lunes, 21 de diciembre de 2009

¿Quieres Comida Sólida?

“Yo, hermanos, no les pude hablar a hombres espirituales, pues sienten como hombres ‘carnales,’ y en Cristo son todavía niños. Les di leche y no comida sólida, pues todavía capaces y ni siquiera ahora la pueden soportar, porque todavía son hombres carnales.” (1Cor3,1-3)
Algunos hablan de los primeros cristianos como si ellos hubieran sido modelos ejemplares del vivir en el Espíritu y testimonio de los frutos del mismo Espíritu, que son caridad, alegría, paz, paciencia, comprensión de los demás, bondad, fidelidad, humildad y dominio de sí mismo. (Gál 5,22) Sin embargo, Pablo había recibido unas noticias por la familia de Cloe hablando de rivalidades, divisiones internas y dudas respecto a la fe, sobre el celibato y el matrimonio, sobre la resurrección de los muertos, sobre la convivencia con los que no tienen la fe cristiana, sobre la manera de la celebración de la Eucaristía y el uso de los dones espirituales. Pablo no pudo dejar su trabajo en Éfeso, por eso les contestó a los corintios en una carta.
Uno de los temas principales de la primera carta es el vivir, pensar y hablar como hombres espirituales, comiendo comida sólida. Mientras las rivalidades: “Yo soy de Apolo”, “Yo soy de Pedro”, “Yo soy de Cristo” , eran la obra de hombres carnales, la unidad de la comunidad y el entendimiento verdadero de “la locura de la cruz” sería obra del Espíritu. Pablo compara la unidad potencial de los corintios con la unidad del cuerpo, un solo cuerpo con muchos miembros con funciones y dones diferentes. Los diferentes dones, los diversos ministerios y la diversidad de obras no impedirían la unidad de los muchos miembros.
¿Ha cambiado mucho la situación desde el día cuando Pablo viajó a Éfeso (54-57) y escribió su primera carta a los corintios? Últimamente, para contestar la pregunta, se necesitaría ubicar la historia relativamente breve de nuestro gemir interior en la historia del mundo, gimiendo y sufriendo dolores de parto (Rom 8,22-23) por billones de años y en un futuro de quién sabe cuantos miles, millones o billones años más para hacer obras aún mayores que las que hizo la Palabra encarnada (Jn 14,12). De todos modos, se puede decir que todavía no experimentamos la unidad que desea Jesús, que seamos uno como él y su Padre son uno (Jn 17,11). Él todavía está en oración por nosotros. ¿Estamos tomando leche o saboreando comida sólida? ¿Qué haremos para lograr la unidad?
Primero, debemos evitar la mala interpretación de “vivir en la carne” y “vivir en el Espíritu.” Esta interpretación dice que hay dos mundos separados, y que estás o en un lugar o en otro. En su obra trascendental La Ciudad de Dios, escrita a lo largo de quince años, entre el 412 y 426, san Agustín distingue y pone en contraposición la ciudad de los hombres y la ciudad de Dios. En esta vida terrestre las dos ciudades se encuentran mezcladas y confundidas. Por la solidaridad todos vivimos bajo el reino del pecado: “No hay nadie bueno, ni siquiera uno, no hay un sensato, para que busque a Dios. Todos andan extraviados, se perdieron juntos. (Rom 3,11-12) El segundo Adán, Cristo, hizo una nueva moción para restaurar la desintegración y la muerte que describe Pablo en el primer capítulo de Romanos. Él hizo todo lo que hizo para nosotros, para que podamos vivir una nueva vida: “no vivo yo, sino Cristo vive en mí.” (Gál 2,20)
El vivir en el Espíritu es un proceso de disminuir y aceptar cada día más el rol de “servidores que solo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17,10), fijándonos en el mandato “Sean perfectos como es perfecto su Padre que está en el cielo” (Mt 5,48) y “esfuércense por entrar por la puerta angosta” (Lc 13,24). Existe un solo mundo en el cuál crecen juntos el trigo y la cizaña. Sí, en el largo plazo, hay dos alternativas: la caridad y la codicia, pero esto no quiere decir que haya dos órdenes o dos mundos separados.
Sólo la gracia perfecciona la naturaleza según el modo de la naturaleza, es decir sin cambiarla o quitarla. El teorema de lo sobrenatural que dio a la luz la teología como una disciplina, fue descubierto y manejado por Alberto y Aquino en el siglo XIII. El teorema hace posible distinguir, sin separar, el orden de la naturaleza y el orden de la gracia. San Agustín no podía haber hecho la interpretación de su obra que hizo Aquino. Pero no quiero que nos perdamos en las implicaciones de la historia del teorema de lo sobrenatural. El asunto es cómo notamos la acción el Espíritu en nuestra vida. ¿Su acción está limitada a lugares y momentos especiales, o “sopla donde quiere”? ¿Puedes lavar los dientes como un hombre o una mujer espiritual? ¿Puedes comprar la despensa para la semana como un hombre o una mujer espiritual? ¿Puedes estudiar mate, biología o historia como un hombre o una mujer espiritual?
