jueves, 3 de diciembre de 2009

Para confesarse bien

El pecado, más que una serie de acciones prohibidas, es una actitud de rechazo a Dios, de decir NO a su amor y por tanto, decirle no al amor a mi prójimo, e incluso a nosotros mismos. Esa actitud nos lleva a realizar actos que manifiestan, en nuestro interior, y también en forma externa, ese rechazo a Dios, a su plan de amor, a su ley, a esos actos les llamamos pecado, faltas, ofensas...
El primer paso para el encuentro con el Señor Jesús es “RECONOCER” ante él nuestra naturaleza y nuestra condición pecadora, así como nuestra necesidad de perdón y de salvación.
Para llegar a este reconocimiento es preciso ser conscientes de las formas concretas en que hemos rechazado los mandamientos de la Ley de Dios y hemos y hemos decidido seguir u obedecer nuestras propias leyes, las leyes del mundo o las de Satanás.
Vayamos a lo profundo de nuestro ser y descubramos, iluminados por la luz del Espíritu Santo, todos aquellos pensamientos, palabras y obras, así como las omisiones que hayan significado decir NO a Dios, darle la espalda a su plan de amor y salvación, para de esa forma, al igual que el hijo pródigo poder decir: «Me levantaré e iré a mi Padre, le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti», y así poder ir a su encuentro para entregarle toda nuestra miseria y pedirle perdón y esperar de Él su abrazo tierno y amoroso.
Siguiendo la guía a continuación se te propone y pidiéndole al Espíritu del Señor humildad y sabiduría para descubrir y reconocer tus pecados. Una vez identificados, anótalos en una hoja aparte para que puedas confesarlos y ponerlos a los pies de la cruz de Cristo y así te sean perdonados, recuperes la paz y recibas sanación de las heridas que ellos te han inferido.
"No hay pecado que no pueda ser perdonado, si nos acercamos al trono de la misericordia con un corazón contrito y humillado. Ningún mal es más poderoso que la infinita misericordia de Dios... En este consolador sacramento, la Iglesia conduce a cada uno de los fieles a Cristo, y, a través del ministerio de la Iglesia, Cristo mismo nos depara el perdón, fortaleza y misericordia.
Mediante este sacramento, altamente personal, Cristo continúa encontrándose con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Restaura la unidad donde hay división, derrama su luz donde hay oscuridad, y concede una esperanza y una alegría que el mundo nunca podrá dar.
Mediante este sacramento la Iglesia proclama al mundo las infinitas riquezas de la misericordia de Dios, esa misericordia que ha derrumbado las barreras que nos separaban de Dios y de los demás". Juan Pablo II, El Grande.
Examen de conciencia. Se pide luz al Señor. ¿Conozco bien las principales verdades de la fe católica? ¿Las he negado o dudado alguna vez? ¿Creo en supersticiones? ¿Acepto doctrinas contrarias a lo que enseña la Iglesia? ¿He jurado el nombre de Dios sin necesidad? ¿Cumplí las promesas que hice? ¿He comulgado con conciencia o con duda de pecado mortal? ¿Cuido el ayuno eucarístico? ¿He faltado a Misa los domingos o días de precepto por culpa mía? ¿Cumplí con los días de ayuno y abstinencia? ¿He callado en la confesión, a sabiendas, algún pecado mortal? ¿Manifiesto cariño y respeto a mis padres, familiares y superiores? ¿Atiendo bien mi hogar y me preocupo del bien material y espiritual de mi esposo (a) y de mis hijos? ¿He dado mal ejemplo a quienes me rodean? ¿Los he inclinado o ayudado a cometer algún pecado? ¿Corrijo con enojo o injustamente a mis hijos o a otras personas? ¿Peleo frecuentemente con otros? Cuando pienso que alguien me ha dañado, ¿tardo en perdonar? ¿Procuro ayudar a resolver los problemas de los demás? ¿He negado mi ayuda cuando me la piden? ¿Descuido mis deberes familiares y cívicos? Por ese descuido, ¿fui causa de que otros no cumplieran con los suyos? ¿He hecho daño a otros de palabra o de obra? ¿Siento odio o rencor contra alguien? ¿Me he embriagado? ¿He animado a otros a hacerlo? ¿Comí más de lo necesario? ¿He realizado actos impuros? ¿Solo o con otra persona? ¿He aceptado pensamientos o miradas obscenas? ¿Me he puesto voluntariamente en peligro de pecar? por ejemplo, ¿viendo fotografías, películas y programas de televisión o leyendo revistas y novelas inmorales? ¿He tomado o retenido dinero o cosas que no son mías? ¿He devuelto las cosas prestadas a tiempo, o he tardado en devolverlas, causando daño con ese retraso a quien me las prestó? ¿He engañado a otros cobrando más de lo debido? ¿Doy limosnas según mis posibilidades?
