jueves, 3 de diciembre de 2009

¿De qué discutían?

Atravesando Galilea, medio escondido, sin detenerse, Jesús iba instruyendo a sus discípulos (cfr. Mc 9, 30). Ellos connversaban y discutían porque no entendían las palabras de su Maestro. En el primer descanso el Señor les hizo una pregunta decisiva: «¿De qué discutían por el camino?».
Es curioso, pero al menos dos veces se preocupó Jesús de lo que conversaban sus discípulos. Él, que los quería y que deseaba formarlos para el futuro ministerio, sabía que la palabra era importante. Qué se dice y cómo se dicen las cosas debía preocuparle a quien se interesaba en formar apóstoles.
Después de su resurrección, cuando ya terminaba su presencia visible entre los suyos, volvió a preguntarles de qué estaban hablando a dos que se alejaban, descorazonados, llorando la derrota. Ellos iban camino de Emaús (Lc 24,17).
Triste debió ser para el Señor constatar que, después de tanto esfuerzo pedagógico, la conversación de sus discípulos tuviese tan poca alma de Evangelio. En verdad ellos habían entendido poco. Discutían sobre quién era más importante y camino de Emaús, sin entender las Escrituras, iban mirando hacia atrás, rota toda esperanza.
Siguiendo el interés de Jesús, es bueno preguntarle al hombre de este siglo de qué habla y cómo se comunica.
Es triste constatar que en este tiempo nuestro hay mucha soledad. Por odio, por rutina, por falta de horizontes o por miedo, hay personas que han dejado de hablar. Mudas ante un televisor, hay familias enteras que han perdido la capacidad de mirarse a la cara, de conversar y de contar sus sueños.
«¿De qué discutes?». Preguntar esto equivale a interesarse por las cosas que nos apasionan, las cosas que son importantes para nosotros. Cuando tú hablas, ¿qué cosas tienen realmente valor para ti?
Muchos discuten y hablan de cosas que no valen la pena. Por desgracia, hay hombres que tienen un registro pequeño de intereses. Sólo se puede hablar con ellos de dinero, de sexo, de negocios, de futbol o de autos. La política, cuando se hace tema excluyente, puede ser también una forma de decir pocas cosas. Pero más delicado es cuando nuestra conversación, hecha para comunicarse y construir lazos, se dedica a destruir a otros.
En el hablar se manifiestan los prejuicios, las estrecheces de clase, las pasiones. También allí se manifiestan las ternuras, la grandeza, la objetividad y el respeto .. " «porque de la abundancia del corazón habla la lengua». (Lc 6,45)
El Señor quería que nuestra conversación fuese simple y directa: «Sí» o «No»; que jamás hiriera al hermano; que nos preocupáramos de las necesidades y dolores de los otros y que dijéramos en todo momento la verdad.
El hablar humano también debe ser bello, Es una pobreza grande tener un vocabulario reducido, una gramática imperfecta o convertir el lenguaje en una grosería. La grosería a veces se usa para ofender, pero la mayor parte de las veces es muletilla que oculta una inopia atroz. Empobrecer la palabra reduce fuertemente la capacidad que tiene el hombre de ser hombre... de entrar en comuunión y de dominar la tierra. Dios le dio a Adán, como muestra de su señorío, el poder de irle poniendo nombre al universo.
Jesús quiso enseñar a los suyos a hablar también con Dios. Sólo en ese diálogo confiado, donde el hombre puede decirle «Abbá, Padre» a Dios, la conversación, la palabra humana, adquiere toda su profundidad y su esplendor. Un hombre que nunca habla con Dios, verá que su palabra tarde o temprano perderá horizontes.
Por todo lo anterior, es bueno que hagamos hoy resonar en nosotros la pregunta de Jesús: «¿De qué discutes?».
Es un deber de los cristianos reconciliarse con Dios, confesarse, cuando se presenta un peligro de muerte. (mandamiento segundo de la Iglesia) ¡Facilita a tus enfermos este servicio! ¡Hazlo de día! Pero si se presenta una emergencia llama al Tel. 324 60 24 de 22:00 horas a 6:00 de la mañana. Confesión y Unción de los enfermos.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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