jueves, 3 de diciembre de 2009

Oremos por nuestros sacerdotes

Salido de la mano del Padre -la Vida- y de su Espíritu -la Luz-, el Hijo de Dios se ha manifestado en carne humana: puso su tienda entre los hombres y para ellos. Jesús ¡"Dios con nosotros"! y ¡"nosotros con Dios"!
Siempre Dios y, una vez hombre, siempre hombre, su humanidad, misterio de plenitud, recogió también la condición de límites y necesidades; la misericordia de su corazón sacerdotal le permite experimentar las flaquezas y compadecerse de ellas.
Su carne, con la hechura de la tienda de los hombres, sufrió la pasión y la muerte, pero una vez resucitado guarda de Dios las cualidades porque en ella reside la plenitud de la divinidad.
Si la suprema acción sacerdotal de Jesús consistió en ofrecer al Padre su propia vida, su pasión y su muerte por la salvación de los hombres, la misión que nuestro Sumo Sacerdote, comunica al pueblo santa por la unción de su Espíritu es: "hacer de nuestra vida una ofrenda continuada".
Y todavía, de este pueblo sacerdotal escoge algunos amigos para compartirles el precioso regalo de su sacerdocio ministerial, de modo que puedan ofrecer los frutos de la tierra y del trabajo del hombre y consagrarlos en su propio Cuerpo y en su Sangre. Conviene recordar que lo que no se ofrece no se consagra.
Los sacerdotes, misericordiosamente investidos de este ministerio, no predican a ellos mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, ya como siervos de nosotros por Jesús. Pues el mismo Dios que dijo "De las tinieblas brille la luz", ha hecho brillar la luz en sus corazones para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo.
Llevan este Tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria, es de Dios y no de ellos. Por eso no desfallen. Aún cuando su hombre exterior se va desmoronando, el hombre interior se va renovando día a día. Y con el rostro descubierto reflejan como en un espejo la gloria del Señor y se van transformando en esa misma imagen, cada vez más gloriosos porque así actua el Señor que es Espíritu. (2Cor 4,5-7.16;3-18).
El pueblo cristiano ora continuamente por la santificación y multiplicación de los sacerdotes, como un fuego prendido en los huesos que aunque se trate de extinguirlo no se puede. ¡Que nuestras oraciones contribuyan a incrementar esta reserva de gracia!
Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es lacvida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese.
He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu Palabra.
Ahora ya saben que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos, y ellos las han aceptado y han reconocido verdaderamente que vengo de ti. Y han creído que tú me has enviado.
Por ellos ruego; no ruego por el mundo sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos y ninguno se ha perdido. salvo el hijo de perdición, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada. Yo les he dado tu Palabra, y el mundo los ha odiado, porque no son del mundo, como yo no soy del mundo. No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno.
Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad. No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mi, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en tí, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.
Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos.» Jn 17 1,26
De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el Nombre que ha heredado. Hb 1,1-4.
Convenía, en verdad, que Aquél por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen. Por eso no se avengüenza de llamarles hermanos cuando dice: Anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos. Y también: pondré en él mi confianza. Hb 2,10-13.
Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados. Hb 2,17-18.
Teniendo, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos, Jesús, el hijo de Dios, mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna. Hb 4,14-16.
Porque todo Su mo Sacerdote es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios para ofrecer dones y sacrificios por los pecados; y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados, por estar también él envuelto en flaqueza. Y a causa de esa misma flaqueza debe ofrecer por los pecados propios igual que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo qúe Aarón. Hb 5,1-4.
Cristo, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte fue escuchado por su actitud reverente y aún siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegó a la perfección y se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec. Hb 5,7-10.
Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos sumos sacerdotes, luego por los del pueblo; y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Es que la Ley instituye sumos sacerdotes a los hombres frágiles; pero la palabra de juramento, posterior a la Ley hace al Hijo perfecto para siempre. Hb 7,26-28.
Cristo se presentó como Sumo Sacerdote de los bienes fuuturos, a través de una tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo. Y penetró en el santuario una vez para siempre no con sangre de machos cabríos ni de novillos sino con su propia sangre, consiguiendo una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne. ¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! Hb 9,11-14.
Cristo, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre, esperando desde entonces hasta que sus enemigos sean puestos por escabel de sus pies. En efecto, mediante una sola oblación ha llevado a la perfección para siempre a los santificados. Hb 10,12-14.
Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijáos en aquél que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado. Hb 12,1-4.
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¡Alabado sea Jesucristo!
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Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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