¿He malgastado el dinero en vanidades o caprichos; o comprado cosas innecesarias o que van más allá de mis posibilidades? ¿He dicho mentiras? ¿Con algunas de ellas he perjudicado a alguien? ¿He hablado o pensado mal de otros? ¿Levanté falsos testimonios contra alguien? ¿He tenido envidias? ¿He sido orgulloso? ¿Desprecié a otros? ¿Me dejé llevar por la pereza sin darme cuenta de que es uno de los vicios capitales? ¿Trabajo con cuidado y responsabilidad, y cumplo puntualmente con mis horarios? ¿Ofrezco a Dios mi trabajo, cada día? ¿Me acuerdo de Dios cuando menos, por la mañana y por la noche?
¿Cuántas veces no he amado a Dios sobre todas las cosas o personas? ¿He tenido y tengo «ídolos», personas, objetos, ambiciones, fama, poder, poseer, placer, que han substituido a Dios en mi vida? ¿He puesto a Dios como Señor y centro de mi vida? ¿He amado, estudiado, meditado, degustado la Palabra de Dios? ¿He conocido a Dios a través de ella?n¿Me he alimentado con frecuencia con el Cuerpo y la Sangre de Cristo? ¿He tenido una íntima comunicación y comunión en el Señor por medio de la oración, y hacerlo presente durante todo el día? ¿He utilizado el nombre de Dios o jurado en vano o en lo que va en contra de la voluntad de Dios? ¿He buscado el conocimiento y el poder fuera de Dios, (control mental, dianética, rosacruces, lectura de cartas, mano o café, horóscopos, amuletos, fetiches, brujería, hechicería, etc.? ¿He servido con amor a los demás? ¿He sido buen testimonio para quienes viven conmigo o me rodean? ¿He obedecido el mandato de Dios de anunciar el Evangelio a toda creatura? ¿Guardo en mi corazón resentimientos, rencores, odios, por no haber perdonado? ¿He despreciado, rechazado a los demás, ignorando que son mis hermanos, hijos del mismo Padre? ¿He mentido, engañado a los demás en busca de mis propios intereses? ¿Los he calumniado o difamado? ¿He experimentado y consentido envidia del bien de mi prójimo? ¿Me he dejado llevar hasta la ira por los celos? ¿He sembrado discordias entre mis familiares, amigos, compañeros? ¿He sido avaro con mis bienes? ¿He codiciado egoístamente lo que no tengo? ¿Me he apropiado arbitrariamente de bienes ajenos sin integrarlos? ¿He causado a mi prójimo algún daño moral o físico sin restaurarlo? ¿ He cometido faltas contra la virtud de la pureza con el pensamiento o con algún acto? ¿He sido infiel a mi cónyuge? ¿He abusado en el comer o beber o soy adicto a algún estupefaciente o estimulante? ¿He contribuido a que mi familia sea conforme al plan de Dios? ¿He rehuido o he sido indiferente a mis responsabilidades cívicas y políticas? ¿He contribuido al enriquecimiento y propagación del Reino de Dios a través de su Iglesia? ¿He menospreciado o ignorado la voz de Dios que me habla a través de sus pastores: obispos, sacerdotes y demás autoridades en la Iglesia? ¿He sido agente de cambio y desarrollo, así como servidor de los demás a través de mi trabajo, mi profesión, mi empresa? ¿He buscado divertirme sanamente, evitando todo aquello que me aleje de Dios?
Hecho el examen de conciencia, al llegar al confesionario, arrodíllate y dilo al sacerdote acusándote de tus faltas. Dí también: "Hace tantos días, semanas, meses o años que no me he confesado, si cumplí, o no, la penitencia que me puso el sacerdote; me acuso de… dices tus pecados al confesor de forma clara y sincera, determinando el número y clase de pecados. El sacerdote te da consejos oportunos y te impone la penitencia. Te invita a manifestar tu contrición.