Si la gracia perfecciona la naturaleza, podemos decir que el estudiar, el investigar y el contemplar pueden ser elevados y perfeccionados. Entre los dones espirituales que menciona Pablo en el capítulo 12 de su carta a los corintios están hablar con sabiduría, comunicar enseñanzas, hacer curaciones, hablar en lenguas e interpretar lo que se dice en lenguas (1Cor 12,8-10). En el capítulo 14 Pablo le da gracias a Dios por el don de hablar en lenguas, pero agrega que cuando está en la asamblea, prefiere decir cinco palabras suyas que los demás entiendan “antes de decir diez mil palabras en lenguas.” (1Cor 14,18-19). Luego, dice a sus hermanos en el Señor: “No se queden como niños en su modo de pensar. En el camino del mal, sí, sean como niños, pero adultos en su manera de pensar.” (1Cor 14,20)
Y nosotros, ¿somos niños en nuestro modo de pensar? Sí, a veces somos niños, no queremos comida sólida, ni recibirla ni contemplarla. Somos niños cuando decimos “todo es misterioso” y no intentamos buscar el entendimiento imperfecto de la fe, análogo y provechoso afirmado en el Vaticano I: “Y ciertamente la razón, cuando iluminada por la fe busca persistente, piadosa y sobriamente, alcanza por don de Dios cierto entendimiento, y muy provechoso, de los misterios, sea por analogía con lo que conoce naturalmente, sea por la conexión de esos misterios entre sí y con el fin último del hombre.” (Dei Filius, capítulo 4, “Sobre la fe y la razón”). Somos niños e hipócritas cuando decimos que somos gente de la Palabra pero, por flojera o fideísmo (la fe ciega y pasiva), no nos interesa estudiar ni la Palabra de la Sagrada Escritura ni las obras de la creación donde se puede contemplar y entender lo que es Dios, “puesto que él hizo el mundo.” (Rom 1,20)
Una manera de quedarnos en nuestro modo de pensar como niños es rechazar la historicidad de la Escritura, que es una enseñanza básica de Vaticano II. El intérprete de la Escritura tiene que determinar la significación propuesta por el autor, y por consiguiente tiene que estudiar y entender las convenciones literarias y las condiciones culturales del lugar y del tiempo. (Dei Verbum, III, 12, “Inspiración divina de la Sagrada Escritura y su interpretación”). El estudio de lenguas y culturas es importante para entender la Escritura. De hecho, a través de los desarrollos en las ciencias naturales, la historia, la filosofía y la teología, podemos descubrir implicaciones en la Escritura que anteriormente eran inadvertidas. Por ejemplo, el decreto de Calcedonia (451), que afirmó que la misma persona, el Hijo, es divina verdaderamente y humana verdaderamente; una persona con dos naturalezas, enriqueció el decreto de Nicea (325) que había afirmado que el Hijo es engendrado, no creado. Así, los dos decretos nos hacen posibles interpretaciones de la Escritura que no tenían los autores. Más cerca a nuestra época, el estudio de antropología y psicología nos puede ayudar a entender cómo un mismo sujeto humano puede tener dos subjetividades, y con esta pregunta transportamos el asunto de Calcedonia del siglo V al siglo XXI.
¿Estamos jugando con la verdad? No, no existe la posibilidad de mejorar la revelación de los misterios, ni de cambiar la significación de los dogmas de la fe. Sin embargo, el sentido de un dogma es la significación hecha en un lugar y un tiempo, y dentro del contexto de aquella ocasión. Solamente a través de un estudio histórico de la ocasión y un estudio exegético y cultural de la declaración se puede llegar a una significación más plena.
¿Por qué dijo Jesús “el que cree en mí hará las mismas cosas que yo hago, y aún hará cosas mayores”? (Jn 14,12) ¿Cómo podemos hacer cosas mayores que Él? Porque Él experimentó un kenôsis, se vació a sí mismo “tomando la condición humana” (Fil 2,6). El kenôsis al cuál Él se sometió impide hacerse “todo para todos.”(1Cor 9,22) Si no hacemos caso de las condiciones sociales y culturales particulares de su vida, demandamos demasiado de la Palabra encarnada e hijo de María y así hacemos irreverencia al Espíritu entregado a nosotros. Sin la misión visible de la Palabra, el don del Espíritu es enamorarse sin conocer al amado; es una orientación hacia lo misterioso. Por otro lado, sin la misión invisible del Espíritu, la Palabra viene “a su propia casa, y los suyos no lo recibieron.” (Jn 1,11)
¿Qué es querer comida sólida? Es querer participar en las misiones de la Palabra y del Espíritu según los intereses, talentos y dones de cada uno. Las dos misiones tienden al mismo fin último, que es la iniciación y reforzamiento de nuevas relaciones personales entre Dios y nosotros seres humanos. Sin embargo, podemos distinguir entre las misiones distintas y las obras propias de las Personas.
La misión invisible del Espíritu es hablar y enseñar, pero no como un ser humano, porque no tomó la condición humana, sino como el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Aunque la misión es invisible, se manifieste en señales visibles: una paloma, el viento, lenguas como de fuego. El participar en la misión del Espíritu es vivir en el Espíritu según los varios dones espirituales; es aceptar a nuestros dones, desarrollarlos y compartirlos. Es respetar a todos los miembros del cuerpo y promover la buena función del cuerpo, sin celos o envidias de los que tienen una vocación o un don diferente.
La misión visible de la Palabra es ser mediador, en su condición humana, hablar y enseñar a nosotros seres humanos qué es la nueva vida y enviarnos a seguir con su trabajo. “Así como el Padre me envió a mí, así los envío a ustedes.” (Jn 20,21) Hay muchas maneras de ser mediador y enseñar, pero lo que ellas tienen en común es el engendrar una palabra interior. Para mediar y enseñar una buena palabra, hay que engendrarla y vivirla, y no podemos engendrar una palabra interior sin pensar, estudiar y contemplar. Por lo tanto, querer comida sólida es dedicar tiempo para hacer estas actividades, además es pedir perdón por no pensar, por pensar que no vale la pena buscar una comprensión de la fe, y por pensar que el pensar no es una forma de orar. De algún modo, todos tenemos la vocación de pensar, por lo menos pensar en nuestros amigos, entre ellos está Jesús que nos ha dado a conocer todo lo que aprendió de su Padre. (Jn 15,15)
james.duffy23@hotmail.com
¡Alabado sea Jesucristo!
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