quiere una paz falsa, pero rechaza la violencia no ataca, pero recibe en sí las consecuencias de su amor y va a la muerte. Es ésta la más dolorosa realidad de su mensaje que no se puede ocultar. Jesús hizo guardar la espada porque el que mata con la espada a hierro muere. Quiso romper la espiral de la agresión. Su mensaje no es una invitación a la dulce tranquilidad, es un mensaje abrasador. El reino de los cielos padece violencia.
A lo largo de la historia del cristianismo ha corrido mucha sangre de mártires y ella ha sido la mejor semilla de la fe. El Evangelio no fue nunca un sedante. Muchos discípulos de Cristo entregaron su vida para que el mundo pudiera realmente vivir.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA ELHOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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