Tú puedes decir, por ejemplo: "Señor Jesús, Hijo de Dios, ten misericordia de mi, que soy un pecador".
Luego el sacerdote te da la absolución: "Dios, Padre misericordioso que reconcilió al mundo consigo por la muerte y resurrección de su Hijo y envió al Espíritu Santo para el perdón de los pecados, te conceda por el ministerio de las Iglesia, el perdón y la paz. Y YO TE ABSUELVO DE TUS PECADOS EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL HIJO, † Y DEL ESPIRITU SANTO. Tú respondes: "Amén".
El sacerdote prosigue: "La pasión de Nuestro Señor Jesucristo, la intercesión de la Santísima Virgen María y de todos los santos, tus obras y tus sufrimientos, te sirvan para remedio de tus pecados, aumentando la gracia y recompensa de vida eterna. Vete en paz".
Sales del confesionario a realizar las obras que te haya impuesto como penitencia el sacerdote. Dale gracias a Dios por su bondad y misericordia, por haberte perdonado tus pecados, por haberte dado la gracia, por haber dado su paz y su alegría a tu corazón.
“Tuve una gran alegría al saber que los obispos habían pedido a los fieles que se confesaran dentro de la gran preparación espiritual de mi visita a este país. No me podíais haber dado mayor alegría ni mayor regalo.
Y si hoy todavía hay alguno que esté vacilando por una u otra razón, os ruego recordéis esto: la persona que sabe confesar la verdad de la culpa y pide perdón a Cristo, acrecienta la propia dignidad humana y da muestras de grandeza espiritual.
Gracias al amor y misericordia de Dios, no hay pecado por grande que sea que no pueda ser perdonado; no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepienta será recibida por Jesucristo con perdón y amor inmenso. Juan Pablo II, El Grande.
Para terminar compárate con el hijo pródigo que se había levantado de su postración de cuidar puercos y sólo pretendía ser un siervo para tener pan y no morirse de hambre. No esperaba más que aumentar el número de trabajadores en la finca paterna. Era demasiado poco lo que anhelaba, porque su situación era extrema.
Sin embargo, el padre no acepta tal solicitud. No hay vacantes en su finca para siervos. Ya tiene bastantes, tanto en casa como en la viña; sobre todo uno que trabaja como siervo sin contrato, su hijo mayor. No necesita otro hijo con ropaje de esclavo, que arrastre las cadenas de la servidumbre. No lo puede admitir, así no lo necesita. Lo precisa como hijo y como heredero, por eso inmediatamente da órdenes a sus siervos para que sirvan al hijo.
Solo hay vacantes como hijo, como hijo amado que es recibido sin condiciones y sin reproches, sin preguntas indagatorias que puedan ofenderlo por recordar los graves desvaríos o tener que dar cuenta de lo que perdió. Solo puede ser admitido en la mesa del padre, con todos los derechos que un hijo. Este es el único puesto que ha estado vacío desde el día en que se fue y nadie lo ha podido llenar. No debe tener recelos.
En primer lugar se le va a vestir con el mejor de los vestidos. Esto significa que el padre ya tenía otros muchos vestidos que había comprado para cuando su hijo regresara. Para esta ocasión debe ser el mejor de todos porque ahora el hijo está revestido de una nueva actitud ante la vida. No puede vivir con los harapos de cuidador de puercos.
Además se le deben poner sandalias en sus pies para cubrir su desnudez y protegerlo en el camino de la vida. Ya tiene quien se preocupe del camino nuevo que ahora inicia. Los caminos nuevos se recorren con sandalias nuevas. Ha de tirar esas sandalias rotas y agujeradas por las heridas del camino, para encaminarse por la vida con la seguridad del peregrino que esta equipado para llegar a la meta.
Y al final, un anillo que significa que es propietario y puede disponer de los bienes paternos. Se le devuelve toda la confianza original y no tiene límites en la casa paterna.
El hijo quería ser siervo y el padre no lo admite como tal. Esta llamado a ser hijo y experimentar el amor incondicional de su Padre que le ha preparado la fiesta con el becerro cebado, que tanto tiempo había esperado para compartirlo.
¡Alabado sea Jesucristo!
BUENAS NOTICIAS PARA EL HOMBRE DE HOY
Grupo Apostólico Nueva Evangelización

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